Ángeles detuvo su flamante automóvil Ferrari, de color rojo, ante la puerta del Arzobispado de Madrid, en la calle San Justo, número 2. 

- Me parece que vas a tener que esperarme dentro del coche.
- ¿Por qué? ¿Cuál es el motivo?
- Es imposible que te dejen entrar a tí, preciosa. No sólo porque eres una chavalilla sino, también, por cómo vas vestida. Si te ven estos carcamales les da un ataque cardíaco y se queda toda la curia arzobispal con las patas estiradas del todo.
- Pero eso es una ignominia y un agravio para el género femenino.
- Eso se lo reclamas a Paulo VI. 
- Pues se lo pienso decir si le veo. 
- Nada de nada. De momento ves escribiendo tu carta de quejas mientras yo entro dentro y salgo rápidamente. 
- ¿Pero vas a poder salir de ahí tan rodeado de sotanas negras como vas a estar?
- Rodeado por todas partes menos por una que es por la que pienso salir. 
- Si te cierran la puerta no podrás. 
- Entonces saldré por las ventanas, que es algo que no sería la primera vez que lo hago cuando estoy rodeado de gente peligrosa.
- ¿Has tenido alguna vez que salir por la ventana ante algún acoso femenino?
- En una ocasión me salvé precisamente por eso... pero te lo cuento cuando tengamos un poco de sosiego. 
 
Ella le dio un beso en la cara y le deseó suerte.
 
- Suerte, vista y al toro, Juan Bautista.
- Verás por tus propios ojos que podría haber sido un fantástico torero.
- ¡¡Jajajajaja!! ¡Vuelve pronto, por favor!