Confuson de nuestras almas
Publicado en Mar 30, 2013
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Llaménme loco, egocéntrico, y brujo
pero jamás se olviden que fue terrenal.
Ahora, en el mundo de las almas moro,
mas tu corazón, vela por mí.
 
Amelhíon Do Crucerois
 
                                                                    Confusión de nuestras almas
 
                                                                                                                                         París, 1880.
 
Las carretas anunciaban la presencia de una mujer, bruja nigromante y médium como lo era yo. Tomé mi bastón, rápidamente salí de mi hogar cerca del puerto para recibirla con la predisposición que aquella visita ameritaba.
El viento salado del mar cercano acarició mi rostro, la luna brillaba con una intensidad poca vista, por lo que me dispuse a prender una vela blanca, de cebo a mi guardiana Mareia. Suspiré aliviado cuando la mujer recordó mi rostro, ella había sido una pasajera ancestral en el Reina del mar. Me acerqué a ella, sonriente como lo era cuando la noche unía a dos brujos dispuestos llamar, juntos, a sus guardianes.
-  Amelhíon.- susurró ella, con una leve sonrisa que llevaba casi cubierta por su gran capelina negra. Hice una reverencia, besando por encima del guante negro de encaje, su mano.
-Elizabeth.- dije con mi tono de voz habitual. Era una bruja excelente, una médium extraordinaria y hasta ese momento una gran amiga.
 
Una melena rojiza como el fuego salió por la puerta de entrada. Su vestido esmeralda, sus labios carmesí, su piel perfecta hizo que reprimiera una sonrisa como invitación a algo mucho más íntimo, se trataba de mi esposa, Dinorah. La bella mujer que había conquistado vilmente mi corazón.
Carraspeé, las mujeres siempre se miraban de aquella forma, desafiante, poco grata, a uno le tocaba callarse, y seguir sonriendo, evitaría los problemas matrimoniales por el momento.
-  Pasa Elizabeth, la sesión comenzará, ya está Zaire, el Almirante Ross, Minervha, Vladimyro.- comencé a nombrar a todos los presentes.
Zaire, era mi mejor navegante, mi mano derecha, provenía del continente que me había otorgado el honor de Jefe Brujo, le debía parte de mis años a él, por miedo, nunca pudo desarrollarse como médium, su sabiduría provenía de las plantas, de la pimienta y el fuego haciendo que su propio espíritu fuera su guardián.
El Almirante Ross, era un conocido brujo de mar, que nunca quiso zarpar con su barco antiguo, como él lo llamaba al Comodoreh, afirmaba febrilmente que nunca supo como llegó a ser Almirante sin pasar por el mar. Por mucho que su fama de derrotado marinero apaciguara su vida dentro de la sociedad francesa, él era un brujo curador, y sólo el espíritu que se manifestaba en él, con el nombre de Terrem, podía curar hasta la muerte de los niños.
¿Qué decir de mi hermana de magia?, trataré de ir al punto, Minervha es una vieja mujer, de cabellos canos y ojos azules, capaces de volver loco tu sistema nervioso, su espíritu guardián se llama Luminé y es una mujer de luz, viene a darle luz a vivos y muertos.
El gitano. Vladimyro, jefe de uno de los clanes más famosos de Francia y aún así un brujo estafador que no le importa su gente, sólo el dinero de malos conjuros que luego, por petición del afectado tengo que contrarrestar. Él y yo, éramos inseparables, también era un hermano de magia hasta que hizo lo que ninguno podría hacer: Contradecir a nuestro maestro, un viejo gitano que para nosotros era en esos momentos, nuestro guía en la magia. Él tenía un guardián bromista, llamado Mofsetu, un antiguo egipcio que por padecer locura llevó a Cleopatra a la muerte, provocando la culminación del imperio Egipcio. Y ahora, buscaba su salvación.
 
Todos estábamos vestidos para la ocasión, por lo que Dinorah, siendo ella un ser inmortal debía retirarse del cuarto. Zaire fue quien prendió la primera vela, seguido por los dos hombres, luego las dos brujas y, cerrando el vínculo, yo.
Quiero aclararles, mis queridos compañeros de aventuras, que en éstos tiempos, un brujo tiene que mezclar magias, lamentablemente la mayoría de los presentes se manejaban con una magia muy diferente a la de Zaire, que era la que había aprendido a utilizar.
-  Amelhíon Giovannis Do Crucerois.- llamó Elizabeth.- Tú nos has invitado, que sea su guardiana, la Señora Mareia quien comience ésta sesión.- La bruja rubia nos miró a Zaire y a mí. Mi amigo ya estaba tocando el atabaque.
- Elizabeth Marie Mugarthu, no debes preocupes por el sonar de los atabaques, es parte de nuestra magia.- dije mientras me descalzaba. La capa azul descansaba en el respaldo de una vieja silla, la capelina celeste y la pollera azul estaban cerca de la capa, preparadas para la llegada de aquella morena a la cual amaba: Mareia.
 
