MIS ABISMOS
Publicado en Aug 08, 2009
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MIS ABISMOS
(Cuento)
Desde niño, en momentos de alegrías o tristezas antes de dormirme veía un abismo gigantesco, profundo, devorador que me aterraba y asustaba tanto que solía despertarme a los gritos llamando a mi mamá. A veces me caía en él y despertaba sin haber tocado el fondo, transpirado, tembloroso.        
Mi madre, la "Nona" o mi padre solían decir tuvo una pesadilla, como no sabía bien a los 6 o 7 años que significaba esa palabra, nada más escucharla la relacionaba con dos cosas: con una boa, porque una noche la abuela tuvo pesadilla y decía que una boa la oprimía y ahora los abismos lo que hizo que en principio para mí, fueran sinónimos.
Durante la adolescencia, en días de gloria, triunfo, dolor, amor, desamor, ilusiones o decepciones, no importaba cuándo, ni donde era el lugar que el sueño me agarrara allí estaba el abismo, a veces negro tenebroso, sin fondo, otras veces natural, denso, bello, brillante y solía resbalarme y ver como trozos del terreno en el que estaba parado caían a sus fauces de profundidad infinita, inconmensurable, misteriosa, atrapante. Ya no me asustaba tanto y en oportunidades quise desafiarlo, no faltó oportunidad en que lancé una soga, que siempre era corta y me despeñaba, nunca lograba tocar el fondo. Me dormía, a veces un fuerte estremecimiento me despertaba bruscamente, pero ya no lo temía y una sonrisa adornaba mi rostro de adolescente.
Llegó el momento de ir al Servicio Militar y allí en las noches, tras las duras jornadas de instrucción de tremendo esfuerzo físico y soledad espiritual, mi amigo el abismo aparecía, ya comenzaba a apreciarlo, sentirlo como propio, ahora era algo diferente, más complejo, era un cañadón definido con dos laderas, del peñasco en que estaba parado, lo miraba, con con la misma profundidad, el mismo misterio pero en la otra ladera un gran ciudad, a veces luminosa, otras veces oscuras, tenebrosa, cuando no en las penumbras de la niebla, en la noche o en el día. Ahora a veces quisiera hasta mostrarlo a algún amigo de la infancia o la adolescencia y quería llegar a la otra orilla.
Un día estaba un hombre vestido de negro, me habló, preguntándome si quería cruzar el abismo, que él podía ayudarme, que era poderoso y fuerte. Cuando se volvió quedé prendado y dominado por el pánico, era Lucifer, el malo. Se sonría y vi su rostro de terror perfectamente, lo aparté de mí, o quise hacerlo, pero fue cuando me empujó, caía, caía, salté de la cama con un grito incontenido y un llanto que mis compañeros tomaron por cobarde, pero ¡Qué sabían ellos de mis abismos! No quería dormirme, temía volver a ese lugar aunque me comenzaba a inquietar la otra orilla.
Fui a trabajar a un pueblo de la costa del Alto Uruguay, Puerto Londero, como docente, queriendo enseñar a descifrar el alfabeto, era una alegría, tenía un trabajo y un pequeño futuro, hete ahí mi abismo, espléndido, poderoso, inquietante. Y vi a un hombre vestido de blanco, que me pareció que era Jesús. Me habló del abismo, me preguntó porqué y para qué quería cruzar a la otra orilla, le dije que era solo un poco de curiosidad, ver la ciudad y su gente, sus animales, su vida. Me dijo cualquiera fuera mi intención que no bajara al lecho del abismo, que su boca era carnívora y hambrienta de gente. Si quería llegar a la otra orilla que volara, como vuelan las águilas de cumbre en cumbre en las cordilleras nevadas. Era noche total, pero rara, el abismo brillaba fascinante y el Cristo al lado mío en silencio, dibujaba con un palito unos peces y unas palabras en arameo que lógicamente no entendía, me sentí a gusto al borde del abismo, lo desafié y hasta tuve intenciones de tirarme adentro y hallar un seno tierno y acogedor. Tal vez mi pensamiento no era lógico, pero esa noche me dormí sonriendo.
Hubo caminos andados y compartidos en esposa e hijos, en triunfos y fracasos, en glorias y pesares, en cruces pesadas, sueños frustrados. No importa donde estuviera, si en San Vicente, Alem, Eldorado, Posadas, Entre Ríos, Tucumán, Córdoba, Buenos Aires, Santiago del Estero, Chaco. Si en mi casa, en la de mi madre, o un hotel. El abismo volvía, incólume, heroico, omnipotente. Ahora tenía dos nuevos amigos, dos ángeles, uno negro y otro blanco, no tienen rostro pero sí simpatía y ambos una rara complicidad de bonhomía. Charlábamos en una expresión sin palabras, mentalmente, sabían mis temores, conocían mis sueños, alentaban mis esperanzas menguaban mis ilusiones. Tenían cuerdas, para bajar el abismo, larguísimas lianas, poderosas espinas para que se agarraran en las paredes rocosas y húmedas, o se enredaran en gigantescos árboles y peñascos. Muchas veces estuve tentado a bajar. Un día me dieron un paseo en liana, todo iba bien, tan bien que lo disfrutaba, pendiendo de las lianas observaba mejor el precipicio. Encantado veía en sus laderas preciosas piedras, flores y plantas jamás admiradas, pájaros con cantos sublimes y hasta una música en el aire que el viento sacaba de la fronda fresca. ¡De pronto se rompen las lianas, se van mis ángeles y me voy al fondo del abismo". Pego tal brinco en la cama que despierto a mi esposa quien me pregunta que: que te pasó. Solo le respondí tuve un sueño, soñé que tropecé y no me atreví a hablarle de mis abismos. Pícaramente, tuve una sonrisa y me dormí.
El abismo me persiguió inexorablemente, ahora estaban mis amigos los ángeles, el Negro y el Blanco. Cada tanto dábamos un paseo por las fauces del averno, pero no lo cruzábamos. Un día me puse a pensar ¿Qué era el abismo, qué valla significaba, qué había más allá en la otra pared?: la fama, la fortuna, el amor, la felicidad, el vicio, el poder, el dolor... Y solía correrme un frío por la columna vertebral y sentía como una mano me apretaba la garganta. Acrecentaba mis dudas y ya no quería ver más el pricipicio ni su ladera con la ciudad brillante. Me quedaba parado en el peñón absorto, pensativo, meditando...
A veces pensaba de dónde me salió el abismo y sus diferentes formas, de que parte de mi subconsciente, de qué momento de mi vida, se prendió a mi alma como un abrojo hiriente. A veces se me ocurre que es el cañadón del Salto Encantado donde un día fuí con mi padre a ver el Salto Encantado, Donde Yeteí se inmoló en aras del amor de Yurundí. Resulta que allí mi padre, para ver el fondo se acostó sobre la ladera y solo me permitió acercarme hasta sus pies y de allí no se veía el fondo del abismo. Otras veces creo que son los profundos cañadones de las sierras misioneras de El Torto, o los cerros del Cuñapirú. Cuando no las cataratas lujuriosas  o que me subo a los árboles en el saltó Tarumá y allí está el abismo. Pero estas son todas metas fáciles, mensurables, probables, exploradas. Mis abismos son diferentes, no tienen toponimia, no tienen tiempo ni espacio, están y  no está. Es el éter, es la vida, es algo tan bello que casi no se puede contar.
Un día llevé a borde del precipicio una lanzador de dardos con 3.000 metros de cuerda, lo lancé, se prendió del otro lado, la cuerda quedó firme y tensa. Me subí sobre ella, delante el ángel negro, detrás el ángel blanco, habiendo recorrido toda la extensión de la soga encontramos aferrado al aire el garfio y la otra orilla estaba aún tan lejos me volví frustrado, los ángeles sonrían, de mi tozudez y desazón, diciendo hombre inteligente y no puede cruzar un pozo, como cruzará caminos de bondad, de bien, de amor y de amistad. Los reprendí, fue cuando los pícaros con su magia soltaron la cuerda y me dejaron pendiendo de la ladera, faltaban varios metros, repeché la cuesta y me dijeron, sabes amar. Me volví despertar.
Otro día fui con un Alta Delta, grande, poderosa. Con una bolsa tremenda. Me lanzaría en el Ala Delta, cruzaría el foso tenebroso y cuando estuviera del otro lado, escalaría la ladera, prendido de las abundantes lianas y plantas. Estaba listo, todo preparado. Cuando iba a saltar busqué a Negro y a Blanco. No estaban detrás de mis hombros, sino sobre las alas pero mirando hacia atrás. Me aferró el pánico me tiré hacia atrás, temblando de miedo, a carcajadas los ángeles se subieron ambos a la bolsa del ala y se elevaron como teniendo motor propio, cruzaron al otro lado, hicieron piruetas y sonrieron, soltaron el ala Delta y desplegaron sus alas, era la primera vez que lo hacían, era un imagen de esplendor, detrás se asomaba el sol, sentí una presencia a mi lado, era Cristo otra vez, un poco más abajo, recio y malvado estaba Luficer, ambos curiosos por saber si aún tenía intención de cruzar un camino que era solo para los ángeles, me asusté mucho, tal vez el otro lado es la otra vida y ambos estarán esperandome, llegaron los Ángeles y me dijeron, eres buen amigo, te preocupaste por nosotros, pero tenemos alas y nos echamos a volar. Tu no tienes alas pero si eres libre, amas tu libertad. Lo que te falta aún, fama, poder y fortuna no es condición de humanos es el azar, guarda los otros valores son mejores, para ti y los tuyos.  Busqué a Cristo y a Lucifer no estaban.
Otro día al no poder dormir, buscaba a mi abismo, en alguna de sus formas, me asusté tanto. Puesto que lo veía desde muy lejos, desde el cosmos.  Me estremecí, me quemaría al entrar a la atmósfera, pero me tranquilice, estaba volando en una nave, no estaban los Ángeles, cuando bajamos a la atmósfera hubo un gran destello de fuego y nos convertimos la nave y yo por un momento en un brillante meteorito, la tierra se acercaba a velocidad sideral Negro, ni Blanco aparecían por ningún lado. ¡De pronto empecé a ver una selva inmensa, parecía pareja y verde, pero a medida que me acercaba, la vi herida, desbastada, quemada, temblorosa, llena de miedos y con un silencio casi mortal! La nave se fue acercando al suelo, allí estaban los ángeles, llorando. Velaban la sepa de un viejo cedro de trescientos años, que la avaricia del hombre arrebató. Lloraban, no solo por el árbol, sino por todo lo que se fueron con él, los nidos, las guaridas, un poco más lejos desorientado caminaba un yaguareté, me abrazaron los ángeles y me dijeron, practica la caridad y la comprensión, ama la naturaleza y ya estrás cruzando la mitad de tus abismos.
Cada noche vuelve el abismo, Negro y Blanco se sientan a conversar conmigo, la última vez, me dijeron: felices los que tienen abismos, porque los que caminan sobre la llanura, no suelen tener destino venturoso.
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Foto del autor Diego Luján Sartori
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Descripción

Durante la adolescencia, en días de gloria, triunfo, dolor, amor, desamor, ilusiones o decepciones, no importaba cuándo, ni donde era el lugar que el sueño me agarrara allí estaba el abismo, a veces negro tenebroso, sin fondo, otras veces natural, denso, bello, brillante y solía resbalarme y ver como trozos del terreno en el que estaba parado caían a sus fauces de profundidad infinita, inconmensurable, misteriosa, atrapante. Ya no me asustaba tanto y en oportunidades quise desafiarlo, no faltó oportunidad en que lancé una soga, que siempre era corta y me despeñaba, nunca lograba tocar el fondo. Me dormía, a veces un fuerte estremecimiento me despertaba bruscamente, pero ya no lo temía y una sonrisa adornaba mi rostro de adolescente.

Palabras Clave: Abismos introspección mirada interior reflexión ángeles demonio vuelo

Categoría: Poesía

Subcategoría: Filosófica


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


Comentarios (2)add comment
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Diego Lujn Sartori

Gracias Mirta:

Es un poco de mi.

Saludos

Diego
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October 28, 2009
 

Mirta

En este relato reflejas mucha cosa que de seguro son personales , cargadas de una realidad compartia .Esmuy lindo !!!!
un saludo cordial y gracias """
Mirta.
Responder
August 08, 2009
 

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