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marcostaglle
Soy feo pero inteligente
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  • País: Argentina
 
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Lápiz
Autor: Mar Saló  1162 Lecturas
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Don Augusto casas
Autor: Emme  624 Lecturas
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"... SOLA EN LA PISTA...."
Autor: KING...  721 Lecturas
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Ella le dice que silbe y deja ante sus ojosla bella piel de su escote profundo. Humphreycarraspea en su vaso, masculla una indecencia,siente fuego en el cuerpoy como la pequeña tiene vida propia.El silencio... tras su voz,"Silba", y el silencio como el paso de una bala.Los tacones golpean suavementetras la espalda adquirida a un serafín,ve a la Bacall fundirse en negro,ese espacio del celuloide a donde vantodas las almas turbias, los pecadosde la mente, y los pasos con veneno.Se la ve tan elegante, lo deja tan postradoque si silbar pretendesaldrá un silbo rasurado, un poco de airejunto a la tos de unos pulmonesviejos, mas enamorados.
No silbes
Autor: Encubierta  1091 Lecturas
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A carboncillo
Autor: Anna Feuerberg  1216 Lecturas
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¿Cuándo soy yo y cuándo, un sueño? Se decía Mónica reflejada en el espejo del baño, agarrada a él, mientras descendían sus uñas por la ruta del cristal, chirriando. Mónica no podía separar la realidad de sus sueños y por ello su existencia se había convertido en una pesadilla continua. No sabía desde cuando. No recordaba cuando fue que algo en su cerebro hizo "pum", o "crack". O "puff". Se apagó la luz y todo se descontroló.Los sueños son vida. No hay duda. Pero se encuentran en unos compartimentos estanques, perfectamente al margen de la vida de afuera, de la que no desarrolla la mente. Eso se decía Cristina. ¿O era Mónica? Mas ahora, se explicaba a si misma: "Ya no puedo controlar. No sé si estoy soñando, si ahora soy real: Si mi escena actual lo es. No sé si soy así y es cierto que me hallo aquí". Se echó agua contra el rostro varias veces. Luego levantó la cabeza, observó. Vio a una chica asustada. Y Cristina se asustó también: No sabía si era ella.Cruzó el pasillo de su casa tan rápido como pudo. ¿Qué lugar estaba recorriendo? ¿Hacia dónde iba? Se encerró en su habitación por instinto. Y se lanzó sobre la cama. Lloró. Y luego quizás soñó. O, puede que no. Pudo estar viviendo aquéllo que creyó soñar. Luego salió de casa, atravesó el jardín y anduvo parte de la noche perdida entre calles solitarias de una ciudad. Quizás, su ciudad. La de Julia. ¿O la de Cristina? Se detuvo ante el recinto de una feria, cerrado. Unos grandes perros ladraban con virulencia, atados algo más allá. Estuvo un buen rato. No llevaba reloj. No sabía a dónde ir... ¿Había quedado con alguien? ¿Tenía algo qué hacer? Posiblemente, si. Algo que hacer. Un individuo en su vida. Un familiar... No recordaba bien, si existía alguien. Porque, ¿Dónde estaba papá? ¿Dónde se hallaba mamá? No los recordaba. Cuando las palabras papá y mamá brotaban de su mente no lo hacían acompañadas de imagen alguna. Podía estar soñando. Lo más posible. Cuando se despertara se encontraría en una habitación llena de luz, el mejor fragmento de una confortable casa. Entraría mamá con el almuerzo. Todo sería muy normal. Si ahora estaba soñando, su extraño sueño la hacía discurrir por recónditos parajes, lugares de las afueras de una ciudad. ¿Por qué siempre así? ¿Por qué siempre Julia se hallaba metida en los arrabales? Se alejó de la feria, pidió un cigarrillo a una chica sentada en un portal. Entró en un bar.¿Quién diablos soy? ¿A quién estoy suplantando? se interrogaba en silencio Yolanda. ¿O era Julia? Sentada allí, ante una pequeña mesa circular. Con una jarra fría de cerveza, un paquete de tabaco rubio que acababa de comprar. En la máquina de discos sonaba la canción de Antònia Font... ¿Qué canción era? ¿Se encontraba en el bar? ¿Qué canción... si todo era silencio? ¿Si en su mente no había color, no habían figuras, ni sensaciones, ni una sola voz, ni un ruido que rompiera el miedo? Yolanda estaba sin nada, ella sola... Nada más. ¿O era Carmen? La que tenía la premonición de que no podría aguantar más allá de unos segundos el poder sentirse a si misma, y que tras esa pérdida todo quedaría en blanco.Apoyando las manos en el espejo del baño intentó observarse con una cierta serenidad. Pero le costaba mucho esfuerzo. Se perdía. Necesitaba mirarse a los ojos. Buscar en lo más profundo de ellos. ¿Qué? Que no la olvidaran. No quedar abandonada de su memoria. Sus ojos claros, cansados, no la iban a ayudar en nada: Sin expresión, sin nada que contar. Como si ellos ya hubiesen llegado al final y se desentendieran: Si iba a quedar abandonada. Carmen, o Mónica, bajó la cabeza. Toda ella fue mansedumbre. Y a mí, no se me ocurre otra cosa que picar en el teclado: "Ya no está". ¿Quién?, me pregunto luego. No lo sé...
Claves y fin de un juego
Autor: Encubierta  1716 Lecturas
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10:37 pm.-
Autor: Hoz Leudnadez  1788 Lecturas
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