guilas Negras -52- (Novela y Guin para Cine)
Publicado en Apr 24, 2013
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- Aquí no nos escuchará nadie, jovencito.
- A mí ya no me interesa que me escuchen o no me escuchen los demás. Como no tengo secretos que ocultar pues resulta que tengo la sana y curiosa costumbre de hablar bien claro, elevando la voz si es necesario, así que dígale a ese Señor Obispo Amador, que está escuchando tras la puerta, que entre aquí para estar presente o que se vaya a hacer el Camino de Santiago y nos deje de espiar.
 
El Arzobispo Morcillo se levantó de su mullido sillón, se dirigió hacia la puerta, la abrió de repente con un golpe brusco y les ordenó a todos los cotillas, que era un verdadero grupo y no solamente el Obispo Amador como pensaba Juan Bautista, que dejaran de cotillear como si fueran espías de la Gestapo, y se recluyeran dentro de sus celdillas privadas. 
 
- ¡Y no volváis por aquí mientras yo estoy hablando con este joven capitán! ¡Haced el favor de no salir de vuestras celdillas privadas mientras charlo con él!
 
Una vez vuelto el Arzobispo Crisanto Morcillo González a sentarse en su cómodo sillón y a solas con Juan Bautista, que estaba sentado en una humilde silla de madera, ya pudieron comenzar a hablar ambos como si fueran dos viejos amigos que se reencuentran pasado el tiempo y se enfrentan cara a cara.
 
- Y ahora, antes de que me cuentes para qué quieres hablar conmigo, empecemos por comernos unas buenas lonchas de jamón ibérico y bebernos unos buenos vasos del mejor vino de La Rioja. 
- Veo que están ustedes muy bien alimentados y muy bien bebidos...
- ¡Bah! ¡Sólo son unas dádivas de gentes caritativas!
- ¿Gentes caritativas o personas caritativas, Monseñor Arzobispo?
- ¿Existe alguna diferencia entre decir gentes o decir personas?
- En este caso sí; porque gentes caritativas son quienes dan dádivas sólo para aparentar que son muy religiosos ante los demás, mientras que personas caritativas son los que cumplen con lo que dice Jesucristo de que cuando tu mano derecha regale algo, que no lo sepa tu mano izquierda; así que las personas caritativas lo hacen con verdadero sentimiento y sin que se enteren los demás y no como las gentes caritativas que van pregonando por todo el mundo lo que han dado de dádivas.
- Buena observación, Juan...
- Sí. Y observo también que están ustedes muy bien provistos por cierto. ¡Todo eso es lo que les regalan esas clases de gentes y personas caritativas?
- Pues... sí... bueno... no... sólo es una pequeñísima muestra del total...
- Ya. ¿Y por qué hay tantos hambrientos en las calles de Madrid capìtal?
- Eso no le incumbe saberlo a todo un Arzobispo como yo. 
- Entonces... ¿a quién o a quiénes les incumbe? ¿Podría usted sacarme de dudas, Monseñor Arzobispo Morcillo?
- Las dudas son el principio de la verdad. 
- Cuando la verdad es absoluta no puede haber dudas. O es que sí o es que no pero no hay término medio. Lo dijo Jesucristo.
- De eso hablaremos más tarde si quieres. Ahora comamos y bebamos sin pensar en nada más.
- ¿Y sin pensar tampoco en nadie más?
- Tampoco en nadie más. 
- Pues discrepo un poco bastante y hasta mucho; porque lo que sucede es que cuando yo como y bebo siempre pienso en los que no pueden comer ni beber. Es un defecto que tengo desde que nací... a no ser que usted no lo considere un defecto sino una virtud.
- Esto... yo... ¡venga, Juan! ¡Comamos y bebamos sin preocuparnos ahora por esas cuestiones de unos hambrientos y sedientos de más o unos hambrientos y sedientos de menos, 
- ¿Eso es enseñanza de Jesucristo o es interpretación de la Iglesia?
-  No... por favor... no hablemos de eso ahora...
- Está bien. Comamos un poco y bebamos más poco todavía. 
- Pero... ¡si tenemos comida y bebida en abundancia, Juan!
- Por eso es mejor comer poco y beber menos... para que no se acaben las existencias.
- ¿Qué existencias?
- Las existencias humanas de quienes pasan hambre y sufren de sed. 
- ¡Por favor, no hablemos de filosofías ahora!
- No se me irrite Señor Morcillo. 
- ¡Es que me estás poniendo ya nervioso!
- Pero si todavía no hemos comenzado a hablar del asunto que quiero hablar con usted... escuche bien, Señor Morcillo ahora que estamos hablando de hombre a hombre y sin tener en cuenta la diferencia de edad entre usted y yo...¿el hambre de los hambrientos y la sed de los sedientos es cuestión de filosofía o necesidad fisiológica? ¿Es teoría escolástica más o menos aristotélica o es práctica biológica?
- Creo que forma parte de la Biología. 
- Pero lo afirma o tiene dudas existenciales.
- Me parece que lo afirmo.
- Pues sí. Forma parte de la biología de la supervivencia... ¿o no sabe usted lo que es la biología de la supervivencia? Si  no me equivoco, en la Biología se estudia a los seres vivos; así que está bien que comamos y bebamos algo... pero teniendo en la mente que los que han muerto y están muriendo de hambre y de sed ya no pueden hablar... luego es menester que nosotros hablemos por ellos y por ellas para que la Humanidad se entere.
- ¿Por qué no hablamos de eso después?
- Esto no es un juego, Monseñor Arzobispo. No he venido a jugar una partida de tute con usted. La responsabilidad es muy grande y yo busco al responsable de lo que está sucediendo.
- ¿A qué te refieres, jovencito?
- No tengo ganas de comer ni tengo ganas de beber, así que coma y beba todo lo que usted desee mientras hablamos del asunto para el cual he venido hasta aquí. El responsable no va a seguir divirtiéndose por más tiempo. Vamos a ver si él es más inteligente que yo o yo soy más inteligente que él. 
- Mira, joven... es necesario pensar solamente en el futuro...
- Pero es que resulta que para pensar en el futuro es necesario conocer lo que pasó en el pasado... ¿o no es cierto que no existe futuro si no existe pasado?
 
