LOS MEJORES AOS DE MI VIDA
Publicado en Dec 14, 2012
Prev
Next
Image
                                                                                                                                                                                                                                                                             
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Era un día de otoño.
En la cabina de un camión, mis padres mis hermanos y yo, nos dirigíamos rumbo a nuestra nueva vida.
Veníamos de la soleada Castilla, en  la cual habíamos nacido y vivido todos. Yo contaba diez años.
No me hacía ninguna ilusión el cambio. En la ciudad había dejado mí colegio, mis amigas y para mí en aquel entonces el mejor lugar del mundo.
Llegamos un día doce de Octubre.  Recuerdo que cuando llegamos era ya entrada la noche.
Mi padre lo tenía todo preparado. Cenamos y nos fuimos a la cama todos.
El nuevo lugar donde nos instalamos, dejaría mas tarde en mí una huella imborrable.
Se llamaba,  y se llama ¡ Sotiello! Y es un pueblecito precioso de Asturias.
La primera impresión fue como poco, decepcionante.
Mi padre, nos había hablado muy mucho de las maravillas de Asturias.
Pero aquella mañana cuando mí madre abrió las contraventanas.¡ La niebla era el único paisaje que se podía ver!
¡Dios mío! Que decepción. Todas las maravillas que nuestro padre nos había contado, se habían convertido en humo. Una niebla espesa que no nos dejaba ver más allá de nuestras narices.
Me disguste tanto, que no quise desayunar, y eso que para mí lo de la comida era muy importante.
Yo entonces era bastante reservada. Así es que en vez de protestar, decidí que mí padre tenía la culpa y en unos cuantos días no le dirigí la palabra.
Mi padre, lejos de enfadarse se reía de mí. Cosa que me fastidiaba aún más.
Pasaban los días y yo seguía viendo la pertinaz niebla, y seguía enfadada con mí padre por habernos traído a un lugar tan triste.
Como la niebla seguía clavada en la ventana y yo me aburría como una ostra, decidí hablar con  mí padre. Por lo menos me contaría como era el pueblo.
Pero me equivocaba. Mi padre me dijo que era precioso y que ya lo vería. ¡Te vas ha llevar una sorpresa! Me dijo
La sorpresa seguía sin aparecer, y ya habían pasado  dos semanas más.
Teníamos una casa muy bonita. Ahora recuerdo aquella maravillosa escalera de castaño y el olor de aquella casa.
Paso otra semana y como es natural, empezamos mis hermanos y yo, a ir a la escuela
La verdad es que esa escuela fue más tarde muy importante en mí vida, y montones de recuerdos se instalaron en mente y todavía siguen allí.
También la escuela tenía una escalera ancha y el característico olor del castaño viejo.
Muchísimos niños y niñas se levantaron de sus asientos para saludarnos, cuando mis hermanos y yo entramos en la clase.
La profesora hizo una breve presentación y luego nos asigno un lugar para cada uno. Bueno. Pensé yo. Por lo menos hay niños y niñas.
Me hizo mucha gracia que estuviesen todos en la misma clase.
Me gustaba la escuela, pero yo seguía maldiciendo la niebla.
Aquella mañana, yo no esperaba ningún cambio.
Abrí las contraventanas medio dormida.¡ La habitación se lleno de luz de tal forma que tuve que cerrar los ojos!
Cuando los abrí de nuevo, no podía creer lo que estaba viendo.
Quise gritar, pero mi boca se quedó abierta durante largo rato sin pronuncia ni una sílaba.
Mí retina no podía asimilar aquella maravilla.
Un cielo azul brillante, un verde brillante, todo era brillante. Los verdes prados cubiertos de una ligera helada, contrastaban con los  miles de colores de su alrededor. Bosques maravillosos de colores impresionantes. Árboles por todas partes, montañas enormes por todas partes, pequeños grupos de casas colocados por las montañas, casas con unas galerías preciosas, una iglesia pequeña, un río...
Era demasiado.¡Debía de estar soñando!
Salí disparada hacía el pasillo llamando a mí padre.
Tal era el alboroto que desperté a todo el mundo.
¿Qué té pasa hija? Preguntó mi madre, mientras con cariño me abrazaba.
¡Qué ha salido el Sol! Dije, luego me abrace a mí  padre llorando.
