En el solitario refugio que me ofrece mi hogar, entre muebles que dejaron abandonados mis familiares desaparecidos. Cerca de una cama amplia que nadie comparte conmigo. Encima de una mesa larga y colmada de libros viejos. Traigo a este mundo puñados de pensamientos, escritos en un papel barato o en un aparato electrónico, los cuales quizás lleguen a ser considerados magistrales o que tal vez no pasen de ser unos míseros lugares comunes, pero son míos, me pertenecen, yo poseo la paternidad sobre ellos, y sin importar que sean geniales o mediocres, eternamente tendrán mi desinteresado afecto. Porque ellos surgieron de mi mente, de mis ideas, de mis lecturas y locuras, y también de mis sueños, miedos, emociones y sentimientos. A elaborarlos dediqué mañanas frías, que me causaron dolor en los huesos, y noches cálidas que me hicieron transpirar como una bestia. Espero que mis pensamientos si tienen suerte; terminen metidos en las frágiles páginas de un libro, expuestos y obligados a recibir: la más condescendiente, cordial y generosa de las alabanzas o la más impertinente, cruel y destructora de las críticas.