Perlas y Cicatrices
Publicado en Nov 22, 2012
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Bajé las escaleras y lo vi sentado junto a la chimenea, esa noche estaba realmente helada, como mis sentimientos yo estaba helada, helada por dentro, hacía más de un mes desde el entierro y aún la imagen de su sonrisa no se me olvidaba y espero sea el mejor recuerdo, el que me mantenga en pie y pueda hacer que yo lo mantenga en pie a él. Fui a la cocina automáticamente prendí el horno, saque la bandeja de la heladera. Pollo al horno con papas su preferido el mío y el de ella. Veníamos cenando lo mismo hace días seguramente para mantener las costumbres, aquellas costumbres que siempre odie y hoy necesito para volver a pasar por el pasado y encarar este presente.
-¿Vas a querer vino? Le pregunté. –Si. Me respondió. Desde su partida nuestros diálogos eran frases perfectamente pensadas para causar algún sentimiento distinto en él y sus respuestas escasos monosílabos que me llenaban de dolor.
-Esta muy rico. Me dijo. Internamente sentí que su opinión era más el compromiso por hacerme sentir bien, que realmente lo que pensaba sobre la cena.  
Después de cenar, lavar los platos y barrer, me senté en el sillón junto a él, mi compañía no era necesaria pero era mi necesidad y la forma de demostrarle que no estaba solo y aunque ella lo era todo para los dos de ahora en más, solo estábamos los dos, así muy solos.
-¿Abriste la caja que te dí? Me preguntó. Con un silencio le dí a entender que no, la caja, esa caja que siempre estuvo en la cómoda donde seguramente se abrirían un disparador de bellos, feos, tristes y felices recuerdos. Todavía no era el momento. –Andá a buscarla. Insistió.
Entré la habitación y las mismas flores del mes pasado seguían ahí, en varias oportunidades pensé en tirarlas pero la mirada de él era tan fuerte que no lo hice. Busqué la caja, la tomé y bajé.
Me volví a sentar, la puse en sus manos y la rechazó. –Es tuya. Me dijo –Siempre lo fue, nunca la quisiste. –Me sentí tan culpable y lo justifiqué, podría haber dicho muchas cosas y las callé.
–Abrila. Me ordenó. Y lo hice, abrí la caja y allí estaban las perlas blancas brillantes, amarillas añejas. Sonreí mientras recordé el día que me dijo “Son muy bellas mirá como brillan”
Con quince años no quería perlas, mi sueño era otro. Hoy lo entendía. “Eran de la abuela, ahora son mías, algún día serán tuyas”. Algún día, ese día, hoy.
–Nunca las quisiste y ella solo quería vértelas puestas y ahora no tiene sentido- Me recriminó. No reaccioné, podría haberlo echo y decirle tantas palabras para justificar mis acciones adolescentes, pero no tenía sentido después de todo era verdad. –Véndelas yo no las quiero, vos tampoco y ahora no tienen valor. Se levantó y se fue a dormir.
A la mañana siguiente amanecí con las perlas en las manos, de un sobresalto me desperté al sentir el ruido de un camión en la puerta de entrada. Miré por la ventana y él estaba dándole indicaciones a un tipo.- Pase, ¿Le quedó claro? Todo, llévese todo. Me miro y dijo- Las perlas también.  No salía de mi asombro, todo, llévese todo, ¿Qué todo, qué se llevaría, a mi me llevarían? -¿Qué pasa pregunte?- No las queres entonces que se las lleve. –A partir de hoy no quiero más recuerdos, nada de lo que me pueda aferrar y nada que te quiera dejar y no lo quieras. A ninguno de los dos nos importó que el extraño comience a embalar todo y de a poco el living empezara a vaciarse. Todo iba más allá, era algo entre los dos. Ya no podía justificarlo ni a él ni a su dolor, nunca había sido cariñoso pero lastimarme ya no lo permitiría. – ¿Qué es lo que no quiero? Nunca supiste nada de lo que quise, quería o quiero. Y no, no quiero unas perlas que me recuerden a diario que ella se fue, que ya no está, que el cáncer le ganó, nos ganó y que si ahora estuviera estaría intercediendo para que él no raye los muebles y para que yo no grite y a vos no te suba la presión.
¿Por qué el dolor siempre se empecina en sacar tanta bronca masticada y tanta angustia desmedida? Maldita psicología que nunca entendí.
Él, inmóvil comenzó a sacar más recuerdos a la luz más reproches, más causales de guerra. Yo entre lágrimas miedo y justificación callé. Callé tanto que no tuve que decir.
-¿Me permite? Me dijo el tipo. Con un acto reflejo quité su mano de mis perlas, ya eran mías.
La puerta se cerró y  se marchó el tipo, el camión y todo recuerdo de ella. Él me miro y me dijo
 –Que te aferres a ellas no van a hacer que vuelva, después de todo la plata no te viene mal, tenés que mudarte y podrían pagarte el alquiler de un mes.
A mí también me estaba embalando yo también me iría en un camión.
Podría entender su dolor, su depresión y pensar que el tiempo curaría las heridas de la muerte que nos estaba lastimando a los dos. Pensaría que cada uno tiene su reacción, yo me niego a aceptar que ella se fue reconstruyendo a diario cada paso que daba. Él había optado por el maltrato la bronca y el desenfreno.
Abrí la palma y las mire eran feas y nunca las quise. A mi mamá le encantaban y mi abuela tenía demasiadas fotos con ellas.
Solo un instante duro el recuerdo luego entendí que ella tan solo quería dejarme las perlas y yo  ahora solo tenía cicatrices.
 
Cintia Albenque
 
 
 
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Foto del autor CINTIA SOLEDAD Albenque
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Miembro desde: Nov 22, 2012
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Descripción

Palabras Clave: Perlas y cicatrices

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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