Yo no sabía por que lloraba, pero todos se reían de mí. A mí no me importaba.¡Había salido el Sol! Y aquel lugar era precioso. Mejor dicho era inigualable. Aquel día volví a olvidar el desayuno.
Hacía frío en la escuela. en el medio de la clase, una vieja estufa atizada por el carbón que todos los niños llevábamos cuando nos correspondía, daba calor a la escuela.
Esa estufa, se trago unos meses después mi colección de cromos, por yo tener la lengua muy larga.
La escuela tenía un corredor enorme que daba a la carretera. en ese corredor, las niñas cosíamos mientras los niños hacían cuentas o cortaba leña para la dichosa estufa comelotodo. A pesar de que se  tragaba todo lo que la maestra nos pillaba, tebeos, mariquitas, cartas. en fin. todo lo que no deberíamos llevar a la escuela.  La estufa, era nuestra aliada.
Cuando escaseaba el carbón, la maestra nos mandaba a la hora del recreo a buscar los característicos “garbos” de leña.
Aquello, era una aventura, sobre todo por que no volvíamos a clase en toda la mañana.
Por la tarde la maestra nos castigaba a todos sin comer al día siguiente.
Claro que nada más que ella desaparecía, uno a uno nos largábamos por el corredor. Cuando volvíamos a clase no caía otro castigo. Casi siempre nos ponía de rodillas mirando a la pared o nos encerraba en un cuarto oscuro.
No sé como la pobre mujer podía soportar aquella pandilla de locos bajitos. Éramos tantos...
Fueron años maravillosos los pasados en aquel pequeño pueblo en el cual yo aprendí cosas muy importantes, y que no olvidaría en mí vida.
Lo compartíamos todo. Juegos, bocadillos, premios, castigos y un sin fin de cosas más.
Cierto día, ya no me acuerdo muy bien por que, la maestra me castigo sin comer.
Yo estaba desesperada, el estomago hacía unos ruidos escandalosos, y yo añoraba los garbanzos que preparaba a diario mi madre.
A mí la verdad es que no me hacían mucha gracia, pero si lo llego a pillar entonces no hubiese protestado lo más mínimo.
Estaba ya en el colme de la desesperación, cuando una carita que a mí me pareció una aparición, asomaba sonriente detrás de los cristales que daban al corredor.
La carita era la de mí hermana, que enarbolaba un hermoso bocadillo.
En cuanto yo vi el bocadillo, me lance como un tiro para abrir la puerta. Allí estaba mí hermana que sonreía,  con el preciado bocadillo.
Sin decir palabra me lo entregó, con cara de ¡ “Para que veas” ¡
Y luego saltó del corredor a la carretera. Solo sería un metro de altura y no le costo ningún esfuerzo. Más que nada por que era ágil como gato. Si llego a ser yo seguro que  me estampo en el suelo.
Cuando llegaron los niños más tarde, yo me había dormido.
Cuando regresó la maestra, traía en la mano un bocadillo. Me dijo: ¡Sal al corredor y comételo! Era una orden, que yo cumplí a rajatabla.
El bocadillo que mí hermana me había traído era de chorizo. Luego supe que se lo había robado a  mí madre, aunque esta se lo había dejado robar,  claro está.
El de la “Profe” no estaba mal, y yo ya no tenía hambre pero me lo comí igualmente. el resultado fue una gran “Fartura”  (Como decían mis amigas)
Otro de mis recuerdos es mi querida enciclopedia. Era el único libro que teníamos. Era para todos igual. Para los mayores y para los pequeños.
Un solo libro y cuando terminábamos la edad escolar sabíamos de todo un poco.
También recuerdo las pizarras y los pizarrines. Sobre todo los de  “Manteca” que se rompían tan fácil. Los mayores usaban pluma y tinta.  Aquel frasquito de tinta “Titan” que todos los pequeños deseábamos. Luego la odiaríamos por los dichosos borrones que nos costaban más de un castigo.
Eran tiempos maravilloso. Supongo que nos faltarían muchas cosas, pero no las necesitábamos. Nos divertíamos de mil maneras. Nos bañábamos en río. Aquel río de aguas tan limpias y tan frías que bajaban del puerto. No teníamos traje de baño. Yo ni siquiera sabía que existían, pero eso tampoco nos hacía falta. Nos bañábamos con un vestido viejo, o  con  aquellas enaguas   de tela que nos hacían nuestras madres.
Los baños en el río, además de divertidos eran una verdadera odisea.