El Arzobispo comenzó a devorar grandes y buenas lonchas del jamón ibérico que se encontraban sobre la mesa y a dar grandes y buenos tragos de vino de Rioja que escanció en su vaso desde la botella, mientras Juan Bautista sólo miraba, pero prefirió ahora guardar silencio por un buen rato. Después de ese buen rato continuó la charla entre los dos personajes...
 
- Según dijo Juilo César "nadie está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo". 
- Pues eso es lo que te estaba diciendo yo. 
- Y yo le aclaro, Monseñor Arzobispo, que nunca se empieza de nuevo si olvidamos que en el pasado también tuvimos que empezar de nuevo; en otras palabras más sencilla, y para que no se atragante usted demasiado, que si no hubo un principio anterior no puede haber un principio posterior. 
- ¿De qué filósofo es ese pensamiento?
- Del filósofo que llevo dentro. 
- ¿Alguno famoso? Yo no he leído a ningún filósofo que diga eso.
- Es que no es un filósofo sino una filósofa. 
- ¡Pues en la Filosofía Clásica no hubo ninguna filósofa famosa!
- ¿Quién le ha dicho a usted que se trata de una filósofa clásica antigua?
- ¿Es, acaso, una filósofa moderna?
- Es una filósofa actual que está mucho mejor que una filósofa moderna.
- De Filosofía actual tampoco conozco a ninguna filósofa; y mucho menos que esté buena. 
- ¿Habla usted de su físico o de su intelecto?
- ¡Dios mío! ¡No entiendo nada!
- No se haga bolas, Señor Morcillo, porque se lo abrevio diciéndole que está buena en los dos sentidos; tanto en lo físico como en lo intelectual. 
- Sigo sin conocer a ninguna...
- Porque vive usted en un mundo súper machista nada más.
 
Estuvieron unos largos minutos en silencio, comiendo y bebiendo el Monseñor Arzobispo y mirando Juan Bautista cómo se comía todas las lonchas de jamón ibérico y cómo bebía, sin apenas darse descanso alguno, vasos de vino riojano hasta que dejó la botella medio vacía. 
 
