Rosas Espirituales
Publicado en Mar 23, 2013
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¿ Cúanto darías por un amigo?
¿ Serías capaz de dar tu vida?
Créanme, en ese momento, se asombrarán de cúal es su respuesta.

 
Mi corazón extasiado por las buenas noticias se apresuró a abrir la puerta que me separaba de mis amigos.
Allá estaban, hacía tanto tiempo que no los veía. Sonreí mientras los abrazaba, como era de esperar, mi amiga sonreía, amable, mi amigo, como todo amigo varón, una palmada en el hombro y se terminaba nuestra cálida bienvenida.
Los vidrios propiamente puestos como grandísimas paredes espejadas reflejaban la reunión de tres viejos amigos, que, como era de esperarse, tenían sus secretos.
-         ¿Y bien?- preguntó mi amigo, que para ustedes será Balthazar.
-         Y bien… ¿Qué?- pregunté con una sonrisa oscura en mi rostro.
-         ¿Ni un hola Balthazar?
-         Discúlpame. No lo dije por tu palmadita, querido ingrato.- Estas peleas aniñadas, me recordaban viejos tiempos, cada uno tenía su forma de ser y eso nos convertía en seres únicos.
 
Se acercó a mí y me abrazó, Adelhé, su esposa y mi mejor amiga, estaba muerta de risa por nuestras reacciones, lo que se volvía un espectáculo para todos. Nos sentamos en los sillones blanquecinos de la sala. Mi mamá, ya saben, la mujer que los trajo a la vida y por eso te recuerda todo el tiempo que es dueña de tu vida, apareció vestida de rosa salmón, lo que provocó que largara una carcajada. Ante la mirada fría y maternal de aquella señora tuve que desistir la idea de seguir riéndome. Junto a ella venía mi pequeña hermana con sus amigas, un grupo de demonios con pollera y cámaras de fotos que en otra ocasión detallaré.
Todo se volvió oscuro, sólo escuchaba lamentos, pérdidas y un reencuentro. Lentamente la luz volvió a hacer visible la casa, los rostros y todo lo que uno podía percibir.
-         Dime que viste.- sentenció apretando la mano Balthazar.
-         Nada.
-         No me mientas, que somos grandes para mentiras.
-         Ya te dije que nada.
-         Bueno ya.- cortó la pelea Adelhé, con aquella voz dura, elegante y maternal a la vez.- Se calman, los dos.
-          Si Adelhé.- murmuré arrepentida mientras fulminaba con mi mirada a Balthazar quien, seguramente estaba viendo en su cabeza aquella visión, por su rostro diría que efectivamente se trataba de eso.
Las horas pasaron y nos fuimos poniendo al día, una que otra vez, Balthazar retomaba el hilo de la visión y yo, como una muchacha de dieciocho años que era, desviaba el tema con una pregunta como: ¿ Se les hizo pesado el viaje? O, ¿ A ver cuando nos vamos de viaje?
La luna llegaba a su punto cumbre cuando el grito de Adelhé obligó a todos a levantarse.
-         ¿Qué…qué pasó?- dije mientras bajaba corriendo las escaleras.
-         No sé no sé… de pronto… Adelhé.- comenzó a decir Balthazar, nervioso, caminando de un lado hacia el otro.
-         ¡Te calmas!- grité cuando llegué a la planta baja. A lo lejos retumbó una carcajada.- ¿ Dónde estaban?
-         En la cama… ¿ dónde pensabas que una pare…? Espera, mejor te hago ésta pregunta.¿ Qué demonios te interesa?.
-         Si hay que buscarla hay que saber donde estaban Balthazar y si no logras calmarte te pediré que te quedes aquí. ¿ Entiendes?
-         Pero..
-         Pero nada.
Salí corriendo hacia la habitación de huéspedes, unas gotas de sangre mostraban un caminito que se dirigía hacia la ventana, una daga con una perla roja se encontraba al borde de la cama. La tomé del mango, Balthazar se encontraba detrás de mí, ensombrecido.
-         ¿Qué haces con una daga como ésta?
-         No es mía.
-         No te creo.
-         Si fuera mía la perla sería azul… ¿la pensaste esa?
-         No la verdad que no.- dije confundida. Una lágrima recorrió su mejilla, mi voluntad me volvía a corromper.- De acuerdo, la encontraré, pero tú te quedas acá.
 
