LUCAS CALUS
Publicado en Nov 26, 2012
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   Luis llevaba muchos días excitado por la llegada de la
 
nueva subasta. Cada uno o dos meses se llevaba a cabo una
 
en el pueblo más cercano a Aranjuez. Nuestra casa se
 
distanciaba por solo quince kilómetros, y allí mi pareja
 
solía organizar todos los acontecimientos donde el arte
 
dejase algún homenaje a la creatividad, que pudiese admirar
 
y a la vez descifrar. Su relación con el mundo se
 
diferenciaba mucho de las personas corrientes. Vivía
 
admirando la creación de las cosas tanto dadas por la
 
naturaleza como las confeccionadas por el hombre, siempre
 
desde un punto de vista astrológico, su mayor
 
entretenimiento. Nuestro hogar se situaba al final de un
 
sendero, bastante apartado de la civilización pero muy bien
 
comunicado por una autovía. En el último piso había un
 
mirador, y cada noche mostraba sus conocimientos e
 
instrumentos a toda visita que le interrumpiese en su
 
digamos meditación diaria.
 
 Entre los dos regentábamos una modesta inmobiliaria, nos
 
encargábamos de poner en contacto a personas interesadas en
 
la compra de mansiones y tierras próximas a la nuestra.
 
Disponíamos de un nivel adquisitivo alto, eso nos permitía
 
                                                                                                                          
trabajar de una forma relajada; no siempre había mucho que
 
ofertar por aquellos parajes.
 
 Llegado el invierno la casa de un matrimonio Holandés se
 
puso a la venta; su nuevo propietario no estaba interesado
 
en ninguna de las pertenencias personales que se
 
encontraban en la mencionada construcción, y decidimos
 
subastarlas, como en muchas otras ocasiones. Luis se
 
encargaba de todo los trámites, yo solo de mostrar los
 
posibles negocios. Se entusiasmó en demasía con aquella
 
operación, como si fuese la primera, tanto que me hizo
 
interrumpir su intimidad en lo más próximo al cielo para
 
pedir una explicación que no llegaba. Entonces me habló de
 
Lucas Calús y Valentina. Se trataba de un escultor
 
nacionalizado español después de la Segunda Gran Guerra, y
 
ella su más ferviente seguidora. En un primer momento
 
deduje que una obra de estimado valor se encontraba a
 
nuestra disposición, pero en pocos segundos se aclaró: el
 
matrimonio fallecido tuvo en su poder un retrato anónimo de
 
dicho artista. Después continuó mencionando cosas de
 
Valentina, emocionándose como un colegial. Luis tenía un
 
aspecto rudo: moreno, corpulento y con barbas, muy viril
 
pero se convertía en un ángel de Miguel Ángel al hablar de
 
ella. Se trataba de  una mujer próxima a los treinta años,
 
bastante excéntrica y que se había gastado gran parte de la
 
inmensa fortuna de sus padres en obras de éste y otros
 
artistas sin mucho renombre. No se le conocía otras
 
pasiones, y contaba con el aprecio de casi todas las
 
Galerías importantes del Mundo; aunque advertían la
 
posibilidad de que tuviese que vender algunas
 
adquisiciones, su riqueza había sido dañada por la mala
 
inversión de uno de sus nuevos asesores. Luis aseguraba una
 
buena publicidad, y a mí me cabía la posibilidad de que se
 
sintiese atraído por una desconocida mujer, quién tenían su
 
misma visión de las cosas. Sus pasiones y conocimientos
 
coincidían: la naturaleza y el arte, la tierra y sus
 
componentes dentro de un Cosmo. Me dio motivaciones
 
filosóficas para hacerme  pensar que su verdadera inquietud
 
no consistía en la nueva transacción realizada.
 