En medio de ellos, di la indicación a Zaire quien comenzó a tocar con más frecuencia. Mi piel empezó a enfriarse como si hubiera caído al mar, y suavemente, comencé a mecerme como las pequeñas olas del mar, que llegan a la orilla para alentar a los amantes, a los artistas, y por que no, a los brujos. Dando pequeños giros incontenibles, Mareia estaba llegando, y como era de costumbre, comenzaba a ver todo desde arriba.
Su carcajada retumbó los vidrios de la casa, llegó hecha toda una reina, con su capelina y pollera. Miró hacia donde estaba.
“Desde cuando hijo mío gustas de que me vista así”
“Desde que me tiraste por la borda del Reina del mar”, contesté con salvajismo. Ella sólo rió. Se acercó a cada uno de los brujos y los saludó como si los conociera de toda la vida.
- Denme la capa de Amelhíon Do Crucerois.- ordenó ella mientras miraba el fuego de las velas. Minervha, quien la conocía bien, tomó la capa y la coloqué dulcemente sobre sus hombros, mis hombros.
 
En la sesión, le siguió Luminé, que vestía de dorado y blanco, con una capelina que tenía un velo que tapaba parcialmente su rostro. Terrem, apareció discutiendo con Mofsetu quien llevaba sus monedas encima siempre.
Elizabeth, se colocó frente a Mareia, besó su mano y ahí supe que ya no era la bruja sino el guardián de ella.
Mareia era el espíritu femenino del mar, Marem era el espíritu masculino del mar, el guardián espiritual de la bruja Elizabeth.
La sesión se complicó, un aire salado comenzó a embriagar todo a su paso, Mareia y Marem comenzaron a danzar, ella daba giros rápidos, él la rodeaba con su brazo. Era fuerte mirar todo desde arriba, ajeno a aquella danza entre el mar y la arena. El alma de Elizabeth me miraba, sin entender nada y por un momento, mi corazón pareció dar cientos de brincos, hasta que, al volver a mi cuerpo luego de un par de horas, supe de que se trataba.
 
El reloj dio las tres de la madrugada, los otros brujos ya se había retirado, sólo quedaba Elizabeth que sentada sola en el living de la casa miraba un viejo cuadro de mi juventud.
En la cocina, Dinorah y yo ni siquiera nos mirábamos.
- Dino yo…- comencé a decir, me abrigaba mi capa azul, llevaba el bastón que permitía que mis movimientos fueran más rápido.
-  ¡ Ya cállate viejo brujo!- gritó ella, soltando un alarido. Del interior de su boca, se asomaban prominentes sus agudos colmillos.- ¿Quién es ella?¿ Por qué no se ha ido?
-  Dinorah.- suspiré.- Ella es Elizabeth, es protegida por Marem, el esposo de Mareia en el Mundo Espiritual, comprenderás que ambos estamos, entrelazados. Y hasta no superarlo, ella se queda.
 
Tomé un viejo vaso de vino y otro de whisky. Caminé despacio hacia la sala, me senté con un poco de dificultad, entre los vasos y mí avanzada edad, era normal que fuera toda una Odisea.
-  Toma.- le entregué el vaso con vino.
-  Gracias. ¿ Amel?- preguntó mirándome con su cara aniñada.
-  ¿Qué?
-  ¿Eso es cierto?, Me refiero…quiero decir… Mareia y Marem son…
-  Pareja. Sí es cierto.
 
Se largó a llorar.
- Sé lo que significa eso Amel, sentí como mi corazón daba vuelcos, como vibraba, no pude hacer nada…¡Oh Amel!- gritó entre llantos. A lo lejos, se podía escuchar el rugido interno de mi esposa.
- Mira Liz, si te puedo llamar Liz claro.- Ella asintió.- Liz, tu guardián y la mía, son pareja. Perfecto, pero eso no quiere decir que nosotros seamos algo, sí somos compañeros, sí estamos entrelazados, pero nada más.- Acaricié su mejilla, ella podría ser una hija perdida más que una amante. Mi alma, mente, cuerpo y corazón le pertenecía a aquella rosa de nieve, llamada Dinorah.
 
Sólo sonrió. Esa noche quedó dormida en el sofá de la sala, mientras que Dinorah y yo paseamos por la playa toda la noche.
 
- Dime algo.- pronunció mi esposa en perfecto francés.
- ¿Qué?
- Amelhíon…
- Dinorah, cuando tienes sesenta y dos años, ya todos los romances de tus guardianes son conocidos, el primero creí que era mío y por eso casi te pierdo hace unos años. Te fuiste, y volviste, aprendí Dinorah. Te amo a ti y a nadie más.- Tembloroso, tomaba la mano de ella y las besaba.
- Sólo mío.- susurró ella, mientras el mar cantaba un soneto de amor.
- Tuyo, por y para siempre.
 
Y así, la luna fue testigo de una noche de amor, de todas las noches que pasé con ella. Ahora, vago por la calle, soy Señor de los cruces, protejo a cada ser sobrenatural que requiera de mi ayuda, nunca más, supe algo de Elizabeth o de Marem, quizá la misma marea los arrastró hacia tierras recónditas donde la pasión es la razón, y la razón… ¿Es la pasión?
 
Tomé mi bastón, di tres golpes en el suelo, anuncié mi llegada con una carcajada, ahora soy guardián de una enamorada, pero sigo siendo al que ustedes conocen como, Amelhíon Do Crucerois.
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Foto del autor Nela A. Troisse
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Descripción

Palabras Clave: amor confusin sesin amigos brujo bruja vampireza medium mareia

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa



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