El mayor problema eran los chicos. No se como se las arreglaban que siempre daban con nosotras y claro a la hora de vestirse, aparecían y los gritos y el escándalo eran  impresionantes. ¡No podíamos con ellos!
Cansadas de tanto fastidio, un día decidimos vengarnos. ¡Les robaríamos la ropa!
El problema era saber donde la escondían. Ya habíamos pensados varios lugares, pero no dábamos con el lugar.
Entonces, yo que siempre tuve mucho de espía, enrolle a mí hermano mayor de tal manera que me enteré  más o menos donde se cambiaban.
Como para acertar. Los condenados se cambiaban En
¡El pórtico de la iglesia! ¡Con el pecado tan gordo que era eso!
La verdad es que en aquellos tiempos todo era pecado.
Yo asustadísima, se lo conté a mis amigas, que me escuchaban con la boca abierta. ¿Pero como se les había ocurrido?
Tuvimos muchas dudas, pero al final decidimos pecar todas.
El cura nos mandaría un rosario de penitencia.
A mí me daba igual por que ya de mano pensaba no rezarlo.
Lo planeamos todo, y cuando los chicos se metieron en el río, les robamos la ropa.
Al principio pensamos, que les haríamos rabiar y luego les devolveríamos la ropa.
Pero  la cosa se complico.
Habíamos llevado la ropa de los chicos a una cuadra cercana.
El problema surgió luego, cuando el dueño de la cuadra cerro y se llevo la llave.
¡Dios mío la que se armó!
Los chicos como siempre, muy chúlos, salieron del río y se fueron derechos al  pórtico de la iglesia.
Todavía recuerdo la cara que pusieron todos, cuando en el sitio de  la ropa estábamos por lo menos doce chicas muertas de risa y tomándoles el pelo.
Ese día me  di cuenta por primera vez, que los hombres sin los pantalones, además de ridículos están completamente indefensos.
A mí, me dolía todo el cuerpo de reírme, y los pobres chicos se acordaban de nuestras madres de mala manera, además no paraban de temblar, no sé si de vergüenza o de frío.
Mi hermano me amenazaba con decírselo a nuestra madre, y empezó a gritar llamándola.(Nosotros vivíamos cerca del río)
Total, que mí madre se asomo a la ventana, y todas las chicas salimos disparadas. Yo,  que no sé si es que soy muy valiente o tónta de  remate, me volví y les dije:¡ Están en la cuadra de  Luciano! Luego salí corriendo pero a pesar de que corría como un gamo, me propinaron una buena pedrada.
Nosotras ya lejos seguíamos pendientes de ellos.
Fueron como balas hacía la cuadra. Cuando se dieron cuenta de que estaba cerrada, la cosa fue a peor y todos acabaron desnudos en la casa de mis padres. Por lo que además de la pedrada, la penitencia del cura y el castigo de mí madre, mi hermano me la tenía jurada.
Seguro que la venganza de ellos sería tremenda.  Yo ya no me acuerdo pero seguro que peor que la nuestra desde luego no.
Los recuerdos salen en tropel de mí mente, y recuerdo aquel día en la iglesia: Todas las chicas del pueble cantábamos en el coro.
Un día cuando la iglesia estaba llena y reinaba el mas absoluto de los silencios; Al señor que tocaba el órgano se le ocurrió decir: ¡Canta el diablo y bailen les moces! Las carcajadas resonaron en toda la iglesia, y señor cura nos echo a la calle. Salimos todas en desbandada, aquello  más parecía una tormenta.
Aquella penitencia fue mayor. Yo tampoco la cumplí.
La que sí tuve que cumplir, fue el castigo de la maestra. Nos hizo fregar toda la escuela, incluidas las escaleras y el corredor. ¡Aquella vez, yo si que tuve que cumplir la penitencia.
Nosotros jamás pasamos hambre, como tanta gente de aquella época.
Pero tampoco conocíamos muchos alimentos.
Yo estaba asombradísima de que las castañas estuviesen tiradas  por el suelo y en los árboles, pues yo hasta entonces solo las había visto en los puestos de las castañeras. Montones de manzanas, avellanas, nueves, cerezas. Aquello para mí era el paraíso.
Recuerdo que cuando vivíamos en castilla, algunas veces protestábamos por  que la comida no nos gustaba.  Mí  madre nos decía:¡ No ofendáis a Dios! Hay mucha gente que no tiene nada que comer. Entonces a mí me daba mucha pena y en unos cuantos días no protestaba.
Por eso cuando veía tantas frutas por el suelo, pensaba en mí inocencia, de mis diez años (de los de entonces claro) Y  decía: ¿Por qué no se viene a vivir todos a Asturias?
