• Gabriela Mikru
Briel
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Camina por el pasillo, sabiendo que lo que va a ver sólo acrecentará el sentimiento tan agobiante que le oprime el pecho y aún no identifica. No sabe lo que hace, el estado de estupor en el que está sumido desde hace dos horas, cuando recibió la noticia, no le permite siquiera concientizarse de lo que sucede, mientras se dedica a rememorar esa mañana, cuando una situación le habría parecido más que absurda.Se queda estático, con la puerta de la habitación a medio abrir, aún sin avanzar. No duda entrar o no hacerlo: lo hará. Pero siente pesados los párpados y un ardor poco común en los ojos, un ardor que no siente desde hace un par de años y eso lo orilla a detenerse en su andar, aún sin abrir por completo la puerta de madera. Decide no darle tanta importancia, prefiere creer que el ligero calor en sus mejillas no son lágrimas que resbalan por su piel, sino simple ansiedad, porque todavía tiene el cinismo de mantener su orgullosa faceta.Empuja. Y cuando divisa, a sólo un metro de distancia, la cama, donde está postrado su cuerpo inmóvil e inerte, completamente sin vida, no sabe cómo nombrar los sentimientos que atraviesan por completo su cuerpo, como estacas afiladas impregnadas del veneno que es la realidad.Sus ojos se abren desmesurados, aún sin poder creer lo que ve, porque una parte de él, que estaba absolutamente errada, aún creía que era mentira, que era otra de las muchas cosa que ella hacía mal y por la que merecería un castigo. Y cae en la cuenta, sintiendo todo el remordimiento que no ha experimentado en años, dejar caer completo su peso sobre él y se permite flaquear un instante, provocando que sus rodillas toquen el piso gracias a la fortaleza que han dejado de tener sus piernas.Levanta la vista y la ve de nuevo: Observa sus ojos semiabiertos y sus, ahora azulosos labios curvados en una monótona e inexpresiva mueca. Distingue la palidez inusual de sus mejillas y la escasa serenidad de sus pupilas. Mira su cabello, castaño y lacio, con las puntas desiguales, cayendo desordenado en la almohada. Y le es dificil entender que no será lo mismo, sin ella en su vida. Cree que puede solo, pero no es así.Extiende la mano, apenas rozando su piel y ahogando los impulsos que siente por mover con insistencia el cuerpo, a la espera de que reaccione. Pero al momento del contacto, la siente fría; y sabe que no va a reaccionar.Suicidio, dijeron los policías: Había un bote recién abierto con una sola pastilla y el cuerpo inmóvil de la que fue su esposa, reflejando cansancio en el rostro. Sabe que fue provocado por él, por su cansina rutina y sus habituales golpes, por sus constantes insultos y toda la inmensa cantidad de peleas y discusiones, por los gritos, las lágrimas y las súplicas. Y ahora es cuando se permite experimentar un poco de remordimiento porque sabe que le perdió y reconoce, recién, lo mucho que la necesitaba... que aún la necesita. Porque le duele y acaba de notar que todo ha sido culpa suya.No sabe cómo arreglar el inmenso error que cometió en el pasado y se agravó con el pasar de los días. Aunque lo anhele a sobremanera, ya no puede arreglarlo.
Sin ella.
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