• MauricioMontana
Mauriciomontana
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  • País: Colombia
 
                                                          I Como todas las mañanas por muchos años, brincó a mi cama moviendo la cola, olisqueándome con su hocico. Intente abrazarlo como siempre lo hacia, pero…. me acorde que mi perro había muerto hacia una semana.                                                           II -Y…, -le pregunte mientras encendía un cigarrillo, -y…, -me contesto mientras se vestía sentada al borde de la cama. -Dolió un poco y sangraste, -le dije camino al baño a limpiarme la sangre. -No importa, lo quería así -aseguró, mostrándome sus redondeadas caderas donde relucía el colorido y bello tatuaje que le acababa de hacer.                                                             III Le tomé la mano y se la bese repetidas veces con pasión, con dolor, no se inmutó, la miré fijamente; su indiferencia me molestaba, le dije que no se preocupara que todo estaría bien con mi soledad, solté su mano, cerré la puerta del ataúd y me marché.                                                             IV Lo dijo sin rodeos, y lo escuché sin creerlo: -es terminal, sin remedio. Y si pedía una segunda opinión. Y si era una pesadilla e intentaba despertar. No tenia cura, era imposible salvarla, había que eliminarla. Miré al doctor y le dije: -Esta bien, sin posibilidades de seguir viva, sáqueme esa muela cuanto antes!.                                                             V Cuando volví a casa era muy de noche, intente no hacer ruido pero el timbre del teléfono despertó a mi esposa. Soltó el teléfono y se deshizo en llanto, corrí a consolarla, trate de abrazarla pero mi cuerpo atravesó el suyo.                                                             VI El hombre los miro asustado; incrédulo balbuceo una suplica ilegible, inaudible. Los dos lo miraron: ella con rencor acumulado, el con odio contenido. Cual cucaracha patas arriba el hombre forcejeo hasta la inutilidad. La corriente lo arrastró. Los dos se abrazaron: -mama, se feliz sin mi papa, -dijo el, -hijo, no mas abusos, gracias!, -contesto ella. Se alejaron por diferentes caminos.                                                             VII -Hasta aquí llegamos -dijo el sudoroso; -por qué, -le espetó ella a punto de llorar. -Lo sabias, te lo advertí. -Si pero creí que teníamos mas tiempo, porque hoy? Justo hoy. -Lo siento, pero desde el comienzo lo acordamos. -Y ahora que, -dijo ella. -Bájate y ayudarme a cambiar la llanta, sabíamos que estaba pinchada.                                                           VIII Cálculo la distancia, supuso que no llegaría, un sudor frío lo invadió. Miró alrededor, nadie lo observaba. Era decisivo moverse; ahora o nunca, se dijo. Era peligroso, lo presentía pero avanzo despacio evitando ser detectado. Llegó justo a tiempo, se sentó de prisa. Esta diarrea me va a matar, pensó.                                                             IX Se despertó sudorosa, asustada y desconcertada. Encendió la luz. Que sueño tan real, tan vivido, aun le olía a sangre, fue por un vaso de agua. Su esposo en el sueño la apuñalaba. Despertó justo cuando la daga penetraba su cuerpo. -Cariño tu no me puedes apuñalar, me adelanté. -Tapó el frío cadáver y se durmió junto a el de nuevo.                                                             X La persiguió garrote en mano. Ella en su alocada carrera supo esquivar los golpes. Se quedo quieto esperando que un movimiento en falso la delatara. La vio de nuevo al salir de su escondite, le arrojó el garrote, la muy ladina lo evitó. La persiguió, corrían en zigzag, la alcanzó y de un seco golpe mató la cucaracha.                                                             XI Con la inocencia de la que ve al mundo por primera vez se dejó llevar al bosque, el intenso verde de la foresta y el cantar de las aves la deleitaban al avanzar, se acostó en la mullida alfombra vegetal mientras el lascivo hombre le susurraba al oído. La inocente sonrisa congelada fue lo primero que vio el forense en la hojarasca el siguiente día.                                                           XII La relación hizo metástasis, paso del sexo al corazón y le intervino la voluntad. Se entregó por completo, por entero. La insaciable, le decía; siempre dispuesta. Sin preguntas la amo. Sin respuestas fue correspondido. Solo un defecto: la indiferencia. Defecto que lo llevo a devolver la bella muñeca japonesa al fabricante.