Tomé valor, me cambié la ropa de cama por un vestido azul, agarré tres velas, el colgante de mi bisabuela y salí a la calle. Todo se volvió a poner oscuro, el frío recorría todo mi cuerpo, y el agua me sobrepasaba. Por un momento pensé que se trataba de algo normal en mi vida, pero de pronto vi a Balthazar ahogado.
-         Será posible.- dije conteniendo el aliento.
 
Corrí hacia donde no estaba provisto. Mi casa se encontraba cerca de la playa, y en la playa se encontraba un antiguo barco de metal que lentamente comenzaba a hundirse hacia las profundidades del mar.
La arena me impedía velocidad, por lo que me descalcé hasta llegar a la orilla, miré el boté y luego el mar. Suspiré y me eché a nado hasta donde se encontraba la embarcación.
 
Ahí estaba, vestido de negro, con el rostro pálido, desencajado, mirando las olas del mar.
-         Si te vas a matar, por lo menos hazlo como hombre.- dije cruzándome de brazos atrás de él.
-         ¿Cómo llegaste acá?
-         Hola…soy médium ¿recuerdas?...- dije apoyándome a su lado mirando ahora, el mar.
-         Médium inútil.- dijo él riéndose.
-         Esa…esa es otra historia.
-         No comprendo… ¿Por qué te preocupas?
-         Porque son mis amigos.- dije empujándolo hacia adentro.
-         ¿Esto era lo que habías visto?
-         No te incumbe Balthazar… ¿queda clarito? No quiero pelear contigo, no lo haré.
-         Tenemos que hablar Marlene.
-         Mañana, otro día, nunca… ahora a ver donde está Adelhé. Porque… ¿Por eso te ibas a matar no? Y no huyas a la verdad.
-         Podría haberle ayudado Marlene.
-         No podías… no lo ibas a hacer.
-         Gracias, que dulce amiga.
-         Lo digo en serio, tienes demasiadas cosas en la cabeza como para ayudarla, como para llamar a un espíritu, como para trabajar con tu magia.
-         ¿Y tú no?
-         No es gracioso
-         No, no lo es. Responde.
-         No, mi mente está bien.- mentí, cual si fuera Pinocha, mentí.
-         No te creo.
-         No es mi problema.- le di un suave empujón, no necesitaba su habilidad de investigador privado para esto.
-         Espera.
-         Si quieres acompáñame, pero la que va a conjurar y va a realizar las cosas soy yo.- no lo miré, no necesitaba hacerlo para conocer el rostro furioso de mi amigo.
 
En la campiña, cerca de la ruta que conectaba con la Gran Ciudad de Marhem, fundada por un viejo navegante y su hermano, se encontraba Adelhé.
Un círculo de flores, negras al principio, azules, celestes y lilas, amarillas, blancas la rodeaba.
 
-         ¡Adelhé!.- grité eufórica de haberla encontrado.
-         Detente. Mira.- señaló Balthazar a su esposa.
 
Adelhé, tenía todo el pelo en la cara, estaba arrodillada, con las manos sobre sus piernas, miraba al suelo y no levantaba la vista. Adelanté un paso, y en ese instante, de las flores blancas comenzaron a brotar rosas rojas, como la sangre, cubiertas de espinas que la encerraban.
 
-         ¿ Desde cuando Adelhé controla la naturaleza?.- pregunté confusa.- Creí que era médium, vidente, como quieras decirle, como nosotros.
-         Efectivamente es como nosotros. Marlene, no hagas algo de lo que te puedas arrepentir.
-         Ya cállate Balthazar.- mis manos estaban congeladas, me sentía mareada, confundida. Comencé a atravesar el círculo, no hubo problemas hasta que al llegar a las flores blancas, caí.
 
La oscuridad lo invadió todo. De pronto aparecí en la orilla de una laguna oscura, con destellos multicolores que la adornaban, un hombre me señaló con su mano huesuda.
-         Tú.- profirió.
-         Caronte, ¿Te acuerdas de mí?
-         ¿Si me acuerdo niña?  Eres la única alma que ha violado las leyes de la Laguna Estigia. Tienes recuerdos de tus vidas anteriores y pequeña, eso no está muy bien visto déjame decirte.
-         Pero Caronte.
-         Pero nada, desde la Antigua Grecia me estás jodiendo ¿Te crees mucho por ser hija de Tetis, eh?
-         Ay pero que ingenuo eres. Y por todas las veces que te lo dicho… ¡ No soy hija de Tetis!
-         Acaso no es la misma fuerza que pertenece al nombre de ¿Iemanjá?
 
Enojada le apunté al viejo con la daga de perla roja.
 