- ¿Ha terminado usted ya, Monseñor Arzobispo, o tengo que esperar media hora más para que pueda hacer bien la digestión?
- ¡No! No he terminado todavía, pero voy a hacer una excepción en el día de hoy; aunque, claro está, nos vamos a tomar un buen café de "La Brasileña". 
- Oiga... eso de "La Brasileña" es que es café importado de Brasil o es que se lo ha regalado, como parte de su penitencia, alguna mujer de esas que hacen carrera en las calles madrileñas o en la Casa de Campo y la apodan "La Brasileña" porque es, pongamos por ejemplo, de Río de Janeiro? Y no me río sino que hablo en serio.
 
El Arzobispo enrojeció de vergüenza y no dijo nada, por lo cual fue Juan Bautista quien volvió a tomar la palabra...
 
- ¿Dice eso el catecismo de Ripalda?
- Sí. Es lo que se dice en las catequesis que se imparten en las parroquias madrileñas. 
- Pues... esto... sí Señor Arzobispo... ese es un asunto para el día de hoy. 
- Ese catecismo habla de la Caridad. 
- Entonces... ¿podría usted hacer un acto de Caridad conmigo?
- Te repito que puedes comer y beber todo cuanto quieras. 
- No es esa la Caridad que vengo a pedirle. 
- Entonces... habla... habla por favor...
- No he venido para perder el tiempo charlando con nadie. Sólo he venido para que usted haga un acto de Caridad conmigo.
- Pues si no tienes hambre ni tienes sed... ¿puedes decirme ya lo que buscas?
- Sólo quiero que me dé usted, Monseñor Arzobispo Morcillo, una Autorización de su puño y letra, firmada por usted mismo y con el correspondiente sello oficial estampillado en una hoja membretada para que sea válida. 
- ¿Para qué quieres dicha Autorización?
- Porque, con su Autorización bien firmadaa y bien sellada dentro de un sobre lacrado, yo puedo entrar en la Iglesia Parroquial y, al mismo tiempo, Convento de los Jerónimos que, bien sabe usted, se encuentra en la calle Ruiz de Jiménez, número 19, para poder entrevistarme con el fraile Guillermo, antiguo ayudante del "Padre Perra Gorda" de la Iglesia de los Sacramentinos de Madrid, en la calle Alcalde Sáinz de Baranda, número 3. 
- Está bien, pero te advierto que el fraile Guillermo se pasa todos los días haciendo tonterías, pero es un personaje inofensivo. 
- Pues si hace tonterías durante todos los días y es completamente inofensivo... ¿por qué es imposible hablar con él? A mí me gustan mucho los frailes que hacen muchas tonterías porque me divierto a tope con ellos.
- Pero entonces... ¿qué clase de entrevista quieres tener con él? ¿Quizás para escribir una crónica humorística tal vez? ¿Qué pongo en el documento de mi Autorización?
- Escuche bien, el asunto es  muy serio. Nada de entrevista cómica sino de entrevista trágica; algo así como si yo quisiera escribir una obra de Esquilo. No me estoy refiriendo a esos sermones o epístolas de los que ustedes escriben para hablar, desde los púlpitos, los días domingos a sus feligreses para que sean dadivosos aunque el Banco del Vaticano nade en la abundancia.
- Me has convencido del todo. ¿Quién eres? Llevamos un buen tiempo hablando como viejos amigos, a pesar de la mucha diferencia de edad que hay entre los dos, y no me has dicho ni tu nombre completo. Sólo me han avisado de que te llamas Juan. 
- Antes de decirle mi nombre completo... ¿tienes usted buena memoria, Arzobispo Morcillo?
- Tengo una memoria excepcional. Soy el Arzobispo que más y mejor memoria tengo en toda España, en toda Europa y, por lo tanto, también en todo el mundo. 
- Entonces... ¿quizás se acuerda usted de que hace ya años dio la Confirmación a un niño llamado Atilano Eros Amazote?
- ¡Por supuesto que me acuerdo! Era un niño muy especial. Era muy reservado pero muy guapo y muy hermoso. ¡No le he olvidado nunca porque era el niño más guapo que he conocido a pesar de que fuese tan reservado!
- ¿Y recuerda que dos años después usted dio la Confirmación a un niño muy atractivo y, sobre todo, muy interesante porque tenía el aspecto de un bohemio soñador a pesar de lo niño que era y cuyo nombre es el de Juan Bautista?
- ¡Caramba! ¡No me acuerdo del todo bien... pero... esto... déjame concentrarme mentalmente!
- Le puedo ayudar a memorizar diciendo que todos decían que era el hermano de Atilano Eros Amazote. ¿Recuerda usted ya?
- ¡Ahora mismo me viene a la memoria! ¡Claro que le recuerdo! ¡Era un niño muy atractivo y, sobre todo, muy interesante por su aspecto bohemio y soñador! Le miré a los ojos y vi en ellos algo que no había visto jamás en otro niño cualquiera. 
- ¿Qué vio en los ojos de ese niño que se llama Juan Bautista?
- Fue como si estuviera dando la Confirmación al mismísimo Jesucristo, quiero decir a Jesús de Nazaret.  Y ahora, en el documento de mi Autorización, tengo que saber tu nombre completo y tus dos primeros apellidos para poder anotarlos en el documento. 
- Me llamo Juan Bautista. 
 