Mis padres, fueron los padres más maravillosos del mundo. Todavía recuerdo la paciencia de mí padre: Cuando yo tenía anginas (Qué era muy a menudo) Y como entonces había pocas medicinas, mi  madre montaba un rollo de algodón en el mango de una cuchara y lo impregnaba de zumo de limón. Era de lo más eficaz. Los vómitos te salían hasta de los pies, pero las anginas desaparecían.
El problema era yo. No había quien me pillara  para aquella operación. Me ponía muy nerviosa y solo mí padre a fuerza de mimos lo lograba.
El primer día que vi a un minero, me lleve un susto tan grande que salí corriendo y mi padre tuvo que ir a buscarme. Estuvo riéndose de mí varios días.
Una de las cosas que recuerdo con más cariño, es el río. Jamás podré olvidar aquel agua y el sonido de la corriente. Podía pasarme horas escuchando aquel sonido.
El río era una de las diversiones más agradables. En el pescábamos truchas.¡ Había muchísimas! Estaba riquísimas con jamón.  El jamón era uno de los alimentos que yo no conocí hasta que llegue  a este querido pueblo.
En el río también lavábamos la ropa. Entonces no había agua corriente en las casas y lo acarretabamos del río en calderos.
Lo de lavar la ropa en el río también era divertido. Yo ayudaba a mí madre con las piezas pequeñas.
Mis hermanos y yo éramos de la piel del diablo, y como estábamos acostumbrados a que nos llevaran siempre de la mano y no nos dejaran salir a la calle solos, me hizo mucha ilusión, poder salir cuando nos parecía y sin que nadie nos llevaba de la mano. Aquello era el colmo de la libertad para nosotros, incluso íbamos solos a la escuela.
La libertad era maravillosa, el paisaje sublime, y además no había coches. Solo un autocar derringlado que llevaba tantos pasajeros en la baca como dentro. En la baca del vehículo además de personas llevaba toda clase de cosas. Una de las primeras veces que lo vi, llevaba un ataúd. No creo que estuviese allí el muerto,¡ Pero una caja de muerto era!. De eso estoy segura.
Bueno también estaba el camión que llevaba mí padre, que es en lo que trabajaba. Llevaba el carbón de la mina al lavadero.
En aquella época la gente se desplazaba andando a casi todas partes, pero cuando mí padre empezó a trabajar, cuando encontraba a alguien por la carretera paraba y los llevaba en el camión.
Al día de  hoy después de mas de cincuenta años, encuentro gente que me habla con cariño de mí padre.
Si alguien se ponía enfermo, llamaban a mí padre, si había que llevar cosas pesadas llamaban a mí padre. El camión era el único vehículo que había en muchos kilómetros, y mí padre siempre estaba dispuesto para ayudar.
Las gentes de Asturias, son muy agradecidas y en nuestra casa siempre estaban apareciendo gentes con toda clase de regalos.
Mis padres no querían coger nada. Pero cualquiera que conozca a la gente de Asturias sabrá que es inútil protestar, quieras o no allí te lo dejan. Mi casa parecía el portal de Belén.
Yo estaba encantada. Una señora un día me regalo a mí una toquilla que ella misma había tejido. ¡Todavía la conservo!
También me hizo mucha gracia, como las mujeres cargaban en la cabeza toda serie de cosas. Calderos, cestos. bidones de leche. Incluso había una que llevaba, no se como una botella de leche en la cabeza.
¿Qué no? Sí, sí una botella de aquellas de “Anís de Mono” para ser más exactos.
El caso es que la buena mujer llevaba la botella en la cabeza y las manos colgando sin nada.
Yo nunca me pude explicar tal fenómeno.
La cuestión es que la dichosa botella equilibrista me traía a mí de coronilla, y todos los días esperaba en la puerta de mí casa a que la buena señora pasara.
Un día, mí padre se acercaba con el camión. La señora miraba atentamente el vehículo, mí padre debió de saludarla, por que ella contesto al saludo con un movimiento de cabeza, por lo cual la botella
se estrello en el suelo.
Yo me quede de piedra. No me atrevía ni a respirar. Esperaba que la señora se pusiese por lo menos furiosa.
Pero no. La mujer empezó a reírse de tal  manera que yo no sabía si se reía por el susto que yo tenía o por el estruendo que armó la botella al caer al suelo.
El caso es que las dos reímos juntas. Ella fue la que me regalo la toquilla.