 Pasaron los días y nunca le había visto de esa forma,
 
jamás  había demostrado la más mínima emoción, ni por los
 
primeros pasos de su hija. Todo me extrañó, por lo que
 
decidí asistir a la subasta. Llegó el ansiado día. No le
 
comenté mis intenciones, cuando  cerró la puerta vestí a
 
Virginia  para dirigirnos al acontecimiento, peiné mi corta
 
melena rubia, pinté mis ojos azules, adorné mi delgado
 
cuerpo con un simple vestido de flores parecido al de mi
 
hija, y me fui.
 
 La sala se encontraba en el Ayuntamiento, no muy grande y
 
ornamentada con solo unas cortinas rojas que daban al lugar
 
un aire de espectáculo. Nos sentamos en la última fila,
 
 
                          
solo nos vería si prestaba atención al público asistente,
 
sabía que sus únicas miradas se dirigirían a la esperada
 
marchante. Así fue, llegó al cabo de dos minutos tras de
 
mí. Me sorprendió su aspecto físico, creía que tendría uno
 
muy diferente. Lo que la diferenciaba de los demás
 
espectadores: su pelo. Presumía de unos cabellos negros,
 
ondulados y largos, que paseaban independientes de los
 
movimientos de su cuerpo. Lo demás parecía  muy usual, casi
 
mundano, disfrazando su gran fortuna tras un simple
 
atuendo, aunque no podía pasar desapercibida. Quedó claro a
 
quién esperaban. Rápidamente comenzaron la muestra de los
 
objetos para subastar. Uno a uno se fueron comprando, la
 
arrogancia de ellos distaba mucho de las de cualquier
 
objeto de arte, y quizás debido a la expectación que todos
 
respirábamos, se ofertaron como tales. Mis vecinos vestían
 
sus mejores galas. Me recordó un poco la película de “
 
Bienvenido Mister Marshall”, preparados para recibir a una
 
mujer a quien solo le importaba un hombre dentro de un
 
cuadro, una ilusión vestida de artista, y luego se
 
marcharía sin quizás pararse a admirar alguno de los
 
encantos del lugar. Creó que durante ese tiempo sentí
 
envidia por la atención que recibía de Luis, lo que provocó
 
mi comportamiento con la llegada de la muestra del retrato.
 
Mencionaron el preciado objeto, y se hizo un silencio lleno
 
de una tensión que no debía agradar a nadie. En unos
 
                          
instantes apareció el cuadro tapado por un terciopelo rojo,
 
durante un momento llegue a identificar el color con la
 
sangre, no sé qué me hizo verlo de esa manera. E igual que
 
en las grandes y majestuosas fiestas donde una mujer recoge
 
su traje para comenzar a bailar, el cuadro con esa misma
 
elegancia, se deshizo de su capa para dejarse ver. La
 
tensión aumentó, la quietud se transformó en suspiros. La
 
mirada de Valentina me dio escalofríos, la de Luis:
 