El Arzobispo Morcillo se resbaló de su mullido sillón y se fue al suelo. Juan Bautista se levantó de su humilde silla de madera y le ayudó a incorporarse. Nuevamente sentados los dos, continuó la charla.
 
- ¿Se ha hecho usted daño, Monseñor?
- Nada. No ha sido nada. Pero antes de que te de la Autorización para que te entrevistes con el tontorrón de fray Guillermo debo decirte algo. ¡Es muy importante!. ¿De verdad eres tú Juan Bautista? ¿Eres aquel niño al que me refiero?
- Exacto. Soy aquel niño que se llama Juan Bautista, unido con alguna amistad al niño tan guapo llamado Atilano Eros Amazote.
- ¡Ya decía yo que tú no eras tan guapo pero sí mucho más atractivo y, sobre todo, más interesante! ¡Hay algo que tengo que contarte de inmediato!
- ¿Algún nuevo misterio quizás?
- Sí. Un misterio que se refiere a ti.
- Como ya estoy acostumbrado a los misterios y las sorpresas... dígamelo... porque misterio más o misterio menos sobre mi persona ya no me importan ni me interesan demasiado. He escuchado tantos chismes, chismorreos, cotilleos, decires y mentiras sobre mí que ya no me afectan para nada. 
- Es que lo que te tengo que descubrir es importantísimo. ¡Tomemos el café mientras te lo cuento!
- Está bien. Hagámoslo más interesante mientras tomamos el café pero seguro que no me va a sorprender tanto como usted está pensando.
 
El Arzobispo Monseñor Crisanto Morcillo González se levantó, sacó un frasco de café de "La Brasileña", que estaba en la estantería, y un azucarero, cogío dos vasos de cristal y añadiendo agua fría, con gran temple, hizo los dos cafés; mientras que Juan Bautista no perdía detalle de todos los movimientos del Arzobispo.
 
- Tengo bastante prisa, Don Crisanto... porque alguien mucho más interesante que usted me está esperando en la puerta.
 
El Arzobispo aceleró sus movimientos y, por fin, cogió los dos vasos de cristal, conteniendo los cafés, y volvió a sentarse frente a Juan Bautista después de haberlos dejado sobre la mesa. 
 
- ¿Qué clase de gente puede ser más interesante que la religiosa?
- Una gran cantidad. Precisamente porque no son gentes sino personas. 
- ¿No pertenecen a los gentiles?
- Ustedes sólo hablan mal de los que llaman gentiles; pero con toda gentileza le digo, e insisto en esto, que hay diferencias muy grandes entre ser personas o ser solamente gentes. 
 
Ambos comenzaron a beber de sus vasos con café...
 
- ¿Seguro que no lo sabes todavía?
- Todavía es una palabra que ya tengo superada desde que tuve solamente siete años de edad... así que no me sorprenderá lo que me cuente.
- ¡Tú no eres hermano de Atilano Eros Amazote!
- ¿Atilano Eros Amazote no era mi hermano?
- ¿Por qué lo dices en tiempo de pasado?
- Porque Atilano Eros Amazote ya ha muerto. 
 
