Cuatro sobre el estrado
Publicado en Jan 26, 2013
Prev
Next
Image
 
 "Es inútil volver sobre lo que ha sido y ya no es."
Chopin, Frédéric
 
Pereceré bajo el juicio de las calamidades. No le importo a nadie y nadie me importa…
Mis dedos hacen finos garabatos en la ventana empañada. Siguen una línea y luego otra.
Gentuza vestida con costosos y disparatados abrigos corre graciosamente bajo el furioso temporal hacia sus relucientes autos último modelo. Pienso que apenas puedo costear este claustro de la soledad que tengo por casa y ellos ostentan sus riquezas enfrente de mí ¿Qué los hace mejor que yo? ¿Qué los hace merecedores?
Me toco el rostro. Esta frio, áspero y las prominentes ojeras que me causa el insomnio le dan el toque final a la miseria .No sé cuando acabe convirtiéndome en una máscara absoluta para noche de brujas.
Lo siento viviendo en mi cabeza. Al comienzo solo fue una repetición del mismo sueño, una y otra vez. El capullo era inofensivo. Se hallaba en medio de la oscuridad, latiendo como el corazón de un recién nacido. Durante mucho tiempo fue de esa manera. En ese entonces yo trabajaba como portero en un colegio privado de Reducción. Un sueldo mínimo abastecía mi cuenta bancaria y me ayudaba a cumplir, de vez en cuando, algunas de mis pobres necesidades personales.
Conseguí una Keeway 150 bastante económica, que me acercó todas las mañanas  a la puerta del colegio. Ahora reposa como un recuerdo insulso en el garaje del departamento.
Y el sueño era solo eso. Nada más que una escena tranquila de una cinta muda, que no despertaba en mí el más mínimo susto o interés. Aunque era extraño tenerlo casi todas las noches, no tenia motivo de preocupación, otras inquietudes había en mi consciencia en ese haber.
Sospecho que fue en el momento en que el capullo creció y se abrió cuando comenzaron las horribles jaquecas. El desarrollo de la maléfica planta en el interior de mi mente me llevo a comprar incontables medicamentos para conciliar el sueño y disminuir el cansancio. En mi locura, arme una burda imitación del Partenón con todas las cajas y recetas pertenecientes a los narcóticos ya nombrados. Quedo bien, ni el viento que se escurría por la ventana lograba moverlo o inclinarlo de la mesa de luz donde había sido colocado.
Amo esta tormenta. Sé que no soy el único que se encuentra encerrado. Aunque puedo sentirme muy a gusto conmigo mismo al saber que este desamparo y aislamiento no son solo cuestión mía… al menos por hoy.  Y de acuerdo con los días bellos donde el sol es rutilante, tengo que obedecer mi estado mórbido y ser lo mismo que soy ahora, un alma perturbada por sus pesadillas.
No puedo dormir por miedo a incitar al parasito a crecer más. Me convertí en un esclavo de mi propia razón. De mi propia mente. Y mientras tanto ellas me miran. Son cuatro. Creen que no lo sé, pero las descubrí espiándome mientras hablaba en lo oscuro. Las oí fornicar lujuriosamente entre ellas. Las atrape en el acto cuando me atribuían el seudónimo de chivo expiatorio. Para ellas no pretendo ser más que un sacrificio, un envase carnal, conducto para la nueva vida que comienza a existir en mis profundidades. Antes no lo entendía, pero me calificaban en todo momento. No las soporto pero convivo con ellas. Me escupen en el rostro cuando pueden, pero a veces se muestran un poco comprensivas y les demuestro que sigo siendo humano, que no estoy perdido todavía. Y así mismo caigo en la desdicha de ser el centro de su propio universo, el blanco fácil para todo lo que se les ocurra soltarme. Y no puedo seguir así. Hoy, la molestia se muestra peor que nunca. Me hierven las venas. Las surcan sustancias chocantes y desconocidas. Me urge salir afuera como nunca antes lo quise. Lo deseo después de tanto tiempo al cuidado de estas verborrágicas madres adoptivas. Tengo que cerrar los ojos y dejarme llevar por este repentino apetito de naturaleza. Me animo…