Todas las gentes de aquel pueblo fueron maestros en mi vida.
Allí aprendí a compartir, a confiar, a ser libre sin ofender a nadie, el placer de ayudar a los demás, la honradez y a divertirme, lo que significa la amistad y montones de cosas más.
En ese pequeño pueblo, al que tanto cariño tengo, hizo mi hermano pequeño, la primera comunión.
Mi hermano pequeño era precioso, rubio, revoltoso y dulce como un caramelo.
Tenía aspiraciones a cura. No se si por que no sabía lo que era o por que le gustaba el vaivén que se traía el cura diciendo la misa. ¡Dios que mal cantaba aquel cura! La cuestión es que a el le gustaba y luego practicaba la Santa Misa en la galería de nuestra casa.¡Él lo hacía peor que el cura que ya es decir!
Era un cielo, pero cogía unas perretas impresionantes. Aún recuerdo la que armó por que él quería chocolate. Pero tenía que ser “Chocolate de la Agustina” Como mí madre no lo tenía en casa, mandó a mí hermana a comprarlo. El problema era que él lo quería antes de que volviera mi hermana con el dichoso  chocolate.
Al final cogió tal sofoco que ya no quiso el chocolate.
De todos los hermanos, al pequeño es al que más quise siempre. Y eso que era un chivato. Siempre le contaba a mí madre como nos portábamos en la escuela, y la verdad es que no nos portábamos nada bien. Él lo tenía más fácil, por que además de ser mí predilecto, lo era de la maestra también.
Así que hacía lo que le daba la gana, pero a pesar de todo era y sigue siendo mi “Ojito derecho”.
 Mi hermano pequeño, estaba completamente enamorado de una de las mozas del pueblo. La verdad es que la moza en cuestión era preciosa. Pero él tenía seis años y ella diez y nueve. Él  se sentaba a la puerta  y esperaba a que ella pasara. Luego cantaba misa en la galería, era como  un ritual, nos tenía a todos locos. Eso era algo que yo no entendía.
Yo tampoco entendía lo de la cuaresma, y mucho menos por que no se   podía comer carne durante ella. Bueno todavía a mis sesenta y cuatro años sigo sin entenderlo.
Si se pagaba la bula, podías comer carne. Los viernes ni con bula ni sin ella.
Los viernes de la cuaresma para mí eran un martirio. Al principio claro, por que luego...
Pues veréis: Yo era muy comilona y el chorizo de Asturias para mí era ¿El no va más! Como los dichosos viernes, no se podía comer carne, el chorizo tampoco. Precisamente, los viernes a mí me obsesionaba el chorizo.
En el desván de la casa mi madre tenía los chorizos colgados, y como no se podían comer, yo los viernes desgastaba las escaleras del desván. Subía los miraba y volvía a bajar.
Pero un día mi madre estaba riñendo a mí hermano mayor por que él también quería chorizo el viernes.
Yo escuche muy atenta, lo que le decía era esto: ¡Los viernes los chorizos ni mirarlos! ya sabéis que es pecado. El único que los puede comer es tu hermano, por que todavía no ha hecho la primera comunión.
¡Me quedé de piedra! ¡Ni mirarlos por que era pecado!
¡Mí madre! Pensé yo. ¡Pues anda! que no los había mirado yo! Mí alma estaría llena de los dichosos pecados.
Entonces me quedé muy pensativa, y luego me dije: ¡Bueno como ya los he mirado y tengo que confesar, yo me como un chorizo ahora mismo!
Ni corta ni perezosa, subí al desván, me senté en el suelo y cometí dos pecados. ¡Me comí dos chorizos sin pan ni nada! ¡Estaban buenísimos! Mientras los comía pensaba. Como iba a ser pecado con lo riquísimos que estaban.¡ No podía ser! ¿Por qué sería pecado comerlos los viernes?
Ni lo entendí entonces, ni lo entiendo ahora. Yo seguí, y sigo comiendo chorizo sea el día que sea.
La cuaresma era un aburrimiento. No se podía cantar, no se podía bailar, comer lo que quisieras ni no se cuantas cosas más.
Lo único que se podía era ir a la iglesia rezar.
Lo de ir a la iglesia era lo peor. A mí me daba “Repelus” Era tan triste...
No ponían flores, ni tocaba el órgano y por si fuese poco tapaban a todos los santos y vírgenes con unos trapos negros.
No sabía por que hacían eso, pero a mí me quitaban las pocas ganas que tenía de ir a la iglesia.
Menos mal que después venía el “Mes de la flores” Eso ya era otra cosa. Teníamos que ir todos los días rezar el rosario, pero por lo menos la iglesia estaba alegre y podíamos cantar.
