Del otro lado
Publicado en Mar 31, 2013
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Qué sorpresa se llevaron cuando decidimos hacerles saber que nosotros pese a que no estábamos teníamos ganas de que sintieran que sí estábamos. Y nosotros los eternos ausentes, los vilmente aplazados con una hipocresía que ofendería al mismísimo Satán, una vez que optamos por rebelarnos ansiamos recuperar lugares perdidos. Primero nos daba bronca ver los gestos de adoración que nos tributaban, cosa rara que cuando conseguían librarse de nosotros, interiormente experimentaban una inaudita alegría y exteriorizaban lo antagónico ahogados por lágrimas.
Se apropian de nuestras cosas, al menos de las que le son útiles, pues aquellas que guardan el impagable valor afectivo terminan en fuegos fatuos de basural. Qué desgraciados. De golpe, usurpan nuestros automóviles, nuestras cuentas corrientes y nuestras casas; nuestra existencia se manifiesta solo de una manera especial: estamos pero no estamos, permanecemos en ellos no como algo concreto y real, si al menos no fuera real pero sí de modo permanente y sentido, pero los muy desgraciados lo hacen sino al revés: nos retienen en sus charlas de ocasión, sin que podamos influir de guisa directa, nos retienen en sus pensamientos ligeros y aislados, pero nuestra contribución es pasiva. Fuera de ello, la nulidad que enfrentamos es aplastante. Sin embargo tuvimos la osadía de dar el primer paso hacia la revolución.
Cuando nos despojaron de las posesiones, resolvimos regresar del destierro atroz  cobijados en las ínclitas y tenaces convicciones que amasamos desde anteriores años a esta parte. Ellos dos, que no merecerían llevar mi propia sangre y linaje, no me dieron importancia, como es bien natural nadie tiene en cuenta a una presunta vieja loca. Allí fue el principio y cada uno de nosotros cumplió su parte a rajatabla. Cuando decidí regresar sentí repugnancia del trato conferido a mi persona. No puedo emitir crítica en cuanto a las pertenencias puestas a la venta, era sabida la situación económica  incómoda que atravesaban y el dinero sirvió para pagar algunas deudas que estaban apremiando. Este, si se quiere, puede ser el lado menos malo, y que menos me enerva. Porque después cometieron sacrilegios imperdonables que ni bien llegaron a mis oídos me forzaron a adoptar esta postura radical;  como la vez que mis ascendientes tomaron partido en la reconquista de Buenos Aires durante las invasiones inglesas. Mi notable apellido ha servido para formar parte de grandes epopeyas.
Y estos dos infelices echan por la borda ciento cincuenta años de prestigio. Más allá de que son unos inútiles, mi avanzada edad era un obstáculo para salir victoriosos en la batalla que pergeñamos, por eso mismo nos reclutamos de común acuerdo otros de mi generación. Forjamos un ejército de temer.
Nuestra guerra no fue violenta. Se gestó de manera sutil. Si nosotros somos demasiado viejos para cambiar el mundo podemos en cambio cambiar nuestras vidas. Para que el cambio se diera efectivamente se hacía necesaria la recuperación de determinados elementos preciados de antaño. El fundamento del plan buscaba un objetivo definido: la casa, con ella nos conformaríamos.
Ellos lo recordarán por el resto de sus vidas, tal como lo explicó él vagamente: actuamos simplemente, sin lugar para instancias inanes. Poco a poco las huestes conformaron un número de soldados dispuestos a todo con tal de reafirmar un derecho pisoteado y no es que les guardemos rencor a Irene y a su hermano, no para nada, sino que consideramos que a los cuarenta años no tienen por qué habitar una vivienda que no les corresponde. En todo caso, tienen la posibilidad de morar en el campo y pasar allí una estancia reposada, rodeados de vacas y cosechas. Cuando sea la hora de que les toque acompañarnos les abriremos las puertas de par en par y amablemente. Y seremos amigos como lo fuimos antes, hasta que llegó eso de la diferencia de edades y de los intereses.
