Un prlogo sin odio
Publicado en Nov 18, 2012
Implorando tu volumen sexual; embeleso de mi saña lobezna bajo la sombra de nuestro único satélite; perverso testigo de mi vieja redención al teatro del pasado con veladas de ojos huecos nocturnos con goteos de fastidies en un universo a la hora de pensar sin una nota musical, que acompañara mis sonetos púrpuras de mi errante vagabundeo en esta ciudad de mugre, alcanzando casi la caja del final del camino al no encontrar la cómplice de tu piel; locura fascinante, que escondió para siempre mi danza en esta extraña enfermedad que fuiste tú con tu consuelo y tu sexo entregado a un peón negro de ajedrez, que moviste a tu antojo y no con antojo mi grotesca agonía, esperando una alondra de alborada de tu epidermis naufragada, que guardé en mis alucinaciones arabescas de placer con tu cuerpo mortecino parecido a una escultura disfrazada sin piedad de una desnudez acompasada sin llanura de hedonismo, esperando como un desquiciado onírico el éxtasis oxigenado bienoliente de tu capullo sin entender el silencio mutuo de nuestros suspiros donde no hubo preguntas, ni búsquedas de ansiedades sin tu aroma de manzana; misterio de buen sabor, hecho un poema para mí a través de tu camisón de seda con la cual se perdían mis orgasmos lúdicos en la tenacidad de la penumbra, fragmentadora de la teoría sobre el cuento arrinconado del olvido que lentamente ha limpiado mi interior, acariciando tu recuerdo estático sin el odio obligado, pero sí, con un prólogo sin palabras en el libro que se quedó en blanco sobre nosotros...
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Carlos Campos Serna
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