Adivina quién es Caos.
Obviamente, tú eres Armonía.
Al principio, cuando Tiempo a penas era un niño y Mundo no había abierto sus bellos ojos azules, Caos se encontraba en el patio de juegos, un tanto aburrido. Su madre, Divina Divinidad, lo dejó allí mientras realizaba la costura junto con las tías estrellas, la prima Constelación y la tía Selene. Lanzaba piedrecillas al camino polvoriento de Destino, pues aún no se inventaban los juguetes.
De pronto, de aquella ruta incierta, emergió una niña: tenía los ojos más dulces que Caos había visto en su vida, y cabellos largos, color caramelo, y pestañas infinitas como la eternidad. La niña venía saltando feliz al compás de una canción que tarareaba.
Esa voz era de colores diáfanos, definidos: su sonido cadencioso acariciaba la arena de Tiempo, las flores de Azar, el cielo de Nube. Los armoniosos sonidos parecían ordenar el agitado corazón de Caos, lo volvían sereno, acompasado, mientras que su estómago traidor, siguiendo el camino contrario a la voz, era una manifestación de mariposas en vuelo.
Si Cupido hubiera pasado por allí en ese momento, podría haberle explicado que todo aquello, las mariposas y las caricias, era parte de lo que llaman “Amor”, pero Cupido estaba ocupado diseñando la Creación, le faltaban piezas, y Caos sólo sentía contradictorios mandatos interiores. Además, la niña había llegado al punto desde el cual, escapar del saludo, era imposible.
Ella lo miró sin hablar. Él la miró y bajó los ojos al suelo. Ella le tendió la mano y él, volviendo el rostro a sus ojos de sol, se limpió la suya en los bolsillos de su pantalón, para dársela encantado.
 
–      Me llamo Armonía –, le dijo ella y le regaló una sonrisa cósmica.
–      Y yo soy Caos –, balbuceó él con timidez y el silencio se hizo enormemente incómodo.
Para apagar el silencio, Armonía le propuso un juego: – Darle tres vueltas a las tías y regresar –, y él aceptó.  Él corrió tras de ella y ella se dejó alcanzar. Le gustó que su cabello negro cayera sobre esos dos ojos profundos como abismos. Le gustó que la mirara por fracciones de segundo, que le temiera y la quisiera a la vez porque ella era sabia y se dio cuenta de las mariposas de su estómago y de la calma acompasada de su corazón.
Jugaron tres veces más hasta que él propuso otro juego: – ¿y si te escondes y te busco? – y ella aceptó encantada. Él contó hasta diez y salió a buscarla. Ella se escondió tras una pequeña colina. Él la encontró y cambiaron de lugar en el juego. Ahora ella contaba y él se escondía.
Caos se metió en la casa de la Abuela Misterio y ella siguió contando: –¡Diez! –.
Corrió a buscarlo a la pequeña colina. No lo encontró. Miró entre las sillas de las tías, pero tampoco lo vio, hasta que se dio la vuelta y su corazón comenzó a latir muy fuerte. Caminó hasta la casa de la Abuela Misterio y movió la puerta, entró y comenzó a buscarlo en el cuarto de los abrigos. No lo encontró. Luego, quiso hallarlo en medio de la sala, pero tampoco lo vio. El corazón latía fuerte, distinto.
–      Aquí estoy –, dijo él, tapándole los ojos con sus nerviosas manos.
Ni él, ni ella, vieron entrar a Cupido por el umbral de la casa de la Abuela Misterio, no se percataron del momento en el que levantó el arco, alistó la flecha, disparó.
Ella tomó las manos frías de Caos, se dio la vuelta, lo miró justo en medio de los ojos profundos como abismos y le ofreció sus labios. Él cerró los ojos, recibiendo aquellos labios en su boca, con el corazón lleno de mariposas en vuelo y el estómago hecho nudos. Vibraron las esferas celestes y ambos, con la flecha de Amor en medio del pecho, salieron de la casa de la Abuela Misterio, jugando como niños. Saludaron a las tías y caminaron por el sendero de Destino, rumbo a la casa de Cupido.
Una vez allí, completaron las piezas de la Creación, abrieron los ojos de Mundo, y se entregaron el corazón acompasado y los ojos dulces por el resto de la vida que Tiempo les regaló.