“dudas”. El hombre estaba peinado de una forma típica de la
 
época. Una raya a un lado y con un potente fijador había
 
apelmazado su pelo transformándolo en surcos de un campo
 
cultivado. Sus gitanos ojos te embrujaban y seducían,
 
ayudados por una media sonrisa. En sus miradas se descubría
 
la admiración que había traído a ese tranquilo lugar. Daba
 
la sensación de que ya en vida había levantado grandes
 
pasiones, su atractivo se dejaba claro, y su poder en la
 
sala con esos ojos negros ya había causado estragos entre
 
las féminas de la habitación. No se pudo evitar las risas
 
de los hombres, trayendo un poco de normalidad a la
 
situación. Después de todas las sensaciones acumuladas
 
comenzó la puja. Extrañaba que en el siglo en que nos
 
encontrábamos aún se diesen esas situaciones tan típicas en
 
otras épocas de la historia. El arte aún creaba alas de
 
misterio con un idioma que no todo el mundo podría
 
traducir,  pocos conocían ese lenguaje que llegaba a mandar
 
                            
señales, dando un significado muy individualista según el
 
propietario. Se trataba de un jeroglífico inexplicable para
 
muchos, más aún en la época en la que vivíamos donde todo
 
estaba computerizado, y la solución a nuestros secretos se
 
resolvía con la averiguación del botón adecuado. Con un
 
golpe rotundo creo que se trucó todo. En un primer momento
 
no se sabía como pero había personas interesadas en esa
 
obra. Comenzó con un valor de unos trescientos mil euros, y
 
poco a poco subió. Valentina permanecía callada, interpreté
 
que estaba esperando a que dejasen de pujar y dar carpetazo
 
al asunto con una suma imposible de superar por los
 
asistentes. Levantó la cabeza y volvió a mirar el cuadro.
 
Parecía que se comunicaban con las miradas, quizás  en otra
 
vida se hubiesen conocido,  empezó a jugar. Se dio por
 
sentado que Lucas Calús le dio el permiso para ello.
 
Doblaron la última cifra dada,  ¿se hacía para elevar el
 
valor de lo subastado o realmente había levantado pasiones
 
entre los asistentes? Esa puja fue mejorada, volvió a
 
agrandarse y yo, tripliqué el precio dado por ella en dos
 
ocasiones. Aún aumentó más la tensión entre los asistentes
 
y Valentina me miró con odio por intentar alejarle del
 
creador de sus tesoros. Me salió el reflejo de la amante
 
traicionada, puesto que la atención de Luis, desde que
 
ellos aparecieron, había disminuido y  quería,  lo
 
lograría, volver a recuperarla, incluso dañando a quién se
 
                            
había osado a ello. Se asombraban  por segundos, ella
 
luchaba con dinero por poseer lo que jamás tendría, y yo de
 
igual forma por mantenerme siempre en un primer lugar. Gané
 
por descuido de mi contrincante o porque realmente no tenía
 
más líquido con que vencer la última suma dada. Mientras el
 
cuadro seguía sonriendo, pareciendo disfrutar por las
 
disputas a la que él había estado acostumbrado. Con esa
 
última adquisición se dio por terminado el espectáculo, y
 
yo me dirigí a terminar con los trámites adecuados.
 
Valentina seguía observando, incrédula ante lo ocurrido, y
 
aunque me temblaban las piernas, como si hubiese hecho
 
cualquier atrocidad, me marché agarrando fuerte la mano de
 
mi hija, adquiriendo más seguridad. Esperé a Luis en casa,
 
y  a la discusión que le acompañaba. Acosté pronto a
 
Virgínea. Preparé una cena ligera,  me senté una vez
 
colocado el cuadro al lado de la chimenea, la encendí, y
 
jugué un rato con las brasas. Miré de nuevo el cuadro,
 
seguía sin gustarme esa sonrisa; y menos aún la forma en
 
que lo había adquirido. Siempre había opinado que las cosas
 
debían venir hacia ti. Si te empeñabas en adquirir
 
propiedades o sentimientos que desde un principio se
 
alejaban, tarde o temprano así lo harían, porque todo y
 
todos tienen un camino predeterminado, y por mucho que lo
 
intentes agarrar, retoman su destino. Me lo enseñó él con
 
el ejemplo de los astros:”  Aunque los admiremos y
 
                                 
visitemos nunca serán de nuestra propiedad, seguirán su
 
rumbo. Se abrió la puerta, y a la vez mi dolor. No hubo ni
 
un saludo, solo gritos exigiendo otra tímida explicación.
 
Mentí al decir que se lo quería regalar por la muestra de
 
interés que  había demostrado desde el principio. A lo que
 
sonrió disgustado, advirtiéndome que no subestimase su
 
inteligencia. No contesté, me miró y sin cenar subió las
 
escaleras para irse a dormir, no sin darme una de sus
 
inexplicables lecciones de arte. Él si conocía ese
 
lenguaje, y me recordó que toda obra debe estar acompañada
 
de un contexto, de un entorno adecuado, que observase el
 
entorno, e intentase ver y sentir a quién le correspondía
 
ese cuadro, después señaló la ventana. Volví a mirar esos
 
ojos, y a la vez mi casa. No había sintonía entre ellos.
 
