A ti te doy, mi vida, a manos llenas
lo que resta de mí y mi esperanza.
Mis charreteras de peregrino
y mi investidura de eterno pasajero.
Dejo mis contristaciones ante tus pies
para que las condenes y las cremes.
Los torbellinos han girado en mi, diligentes
y he sido altanero, procaz y hasta profano.
Pero tú eres la paz que yo esperaba
y tus bucles son arroyuelos para mis murmullos.
Ante ti pongo mi incoherencia:
Perdido y errático he andado por el mundo.
Me he detenido en muchos puertos arcanos
y tocado otros rizos y caricias.
Pero nunca antes sentí latir así mi corazón:
Tembloroso y trémulo debajo de tu luz.
A ti me entrego para amarte y servirte
y llenar de armonía y seguridad el resto de tus días.