Nunca podré olvidar tampoco el baile.
¡Sí, sí, el baile. Ya se que entonces yo tenía diez u once años, pero sí ¡Íbamos al baile! Los niños, los viejos, los mozos, todos. Era una especie de salón muy grande. Una gramola, animaba  con su música y acababa echando humo. Duraba unas seis horas, todo el mundo bailaba con todo el mundo. Bueno los chicos no podían bailar con las chicas, pero si bailaban los nietos con las abuelas los madres con las hijas. Era muy chocante ver bailar a una niña con su abuelo,  y parejas así. Las chicas bailábamos también unas con otras. Claro los chicos no, y se aburrían un poco y se entretenían haciendo trastadas.
Los niños incluso llevábamos el bocadillo.
En aquel acogedor baile, mí padre me enseño a bailar.
En ese lugar privilegiado fui creciendo en la más grande felicidad.
Allí estrené mis primeras medías. Allí me enteré de que ya era mujer.
Como no sabía de que iba la cosa me lleve un susto de muerte.
Mí madre debería de haberme hablado algo sobre el asunto. Pero en aquella época, eso no sé si sería pecado, por que nadie hablaba de esas cosas.
La cuestión es que asustada fui a lavarme al río y eso empeoró las cosas.
Los riñones se partían y como yo no soltaba prenda, mí padre fue a llamar al médico.
Ahora cuando lo recuerdo me río, pero entonces lo pase fatal.
Por fin, el médico me explico  lo que me pasaba. Aunque no me enteré muy bien, quede más tranquila.
Luego el doctor hablo con mis padres y ya más tranquila mí madre hablo conmigo y me lo explico a su manera.
Yo entonces pensé. ¡Ser mujer es una lata! ¡ Pues baya gracia!
Después del trauma de mí nueva categoría, empecé a sentirme más bonita y a sentirme más importante.
Mi hermano mayor aunque solo contaba dos años más que yo, ¡Ya sabía conducir, nuestro padre le había enseñado  con un coche que había comprado. Para mí el coche era feo de verdad y negro como el carbón. Pero era un coche.
La anécdota que les voy a contar, les juro por lo más sagrado que cierto, aunque parezca increíble: Unas cuantas niñas estaban jugando sobre un puente. “El puente de Ruteso” Que así se llama.
Pues bien, una de ellas cayó desde  el puente al río. No había mucho agua, pero sí muchas piedras y el resultado fue que la criatura se partió la cabeza casi totalmente.
Era mediodía y mí padre no estaba en casa. La niña sangraba escandalosamente. El hospital estaba a veinticinco kilómetros.
Todos gritaban preguntando por mí padre. Era el único que tenía coche y sabía conducir en muchos kilómetros a la redonda.
La niña seguía sangrando. Entonces mí hermano, más pálido que un muerto, y sin decir palabra, se fue a buscar el coche de nuestro padre.
Él solo tenía quince años y tuvo que poner un cojín para llegar al volante.
Cuando llego junto a la criatura que no paraba de  sangrar, la gente le miraba y no entendía nada.
Por fin, mí madre más pálida que mí hermano, dijo, sujetando a mí hermano por los hombros: Él sabe conducir. Llevaremos a la niña al hospital. Metieron a la chiquilla en los asientos de atrás con sus padres y  mí madre se coloco en los de adelante junto a mí hermano.
Todos los demás incluso yo que nunca rezaba, nos fuimos a la iglesia. Ese día yo también recé. ¡Éramos una gran familia!
Según los médicos que atendieron a la niña, se había salvado de milagro. Si llega a tardar un poco más en llegar al hospital no lo hubiese resistido.
El valor de mí hermano la salvó la vida.
A partir de ese día mí hermano fue un héroe, cosa que le vino muy bien con las chicas.
Ahora que ya tengo muchos años, cuando recuerdo estas y otras muchas más cosas.  Doy gracias a Dios y a mis padres, por esos años tan maravillosos que pasé. Gracias por haberme dado la oportunidad
de vivir todas aquella cosas. Cosas y gentes que jamás olvidaré.
Más tarde, después de unos años, no trasladamos a otro pueblo.
También con buena gente como lo es toda la gente de Asturias.
Pero desde luego, para mí no hay, ni habrá nunca ningún pueblo, ni ninguna gente como la de Sotiello.
Ese pequeño pueblo en el que viví unos pocos años, pero que fueron sin lugar a dudas.  Los años más felices de mí vida.
 