Luego observé el exterior y descubrí a Valentina en su
 
llamativo coche, avisándome de su intolerancia. Cerré la
 
cortina e incluso me serví una copa de vino, brindé por
 
quién había incomodado mi hogar. Sonó la puerta,  no tenía
 
pensamientos de abrir. Continuó y Luís bajó aún más
 
arreglado para sofocar la llamada de la intrusa, otra vez.
 
La invitó a pasar,  se dirigieron al comedor, relatándome
 
con gestos como debía comportarme. Después de tomar dos
 
copas más y tumbarme en el sofá, creciendo por segundos mis
 
celos. Se situaron juntos a mí y sin decir  palabra:
 
bajaron el cuadro. No tuvo en cuenta mis deseos, ni mi
 
                                
humillación. ¡ Me ignoró!.
 
 Mientras hablaban de sus conocimientos, de lo que
 
representaba para ellos la última obra que había adquirido,
 
yo jugaba con el fuego avivando por momentos la
 
 
Furia, intentando apaciguar los pensamientos que
 
rápidamente surgían en mi cabeza. No puedo expresar como mi
 
rencor renació de lugares que permanecían en el olvido.
 
Avivé, avivé el fuego de mi corazón junto con el de la
 
chimenea.  Después de forcejeos las llamas corrían en el  
 
salón y, en solo cuestión de segundos se prendió mi irá,
 
mis cortinas y mi casa. El cuadro brillaba pidiendo
 
auxilio, y Valentina lo protegía con sus besos. Luis
 
intentó apagarlo, volvió a no prestarme atención. Me
 
despreció, el cuadro también, aunque esta vez no sonreía.
 
Subió por mi hija mientras nos ordenaba que saliéramos de
 
allí. Ya fuera, mientras veía como todo ardía, reaccioné
 
con la llamada de mi marido a los bomberos.
 
Sé que pasaron horas, que pasaron despacio, minuto a
 
minuto, segundo a segundo, y para mí todo fue en un
 
pestañeo. Ruidos de sirenas, ambulancias, vecinos; y yo
 
sola en un lugar apartado mirando sin ver nada. Virgínea
 
lloraba, me soltó la mano y abrazó a su padre. Ni
 
reaccioné, mis ojos solo reflejaban el horizonte rojo, vivo
 
y con nubes de humo, dándome la señal de mi nueva vida.
 
Aun no comprendo nada, vivía tranquila sin grandes
 
preocupaciones, pero un simple y mundano sentimiento había
 
transformado todo.
 
 Sonó un coche, giré mi cabeza, el chirrido de las ruedas y   
 
los frenos me despertaron de mi letargo. Valentina se iba,
 
 
 
cerré los ojos y deseé que con la huida se marchase todo
 
los celos, la discusión, la envida, en conclusión: el
 
sufrido dolor. Suspiré y descanse, aunque por poco tiempo.
 
 Había mucho ruido, no se distinguía bien de donde venía
 
cada cual, hasta que una grandiosa explosión hizo girar
 
todas las cabezas hacia el camino de curvas que llevaba a
 
mi casa. Valentina había derrapado en una de ellas
 
saliéndose por el barranco.
 
 Miré, esta vez siendo consciente de lo que estaba
 
ocurriendo. Su alma se mezclaba con otras nubes de humo que
 
subían hasta el firmamento, sin tener claro si ahí también
 
vagaba su cuerpo.
 
 Corrimos, y vimos el pelo de Valentina enredado en el
 
volante. Luis la intentaba sacar, pero no podía. Llegaron
 
los bomberos, y lo que para algunos es un obstáculo para
 
otros una simple obstrucción, o eso pensábamos. Y seguía
 
saliendo mucho humo y más llamas, todo mi paisaje era rojo.
 