Era mas o menos la una de la mañana cuando entre al lugar. Me salieron al encuentro cuatro boricuas joviales y solicitas que de inmediato se pusieron a mi disposición.Estaba en Puerto Rico, en la ciudad de Santurce, la vida nocturna apenas comenzaba. El lugar exacto donde me encontraba era cerca de “La Placita de Santurce”, sitio que durante el día hacia honor a su nombre: una plaza de mercado, un hervidero de puestos de verdura fresca, frutas coloridas de variadas formas y texturas, especies tropicales, carnes, aves, pescados, mariscos que con su fuerte olor salino se mezclaba con el aroma de los fogones donde preparaban las viandas que alimentarían a los cientos de trabajadores de los alrededores que acudían al lugar a merendar atraídos por la variedad  y sabrosura de sus platos. En la noche, cuando se bajaban los toldos, se cerraban las puertas, se aquietaban las prisas, se silenciaban los ruidos y la luz se escapaba; de las sombras, de las estrechas y adoquinadas callejuelas surgía la música, tintineaban las copas, danzaban las sombras y se avivaba el jolgorio. Bares, cantinas y tabernas encendían sus luces, disponían mesas en la acera, se apoderaban de la calle, armaban tablados, irrumpían las orquestas y Santurce  vibraba al ritmo de las tumbas y el bongó. Las cadenciosas y voluminosas caderas de las hembras al ritmo de la música se agigantan, avanzan, retroceden, giran y se fusionan con sus parejas en una sola sombra que serpentea por entre los adoquines, sube a las mesas, trepa por las paredes en un ballet de sensualidad y erotismo que invita a unirse al desenfreno. El aquelarre daba comienzo.Las boricuas me preguntan de todo, entre risas y toqueteos les respondo, si fumo, si bebo, me cogen de los brazos, auscultan sobre mi vida, sondean mi corazón. Una de ellas, pelirroja de abundantes y generosas carnes se me acerca y con risa sugestiva y persuasiva me dice que me relaje que me siente tenso. De jueves a domingo se enciende  la rumba en “La Placita”, llegan de todos los rincones de la isla turistas y lugareños para unirse al carnaval. Abundan y deslumbran las pieles bronceadas, las ropas ligeras y los escarceos insinuantes. En cada esquina hay músicos, bailarines, corrillos, risas, algarabía, comilonas y festejo. Son unas cuatro cuadras que convergen en una plazoleta que es el corazón palpitante del lugar. Las callecitas que desembocan a la plazoleta no son rectas, son curvas y en zigzag. Estrechas, enmarcadas por salientes balcones y terrazas también repletas de gente, de mesas, de copas, licor y pasabocas. Las carcajadas, los saludos estridentes, la música, los meseros con los pedidos que pasan fugaces esquivando transeúntes y bailadores convierten la escena en surrealista; es un desmadre.Otra de las boricuas, delgada, de blanca y tersa piel en contraste con una larga y ondulante cabellera negra se sentó a mi lado insinuándome que me quitara la camiseta para estar mas cómodos y sentir el contacto directo con mi piel, la mire complaciente y resignado, comencé a quitármela.Es el lugar de encuentro de oficinistas, profesionales, empleados, estudiantes y turistas. Las parejas buscan un espacio libre, un mosaico despejado para lanzarse a bailar. Al compás de la música mueven sus pies, entrelazan piernas, giran, se sueltan, se detienen, mueven los hombros y continúan el movimiento. El ritmo lo llevan en sus genes: de la milenaria África les llega el sonoro golpeteo de los primitivos  tambores que los hace vibrar instintivamente, de la España conquistadora el salero del flamenco que les hierve en la sangre. El Caribe, fusión de esclavos negros, corsarios europeos, aventureros idealistas y tribus indígenas parió esta mezcla bullanguera y rumbera, que no para, que no se detiene, que sigue bailando, que ahoga sus penas en el baile, que olvida sus miserias al ritmo de las tamboras.A las cuatro de la madrugada llegó la comida, me brindaron pero no me apetecía. Ellas comieron con avidez: arroz con gandules, bacalaítos y pastelón, se reían y conversábamos animadamente, cuando entró al cuartito el doctor, -quítenle los electrodos, todos los exámenes están bien, no tiene nada, el dolor del hombro es una simple neuralgia, tómese estas pastas, se puede ir. Las cuatro enfermeras me quitaron los electrodos, me pusieron la camiseta y con risas me despidieron.Salí del hospital y de camino al hotel pase por la placita, ya clareaba el sol. Se hacia la transición: la rumba apagaba sus motores, las callecitas se vaciaban y el mercadito abría sus puertas.
