El universo, donde menos lo piensas, tiene maldad suficiente como para marchitar una flor antes de tiempo. Un girasol, supongámoslo. O una rosa, también puede ser. La flor que más te conmueva. La flor que nunca conocerás, también es probable.

Maldad suficiente, y no es  ironía, como para  sonrojar al más lujurioso, perverso y oculto de los demonios. Boifanni, por ejemplo. Maldad suficiente para hacer mirar, de soslayo, a Dios, dudoso de su creación y acrecentándosele sospechas sobre la inutilidad de haber creado al ser humano. Sin embargo, este mismo Cosmos de maldad tiene su parte de Amor, como para enderezar cuanto ha torcido la parte maléfica del universo.

¿Y el hombre? Tú, yo, ellos. Los vivos, los muertos, quienes están por nacer. El pobre hombre mira allí, observa allá, cierra sus ojos, sueña, sufre, ríe en ocasiones. Hace una obra de arte. Filosofa. Inventa religiones. Se apoya en razones. El pobre hombre, algo se inventa mientras se desvanece del mundo.