Al Arzobispo Morcillo le dio un sobresalto y brincó sobre el mullido sillón escapándosele unos guertes golpes de tos al atragantársele el café. Comenzó a latir su corazón de manera más rápida que la normal. Pero Juan Bautista seguía observando, con total concentración de sus ocho sentidos humanos y espirituales, los ojos de Don Crisanto Morcillo González.
 
- ¿Ha muerto Atilano Eros Amazote?
- Ha muerto Atilano Eros Amazote. Sin interrogación alguna, Monseñor Arzobispo, sin interrogación alguna sino con afirmación. ¡Ha muerto Atilano Eros Amazote!
- ¡Ha muerto Atilano Eros Amazote!
- Así está mejor dicho. Y ahora cuénteme usted a mi por qué me dice que él y yo no éramos hermanos aunque no me va a sorprender tanto como usted cree.
- Pues que no tenéis los mismos apellidos.
- ¿Es que quiere usted decirme que no pertenezco a la misma familia a la que pertenecía él?
- Exacto. Tú lo has dicho.
- Entonces, aunque no me sorprende demasiado porque cierto día me di cuenta, dígame toda la verdad de este asunto. 
- Te contaré la historia completa. 
- ¿Es una historia o es una realidad?
- Una realidad. Lo que te voy a contar no es un cuento. 
- Me da igual si es un cuento imaginado o un relato basado en la vida real. Adelante. Sin miedo porque le veo a usted un poco nervioso o más nervioso de lo normal. 
- Resulta que, cuando tú naciste, tu madre y tu padre hicieron que te criaras con otra familia.
- ¿Me abandonaron mis propios padres?
- No. Nunca te abandonaron ni tu padre ni tu madre. Sólo hicieron que te criaras con otra familia para protegerte de alguien que te quería matar desde que naciste. 
- ¿Alguien que me quería matar desde que nací? ¿Por qué?
- Porque eres un líder natural muy importante para las Fuerzas del Bien y él lideraba a las Fuerzas del Mal.
- ¿Quién era ese que lideraba a las Fuerzas del Mal?
- ¡El mismísimo Atilano Eros Amazote!
- ¿Y cómo hicieron la barbaridad de criarme en la misma familia desde que nací y pasé toda la infancia y la adolescencia junto a él?
- Porque así era la mejor manera de que no supiese que eras tú ese lider natural de las Fuerzas del Bien. Al creer que era tu hermano no pudo descubrir la trampa. 
- Muy buena historia, Monseñor Morcillo.
- ¿Te he dado una sorpresa?
- No. Repito que siendo yo muy niño un día descubrí que no formaba parte de aquella familia. 
- ¿Cómo lo supiste?
- Una Voz me avisó. 
- Entonces... ¿escuchas de verdad la Voz de Dios?
- Sí. Fue Él quien me hizo conocer a mi chavalilla. Pero volviendo al asunto de cómo lo descubrí es que un día, siendo muy niño y al volver de unas vacaciones de verano que las pasé a solas con unos parientes, al regresar a casa tuve el presentimiento de que no era como el resto de aquella familia. Descubrí que sólo tenía algo muy en común con mi hermana, a la cual despreciaban los otros tres. 
- ¿Y cómo hiciste para sobrevivir?
- Haciendo siempre como que no sabía nada. No me descubrieron porque hice como que no pasaba nada anormal. 
- ¿Y supiste que Atilano Eros Amazote te quería matar si descubría que eras tú ese líder natural de la Fuerzas de Bien?
- Tampoco me pilla de sorpresa eso. Me lo contó un día mi madre. 
- ¿Y no sabía él que tú escuchabas siempre una voz interior?
- La escuchaba y la sigo escuchando. Debe ser la voz que siempre llevo en mi interior para proteger a mi chavalilla y evitar que la capturase. Atilano nunca lo supo.
- ¿Y qué hiciste después de saber que te quería matar si te descubría?
- Continué en silencio, sin decir nada a nadie. Pero me preparé físicamente y fui un gran especialista en ciertas artes marciales para darle a él en lugar de que él me diese a mí. Ninguno de su pandilla barriobajera supo dónde y cómo conocí a mi chavalilla porque a nadie le di ninguna clase de pista. 
- Perfecto. Eres más inteligente que todos ellos juntos... y esto es como la Historia de Caín y Abel. Sólo que en esta ocasión Abel ha liquidado a Caín. 
- No es cierto. No lo maté yo. 
- Pero... ¿sabías el mensaje de Abel?
- También supe el mensaje de Abel. 
- ¿Cómo puede ser eso?
- Contemplando el cielo, una noche, se lo comenté a mi padre sin que ninguno de los otros tres estuvieran presentes. Y mi padre sabía muy bien guardar los secretos. Ninguno de ellos ni de la pandilla barriobajera de Atilano se enteraron. Mi padre no me respondió nada pero vi su mensaje en la mirada. Yo estaba observando a las estrellas y descubrí el mensaje porque siempre he sido un bohemio nocturno mientras que los otros tres nunca lo fueron. 
- ¿Qué descubriste?
- Que Atilano era El Viejo Caín y yo era El Nuevo Abel y que, para cambiar la historia de la Humanidad, era ahora El Viejo Caín quie iba a morir pero no por las manos del Nuevo Abel. Por eso mis apellidos son distintos a los suyos. 
- Cierto es. Tú lo has dicho porque sabes la Verdad. Él se llamaba Atilano Eros Amazote y tú te llamas Juan Bautista Orús de Giuliani. 