Una noche loca
Autor: MauricioMontana  87 Lecturas
Me cansa, me fastidia la absurda incongruencia de la fe, de como la iglesia acomoda los acontecimientos para manipular la creencia de la gente en un dios todopoderoso que todo lo puede y todo lo sabe. "Gracias a dios se salvaron del terremoto, gracias a dios el huracán no les hizo nada" son las exclamaciones de los creyentes que en coro repiten y rezan en agradecimiento. Pero…. gracias a quien tembló, gracias a quien la fuerza del huracán devastó tal o cual región, gracias a quien el fanático estrelló el avión en las torres gemelas.
El sacerdote abusó de unos cuantos menores en su congregación. Gracias a dios lo descubrieron y se salvaron otros cuantos menores de este sádico pedofilo. Pero porqué dios no evitó las violaciones y los abusos antes de que ocurrieran, o tan siquiera por que toleró que el violador fuera sacerdote o mas aun porqué no descartó que naciera esta persona, o impidió que sus padres se conocieran y engendraran ese hijo. Y si de evitar males y tragedias se tratara entonces tendría dios que irse remontando hacia el pasado, evitando nacimientos y copulas en el árbol genealógico de la humanidad hasta llegar en unos cuantos miles de años atrás a la primera pareja; Adan y Eva, de los cuales descendemos todos. Ahí estaría el problema. Tuvieron dos hijos, según la biblia y varones ambos y el uno, remalo, mató al bueno con una quijada de burro. Con la muerte de Abel la descendencia del lado bueno de la humanidad se frustro: se murió el bueno de la película. Quedo el malo, Cain. Cómo hizo Cain para poblar la tierra de malos, no lo sabemos, pues la única hembra era Eva y era la mujer de Adan y era su madre, a no ser que hubieran llegado a un acuerdo y se repartieran los periodos de ovulación de Eva para poblar la tierra.
Pero volviendo a dios, ni siquiera tendría que haberse tomado la molestia de sacarle una costilla a Adan para crear a la sumisa y abnegada Eva pues por culpa de ella y sus alborotadas hormonas sedujo al cándido de Adan y le enseñó (donde habría aprendido no se sabe) los placeres de la carne y según la iglesia nos desgració la vida. Y tampoco se hubiera puesto a jugar con barro para darle el soplo de la vida a un muñeco que hizo a imagen y semejanza suya. Desenredando la madeja un poco llegamos al meollo del asunto: si dios creo al hombre a imagen y semejanza suya, si somos un mínimo reflejo de dios; así como los hijos heredamos de nuestros padres sus virtudes y bajezas, entones el malo de la historia no es el pobre hombre que es una replica en escala ínfima de su creador; el malo, remalo, es dios que nos paso su ADN corrupto y degenerado.
En conclusión no debiéramos de existir. Salta a la vista el daño que le hemos hecho al planeta, a las especies que lo habitan y a nosotros mismos. Pareciera que este organismo vivo que es el planeta tierra se confabulara para erradicar la plaga parásita que en un pasado remoto alguien creo jugando a ser dios. Es como un mecanismo de defensa, los anticuerpos naturales están tratando de combatir la enfermedad antes del colapso total del planeta. Pero nos resistimos, luchamos, mutamos y seguimos en la carrera destructiva; contaminando, talando, perforando, ahogando el planeta en humo tóxico, exterminando especies, destruyendo la capa protectora de ozono provocando que el planeta se caliente y de fiebre se sacuda, tiemble, se revuelque, sople y resista.
Hay dos opciones, o en un futuro no muy lejano nos tocará abandonar un planeta moribundo para buscar nuevos mundo habitables donde nuestra especie parásita pueda subsistir, o la tierra se sacudirá y acabara con la mayoría de la humanidad dejando unos pocos que recomenzaran el proceso de poblar la tierra y reinventar nuevas civilizaciones en un ciclo interminable de aprendizaje para poder convivir con la naturaleza sin dañarla y en armonía. Supongo que para ese entonces también inventaremos uno o varios dioses a quien acudir para que nos obre el milagro de salvarnos.
La plaga
Autor: MauricioMontana  74 Lecturas

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