-         ¿Dónde sacaste eso?,- preguntó reculando hacia atrás.
-         Primero, que te quede claro eso. Si fuera hija de Tetis sería una heroína, mitad mortal, mitad humana y qué crees… ¡No lo soy! Segundo, ¿ Te asusta ésta daga?
-         No me asusta, Mistéphone, no me asusta. Pero, esa daga pertenece a éste reino, ¿qué hace en tu mundo?
-         No me gusta que me digas por mi primer nombre Caronte, porque te puedo llamar de la otra forma que no te gusta… No sé dímelo tú, ya que sabes todo el chusmerío.
-         Primero, entrarás a la laguna.
-         Ni muerta.
-         Adivina que, pequeña ilusa
-         ¿Qué?
-         Ya lo estás.- sonrío, haciendo ver sus dientes irregulares y carcomidos por los años.- Eres mía ahora. La daga es de Hades, o ¿ cómo le dicen en tus creencias?.
-         No te incumbe.
-         De acuerdo, la daga es de no me incumbe. ¿Murió alguien? Claro, además de ti.
-         Una amiga. Es…
-         De cabellos oscuros, ojos verdes como el mar, sonríe, un encanto.
-         ¿Qué le hiciste?
-         No está acá, su guardiana, se la llevo para su pueblo.
-         ¡Me estás haciendo una mala broma!
-         No, nunca bromeo Mistéphone.
-         Ojo, no gastes mi nombre…
-         Será posible que siempre sea así esto, primero, tu corazón fuerte, segundo, ese don que te acompaña, tercero, siempre mueres joven, el día que te vea vieja y arrugada te doy un premio. Si quieres, mi guadaña. Y por último, esa manía tuya de no meterte a la Laguna Estigia y olvidar tu pasado.
-         Te equivocas, yo me meto, pero los recuerdos quedan.
-         ¡ Mentira!
-         Verdad viejo haragán.
-         ¡ Ya basta!.- gruñó la voz de un hombre.
 
Pálido, vestido de negro, de ojos oscuros ahuecados, con un bastón con calaveras, se presentaba Hades.
-         ¡Será posible!
-         Lo siento Señor, Rey de reyes…
-         ¡Hades!.- apunté con mi daga.
-         Vaya vaya… has vuelto. ¿Cómo te llamas ahora?
-         Marlene.
-         Has vuelto Marlene, se extrañaba tu voz y presencia.
-         ¿ Qué le hiciste a mi amiga, Hades?
-         La maté…- profirió una carcajada.- ¿Es que no es obvio?
-         No entra en tus almas, no es tuya, para nada.
Hades, se acercó, levitando hasta que su mano tomó mi cuello aprisionándolo.
-         Mistéphone, de humana dabas asco, siendo vidente, eras una molestia y ahora que tus dones se han ampliado, eres un verdadero grano…digo, Eres un ser peligroso.
 
En ese momento, donde ya mi forma de ser resultaba más molesta que graciosa apareció él. Vestía de rojo, de pies a cabeza, su sombrero tapaba sus ojos de fuego, su capa flotaba con el viento del Inframundo.
-         ¿Qué demonios haces tu aquí?
-         Buenas noches, pequeña…- estiró su mano.
-         ¡ Ángelus, no me dejes hablando sólo!.- decía Hades echando lenguas de fuego.
-         Tu amiga te necesita pequeña.- susurró a mi oído, mas me temo que ésta vez no vas a volver a la vida.
-         ¿ Por fin estaré contigo?.- pregunté aniñada.
-         Permanecerás en las sombras, pero luego… te doy mi palabra que estaremos juntos.
-         ¡Vaya!, me has dicho lo mismo que él y ya sabes lo que paso. No volvió.
-         Si volvió.
-         Así no vale.- lo fulminé con la mirada hasta que me rodeó la cintura y me acomodó en su pecho.
-         Yo no lo haré. No te abandonaré.
 
Había vuelto, veía mi cuerpo inerte entre las flores blancas que se había convertido en rosas blancas que largaban un perfume especial, como de vida. Balthazar estaba donde lo había dejado, le costaba respirar, perder a su esposa y a su amiga, no creo que fuera bonito. Pero a su esposa la iba a recuperar, no había ido hacia el Inframundo, tomarle el pelo al viejo Caronte, enfurecer a Hades, ser rescatada por Angelus para que mi amigo sufriera.
Como el mismo viento, atravesé las espinas de las rosas.
-         ¿Señora?
-         Buenas noches pequeña.- susurró mirándome, con los ojos de mi amiga convertidos en negro.
-         Disculpe, pero… su hija tiene que volver.
-         ¿Ha llamado a su señora que usted está como alma, pequeña?
-         No Señora, he muerto para salvar a mi amiga, mi señora, mi señor, nadie sabe lo que pasó.
-         Pronto estará junto a ellos. No va a volver a la vida.
-         Lo sé.
-         ¿Y sus amigos?
-         Estarán bien sin mí.
-         Devolveré a mi hija, ahora que no hay peligro.- dijo la mujer, levantándose, las rosas se volvieron destellos rojizos, estallando en miles de pétalos.
 