Tan rojo como la sangre, tan rojo como un volcán, tan rojo
 
como las cortinas que habían cubierto el cuadro. Volví a
 
aislarme en mis pensamientos, sin recordar ninguno.
 
 Hubo otra explosión y me di cuenta que los bomberos aún no
 
habían sacado a la coleccionista. Me aparté, intuí que ya
 
no iba a salir, que ya no iba a volverla a ver; y no
 
descansé. Empecé a sentirme mal, a saber que ya nada sería
 
igual. Con una rápida carrera me acerqué al coche, rompí el
 
cristal de atrás, me quemé y cogí el cuadro deteriorado del
 
asiento. Lo llevé a un sitio seguro, entre las pocas
 
hierbas frescas que quedaban en mis llanos. Lo puse boca
 
abajo, no quería ver esa sonrisa. Lo miré y percibí su
 
llanto. Aún me pregunto el motivo por el que lo salvé, aún
 
me arrepiento de recuperar el recuerdo del principio de
 
todo, y aún sé que el dolor seguirá con el mientras exista.
 
Ya no importaba mi casa, todo el mundo miraba el coche de
 
Valentina envuelto en fuego, con ella dentro. El camión de
 
los bomberos se había acercado, y se disponían a apagar el
 
fuego con el agua que todo lo cura, cuando no existe otra
 
solución. Pero ya todo se había quemado: el coche,
 
Valentina, y con ella mi relación. Poco a poco nos íbamos
 
del lugar, se quedaban solo los hombres uniformados,
 
quienes eran los únicos que encontraban sentido a estar
 
entre cenizas. Luis se acercó a la casa que ardía. La
 
miraba igual que yo, sin sentir nada. Por ese momento
 
estabas vacío, sin sentidos ni sentimientos. Pestañeando,
 
intentado que en cada abrir y cerrar de ojos apareciese
 
otra imagen en la que descubrir un atisbo de esperanza.
 
Quedó claro que nada iba a perdurar, que todo mi pasado y
 
mi futuro, junto a él, se esfumó con el humo hasta el
 
cielo, para quedarse en algún lugar formando parte de un 
 
astro que nadie visitaría. Solo mi memoria volvería para
 
retorcerme de dolor al recordar todo. Mi vida junto a él,
 
mis inquietudes, donde había crecido mi hija, mi hogar
 
durante años y mi amor, mi único y gran amor, ardió con mi
 
casa.
 
 Miré atrás y vi a mi hija, sola. La cogí de la mano, la
 
besé para sentir un poco de calor en esos momentos y me
 
acerqué a Luis. Un error, otro más. Virgínea seguía
 
llorando, y pensé que el sentimiento de lástima por mi hija
 
nos acercaría aunque fuese por un breve instante. No fue
 
así. No giró la cabeza, no mostró nada, todo fue
 
insignificante. Creo que ni él mismo sabía que había
 
ocurrido, su cara lo reflejaba por no haber controlado las
 
pasiones, ni las ilusiones por algo que ni siquiera conocía
 
realmente; o eso quiero pensar yo. Y a pesar de todo, ya
 
daba igual. Se desvanecieron los sentimientos en uno de sus
 
anteriores pestañeos, se fueron, lo vi, y supe que no
 
volverían.
 
 Ahora vivo en Madrid. No sé si el cuadro se salvó, ni me
 
interesa. Solo me han quedado las cenizas de los recuerdos
 
de muchos años maravillosos, intentando mantener a mi lado
 
a quien hacía tiempo que se había alejado de mí.
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Foto del autor Sandra María Pérez Blázquez
Textos Publicados: 60
Miembro desde: Nov 23, 2012
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Descripción

Breve relato sobre la expectación que causa un cuadro en la vida de una pareja

Palabras Clave: Lucas Calús

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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