LOLA
Publicado en Nov 26, 2012
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Bailaba sin cesar en aquellas tablas, sin descanso y sin zapatos. Viajaba
 
gracias a esos incansables movimientos de unos tacones imaginarios, y a la
 
vez no cesaba de desear detenerse en su blanco sur. Solía hacerlo en verano,
 
cuando la demanda de los turistas subía la tarifa, permitiéndole pasar un buen
 
Agosto, agradeciendo con el flamenco todo lo bueno que le aportaba ese
 
lugar. Rondaba eso de los treinta años, y se adivinaba por su fuerza llevar
 
mucha vida recorrida. Lo más característico de ella: el ruido que desprendían
 
sus píes, que se suplía con el silencio de la voz. Su mirada reflejaba timidez,
 
los labios dulzura, quizás por lo vivido; y la felicidad  paseaba siempre en su
 
cabeza.
 
Solía visitar los parientes del clan que la había criado de pequeña, su madre
 
trabajó durante muchos años en el extranjero, y la tuvo que dejar en diferentes
 
ocasiones. Los llamaba su segunda familia. La enseñaron muchas cosas de su
 
raza, la mayoría la  ayudaron a comprender el significado de lo que para
 
algunos parecía oculto.
 
Solía acompañarla Marlo, hijo del embajador de Alemania. Su mejor amigo, y
 
su mejor amante. Llevaban muchos años juntos, y aunque la relación pasaba
 
por momentos bajos, siempre volvían, e incluso con más pasión.
 
El verano en que cumplió la treintena, tuvo la oportunidad de hacer crecer su
 
sueldo. Su cuerpo era hermoso, sin ni siquiera haber puesto empeño, y a veces
 
lo vendía para conseguir dinero o trabajo.
 
Las noches de los Jueves subía al escenario de un tablao al aire libre, cerca de
 
las dunas, el lugar donde mejor se sentía, donde más podía dar. Y a la vez,
 
cuando Marlo la miraba mientras bebía una copa o la fotografiaba para su
álbum personal, ella se sentía querida y admirada por quien jamás la había
 
fallado. Una nebulosa noche, al terminar la función, se le aproximó un
 
caballero; los modales lo describían como tal. Marlo lo intuyó y se marchó con
 
una irónica sonrisa, esa noche no sería para él. ¡Ahí empezó todo!.
 
Mantuvieron una conversación amena, ningún tema en especial, mencionaron
 
las palabras justas para rasgar el hielo y no tropezar con la hipocresía. Lola no
 
quería  terminar con la charla, esperaba mantener su atención hasta
 
asegurarse que volvería. Seguía añorando la posibilidad de un único
 
acompañante en la solitaria vida, pero sabía que la desconfianza nunca la
 
abandonaba, y podía jugarle otra mala pasada. Casi no creía en nada; y a
 
pesar de ello le encantaba vivir, bailar, amar, soñar; todo lo que la evadía de lo
 
mezquino, dando una oportunidad a aquello que viniera a ella.
 
 
Se marchó al camerino para coger algunas de sus pertenencias,  pasearon
 
muy juntos. Esa noche transcurrió sin ningún acontecimiento.  Cada día Lola
 
quedaba más cautivada, parecía un hombre muy diferente a los tratados con
 
anterioridad. Rondaba los cuarenta años bien cumplidos, y una carrera como
 
escritor muy consolidada. Solo le faltó mencionar un importante detalle: tenía
 
mujer e hijos, dos exactamente, de ocho y diez años. Hablaron mientras duró la
 
oscuridad, y la embaucó con su don de palabra, describiendo los lugares que
 
había visitado, los personajes tan importantes que había conocido. Por primera
 
vez sintió algo que jamás lo había hecho: la admiración por quien tenía a su
 
lado. Lola no se daba cuenta que conocía todo sus gustos, hasta lo que
 
realmente repudiaba.  Además de saber conquistarla, tenía otras intenciones
 
claras con ella.
 
 
 
 
Transcurrieron los días y no la tocaba; más caía en el engaño. En una de sus
 
visitas se despidió  advirtiendo que estaría allí como máximo unos tres meses
 
hasta que consiguiese terminar el libro, quedaban unos dos capítulos. Tras el
 
precipitado anuncio de la partida se dirigió a su casa dudando por un momento;
 
parecía el hombre idóneo. Todo surgía ante sus ojos con demasiada
 
perfección, quizás lo que siempre había querido. Antes de coger la llave de
 
debajo de la alfombra, se dio cuenta que la puerta se encontraba abierta. Marlo
 
era el único que sabía donde hallarla. Entró precipitadamente, y al verlo en el
 
sofá con el torso desnudo, lo tapó con una toalla, luego le besó acariciando el
 
pelo que cubría su pecho. Se despertó y sin mediar palabra alguna tuvo lo que
 
siempre obtenía de él: el afecto de la familia que no tenía, el amor que toda
 
gran pasión trae y la comprensión del único que había respetado siempre sus
 
deseos. Duró lo suficiente como para dejar que el sol entrase por la ventana, y
 
cuando los rayos dieron  en sus  caras, se descubrió el esfuerzo físico y el
 
placer que había traído consigo. A Marlo se le derramó una gota de sudor por
 
la mejilla. Lola, para finalizar todo, se la secó con su mano mirándole a los ojos,
 
diciendo aquello que en ese momento quería oír. Se marchó cuando ella aún
 
dormía.
 
A la tarde siguiente ambos hombres se cruzaron, los dos sabían el papel que
 
jugarían.  Con un breve saludo desvelaron la poca rivalidad existente entre
 
ellos.  Buscaban cosas diferentes, cada uno  respetaba el terreno regalado por
 
esa mujer.
 
Poco a poco el escritor conquistaba a la bailaora, la pretendía como un joven
 
adolescente; y ella más caía en sus brazos, sin aún haberlo tocado. Al mes de
 
empezar a cautivarla mantuvieron relaciones; ese fue el comienzo del final de
 
una mujer fuerte. Durante una semana aproximadamente no se separaron ni
 
siquiera para continuar el libro. Pasado el tiempo necesario para crear el lazo
 
de confianza, su interesante conquista esperó la terminación de una de sus
 
funciones para poder conseguir aquello que realmente le había traído. La invitó
 
a ir a la playa, donde se sentiría con fuerzas para no dañarla. Comenzó por
 
advertirle el motivo de su visita: no se debía solo en busca de la tranquilidad
 
para acabar el libro, quería finalizar otra cosa. El dueño del local, donde ella
 
solía trabajar, era un hombre con un papel importante dentro de una
 
organización criminal, su deber consistía en conseguir toda la información
 
posible para saber quienes podrían desempeñar los altos cargos, y así acabar
 
con el vandalismo cerca de esa blanca arena que tanto amaban. Le pidió
 
ayuda, Lola se vio utilizada como jamás antes lo había hecho; y había tenido
 
muchas ocasiones para ello. Su sueldo creció a la vez que su humillación.
 
Lloró por la decepción, él la consolaba haciendo planes de cómo podían vivir
 
una vez terminado todo. Mal augurio comenzar una cosa con la condición de
 
terminar con otra, pensaba sin cesar. Las lágrimas seguían cayendo; él las
 
secaba con sus besos, con sus manos y con la esperanza de que todo
 
transcurriese lo más rápido posible para poder dejar de dañar. Los planes
 
continuaron, Lola no decía palabra. Solo de vez en cuando suspiraba,
 
intentando retener lo más importante. Obedeció como cualquier enamorada. Se
 
relacionó cada vez más profundamente con su austero jefe, obteniendo los
 
datos que día tras día  le pedía. A la vez  seguía sufriendo, aunque él la
 
ensimismaba con los planes en un futuro próximo. Se sentía sucia, manipulada,
 
y lo más incómodo de todo: observada. Desde que él llegó lo intuyó, creyó que
 
se debía a Marlo pero con el tiempo descubrió que no. Cada movimiento era
 
estudiado, cada frase analizada y cada día un examen para ver si sería la
 
persona adecuada para vivir con él, no obstaculizándole en nada. A veces se
 
alegraba que lo hiciesen, porque significaba importar algo a ese ser que ante
 
Lola se descubría tan maravilloso. No sabía realmente si era escritor o
 
simplemente un truco; quería desear que aunque sus intenciones no fueron en
 
un principio honestas, él también se había enamorado. Necesitaba creerlo así,
 
porque ya serían demasiadas decepciones. Aunque también sabía que tenía la
 
fuerza suficiente para resistir más, al menos esa vez.
 
Pasaron los días y temía que la petición aumentase su intensidad, haciéndola
 
sentir aún peor. Debía ser cautelosa e incluso fingir que su capacidad era
 
menor a la real. Llegó a temerle, sus palabras eran tan incrédulas, y aunque
 
cabía la  posibilidad del engaño, también lo intentaba olvidar con unos simples
 
bailes; la mantenían ocupada sin pensar en lo que podía o no pasar.
 