La hierba se abre paso como una deslizante pagina de cera verdosa ante mi presencia. Reconoce por sobre todas las cosas al simbionte que respira el mismo aire a través de mis pulmones.
Los arboles observan mi lento y penoso caminar, pero dudan en hablarme. Como perros secretamente azotados, esconden sus miradas y eligen el silencio.
Camino y camino. La noche que venía rasgando mis talones como un moscardón de plata me alcanza en medio de un descampado. Sospecho, puedo ver, que debo estar alejado por unos cientos de kilómetros, si mi sentido de la orientación no me termina de fallar. Ni siquiera puedo ver las luces de la ciudad cosquillear el cielo estrellado. Me encuentro solo pero para nada desprotegido. Lo siento en mi cabeza susurrándome fragmentos vagos de vidas pasadas. Me habla de la infinidad del tiempo y de la necesidad de su raza por adquirir soporte. Tampoco puedo dejar de notar la mente inundada por líquido. Mis fosas nasales comienzan a acostumbrarse a la sensación de ahogo, del agua entrando y saliendo. Sin darme cuenta empiezo a evolucionar por causa de los deseos vitales del simbionte mismo. Es conveniente si pretende sobrevivir a través de mi e interactuar con el resto del mundo. Y es en aquel mismo instante cuando escucho lo que ellos llaman y oran como el Cantico del Genoma. Va y viene. Una suave brisa otoñal lo desplaza como un pincel sobre la tierra. Me adormece como si me hallara en los brazos de una deidad griega y como los narcóticos nunca supieron hacer. Mi cuerpo anestesiado prosigue bajo las órdenes del parasito cerebral. Así, me conduce hacia una pantanosa hondonada cerca de un inesperado rio, donde se lleva a cabo lo que parece ser una velada de integración.
Me siento desvanecer. Todo lo que fui se muere en un instante. Y a nadie le importa.
¡¡Amalgahma Agrupta¡¡ ¡¡Motrahg Rupta¡¡
El vínculo con el simbionte es cada vez más profundo y a esta altura ya tiene control total sobre mi persona. Por otra parte mis ojos son como grisáceos ventanales de una casa ajena, veo como las raíces engendradas se expanden por mis lados. Tratan propasadamente de huir de este cuerpo, lastimando cada fibra, cada hebra de mi estructura. Nacen de todos mis orificios y se asientan ferozmente en el nuevo suelo.
¡¡Motrahg Rupta¡¡  ¡¡Motrahg Rupta¡¡
El ominoso cantico, de una lengua antigua que no debería ser entonada, profana el ambiente. Son miles los individuos que se desgarran la piel y muestran en dolorosas etapas a su indomable anfitrión. Que tras violencia pura y gritos inhumanos brotan como indigestados fetos desparasitados. Se lamen entre sí incontroladamente. Despegándose uniformes trozos de placenta ulcerada. Poco a poco el equilibrio se vuelve a establecer y con ello se va evidenciando la desproporción de órganos humanos regados por todo el piso como la obra de un pintor  fuertemente trastornado. Pero ese no parece ser el fin. Lo que logro ver, porque está claro que mi esencia, para no decir alma, sigue conectada con la abominación vegetal, es a todas las criaturas reptando hacia un edificio en ruinas que se alza sobre un islote cerca de la costa del rio. Algo los atrae a ese lugar. Los llama con un susurro espeluznante. Van sobre las piedras ensangrentadas como ramas serpenteantes. Nada los detiene. Van directo hacia el halo de luz purpura que los reclama por entre las grietas. No sé lo que es o que esconde ese lugar terriblemente ignorado y anónimo. Porque ahora que mi voz no importa, que mi vida no importa, colapso y me entrego a la idea de que soy yo el parasito en la mente de alguien más.
 
M. M Alvarez
 
Página 1 / 1
Foto del autor M. M Alvarez
Textos Publicados: 1
Miembro desde: Nov 22, 2012
0 Comentarios 408 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Comienzo sobre una serie de relatos sobre Reduccin.

Palabras Clave: Misterio Terror Plantas Sangre Naturaleza Ciencia Ficcin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



Comentarios (0)add comment
menos espacio | mas espacio

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy