Muchos creen que la apariencia hace de una persona el mejor ejemplo de un estereotipo calificado y clasificado como una personalidad. No solo estas teorías son falsas sino que la calidad de la mentira traspasa mi pensamiento sarcástico y mi humor certero. Puede que mis palabras sean escrúpulos para los que realmente saben de lo que yo nunca podré enseñarles porque no me ocupo de la educación de las almas. Mis anhelos son los deseos de mi existir y mis metas son la esencia del porqué debo luchar. No admiro las figuras santas porque solo son representaciónes de lo que realmente debemos amar.
Un Dios es mi Dios y no cambio la presencia de la tranquilidad y la suave tristeza que me da el poderme acoger al amor sincero de un ser divino. Siento mi culpa y desesperación al pecar constantemente contra lo que soy y lo que se dice de mi. Mi precisión en tratar de encajar en mi propia superstición me hunde en una historia de ficción. No puedo presentar mi renuncia al empleo de mi vida cuando realmente obro en este mundo sirviendo al poder divino con la unica paga del propio esfuerzo. No me gusta conocer gente que dice lo que ve y cree de mi sin sentirse cercanos. Me convence la ironía que el compromiso trae pero decepciona la intención por la que sale.
En una cosa me inspiro, en otras me ilusiono pero realmente ajusto la sintonía de los capaces de escuchar. Son las palabras las que me dan fuerza para para hacer que lo que veo lo sepan los demás. Un nuevo rumbo es un simple ajuste que he tomado para creer en lo que siempre me ha dado fe.