 
Acordaron seguir un poco escondidos hasta el final del verano, y con él: el
 
problema. Cuanto más hablaba de todo, un dolor intenso la invadía, sabía que
 
los planes en un futuro lejano nunca llegaban a buen puerto. Siempre podía
 
ocurrir algo que lo enturbiase todo. Su gitana, la que conocía todo de sus
 
manos, le enseñó cómo conseguir una felicidad plena día a día; no merecía la
 
pena creer que un deseo podía ocurrir dentro de mucho tiempo, y menos
 
condicionar la vida a una simple quimera. Las cosas nunca dependen de uno
 
solo, siempre se condicionan por más circunstancias. Los cuentos de finales
 
felices son mera fantasía. Existe una realidad diaria por la que luchar, un sueño
 
presente que mantener, y unas ilusiones futuras que solo nos evaden de lo
 
actual, cuando no nos gusta;  diferenciándolo siempre de lo que surge a través
 
de nuestros sentidos. Solía recordar esa conversación al nombrar la promesa
 
referente a una vida de interminable felicidad.
 
Llegaba el final de todo, y se suponía que con él comenzaría algo  mejor.
 
La última noche de Septiembre bailó como nunca antes, parecía brillar como
 
cualquier estrella más. Su cara, desde que lo conoció, mantuvo un estado de
 
preocupación, ahora se expresaba relajadamente, sin ningún pensamiento
 
oculto, sin ningún misterio que descifrar. Los píes taconeaban velozmente, los
 
brazos se elevaban hasta parecer tocar las nubes, y las manos dibujaban
 
figuras en las paredes blancas del escenario. Con la “Danza del Fuego”
 
desechó toda tensión vivida, y más aún las incertidumbres que el final de la
 
estación traía. Terminó de rodillas, con la cabeza baja y con el pelo ocultándole
 
el rostro, daba a entender su rendición. Marlo la miraba, volvía a sonreír,
 
creyendo saber lo que había pasado, y todo lo que iba a ocurrir. Se dirigió a la
 
playa, no muy lejos de su ingenua artista.
 
 Al finalizar la actuación, marchó a su casa. Cogió la llave del escondite y de su
 
 esperanza; pero lo encontró en la misma posición en que ella había acabado
 
 la danza. Cerró los ojos y presintió todo. Él la miró y a la vez bajó la cabeza ,
 
queriendo cambiar de tema. No hablaron, Lola abrió su preciado  escritorio, allí
 
guardaba sus tesoros, sus sueños y a veces su realidad escrita en un breve
 
diario. En un papel apuntó todo lo que había venido a requisar. Llorando y
 
adivinado: el engaño. Subió rápidamente las escaleras, al mover la puerta del
 
dormitorio vio como las maletas ya estaban hechas. Ahí si se derrumbó.
 
¿Cómo se había dejado seducir de esa forma, dejando que la utilizase, que le
 
restase tiempo de su vida?.
 
El leía el papel y serenamente retenía todo en su cabeza; memorizando
 
nombres y lugares, obteniendo aquello que necesitaba. Marchó al lado de Lola,  
 
al verla se despertó en él un sentimiento de compasión que jamás antes lo
 
hubiese conocido. Su trabajo le había enseñado a ser fuerte, llegando a
 
parecer cruel, y más aún desdichado, porque detrás de esa dureza no podía
 
existir felicidad, no cabía bondad. Una vida sin esos valores era muy difícil de
 
llevar, pero ella los sedujo y los sacó de lo más profundo de su ser. Continuó
 
asegurando que le había embrujado su pasión, su fuerza, su amor
 
incondicional ante un auténtico desconocido. Se despedía diciendo que no la
 
había mentido; los planes los hizo con toda ilusión, pero se habían trucado: su
 
mujer había enfermado, y se veía con el deber de ayudar a quién había estado
 
tantos años junto a él. Brilló el desengaño, y el dolor fue como cualquier
 
desamor; mientras le repetía las frases, ella más se acordaba de todo lo
 
mencionado por la gitana, negando con la cabeza y volviendo a derramar las
 
lágrimas que esa tormentosa conquista detestaba. Siempre había sido así: ella
 
pasaba a lo último; y asentía cuando recordaba creer que esa vez hubiese sido
 
diferente.
 
Le ayudó a bajar las maletas, el adiós se construyó con caricias. Deseaba
 
correr hacia las dunas para relajar el alma. El mentiroso escritor se despedía
 
como cualquier buen galán del cine negro, asegurando volver; pero en la
 
mirada de Lola se reflejaba la mentira, y la desconfianza marcada desde el
 
principio. Quería terminar pronto, y corrió.
 
En solo segundos apareció en la playa, allí sentado la esperaba Marlo. Le
 
cogió la mano mientras se tumbaba, y Lola suspiró…
 




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Foto del autor Sandra María Pérez Blázquez
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Miembro desde: Nov 23, 2012
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Descripción

Breve relato de amor que narra la historia de una mujer pasional, quien se ve obligada a ayudar a la policía.

Palabras Clave: Lola

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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