- Lo sabía pero tengo que hacerle una pregunta. 
- Estoy dispuesto a contestarte a todas las preguntas que quieras hacerme sobre este asunto. 
- ¿Esto quiere decir que él no es noble y yo pertenezco a la nobleza?
- Exacto. Verdadero. Perteneces a los Grandes de España. 
- ¿Es por eso por lo que tenía tanta envidia de mi hermana y no la tenía de mí porque desconocía mi Verdad?
- Por eso y por otro asunto.
- ¿Que la Princesa me habia elegido a mí?
- Totalmente cierto. Lo que sucedía es que él no sabía quién era la Princesa. Desde que érais muy niños Ella te eligió a ti. Pero a él le hizo confundirse y creyó que a la que había conquistado con sus dotes de donjuan empedernido era la Princesa cuando era otra que no es la Princesa ni pertenece a ninguna casa principesca. 
- Y alguien que lo sabía supo guardar silencio...
- ¿Quién?
- Quizás se sorprenda susted Monseñor Arzobispo pero era yo el que lo sabía y guardé silencio para no caer en todas las trampas que me pusieron para declararlo. De esta manera la defiendo yo a Ella. 
- ¿Y de verdad te callaste aunque lo sabías?
- Sí. Para que no la descubrieran. 
- Cuéntamente todo lo que sabías.
- Poco a poco, Don Crisanto, poco a poco porque no le voy a contar todo; ya que resulta que no profeso ninguna religión y por eso no tengo que hacerle ninguna confesión ni a usted ni a ningún sacerdote de ninguna religión como iba diciendo, por ahí, el mentiroso de Atilano. No le voy a contar nada de lo que sé de mi Princesa. Ni a usted ni a nadie porque tengo mis propios secretos y no los voy a descubrir. ¡Adivínelos usted si puede!
- Imposible. ¡Es del todo imposible que un asunto de esa naturaleza se pueda adivinar!
- Usted lo ha dicho. Porque las adivinaciones no sirven para descubrir nada, absolutamente nada transcendental si el cliente o la clienta no le cuenta su vida al adivinador o a la adivinadora. Y como yo no tengo nada que ver con las adivinaciones no soy cliente de ningún brujo ni de ninguna bruja. Usted ya me entiende por dónde voy cuando digo esto. Contarles tu vida antes de que ellos y ellas te llenen la mente de mentiras. Eso es lo que hacen los brujos adivinos y las brujas adivinas. Les sacan toda la información  que pueden y, una vez conocidos los deseos de sus clientes y clientas, les dicen lo que ya ellos les han dicho. Sólo les cuentan lo que sus clientes y clientas quieren escuchar sin darse cuenta de que sólo son mentiras. Conozco incluso a grandes políticos que han caido en la trampa de ir a consultar a los brujos y a las brujas para poder gobernar bien aunque han gobernado fatalmente mal. 
- Dame un nombre... sólo un nombre para poder creerte...
- Le debería bastar y serle suficiente con saber que le cuento la Verdad pero, para que sepa que sé lo que digo, varios periodistas colegas míos hablan de que uno de eso políticos que acuden a los brujos y a las brujas es, nada más y nada menos, que el Presidente de España, Don Felipe González, y también su ayudante el Vicepresidente Don Alfonso Guerra. Eso han descubierto muchos periodistas metidos en el mundo de la Política... pero yo, por nada de este mundo, voy a hablar con usted ni de políticas ni de políticos, porque paso rotundamente de todos ellos. Es un tema muerto para mí porque no me suscita ninguna clase de emoción ni de pasión. Por eso tengo la mente totalmente sana y llena de ideas y no de ideologías.
- Entonces... como toda nuestra charla ha terminado ya... no es necesaria mi Autorización para entrevistar a fray Guillermo. 
- Perdone usted, Monseñor Arzobispo, pero soy capitán de la policía madrileña calificado como Categoría Especial y sepa que necesito esa entrevista proque todo ha comenzado a unificar las piezas como si de un gigantesco puzzle estuviésemos tratando. La pieza de fray Guillermo es más importante de lo que usted cree en esta investigación. 
- ¡No es posible! ¡Es medio tonto!
- Pues no es imposible porque si es medio tonto quiere decir que es también medio listo.
- ¿Tengo la obligación de darte esa Autorización?
- Según la Iglesia, no; pero según la Jefatura de la Policía de Madrid, sí. Debo descubrir a alguien en nombre de la Justicia
- ¿Hasta dónde quieres llegar, Juan Bautista?
- Eso también forma parte de mis secretos. Ustedes los religiosos hagan todos los responsos necesarios y que Atilano Eros Amazote descanse en paz si Dios quiere; porque del resto me encargo yo. Así que apure el café y escriba ese documento de Autorización tal como yo le he indicado, porque los minutos pasan y pasan las horas y se puede escapar la oportunidad que Dios me brinda para terminar con todo este tinglado. Si tarda más en darme la Autorización entonces tendré que investigar por qué tarda tanto. Yo a lo mío y usted a lo suyo. ¿Comprende?
- Comprendo. No hay nada más que hablar.
 
