El Papalote, era un viejo que a pesar de ser analfabeta le gustaba compartir con los niños sus historias sobre países lejanos y sus sapiencias, que, quizás haya escuchado de sus antepasados españoles o africanos o, simplemente por observar la naturaleza adquirió otros conocimientos. En los primeros años que uno de sus nietos anduvo enamorado de la maestra, por ir a la escuela, se sintió más inteligente que su abuelo a quien le preguntó con la certeza que no iba conocer la respuesta de qué forma geométrica era la Tierra. El viejo sin inmutarse había recordado el cielo repleto de estrellas como en un planetario, iluminado solamente por una blanca silueta, cuya transformación de eternas curvas  observaba todas las noches con atención desde su parcela. Así que pensando lógicamente contestó que el universo era como la luna blanca en todo su esplendor. El estudiante de segundo grado de primaria, sonriendo, le dijo: No, abuelito, yo no le pregunté de qué color era la Tierra, sino de qué forma. Pero, así como le daba consejos a sus hijos, los cuales no entendía como cuando les decía que a los errores, no le volvieran  a poner la negación al verbo ¨reconocer¨ escribiéndolo al revés, ya que repetirían  las mismas ¨pendejadas¨; el viejo, con una tranquila mueca de sonrisa y con voz silbadora, debido a sus encías desdentadas,  le preguntó a su nieto: ¿Y cómo es la luna llena? Sin pensarlo, el presumido estudiante con deseos de vagar por el mundo contestó: Pues, redonda...