LEJOS DE LA CALIDEZ DEL CLAVICMBALO
Publicado en Oct 13, 2012
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Dicen que era una joven muy hermosa.
Dicen (en realidad no sabemos quienes, pero gente que habla nunca falta) que su belleza sólo era superada por su temperamento.
De carácter fuerte, indomable, como la naturaleza misma, expuesta en su esplendor.
Que vivía sola con su padre es otro dato cuya fuente no podemos rastrear. Sin embargo, las certezas más de una vez suelen fluctuar en el ámbito de las leyendas locales.
A lo mejor, vivía con su madre.
Lo que sí sabemos es el recelo con que era protegida. Quizás persiguiendo la oportunidad de vincularla con una familia acomodada de la región. Tal vez para cuidarla de los hombres que se dedicaban a la caza y a la embriaguez.
En todo caso, su alegría más intensa consistía en recorrer los campos que circundaban su hogar. Gustaba de perderse entre el follaje, presenciar los actos de la naturaleza y entablar esporádicos encuentros con la flora y la fauna de la región.
Pese al posterior regaño, pese a los castigos corporales infringidos tras sus correrías, no desistía de ese placer que sólo le brindaba la comunión con la naturaleza.
Desgraciadamente, la naturaleza de los hombres no suele ser tan permisiva con la naturaleza en sí.
Durante una de aquellas excursiones, que se prolongó más de lo deseado, tuvo la mala fortuna de cruzarse con una de esas bestias de la que tan en vano habían intentado protegerla.
Primero, captó su atención un quejido en las cercanías. Al acercarse al sonido, encontró a un joven tendido en el suelo, cubierto de sangre.
El joven se movía con lentitud, extendiendo su mano al cielo, con un rictus agónico en su rostro. La muchacha, movida tanto por la piedad como por la curiosidad, se detuvo a su lado sin saber qué hacer.
-Ayuda… -Resoplaba lentamente el joven en el suelo.
Ella se puso de rodillas, con una mano posada en la frente del herido intentó calmarlo. Cerró sus ojos, intentando decidir qué hacer en una situación tan novedosa como aquella.
Mirando alrededor en busca de alguna idea, sus ojos chocaron con el cadáver de ciervo que reposaba a unos metros. Y en cuanto asoció la idea de que los ciervos no son animales que ataquen al hombre con el herido que tenía frente a sí, ya era demasiado tarde.
El joven tomó la mano de la muchacha con fuerza, aprisionándola. Y a medida que se iba incorporando de su postura en el suelo, una sonrisa de chacal se dibujó en el rostro de aquel que se fingía herido.
La muchacha se retorció como un ave, como un pez, caído en la trampa. Y como toda trampa humana, ésta era una de la que no se podía escapar con facilidad.
El joven rasgó sus vestiduras, con la violencia propia de los predadores. Saboreó la inmaculada piel entre sus manos, lentamente, con cada uno de sus sentidos.
La muchacha forcejeó. Enfurecido, el joven estampó su codo contra el rostro de su víctima. Una cascada de sangre descendió desde su rostro hasta la hierba. Sin poder liberarse de la furia masculina sobre su cuerpo, sólo consiguió llorar.
Lloró de estupor, de impotencia, de rabia inexpresable, mientras sentía descender sobre sí el cuerpo de su captor, una y otra vez.
Y con cada lágrima, la sonrisa del joven se agrandaba más.
Y en cada estallido inconsciente provocado por el llanto, el depredador volvía a descender su puño sobre el rostro de la joven, ordenándole:
-¡CALLATE!
La joven, entonces, irrumpía en frases repetitivas e inconexas.
-¿Por qué?... ¿Por qué?
La única respuesta, una carcajada mezclada con resoplidos de extrema abyección.
La joven cerraba sus ojos, apretaba sus dientes, inconscientemente se llevaba una mano a su rostro dolorido e inútilmente suplicaba piedad.
Inútilmente.
Sentía todo su ser desfallecer bajo el peso de la fiera. Su respiración agitada se unía a la de su captor en el paroxismo.
Finalmente, el joven se puso de pie. Acomodó sus ropas y, en un acto de absoluta desidia, buscó entre sus ropas una afiladísima navaja. La deslizó sobre la garganta de su víctima, con la habilidad que tantos años de sacrificar criaturas le había otorgado.
La joven abrió sus ojos por última vez, petrificado el momento del sufrimiento en sus retinas. El monstruo se alejó lentamente hasta el ciervo que había capturado unas horas antes y, jalando una cuerda que había atado fuertemente a las astas, arrastró lo que más tarde alegraría el festín de su comunidad.
El cuerpo de la muchacha quedó allí, tendido entre la hierba y la maleza. Quizás luego la aprovechó alguna otra bestia carroñera. A lo mejor la naturaleza le brindó su propio sepulcro de hongos y bacterias. Podría recurrir a la poesía y decir que transformó en ave o mamífero. O que por intervención de una divinidad inexistente de su cadáver surgió una flor, o un árbol, único en toda la región.
Pero no es esta la leyenda que se cuenta por aquí, sino la del cazador herido que trasmuta en alimaña. Eso basta para despertar temores y acallar la curiosidad de ciertas jóvenes que desean internarse en zonas despobladas.
Dicen que era una joven muy hermosa.
Dicen, porque gente que refiere este tipo de advertencias nunca falta.
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Foto del autor Angel Martn
Textos Publicados: 8
Miembro desde: Oct 13, 2012
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Descripción

Cuento - Leyenda.

Palabras Clave: Cuento Leyenda Bosque Joven Engao

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Angel Martn

Derechos de Autor: 2009 - NN


Comentarios (1)add comment
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Tasukra

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Que triste historia.. aun siento el escalofrío recorrer mi piel de arriba abajo...
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October 13, 2012
 

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busy