Ahora es justo que le atribuya al hombre un mérito que él nos concedió a nosotros y que es compartido, pues aparece de los dos bandos: si  todo ocurrió sin estridencias ni escándalos, gracias a ellos también. Él desistió defenderse y huyó, cerrándonos el paso con dos vueltas de llave. No voy a demorarme con explicaciones detalladas, pues él lo expresó bastante claramente en el famoso relato.
Pero nuestro propósito iba cumpliéndose por partes, como toda gran obra. Ya teníamos la mitad y si demoramos lo que demoramos en ocupar el sector restante se debió a que en la biblioteca una catarata de recuerdos nos endulzó el corazón y permanecimos como niños extasiándonos con los objetos que como espejos reflejaban hechos del pasado y quedamos suspendidos en la eternidad en pose que oscila entre lo sensible y lo ridículo. No obstante, nuestro regocijo no escondía ni disimulaba el miedo, que se palpaba en el aire, el miedo de dos personas que casi ni dormían, cansados y alertas las veinticuatro horas al menor indicio de riesgo. Presentían que atacaríamos a la noche y no presentían mal, por que la primera vez fue a las ocho y de nuevo sucedió: no opusieron resistencia y se marcharon tal vez guiados por la fuerza inveterada que los convertía en tenedores de al menos un gramo de dignidad. De este modo, nos habíamos reencontrado con pedazos de nuestra niñez, de nuestra madurez, adolescencia y senilidad; un aroma a años vividos invadió impiadoso la casa, aromas que estaban que estaban condenados a persistir más allá de la pertinacia de Irene por renovar el ámbito con aires puros y modernos o con desodorantes, pero contra ellos como contra nosotros tampoco se puede. Se refugiaron cómo y donde pudieron, estoicos como nosotros y ahora disfrutan de esta reconquista antológica. Ahora los días se mezclan con los años en una ensalada de tiempo aderezada por la eternidad, desde luego que no nos fijamos en asuntos superfluos, nos interesa esperar a que Irene y su hermano aparezcan ya listos para ingresar a este ejército cada día más numeroso. A veces algunos infelices tienen la imprudencia de invadirnos, mas eso ocurrió tres veces en total: eran rasos ladrones que en algunos casos solo querían pasar la noche y hacerse con lo más próximo, aquí procedimos de la manera más humana. Los contentamos con cinco mil pesos a cada uno de ellos, dinero que el hermano de Irene dejó en su retirada, como ustedes bien saben. Los ladrones eran hombres de palabra y jamás volvieron por más.
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Foto del autor Hugo Nelson Martín Hernández
Textos Publicados: 43
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3 Comentarios 160 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Es una mirada sobre "Casa Tomada", el célebre cuento de Julio Cortázar.

Palabras Clave: Ficcion Cortázar

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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Sara

Al principio pensé ¿por dónde va mi amigo?
Después me entusiasmó y ya me atrapó la historia.
Yo tampoco sé lo de la "casa tomada", habrá que ir por más.
Gracias por tu texto, es para volverlo a leer
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April 03, 2013
 

Hugo Nelson Martn Hernndez

Muchas gracias Sara, pues te lo recomiendo a ese cuento, al haber nacido en Argentina es inevitable pasar por Cortázar, Borges y Arlt. Casa Tomada aparece en un libro llamado Bestiario si mi memoria no me falla o en cualquier antología de Julio Cortázar, un maestro del relato.
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April 08, 2013

GLORIA MONSALVE

on saludo hugo
desconozco la obta "la casa tomada" pero con tu mirada nos has comprtido un buen argumento para darle una hojeada.
admiro de igual esa manera tan limpia y atrapadora que tienes en tus letras.
me gusto
un saludo
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April 02, 2013
 

Hugo Nelson Martn Hernndez

En Casa Tomada, una presencia extraña echa a la calle a dos hermanos. Gracias por tu lectura Gloria, ya andaré comentando lo que escribes.
Responder
April 08, 2013

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