 
                FIN
 
 
 
 
Antonia Rico 
 

 
 
 
 
Página 1 / 1
Foto del autor antonia
Textos Publicados: 173
Miembro desde: Nov 17, 2012
5 Comentarios 333 Lecturas Favorito 1 veces
Descripción

relato verdadero

Palabras Clave: aos nostalgia costumbres risas

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Personales



Comentarios (5)add comment
menos espacio | mas espacio

antonia rico mendez

Gracias de todo corazón es un relato que escribí hace mucho tiempo y la verdad que esta de pena tanto escrito como redactado pero no quise cambiar nada Un abrazo desde Asturias (Todabía recuerdo el sabor de aquellos chorizos)
Responder
December 15, 2012
 

Richard Albacete

Con lo del bocadillo de chorizo se me abrió el apetito por uno de Jamón serrano y queso de Pata Negra!... Sumamente hermosa toda esta enumeración de una vida. Abrazos de un Venezolano- Español, que ama a sus dos Patrias.
Responder
December 15, 2012
 

LUMA54

Recueerdos del ayer, que bellos

Te felicito

Cordial saludo y abrazo
Responder
December 15, 2012
 

antonia rico mendez

No sabes lo feliz que me hace leer vuestros comentarios, es algo que nunca creí que sucediera Un abrazo desde asturias
Responder
December 15, 2012

LETICIA SALAZAR ALBA

UN RELATO BASADO EN MEMORIAS EN RECUERDOS, NOS LLEVAS DE LA MANO A UN MUNDO MÁGICO, CUANDO LO LEÍA,
SENTÍ A QUE ESTABA EN ASTURIAS, TE FELICITO, UN ABRAZO LETY
Responder
December 15, 2012
 

antonia rico mendez

Gracias por admirar tanto mi tierra el escrito está fatal, si que es la realidad pero está muy mal escrito, no quise tocarlo hace mucho que lo escribí y hasta ahora nadie lo había leído por eso quise mandar el original. Me ilusiona tanto que sepáis de mis lextos que lo primero que hago es mirar el correo Un abrazo sincero ANTONIA
Responder
December 15, 2012

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy