Andrew y Frederick (Introduccin) Sin editar
Publicado en Nov 29, 2012
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Introducción
 
Año 1920. Esta vez las ruidosas calles de Inglaterra eran silenciosas, sólo existía el rumor de la música de las casas de burlesque y el de las imprentas trabajando para los periódicos matutinos. En una de esas calles la imprenta era considerablemente ruidosa, pero aún así un joven dormía: él vivía en un edificio clásico de tres plantas separado en diversas habitaciones individuales – antiguamente aquel lugar era un bonito palacio pero cuando su dueño murió su heredera más cercana había decidido hacerlo una hostería para residentes permanentes. En aquel edificio, el joven que dormía sudaba incómodo y se agitaba entre las sábanas, entonces, cuando su rostro alcanzó la luz de la luna reflejada a través de la ventana sus facciones pudieron apreciarse con mayor detalle. En primer lugar, destacaba el nerviosismo, su ceño fruncido, los dientes apretados, en segundo, que su rostro era más bien femenino, tenía un agradable color de piel que hacía juego con su cabello de tres o cuatro ondas de color castaño claro como las avellanas tostadas.
 
Cuando la luna fue ocultada por unas traviesas nubes el gesto del joven se tornó aún más dramático, sus dientes rechinaron y él se sentó de golpe sobre la cama. Estaba abrumado por una pesadilla. En aquella posición se veía que llevaba un pijama de dos piezas a rayas celestes y blancas, muy juvenil para su época en especial porque se veía en sus botones que éste había sido abrochado con rapidez y sin cuidado lo que denotaba la personalidad un tanto despreocupada de quien lo usaba, aunque en ese momento se veía considerablemente asustado, tanto así que miró de un lado a otro como buscando a quien le había enviado esa pesadilla y en otro movimiento brusco tomó entre sus manos un arma.
 
-¡¿Quién anda ahí?! ¡Aparece y te mato! ¡Te mataré, tengo el arma cargada!
 
Y al instante cargó el arma, no obstante, como comprendió que no tenía sentido hablarle a la nada en especial porque de haber alguien éste jamás saldría, optó por calzarse unas pantuflas y una bata, ambas con el mismo diseño del pijama de dos piezas. Se ató la prenda más grande con nerviosismo pues sus manos temblaban, se sentó para ver si le entraba el sueño en un intento por no desesperar, pero al comprender que el miedo le superaba salió corriendo de su habitación y del edificio. Poco le importaba que alguien le viera ya que a esas horas sólo se encontraría a las trabajadoras mujeres de la noche las que no le interesaban para nada.
 
En ese estado de nerviosismo puro corrió velozmente hacia un edificio un poco más moderno que el suyo, pero igual de desaliñado. Incluso podía decirse que era más desaliñado que el suyo pues carecía de un toque arquitectónico o una belleza clásica, sólo era un edificio. Entró en él, dio con el vestíbulo y subió por las escaleras de madera hasta el segundo piso, luego avanzó mirando de lado a lado hasta dar con la última puerta del pasillo, ésta tenía el número inscrito con unas placas metálicas y el nueve que estaba suelto simulaba ser un seis. Esa puerta no tenía la llave puesta, sino que estaba libre para que cualquiera entrara, así lo hizo él, pero lejos de ser educado levantó la voz para despertar a quien se encontraba en esa casa.
 
La casa, que consistía en cuatro habitaciones resguardaba el baño, un dormitorio, una cocina muy pequeña y una oficina amplia pero apenas con un escritorio y un teléfono, era el hogar de su compañero de trabajo, al menos en uno de ellos. Pertenecía a un detective cinco años mayor que el chico y se llamaba Andrew Aldrick, aunque no era tan buen detective como sí buen charlatán. Tenía tan mala fama entre los detectives que una vez lo había contratado el mismo asesino sólo para crearse una coartada y cualquiera de los buenos investigadores habría notado lo sospechoso de ello, no él ni su ayudante, el joven de aspecto nervioso llamado Frederick Williams.
 
-¡¡Andrew!! ¡Andrew! ¡He tenido que venir de emergencia! ¡Se metió un vago en mi casa y no puedo dormir ahora! – gritó el chico de cabello ondulado.
 
El detective llamado Andrew vestía un pijama parecido al de su compañero, pero era de un color negro que acentuaba su cabello rubio y su aspecto serio. Estaba bien abrochado y no había en él ninguna arruga, sólo el del ceño fruncido de su dueño que se negaba a despertar, pero que ante la insistencia del joven se vio obligado a abrir los ojos y ponerse unas gafas para poder caminar a su alrededor con tal oscuridad. Para no caer tomó una vieja lámpara de aceite y se asomó a la sala principal que hacía a la vez de oficina, allí vio al joven temblando con el arma entre sus manos pero lejos de preocuparse le soltó una carcajada pues la apariencia de Frederick le causaba un poco de gracia.
 
-¿Qué haces tan tarde, o más bien, tan temprano, en mi oficina? Además estás temblando.
 
-¡¿Cómo que qué hago?! ¡¿No me ves?! ¡Tiemblo, tiemblo! ¡Un lunático se metió a mi dormitorio con una luz misteriosa y sólo veía la luz y una voz tétrica! ¡¿No habrás sido tú?! Ahora que te veo con esa lámpara te ves idéntico.
 
-Impresionante deducción, pero si mis cálculos no me fallan, y considerando tu aspecto desarreglado, creo que corriste y yo no habría tenido tiempo para asustarte, volver a mi casa y acostarme como si nada. Y ya que el misterio se ha resuelto considero pertinente que vayas a tu hogar a descansar.
 
-¡¡No puedo!! ¡¿Cómo voy a poder?! ¡¡Hay un loco en casa!! – gritó mientras se sonrojaba bajo la luz de la lámpara de aceite - ¡Voy a dormir aquí! Eso es… voy a dormir contigo porque… porque ese lunático podría venir a verte, seguro sabe que no le pones seguro a la entrada… ¡Y si eso pasa le disparo entre los ojos!
 
Al ver el detective que su compañero le apuntaba con el arma levantó las manos en un gesto conciliador, bostezó intentando disimular su cansancio y con su mano izquierda tomó la de su compañero para hacerlo bajar el arma. Una vez realizadas todas esas acciones apagó la luz y regresó a su cama, entonces Frederick lo siguió aún temblando y se recostó a su lado. La idea de dormir junto a alguien era, para alguien tan joven como él, algo nuevo y a la vez perturbador por lo que recostado al lado de su compañero los nervios incrementaron, ya no por la pesadilla sino que por la sensación de tener a otro cuerpo junto al suyo. Su rostro también estaba más rosáceo pues se avergonzaba de estar con Andrew en esas condiciones, aunque tampoco era algo tan extraño. Lo conocía hace tanto tiempo que ya eran muy buenos amigos, casi como hermanos, era lógico que alguna vez compartieran la cama que de todas formas era bastante grande para dos personas.
 
-Esta cama es seguro herencia de tus padres…- susurró.
 
-¿Ah? ¿Por qué lo dices? – respondió el detective mientras lo miraba aún con el arma entre las manos.
 
-Porque quieren que te cases con esa prometida fea que tienes así que te regalaron la cama matrimonial. Y es grande para que no debas tocarla.
 
-¿Qué tonterías son esas? Baja el arma y duérmete… Además tu teoría es incorrecta. Cualquiera habría dicho que me la regalaron mis padres por los barrotes viejos y oxidados… pero si ves con atención, notarás la marca del señor Hershey, es decir, la conseguí en una tienda de antigüedades. Olvida a mi prometida…-
 
-¡¡Es que…!!
 
Su grito fue interrumpido por el sonido de su arma disparándose. Entre tanto movimiento de las manos temblorosas del joven el disparador se había soltado haciendo que una bala chocara contra los barrotes traseros de la cama. Asustado, Andrew entreabrió los ojos con sorpresa y le arrebató el arma para lanzarla lejos por lo que con aquella mirada seria, sorprendida y a la vez enfadada el ayudante decidió quedarse en silencio, no obstante, no podía dejar de observar los claros ojos de Andrew. Mientras que sus ojos eran muy oscuros, los de su compañero eran claros como los de un cielo primaveral, y aún más. No podía evitar amar esos ojos tan hermosos y esa mirada tan seria. Muchos pensaban de Andrew que era un detective charlatán y mentiroso, pero Frederick sabía lo falso de esos argumentos pues veía la sinceridad en la mirada del hombre que en el fondo jamás dejaba de emanar seriedad.
 
-Andrew…- Insistió él, musitando como si quisiera confesar un crimen – Es que… ¡¡Es que tu prometida es espantosa!!
 
-Vaya… eres un niño muy terco…- le sonrió en una mezcla de amabilidad y calidez, posteriormente acercó el dorso de su mano a la mejilla del joven de una manera que jamás podría hacer de día – Duerme, mi prometida no tiene que ver en nada… deja de preocuparte por tu hermano mayor.
 
Claramente Andrew percibía el cuerpo tembloroso en el joven de ojos oscuros, pero no sabía que él era la gran causa de tantos estremecimientos por lo que abrazó a Frederick sutilmente para que perdiera el miedo a la consabida pesadilla y al frío que, pensó, podría sentir. En ese momento el chico sonrió en un gesto de resignación, apoyó ambas manos en su almohada y cerró los ojos para no admirar ni abrazar al hombre. No había remedio, a pesar de que consideraba a su compañero un gran detective, sabía que él jamás podría reconocer la verdad en el interior de las personas.

Finales del verano de 1920
 
A la mañana siguiente, a pesar de que el hombre había abrazado al chico para dormir, cada uno despertó por su lado. Primero fue Andrew quien despertó ya que los ronquidos de su compañero por la mañana le resultaban incómodos y sobretodo porque él había dormido ocho horas apropiadamente, no como Frederick que por la cercanía de Andrew había tardado mucho en conciliar el sueño. El detective no parecía interesado al respecto por lo que se limitó a cerrarle la nariz con la punta de los dedos para que respirara por la boca y cuando los ronquidos terminaron fue a bañarse. Eran cerca de las ocho de la mañana.
 
Tras bañarse y vestirse con ropas apropiadas para pasar el día en casa – un sweater era su prenda favorita para esos días – pasó a la cocina a moler unos granos de café para él y a preparar el té para su amigo que no soportaba los sabores amargos como sí las cosas dulces. Dieron las nueve de la mañana, desayunó solo pues su compañero seguía durmiendo y se dedicó a leer una de las novelas amontonadas en su escritorio hasta que los ronquidos de Frederick se acrecentaron nuevamente y decidió ir a despertarlo para poder continuar su lectura con tranquilidad.
 
-Hice el té, despierta…- dijo el detective frente a la cama mientras comprobaba la hora en su reloj de bolsillo – Qué tarde es. Ahora que lo pienso… ¿Qué día es hoy?
 
-¡Lunes! – gritó su amigo, otra vez saltando bruscamente de la cama - ¡¿Por qué no me despiertas?! ¡¿No sabes que soy una persona muy ocupada?!
 
-Lunes…- se acomodó los lentes y se quedó pensativo – Claro, en las mañanas estudias… pero debido a que estabas tan concentrado en dormir no me pareció apropiado despertarte, especialmente porque luces como una señorita cuando duermes…- dijo en tono sarcástico.
 
-¿Concentrado en dormir? ¡Ahogado! ¡Anoche te dormiste y parecías casi un muerto! ¡Tenía todo tu peso encima de mi pequeño cuerpo y me estaba ahogando! Tardé un par de horas en apartarte para poder dormir. A ti te parecía asustado, pero claro que no lo estaba. Qué tontería es esa, Frederick Williams es pequeño pero sabe defenderse.
 
-Ah… me parecía que en el último caso yo tuve que protegerte o de lo contrario tu rostro habría sido golpeado. Ve a beber el té y si puedes a tu regreso tráeme el periódico, no es posible que un detective esté de ocioso todo el día…-
 
Frederick parecía determinado en responder la ofensa de su compañero, pero debido a que él había mentido respecto a la causa de su insomnio se quedó sentado en la cama conforme sus mejillas se ruborizaban. Durante la noche había estado fantaseando tonterías con su amigo y así las horas transcurrieron hasta que se durmió soñando que él era una mujer vestida de blanco como la prometida de su amigo, eso era algo imposible de justificar por lo que simplemente se levantó de la cama y miró sus prendas frente a un espejo, luego dirigió la vista hacia la ventana. En esas condiciones, si hubieran sido las siete de la mañana, habría fingido que compraba el periódico pues no era muy extraño que adultos en bata fueran a comprarlo, pero con tanta luz ya no resultaba una opción factible. Pensando en qué hacer se dio cuenta que un reloj de mesa anunciaba las diez de la mañana y que las clases empezaban a las ocho y terminaban a las dos de la tarde aquel día. Llevaba dos horas de retraso y la ropa de Andrew era bastante grande para él por lo que ir vestido con sus prendas y sus zapatos lo habrían hecho ver como un pelmazo. Decidió irse corriendo a su casa.
 
-¡¡Me voy!! – anunció de pronto y  salió raudo de la casa.
 
El detective para el que trabajaba se quedó mirándolo conforme se marchaba y para seguir su recorrido con la mirada se dirigió a la ventana a verlo. En realidad se veía ridículo mientras corría en pijama y pantuflas por lo que el hombre soltó una carcajada al imaginarlo haciendo el recorrido inverso la noche anterior. Cuando lo perdió de vista sonrió para sí mismo, levemente, y regresó a su oficina para continuar la lectura y beberse el té que por ese instante ya estaba frío y sin su agradable sabor. Él se quedó pensando en lo extraño que era su amigo y en lo mucho que lo divertía en sus días de ocio que por entonces eran muy seguidos. Si Frederick viviera en su casa y no trabajara tanto se divertirían los dos haciendo nada y resolviendo los misterios que se les presentaran.
 
Aunque Andrew Aldrick se hacía llamar detective, en realidad tenía otra profesión pues había estudiado en la universidad varios años atrás, cuando él tenía la edad del joven Frederick. Había hecho una carrera en antropología, pero debido a que casi nunca poseía bienes o dinero, le era imposible realizar viajes a otros continentes como el África o Asia para realizar investigaciones. A los veinticinco años, y próximo a cumplir veintiséis, ya no entendía el por qué de haber tomado esa decisión. Ya no podía recordarlo, pero muy pocas veces se lo preguntaba pues por entonces su mayor pasión era resolver misterios policíacos. Si bien muchas personas le consideraban un muy mal detective, ya había resuelto un par de ellos lo que era un logro para quien carecía de estudios al respecto y sólo leía libros de enigmas.
 
Mientras Andrew pensaba relajadamente en su casa, Frederick se encontró a sí mismo corriendo por las calles como un bobo ante las miradas de los transeúntes de aquel día. Arrugaba el entrecejo y a más de una persona había insultado diciendo: “¡¿Acaso nunca ha visto un pijama?!” o “¡¿Tan sucio es usted que duerme desnudo?!”, hasta que finalmente pudo llegar a su casa. En su habitación se vistió rápidamente con las prendas del día anterior que reposaban sobre una silla aún limpias e inodoras, desesperado se anudó su lazo tan mal que cuando salió con un par de libros para dirigirse a recibir sus clases su madre lo detuvo con intenciones de corregir el nudo.
 
-¡¿Mamá?! ¡¿Qué hace aquí?! ¡¡Voy saliendo, voy saliendo!!
 
-¡Muy mala manera de saludar a tu madre! ¡Arregla esa corbata que esta tarde traeré una señorita a casa para que la conozcas y te cases que estás viejo!
 
-¡Para traer veinte niños al mundo sin ningún chelín con el que mantenerlos mejor no! ¡Descuide, no quiero casarme! ¡Un amigo tiene prometida y parece que se volverá loco! – Volvió a echar a correr antes de que su madre terminara el nudo.
 
-¡Malagradecido!
 
La rutina de Frederick, al contrario que la de Andrew, solía ser bastante agitada. Cuatro días por semana estudiaba en una universidad para obtener un título de abogado para salir de su pobreza, lunes, miércoles y viernes trabajaba por las tardes en una pastelería ya que sabía hacer pasteles de todo tipo gracias a su madre que le había enseñado y los martes y jueves trabajaba en la biblioteca. El fin de semana lo tenía libre y como en la semana no trabajaba tantas horas, la tarde más próxima a la noche iba a casa de Andrew, así como entre las clases y su trabajo iba a almorzar con él y a entregarle el periódico.
 
Las clases no fueron particularmente bien pues el chico olvidó estudiar para un examen y tampoco se había preparado para la clase final por lo que terminó yéndose antes de que ésta comenzara para ahorrarse problemas. Había decidido en cambio ir a comprar el periódico del día y regresar a su casa a bañarse y vestirse apropiadamente antes de ir a comer con Andrew. La madre del joven ya no estaba, cosa que agradeció, sin embargo, supuso que regresaría pues había dejado su bolso sobre su cama deshecha. Hizo todo lo que tenía planeado con movimientos precisos, sin nada de innecesarios en ellos, dejó su cama hecha y barrió el piso del dormitorio, después se permitió salir con el diario en mano a la casa de Andrew. El detective le esperaba con la comida.
 
Cocinar para Andrew Aldrick era un pasatiempo en el que se entretenía cada vez que su amigo iba a verle. En los días que el joven no podía ir a verle por su trabajo, que eran muy pocos pues él solía hacerse el tiempo de visitarlo, prefería comer afuera o en la pastelería donde trabajaba para hablarle un poco ya que estar solo en casa le resultaba aburrido. O más bien, se corrigió a sí mismo mientras ponía los cubiertos en la mesa, desde que conocía al joven ya no le parecía tan apropiado pasar todos los días solo en casa. Como era hijo único la llegada de Frederick era como la venida de su hermano menor a casa así que a diario se esmeraba en cocinar para él. Ese día, en particular, se había quedado sin tiempo para preparar algo apropiado, por ello decidió pelar unas patatas, meterlas en una olla con agua caliente y en un sartén puso unos trozos de carne seca que procuraba hidratar. La comida era pobre, y de hecho aquel día tampoco tenía muchos ingredientes, pero no había nada que pudiera hacerle.
 
-Si no me das dinero no puedo comprar ingredientes para que comamos…- se quejó Andrew cuando Frederick entró arrojando el diario a la mesa que a la vez hacía de escritorio.
 
-¿Ah? ¿No te entregué dinero hace unos días? – le respondió él mientras molía las patatas para comérselas con mayor comodidad.
 
-¿Es eso cierto? En ese caso debo tenerlo bien escondido…- tomó el periódico para leerlo – Oh, Holmes de nuevo. Como siempre es muy hábil a la hora de resolver esta clase de enigmas… anoche atrapó a un conde que hacía brujería con doncellas, qué vil y despreciable.
 
-Será mejor que busques un caso, un caso. Como el del dinero perdido… A mí me parece que cierta prometida debió haberlo robado para hacer el mal…- se apoyó en una mano mostrándose enfadado y se echó la comida a la boca de mala gana, como un niño que no quiere comer – Ah, mi madre hoy fue a mi casa de nuevo.
 
-¿A insistir en un compromiso? Es conveniente si te entregan una buena dote, ¿no? – Los ojos de Andrew se asomaron firmes por sobre el periódico, aunque al instante siguiente éstos volvieron a concentrarse en la lectura.
 
-No seas así, no quiero casarme y llenarme de hijos…- murmuró.
 
Conforme hablaban de la breve pero significativa visita de la madre de Frederick, él se dedicó a observar a su superior en temas detectivescos. La lectura concentrada del periódico hacía que le entraran ganas de quitárselo de entre las manos y tomar al hombre por las mejillas para forzarlo a que lo mirara únicamente a él. Hacerlo sería arriesgado y sumamente tonto, pero aún así tragó saliva como para mentalizarse a realizar la acción. En ese momento, Andrew cerró el periódico para comer y notó la distracción del joven mas guardó silencio causando que el misterio se apoderara de él ya que Frederick no podría descifrar lo que estaba pensando, sólo podía ver la capa exterior que se le presentaba; un hombre alto, de músculos formados, cada uno entrenado en silencio, la piel blanquecina como el de una muñeca de la más fina porcelana o como la misma luna, el cabello dorado, más brillante que el sol, los ojos de un intenso verde, como el de una esmeralda expuesta a la luz.
 
-Escucha… Andrew…- dijo Frederick esta vez.
 
-¿Ocurre algo malo? Estás distraído nuevamente… En estos días ha sido común verte así. ¿Te sientes mal?
 
-Ah… Estoy bien…- Frederick inclinó la mirada – Es que no me gustó la comida, cuando encuentres el dinero compra un trozo de carne fresca y vegetales. Una comida sin buenos vegetales no es para nada agradable. ¿Bebamos el té?
 
-Está en la cocina… Querido Frederick, he visto un interesantísimo caso… Cuando hoy termines tu turno ve a la biblioteca a decir que mañana te quedarás haciendo guardia.
 
-¡Andrew! – se mordió el labio – Yo…-
 
-¿Tú?
 
Estaba a punto de decirle sobre la angustia que sentía, pero eso sería en vano. Frederick parecía tonto e impulsivo, pero había temas en los que se preocupaba de no hablar por hablar. Finalmente se dedicó a servir el té conforme anunciaba un “Yo no quiero más comida, sólo té”, y accedió a la petición de su compañero para trabajar al día siguiente en la biblioteca; al menos no estaría solo sino que con él. Ya harto de las confusiones de su compañero, Andrew se limitó a suspirar y continuó disfrutando de la comida a la que había puesto tanto esfuerzo al punto que no se esperaba el rechazo de su amigo. No se imaginaba que todo se debía a otro tipo de situación.
 
-Frederick, deja de pensar tanto, ¿Qué te parece el caso que propuse?
 
-No me parece interesante. Tal vez debamos salir y averiguar algo realmente importante… No sé, es más fácil investigar en las calles, en el diario sólo ponen los casos resueltos por Holmes. ¿No te parece apropiado ir a Scotland Yard a emplearnos?
 
-A ti te contratarían como ayudante de abogado hasta que consiguieras tu título…- Andrew carraspeó – Sé que no te agrada mi prometida… ella llamó antes de que llegaras y viene en camino… Si no quieres verla…-
 
-No quiero verla, eso es obvio…- se sirvió una taza de té para beberse el contenido lo más rápido que pudo y tomó su chaqueta dando a demostrar a su compañero que ya se iba. Se despidió con un simple gesto de su mano y abandonó la casa.
 
Cuando Andrew sintió que la puerta se cerraba tras de sí se levantó como en la mañana para observar a su compañero salir. Éste iba más serio que antes, sin duda a causa de la conversación poco agradable por la que habían pasado. Andrew sabía que el chico solía sentir celos de su prometida, aunque no era tan importante, y también era consciente que el trabajo que le impuso no era el apropiado. Quizá la mejor opción era ir a Scotland Yard a pesar de que era la institución la que buscaba a los buenos detectives privados en momentos de crisis. Era vergonzoso para los dos ser quienes buscaran trabajo con ellos. La posición de Frederick era la apropiada, él también debería estar enfadado, pero no podía estarlo. Simplemente estaba aburrido y quería divertirse con un buen trabajo.
 
El detective se mantuvo pensativo mientras lavaba los platos de la comida. Pensaba en Frederick y el dinero que le había dejado, luego, al terminar su trabajo miró en la lacena para comprobar los alimentos que necesitaría para la cena y la comida del día siguiente, así descubrió que ni siquiera tenía harina y que tendría que ir a comprar. El dinero lo tenía oculto entre sus ropas, pero no le parecía correcto usarlo aún, menos cuando el joven estaba enfadado con él. Era mejor esperar a que estuviera de buen humor y así comprarían los dos juntos. Para cuando pensaba en eso ya estaba sentado y dispuesto a la lectura cuando la puerta se abrió de nuevo.
 
No era Frederick quien entraba pues él ya estaba trabajando en la pastelería. En aquel trabajo, debido a que preparaba los pasteles a la vista de los clientes para no recibir quejas, siempre se mantenía sonriente y amigable sin ningún dejo de su arrogancia y amargura. Allí ni siquiera recordaba la razón por la que debía estar enfadado pues las personas lo trataban con cortesía.
 
-¡Frederick! – dijo de pronto una voz infantil. Frente a él había un niño de unos seis años bien vestido y peinado que iba de la mano de su padre - ¡Frederick, mira, al fin mi papá quiso traerme!
 
-Ya veo, ¿Es tu cumpleaños? Te prepararé un pastel especial…- le sonrió amigablemente y optó por tomar el pedido del padre.
 
En ese momento notó que entraba el detective con su prometida. La mujer era bastante atractiva, y debía asumirlo, no era alguien vulgar ni inútil, además tenía agradable voz y siempre tenía la capacidad de hacer reír a Andrew, cosa que él no conseguía. Ella iba vestida con un traje blanco, llevaba un peinado que hacía lucir bien su cuello y a lo lejos se percibía en su cuerpo el aroma de las flores, Frederick no pudo evitar imaginar que ese aroma estaba impregnado también en su compañero tras abrazarla con amor. Entrecerró los ojos y bajó la mirada hacia un bizcocho que sólo debía decorar para el niño; deseó mirar de nuevo a la mujer para llenarse de aún más ira por el mero placer de odiarla, pensó en arrojarle un pastel de chocolate fingiendo ingenuidad para así ensuciar el blanco puro de ese vestido a pesar de que creía fervientemente que de pureza sólo existía esa prenda. A la mujer la consideraba tan vil como una prostituta.
 
Cuando ya tenía decorado un trozo de pastel para el niño que lo había saludado lo sirvió en un plato tan inmaculado como el vestido y lo adornó con unas frambuesas para deleitar al padre. Siempre había visto al padre y al niño caminando por los alrededores y el niño siempre se quedaba viendo el escaparate de la pastelería, con suerte había entrado un par de veces, y como a Frederick le agradaba, le gustaba esforzarse por él como si fuera una madre. Usualmente se decía que debía haber nacido como mujer, así Andrew no tendría que estar tomado del brazo de esa prometida detestable, y en aquel instante volvió a pensarlo, que como mujer habría estado mejor y no habría parecido un raro intentando alegrar a un mocoso. Tras suspirar, al final sirvió el pastel al niño y se acercó a la mesa contigua con una sonrisa, sólo para saludar aprovechando la escasez de clientes.
 
-Andrew… ¿Ya te han atendido?
 
-Ah sí, la señorita que es tu compañera ya nos está preparando un pastel. No he querido molestarte a ti dado que te habrías enfadado…- dijo distraído en otro periódico, aunque de vez en cuando parecía prestar atención a la conversación de sus vecinos de mesa.
 
-Buenas tardes, Frederick…- saludó la mujer con una sonrisa entre los labios pero hasta ahí llegaba su amabilidad pues continuó hablándole a su prometido – Como le decía, Andrew, ayer mi madre me ha regañado porque entró un ladrón a casa y yo lo espanté con una vieja espada. En vez de estar contenta por haber evitado dicho robo me ha dicho que soy muy mala dama y que ningún hombre querría casarse conmigo. Yo le respondí que usted sí ha querido casarse y ahora está muy indignada… Pero no ha sido mi culpa ya que debía defenderla.
 
-Sin duda ha sido muy inteligente. No subestimo su fuerza física…- sus palabras sonaban más bien como un insulto pero ambos se echaron a reír contentos. Entonces Andrew retomó la palabra – Frederick, mañana ve temprano a verme, iremos a comprar.
 
-¿Encontraste el dinero?
 
-Por supuesto, nunca he sido descuidado como para perder tal cantidad, en especial porque no me pertenece, y considero oportuno que comas una hogaza de pan y buena carne ya que te he visto muy pálido. Bien, no te distraigo más, debes atender al resto de tus clientes… Veo que eres muy popular entre los niños.
 
El pequeño le hacía señas a Frederick. Para él no era agradable entablar conversaciones con ese niño, pero dado que prefería ir con él antes que escuchar las barbaridades de la mujer optó por saludar y dirigirse a la mesa. La familia de aquel niño no era muy rica, sin embargo, el compañero de Andrew se sorprendía por lo inteligente y educado que era, por ello no lo odiaba como sí le sucedía con otros niños. Lamentablemente, el niño resultó ser muy hablador y terminó contándole de todo: que su padre decía que se iban a ir muy lejos así que quería hacerlo feliz un día más antes de irse y que pronto irían a visitar a su madre. Frederick entonces recordó a la propia, que aún debía continuar en la hostería y se disculpó para volver a su trabajo pues debía decorar unos pasteles que serían despachados por la noche.
 
Esa noche, de regreso a casa pudo hablar con su madre aunque más bien fue ella quien entabló un monólogo al que él sólo asentía con movimientos de cabeza. Ella continuó insistiendo sobre casarlo, que tenía una joven bonita que nadie quería por problemas de salud y que además tenía una buena dote. También habló mucho de su hermano, un hombre llamado Frederick Williams como él, que se había casado con una vieja adinerada de tal forma que cuando ella muriera él tendría una gran fortuna que tal vez el tío le heredaría por ser el consentido. Eran buenas oportunidades para el joven que asintió todas las veces que la mujer hacía una pausa y finalmente, cuando ya era bastante tarde, se recostó en el sofá para que ella utilizara la cama. Una vez más se escuchó el movimiento en las casas de burlesque y el sonido de la imprenta trabajando en los periódicos. Se durmió pensando en Andrew que al día siguiente le exigiría los distintos diarios ingleses que llegaban a su ciudad.
 
Temprano por la mañana Frederick tomó un baño, se puso ropa de mediana calidad que de todas formas le hacía lucir muy bien y tras comprar el periódico fue a casa de Andrew quien dormía profundamente. Se acercó a la cama para observarlo y sonrió para sí mismo sumamente conmovido porque su amigo durmiera con la boca abierta y llevara el cabello desordenado. Dejó a un lado las noticias del día y se sentó a acariciar el cabello rubio de Andrew para así peinarlo. Nuevamente se sintió como una mujer haciendo caricias a su esposo para despertarlo sin que éste se mostrara molesto.
 
-Si hubiera nacido mujer… seguro me mirarías y el abrazo de ayer entre nosotros habría significado más que un simple capricho de hermano menor…-
 
El hombre ni siquiera se inmutó. Continuó durmiendo conforme recibía los mimos de su amigo y sólo abrió los ojos cuando sintió el olor de un intenso café. Andrew se colocó las gafas, agradeció el detalle y se bebió el contenido mientras leía el diario, aunque al término de su lectura no se mostró contento. Frederick, que le preparaba la ropa para que se levantara lo miró de reojo, sin embargo Andrew ni lo miró, sólo se quedó pensativo. Claro, pensó el chico, debía haber un caso interesante entre las páginas del Daily News por lo que el hombre pensaba en la resolución del caso en base a las pistas que allí eran proporcionadas. Grande fue su sorpresa cuando descubrió que la actitud del hombre se debía a que una de las noticias era desalentadora. El niño del día anterior había sido asesinado por el padre que se suicidó. A la mente se le vino la conversación que mantuvieron en la pastelería y se lamentó el haber ignorado al chico.
 
-¡¿Por qué te quedas callado, Andrew?! ¡Yo también leo el periódico, iba a darme cuenta!
 
-Estaba pensando… Es una lástima…- le respondió mientras salía de la cama para ponerse la ropa.
 
-Será que soy imbécil… que no pude darme cuenta de lo que le iba a pasar. ¿Por qué no te diste cuenta tú que eres tan buen detective?
 
Andrew volteó a ver a Frederick. Éste estaba como un niño apretando los puños y los dientes en un vano intento por no echarse a llorar, no sólo por la pena sino que también por la frustración que le causaba no haber imaginado lo que ocurriría. Todas las pistas estaban con él pues el niño había hablado como un loro manifestándole lo contento que estaba por irse de viaje. Era pequeño, no podía imaginarse que su padre lo envenenaría por la noche.
 
-¿Por qué trabajo tanto para permitir que leas si esa lectura no sirve de nada? ¡¿Acaso no lees novelas de misterio y miles de libros para poder resolver casos como esos y comprender las intenciones malvadas de las personas?!
 
-Frederick, en mi base soy un antropólogo. No soy psicólogo… Necesitaría diez años como mínimo para entender la complejidad de la mente humana porque… ¿Qué clase de padre acaba con la vida de un niño que a todas luces disponía de talento para vivir? Ni siquiera soy padre para entenderle…-
 
-¡¡Para algo intentas ser detective!! ¡Se supone que salvamos a las personas!!
 
-Aún eres joven e idealista. Lamentablemente, nuestro trabajo no es salvar a las personas, nuestro trabajo es encontrar a los asesinos de éstas… No te confundas, no somos superhéroes así como tú tampoco ayudarás a las personas siendo un abogado porque… Verás, tú sólo haces el trabajo que puedes hacer y muchas veces deberás defender a asesinos o velar por intereses de empresas usureras que buscan legalidad. La vida es muy difícil a cómo la imaginas así que más te vale apartarte de ese comportamiento tan ingenuo, no eres ni un niño ni una dama florero.
 
-¿Dama florero? – Entre lágrimas, Frederick se sorprendió por las palabras de su amigo y arrugó toda la cara en una expresión de ira - ¡¡Sí, debí haber sido una dama florero!! ¡Debí ser mujer, casarme y tener hijos como ese que no salvamos! ¡¡De hombre no tengo nada!! ¡Soy cobarde como una mujer, tengo cara afeminada, soy imberbe y pequeño, además las mujeres no me gustan, me asquea el contacto con ellas! ¡¿Qué podrías saber tú que siempre está pendiente de esa mujer horrible?!
 
Ante las palabras de Frederick, Andrew quedó desconcertado. No se imaginaba que los recientes desvaríos del estudiante se debieran a tan ferviente deseo de ser una mujer. Y ahora que lo decía, realmente parecía más una dama que un varón aunque carecía del atractivo de una. El detective se apoyó entonces en la ventana y decidió no continuar pensando en las palabras del pequeño pues seguramente todo lo que decía tenía su causa en la tristeza por la muerte del niño. Tampoco tenía derecho a reclamar a su compañero pues en parte era su culpa: había estado en la mesa contigua del niño escuchando todo.
 
-Es mi culpa verdaderamente…- asumió el detective finalmente – El niño dijo que iría a ver a su madre y yo sabía que ella falleció años atrás, pero supuse que sólo eran tonterías de niños… lo siento, sin duda no debería fingir ser un detective.
 
-Idiota…- Frederick lo abrazó, demostrando así cuánto temblaba – Ambos fuimos muy idiotas… Pero… si yo hubiera sido mujer al menos habría tenido el instinto… habría podido intuir la crueldad del padre… Si yo fuera mujer, yo… habría podido recibir tu mirada cálida.
 
Y entonces lo tomó por las mejillas y besó sus labios con la ingenuidad propia del primer beso contenida en aquella acción. Andrew entonces pareció entender por completo, como si el misterio hubiera sido descubierto de las sábanas,  la razón por la que Frederick anhelaba tanto ser una mujer. ¿Qué podía hacer él? No supo cómo actuar, tomó al joven por la cintura con sus fuertes manos y correspondió un instante al beso, sólo un instante, luego se apartó de él y tomó la decisión que más dolería a Frederick: Fingir que continuaba sin entender el amor que el chico le manifestaba.
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Foto del autor Camila Jara
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Descripción

Clasificado como fanfiction pero es una historia original. Trata del amor que siente Frederick Williams por el detective Andrew Aldrick, hombre comprometido. Se intenta enmarcar en el ao 1920.

Palabras Clave: Amor homosexualidad detective.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Fanfictions



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