TERROR NOCTURNO
Publicado en Apr 29, 2013
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Despertó de repente abriendo los ojos de par en par, rápidamente se levantó sobresaltado de la cama y, en medio de la oscuridad, avanzó con premura a través del pasillo que separaba sus aposentos de la habitación que había concebido aquel grito que lo arrancó de sus sueños. Abrió la puerta bruscamente. Temiendo lo peor, y con el corazón a punto de estallarle, encendió la luz. —Papá, tengo miedo.
Isaac se acercó titubeando a la cama donde se encontraba el tembloroso infante y dejó caer suavemente su mano sobre la cabeza de éste en una delicada caricia fraternal.      — ¿Miedo de qué?— le respondió.
— ¡Del monstruo!— exclamó aterrado el pequeño, Isaac dio un suspiro que fue una mezcla de agobio e incredulidad. Era ya la cuarta vez que tenía lugar esta escena.
El pequeño lo abrazó y se aferró a él con las fuerzas de un náufrago agarrado a un tronco en medio del océano. — ¡Va a atraparme!— dijo entre sollozos, Isaac le besó la frente. —Los monstruos no existen, Abraham.
— ¡Pero yo lo vi!— insistió.
—Debió ser una pesadilla, sólo eso y nada más— le respondió ya un poco molesto.
— ¡Por favor no dejes que me lleve!— le rogó.
Isaac abrió la boca pero inmediatamente la cerró, las lágrimas de su hijo siempre se habían sentido como navajas en su ya frágil corazón, ante ellas, no podía evitar ceder. Apretó con todas sus fuerzas la mandíbula para evitar llorar en frente de Abraham,   —El monstruo no podrá hacerte nada mientras yo esté aquí. No te preocupes, aquí me voy a quedar— le dijo con una voz a punto de quebrarse. Abraham se tranquilizó un poco. — ¿Lo prometes?— preguntó esperanzado.
Limpió cuidadosamente las lágrimas del rostro de su niño con su camiseta. —Lo prometo.
Se quedó sentado mirando la pequeña lámpara con forma de payaso que estaba en la mesa de noche de su hijo, inconscientemente apretó los puños.
Odiaba esa maldita lámpara con todas sus fuerzas, la luz tenue que desprendía, sus colores; pero sobre todo, odiaba su repulsiva e hipócrita sonrisa. No podía evitar ver un descarado gesto de burla en los ojos de ese payaso.
No podía resistir ver al payaso burlarse de la miseria en la que se había convertido su vida. Se cercioró de que Abraham estuviera dormido y, rompiendo su promesa, regresó a su habitación ahogándose en frustración.
Justo en el preciso instante en que cerró la puerta de su cuarto, sus fuerzas declinaron, una lágrima se deslizó por su mejilla, y le siguieron muchas otras más. Con la luz encendida dio un vistazo por toda la alcoba, le parecía enorme, vacía… O al menos así se sentía él desde que ella había muerto.
Miró las incontables latas vacías de cerveza que yacían amontonadas a lado de su cama con un dejo nostálgico, desvío sus inundados ojos hacia la cama y se sentó en el borde de la misma, con la yema de los dedos rozó las sábanas y recordó que era en ese lado de la cama en donde ella solía dormir. En segundos, su mente se vio ante un vehemente diluvio de recuerdos similares: ahí, ella solía dormir plácidamente abrazada a su pecho; ahí, ella se había entregado junto con él a los ardientes gritos del deseo y de la carne por primera vez, ahí, él veía sus hermosos cabellos brillar con un vástago reflejo de la luz matutina… Ahora no había nada, solamente una cama desarreglada y vacía en el centro de una habitación todavía más vacía.
A cada segundo se veía obligado a duplicar sus esfuerzos por retener un grito, un alarido que le prometía desahogar su dolor. Secó sus lágrimas con el dorso de su mano y, tratando de calmarse, se acordó de la única que había logrado atenuar su dolor todo este tiempo…
Pero ya no había cerveza…
*  *  *
En cada rincón del oscuro cuarto las sombras danzaban inquietas en cadencias lúgubres, se mecían armoniosamente, entrelazadas con el estridente silencio de la madrugada, sumergían el lugar en un infinito mar de tinieblas. Ahí, nadando en aguas ominosas y oscuras, se encontraba el pobre Abraham quien, tapado hasta la cabeza con las cobijas, temblaba de miedo.
La puerta se abrió de repente con un áspero golpe y el pequeño corazón de Abraham dio un salto hasta su garganta. Se asomó levantando levemente la cabeza y miró horrorizado la figura que se hallaba ante el portal de su habitación, era el monstruo, aquél que lo asechaba desde la negrura noche tras noche.
Despavorido, intentó escabullirse, pero el engendro fue más rápido que él y aprisionó su cuello entre sus sucias garras. Intentó gritar, pero la compresión que ahora era ejercida sobre su frágil tráquea no dejó escapar ni una sola súplica de ayuda.
(Los monstruos no existen, Abraham…)
Comenzó a patalear frenéticamente en un fallido intento de zafarse de aquella criatura que amenazaba con ponerle fin a su joven existencia. En medio del forcejeo, su mano izquierda palpó la figura del payaso que iluminaba modestamente su mesa de noche. Impulsado por un shock de adrenalina y miedo, tomó la pequeña lámpara y la estrelló con todas sus fuerzas en contra de la sien de su atacante, rompiéndola en cientos de pequeños fragmentos de vidrio pintado.
(Los monstruos no existen…)
Pero el monstruo no se inmutó, enardecido, ahorcó al pequeño con todavía más fuerza. Ya casi sin fuerzas, Abraham miró de frente la cara de la criatura y la poca sanidad que quedaba en su alma se esfumó al ver cómo lo miraban esos macabros ojos inyectados en sangre.
(…Una pesadilla, sólo eso y nada más…)
Lentamente, sus párpados comenzaron a cerrarse y todos sus músculos de destensaron, poco a poco, Abraham perdía el conocimiento. El monstruo consiguió sofocar el último aliento del niño con un todavía más recio estrujamiento de sus garras.
* * *
Emergió de su casi comatoso sueño sintiendo que en cualquier momento su cabeza explotaría, abrió los ojos y, para su sorpresa, se encontraba tirado en medio de la cocina, rodeado de de latas de cerveza vacías y sobre un charco de su propio vómito.
Poco a poco se incorporó mareado y tambaleante hasta que sintió un punzante dolor en el lado derecho de su cabeza que lo hizo llevarse la mano a la sien mientras gemía de dolor.
Atónitos quedaron sus ojos al ver que la mano que había puesto sobre su sien estaba manchada de sangre, miró a su alrededor y vio que toda la casa estaba hecha un desastre. Sus latidos y su respiración se aceleraron.
— ¿Abraham…?— exclamó temblando angustiadamente. No hubo respuesta…
—Abraham, ¿ya estás despierto?— y su respuesta fue completo silencio.
Corrió hacia la habitación de su hijo y estuvo a punto de tropezar con una de las latas que fueron su única compañía la madrugada anterior. Abrió la puerta de un empujón y al ver el interior tuvo que ahogar una exclamación de horror.
Al igual que toda la casa, el cuarto era un desastre. Pero no fue el desorden lo que afligió a Isaac; sobre la cama, yacía el cuerpo inerte de Abraham. El padre se apresuró a abrazar a su difunto hijo mientras sollozaba y gritaba de dolor.
— ¿Por qué? ¿Quién pudo haber sido?— cuestionaba en voz alta al tiempo que se tragaba sus amargas lágrimas. Mientras abrazaba a su hijo, casualmente posó los ojos en la mesa de noche y cayó en cuenta de que la lámpara que tanto odiaba ya no estaba, ahora sólo había un montón de vidrios rotos en el suelo, varios de ellos manchados en sangre. Se tocó de nuevo la herida de la cabeza… Era su sangre.
Soltó el cuerpo sin vida de Abraham y comenzó a retroceder. —No… No puede ser…— Repetía a cada paso  que daba hacia atrás, las lágrimas brotaban a cántaros de sus ojos que no podían creer lo que habían visto, había matado a la única persona amada que quedaba en su vida.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de una lata siendo aplastada por su pie. Recogió la lata y la contempló mientras, sin darse cuenta, la estrujaba con el puño, haciéndose un corte en la palma de la mano.
“Tal vez los monstruos sí existen”, pensó al mismo tiempo que la sangre que ahora emanaba de su puño cubría el logotipo del envase.
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Foto del autor Milford F. Peynado
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Descripción

Palabras Clave: Pesadillas Padre Hijo Alcoholismo Monstruo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



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kalutavon

Dramática historia en el contexto del alcoholismo. Buena narrativa que atrapa la atención del lector. Grato leerte. Saludos.
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April 29, 2013
 

Milford F. Peynado

Gracias, me alegro que te haya gustado. Saludos.
Responder
April 29, 2013

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busy