Venatio
Publicado en Nov 19, 2012
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Desperté al oír el rumor de una multitud inquieta. Me incorporé tambaleando en el centro de mi celda tratando de recordar cómo había llegado allí… Sin resultados.
Súbitamente, una puerta se abrió y la luz invadió mi celda lastimando mis ojos que ya se habían acostumbrado a la oscuridad. Los vítores aumentaron e hicieron vibrar el suelo y mis tímpanos, escuché un seco crujir metálico al mismo tiempo que me sentí halado por el cuello hacia el exterior.
En el momento exacto en el que pisé el suelo de aquel lugar, toda la situación se esclareció. Mi cuerpo entero se vio estremecido con horror tras darme cuenta de dónde me encontraba, tantas veces había oído antes de ese lugar tan infame donde la muerte se celebra con aplausos y gritos de insana fascinación, aquel lugar donde la violencia y la espada son objetos de ferviente adoración y religiosa seducción; donde miles y miles de pobres diablos como yo venimos a perecer en el más sangriento y banal de los rituales.
Vi frente a mí una figura de lo más intimidante. Su piel estaba recubierta casi por completo de metal. Al verlo supe de inmediato quién era, era el verdugo, el mensajero del dolor; fiel amante de la espada y esclavo del pervertido morbo de la plebe.
El verdugo pateó el suelo y mis ojos ardieron cuando la arena saltó a mi rostro, retrocedí tratando de evadir la lluvia de ataques que con excitada furia él lanzaba en mi contra.
Yo no quería pelear, no quería satisfacer la sed de sangre del público. Sabía bien que eso era lo que querían, lo que anhelaban. Sabía bien el propósito de su presencia en aquel infierno, sabía que no se irían hasta ver mi última gota de sangre siendo derramada sobre ese árido suelo.
Pero desobedecí mi propio razonamiento y ante tanta presión, contraataqué. El suelo tembló en gritos y aplausos mientras mi oponente retrocedía ahogando una exclamación de dolor al mismo tiempo que su herida escupía un brillante chorro de su sangre.
 
Sin pensarlo me abalancé sobre él, pero en un solo movimiento logró esquivarme, la gente se volvía loca de emoción. Nos miramos fijamente, estudiando cada movimiento y cada paso que el otro daba. Sin darme cuenta caí en su juego enfermizo, sin querer me había convertido en lo que ellos querían: una bestia sin alma ni razonamiento sin más propósito que el de satisfacer el apetito de destrucción y violencia de sus amos.
Impulsado por ira ciega salté hacia el frente tratando de derribar al verdugo, pero de repente una horrible sensación de dolor invadió mi cuerpo y cortó abruptamente mi respiración. El verdugo extrajo su a su gélida amante de mis entrañas con un firme movimiento y caí derrotado al suelo que ahora vibraba con más fuerza que antes.
Respiraba con gran dificultad, ya no podía sentir mis patas… Ni mis zarpas. Mi hocico y mi garganta estaban más secos que la arena que ahora devoraba mi sangre más rápido que cien sanguijuelas y sobre la cual la llama de mi vida habría de extinguirse para siempre.
Logré ver a mi asesino. Festejaba con su ensangrentada espada en alto su victoria, se bañaba en la gloria que todos los presentes le regurgitaban cada vez que gritaban su nombre. Interrumpió su egocéntrica autocelebración y se giró hacia mí dirigiéndome una mirada más fría que el acero que atravesó mi vientre momentos antes… Lo último que vi fue la luz del sol reflejada en la hoja de su espada mientras se dejaba caer sobre mi cuello.
 
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Foto del autor Milford F. Peynado
Textos Publicados: 12
Miembro desde: Nov 19, 2012
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Descripción

Palabras Clave: Lucha a muerte Espectculo Morbo Pblico Espectadores Muerte

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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Singer

Un texto extenso pero interesante, amigo mio, continuaremos en la lectura...un saludo grande...
Responder
November 21, 2012
 

Milford F. Peynado

Gracias. Curiosamente creo que le faltó un poco de extensión...
Responder
November 23, 2012

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