Y he aquí donde yo me siento entre las rosas blancas, junto a mi cuerpo frío, inerte, muerto y veo la vuelta a la vida de Adelhé.
 
-         ¡Balthazar!.- grita ella
-         ¡Adelhé!.- grita él.
 
Se unen en un beso que sobrepasa las películas de romance. Y pensar que sería una reunión de amigos, normal. Me olvidaba que en nuestras vidas nada era normal. Algo en Balthazar había cambiado, pues sus ojos oscuros se volvieron azules por un momento.
-         ¡Marlene!.- gritó y corrió hacia donde estaba mi cuerpo, traspasándome a mí.
-         ¡Mar!.- gritó Adelhé, llegando para encontrarse con la funesta noticia.
 
Balthazar me tomó el pulso, y su cara se desfiguró, si no hubiera estado en el plano que estaba hubiera pensado que su guardián acababa de llegar pero no, algo en su interior lo había provocado.
-         Marlene…- suspiró dándome vuelta, para ver mi rostro. Parecía que estaba durmiendo la siesta, salvo por el color de mis mejillas que se acercaba más al color de una estatua que al rojizo.
-         ¿ Qué que pasa amor?.- preguntó Adelhé.
-         Marlene… está… está.
-         ¡Muerta!.- grité enfadada.- ¡No es muy difícil de decir Balthazar!
-         Muerta.- dijo al fin, dejando en paz mi materia.
 
Adelhé y él se alejaron, tomados de las manos, con su amor intacto. Suspiré, una rosa me despertó de la nostalgia propia de perder tu vida.
-         Ángelus.- susurré tomando la flor.
-         Marlene, vamos…
-         No, tengo que hacer algo antes…- dije tomándolo de la mano.
 
Concentré todas mis fuerzas para poder aparecerme ante ellos, aprovechándome de sus facultades de médiums que les eran propias. Sentí un cosquilleo, una ola de calor me atrajo hacia ellos.
-         Adelhé, Balthazar…- murmuré tratando de tocarlos, pero no podía.
-         ¡Marlene!.- dijeron al unísono.
-         Tenías que ser imprudente… como siempre, ¿Verdad?- me retó prácticamente Balthazar.
-         Y tú tan desagradecido como siempre…- sentencié fría.
-         No es que no te agradezca que hayas vuelto a Adelhé a la vida… ¿Pero tenías que morir? ¿Nunca nada completo, verdad?
-         ¡Te tranquilizas o pido permiso y te llego en tu cuerpo, te hago bailar y juntar florcitas!
-         Pensaba que estando muerta, ibas a ser más seria. Me parece que me equivoqué.- dijo riéndose mi amigo. Adelhé le dio un suave empujón.
-         Te vamos a extrañar.- siguió diciendo mi amiga.
-         No se preocupen que cuando suenen los tambores, voy a estar allí, junto a ustedes, como en vida. Saquen para ustedes, dos rosas blancas, así me recordarán.- dije con una voz tranquila y elegante, nada más alejado a mi voz en vida, sintiendo que el frío volvía a aprisionarme y que el cosquilleo volvía, les desee suerte.
 
Y así comprendí que el amor podía vencer cualquier barrera, Balthazar y Adelhé, felices, Ángelus y yo, felices, juntos, enamorados.
Desde aquel entonces, acompaño a mi amado, soy ese alma que ayuda a los guardianes, y siempre dejo, para quien necesario y sobre todo si encuentro a mis amigos, una rosa blanca al lado de sus cosas.
Y el corazón, de pronto dejó de latir, pero no por eso mis sentimientos, hacia mi familia y a mis seres queridos. La vida es un hilo, y hay veces que, por un amigo, nos jugamos la vida, sólo, porque el o ella está presente en todo momento.
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Foto del autor Nela A. Troisse
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Descripción

Una joven bruja tiene que rescatar de las garras de Hades el alma de su amiga.

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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fantasa



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