Tierra
Publicado en Nov 09, 2008
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Guillermo recordaba cada mañana, cuando cerraba la puerta de lata de su choza endeble suavemente, con los ojos medio cerrados y la cara arrugada por la claridad del sol tras la cordillera, el día en que su amigo Ramón, el Pata chueca, vino a decirle del desplome, y que su jefe estaba entro con 12 mineros, 12 mineros más, mira tú, también jefes, y doce amitas, y quien sabe cuantos niños se quedaban con la misma cara del Guille y la mente vacía y la guata arrebatada. En ese entonces no se levantaba tan temprano, y el sol no estaba en el mismo lugar que en las mañanas del presente, ni Guillermo tenía ya jefe que se le muriera, pero de todas formas recordaba cada mañana, cuando cerraba la puerta de lata de su choza endeble, por dos razones principales e ineludibles a su nostalgia: el vago recuerdo, etéreo y leve del olor característico de la mañana (ese olor que, cuando era pequeño, decía tenía la mañana, y que ya no sentía tras tantos años de trabajar respirando tierra y polvo entre suspiros de aire bueno), y porque ese día se terminó su infancia, la vida lo tomó, lo giró, lo puso en el mismo lugar, y lo volvió hombre, lo obligó a trabajar; porque desde aquel día perdió el sol.
Tomando el camino a la mina, que no era más que un sendero más desgastado y sin piedrecillas por tanto arrastrarse pies, y aún somnoliento por la noche recién pasada, se fue entregando lentamente a los recuerdos, sin resistencia, pues el camino era largo y no sabía que más pensar desde hacía varios años, y entre tanta mañana helada, como aquella donde el perro flacucho de la plaza tiritaba, sintió una vez que recordando cuando era niño, cuando jugaba al sol, se le pasaba un poco el frío, ensimismado en el sofoco ardiente de la región de Atacama.
Prefería recordar los días de sol, evitando siempre la mañana en que el Pata chueca lo despertó. Un par de meses después de eso, el Pata chueca se fue. Dijo que su mama había dicho que no lo quería ver como él, trabajando tan chico. Ese era otro día que Guillermo eludía. Con el Pata chueca hacían lo que se podía entre tanta tierra para jugar a lo que fuera. Se metía uno en un barril de metal, y el otro tiraba piedras, cambiaban las alpargatas de sus madres, iban a ver el tren pasar, atrapaban lagartijas y las paseaban, jugaban a ser mineros. De un momento a otro, Guillermo dejó de ser Guillermo, y volvió a ser el Guille, incluso sobre la voluntad restrictiva de Guillermo, que le gritó enérgicamente que parara, que no recordara tanta cosa, que después no trabajaba bien, que no se dejara engatusar por la memoria, que no, que por favor todo menos el día de la empanada. Pero bastó con que Guillermo lo prohibiera, para que el Guille tomara la palabra en su mente, y otra vez viera la empanada frente a sus ojos, fresca y recién comprada, con el domingo de su jefe para su ama, ahí en un plato a la mesa. Recordó de nuevo la mirada maliciosa del Pata chueca, sintió la maldad dibujarle una sonrisa que le remordía la cara, se quemó los dedos nuevamente al partir por la mitad la empanada, sintió dolor, culpa, satisfacción, miedo, todo resumido en repartir la aceituna, y antes de que llegaran ambas madres, que eran tan amigas como los hijos, ya Guille lloraba de remordimiento y culpa. Tras un reto correspondiente a la gravedad del asunto, y una noche de sueño pesado entre lágrimas arrepentidas, lo apabulló muy temprano la llegada del Pata chueca, que entró y le anunció, y quedó muy atrás, rengueando lo más rápido que podía, cuando Guille corrió para ver el cuerpo destrozado de su padre, ordenado en una fila sepulcral, rodeado de los niños y las esposas y los llantos y la sangre y la tierra y todos negros de carbón, sucias las manos de zamarrear cuerpos inertes y tibios aún, con la tibieza del fondo de la tierra, con el calor de la explosión y el olor de la pólvora y las tripas abiertas, bajo el sol que salía para mostrar desgracia, y para repartir vergüenza, y Guille nunca más fue Guille sino Guillermo, el hombre que ahora con un ladrido del capataz despertaba de su sueño, dejaba de recordar su recuerdo eterno para cargar a su padre al hombro en forma de picota, y bajarlo a la mina, para llegar con una ficha a la choza de madera y puerta de lata.
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Foto del autor Gonchi
Textos Publicados: 7
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Descripción

una parte del trabajo del ltimo trabajo de lenguaje del colegio......al fin

Palabras Clave: tierra guillermo atacama

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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