El Azobispo se puso en pie y se dirigió a su despacho privado por una estrecha puerta que abrió y leugo volvió a cerrar con llave. Juan Bautista, siempre bohemio soñador, comenzó a rememorar mientras esperaba...
 
- Te oyen las abiertas casas que tienen seres humanos escuchando... te oyen hablar de los días cuando vuelves de la enorme cadencia que es este vivir de la literaria conversación con las horas. Te oyen nombrando tus encuentros y tus desencuentros con minutos secretos de tu alma. Todos escuchan tu entender este boscoso laberinto de ideas y pensamientos. Y escuchan tu abrir el silencio para decir que existes. Todos oyen y escuchan lo que cabe dentro de tu universo humano. Te sienten todos al conocerte un poquito más, cuando sales del bosque umbroso del silencio y te expresas en la llanura limpia y desbordada por la luz de tus sentires. Todos te sienten y se detienen a oír y escuchar el acento de tu murmullo, o tu leve llamar por su nombre verdadero a todas las cosas. Por eso no abandones nunca tu espejo humano de palabras, verbos y sentires que pueden dar Vida a la Existencia y el Milagro 16-18 a nuestro Gran Sueño. 
 
Pocos minutos después volvió el Arzobispo de Madrid-Toledo.
 
- ¡Toma, Juan Bautista! ¡Aquí tienes mi Autorización! No he querido poner tus apellidos. 
- No le doy las gracias a usted antes de dárselas a Jesucristo porque es Jesucristo y no usted quien me la entrega. Le respeto pero no le adoro a usted sino a Jesús de Nazaret, el Dios Verdadero. ¡Adiós!
 
Y Juan Bautista tendió la mano al ya muy anciano Monseñor Morcillo para salir, rápidamente, a la calle porque ya estaba deseando volver a estar junto a su bellísima y ecultural esposa ecuatoriana y española.
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Palabras Clave: Literatura Novela Relatos Narrativa Guin Cine.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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