Dos monedas y un vaso de agua
Publicado en Jul 28, 2009
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Dos monedas y un vaso de agua
Cuento
La tarde de verano era densa y calurosa, señoreaban los duendes del bochorno y la sofocación. Los ventiladores incansablemente giraban a diestra y siniestra llevando su cuota de alivio fresco a los deudos: parientes, familiares, vecinos, amigos del muerto, como así a curiosos o eternos asistentes a velorios.

El aroma de las flores libraba una batalla, despareja a causa del calor, contra la normal fetidez del cadáver.

La viuda se refrescaba con el suave viento de un colorido abanico, que movía con pomposa suavidad una amiga, de tanto en tanto se levantaba para recibir las condolencias de amigas, ya no lloraba, al menos visiblemente, sus lágrimas se secaron en la aridez del dolor y con estoicismo iniciaba su bella viudez.

A medianoche, como habían pactado con anterioridad, Pedro se quedaría en la capilla a velar solo por el difunto y los demás irían a descansar, a las tres de la mañana su cuñado Julio vendría a hacerle compañía para espantar los espectros del sueño y compartir su insomnio o relevarlo. Forzado por la canícula, dejaría las puertas de la sala abierta y se relajaría, era buen amigo del fallecido y no dudaba en hacerle el favor a la familia y sobre todo a la bella y joven viuda.

Andrés, suspiró hondo, y se sintió algo molesto por el penetrante olor a flores, y la rigidez que sentía en todo su cuerpo. Quiso abrir los ojos, pero los párpados le pesaban demasiado, como si tuviera sobre los ojos dos monedas. Con gran esfuerzo sé desentrelazó los dedos de las manos pálidas cuan la blancura mortecina de la luna de abril, levantó el brazo se quitó las molestas monedas de los ojos y las dejó dentro de las manos, luego colocó su brazo apoyado en el vientre flaco y rígido y disfrutó del alivio, de ver el cielorraso, el ventilador de techo y el ruido de otros aparatos de vientos, pero le molestaba el olor a flores y velas consumiéndose:
- alguien se ha muerto, expresó y los están velando acá cerca.

Pedro estaba sentado en la sala de estar del salón velatorio, mirando hacia afuera, con la mirada perdida en la calle ausente de peatones a esa hora, de tanto en tanto se levantaba a recibir la brisa fresca de la noche y echaba una mirada al féretro diciendo:

- Andrés, te moriste tan joven.

En ese momento advierte que las monedas no están sobre los ojos del difunto y que los tiene abiertos,  fijos, vidriosos, perdidos en el más allá, miró en torno a él y al no ver a nadie, un escalofrío le recorrió el cuerpo, sin embargo se acercó, al notar que la mortaja blanca estaba movida quiso acomodarla y es cuando aprecia que las monedas están en la mano derecha del muerto, a pesar de saber de cuerpo, alma y razón que esto era imposible nuevamente un escalofrío le recorre el cuerpo.

Toma las monedas, le cierra los ojos y acomoda como puede la mano sobre el vientre. Se retira un poco, ahora sin quitar la mirada del cuerpo rígido dentro del féretro caoba y se sonríe diciendo:

- Julio, Julio! ... No te hagas del gracioso que me asustás, ya se que viniste y a vos te gustan las bromas pesadas. Julio... Julio...

Andrés se ofuscó, otra vez las monedas sobre los ojos, -seguro que es Julio, el bromista que de tanto en tanto me las coloca-. Con menos esfuerzos se saca las monedas y las guarda en la palma de la mano derecha, la que queda con el puño cerrado, visiblemente sobre el vientres tieso, casi tan blanca como la delicada tela de plata que los cubre.

Pedro se sentía algo inquieto, pero decidió volver a ver el cadáver.

- Otra vez, julio. Otra vez.... con tus bromas pesadas-, con menor delicadeza que antes buscó las monedas en la palma de la mano de Andrés, allí estaban. Con brusquedad cerró los ojos y no acomodó la mano. Diciendo

- Julio, me estás asustando en serio. - Volvió a la vigilia en la sala de espera sentado estratégicamente de tal modo que desde ese lugar pudiera ver tanto el cajón con el muerto como la puerta de salida, algo preocupado miró el reloj y comprendió que el tiempo tiene dimensiones diferentes, ahora le parece extremadamente lento, perezoso, casi inmóvil.
Andrés sintió que la sed lo torturaba ahora, con las últimas fuerzas exclamó:

- ¡Agua!

- ¿Julio, sos vos julio? No te hagas el gracioso que me estás metiendo en el cuerpo un miedo infernal.

Como respuesta recibía solo el ruido de los ventiladores, removiendo el aire viciado por los olores del velatorio: flores, velas, carne corrompiéndose.

Sacó fuerzas interiores desconocidas para no salir a pedir ayuda. Estaba tieso, nervioso, sabía que el muerto no podía moverse, menos aún hablar. -Voy a tomar un poco de aire- se dijo para si mismo, salió del recinto, caminó por la vereda, respiró hondo, una nueva quietud lo ganó, al ver el reloj eran las tres menos 10 de la madrugada, afuera el silencio señoreaba, solo el canto lejano y confundido de un gallo o el ladrido de los perros herían levemente la afonía de la madrugada. Fue cuando escuchó el grito desesperado:

- ¡Tráiganme agua!

Corrió adentro, miró el cajón con los ojos desorbitados y decidió sacarse la duda. Buscó una silla, la colocó cerca del féretro con el respaldo hacia el mismo y se montó en la sentadera. Atendiendo la expresión del muerto. Solo los ventiladores y el aroma de las flores, solo las sillas en támdem vacías, solo las heladeras con vasos descartables para agua fría o café. Solo las lámpara pálidas de la pompa fúnebre y un silencio cubriéndolo todo como la soledad misma.
Andrés movió el brazo, se quitó las monedas de la cara, abrió los ojos:

- Hola Pedro, dame por favor un vaso de agua.

- Si Andrés, ya voy dijo Pedro. No sabía como pudo moverse, el cuerpo se le  endureció como el mármol, y las manos le temblaban tanto que casi derramó todo el agua, pero la trajo y se la quiso echar a los labios de Andrés, pero este se sentó dentro del féretro, bebió el agua con avidez, luego exclamó:

- Gracias por el agua. ¿Sentís Pedro, el olor a velorio que hay. Alguien se habrá muerto por acá?. Diciendo esto se acomodó de nuevo en el féretro y se durmió.

El relevo de Pedro le tocó el hombro, se sobresaltó asustado y le dijo.

- Julio, Julio me está haciendo algunas bromas con el difunto.

- Julio se quedó en casa de la madre del muerto, por eso vine yo.

- Hay que llamar al médico urgente

- Te sentís mal Pedro.

- No, yo no. Andrés.

- Pero Pedro, Andrés está muerto.

- Tengo mis dudas, llamá al médico. Lo dijo con tanta vehemencia que Alberto discó un número en su celular y al rato llegó el médico, una ambulancia, dos enfermeros y ante el tumulto también se levantaron los guardias de las funeraria.

- ¿Qué ocurre? Indagó el médico.

- Pedro está descompuesto, algo impresionado por la muerte de su amigo.

Temblando Pedro:

- No Doctor, no soy yo, es él-. Señalando a Andrés-. Fíjese, parece que está vivo.

- ¿Qué le hace pensar que está vivo?

- Se sacó las monedas de los ojos y me pidió un vaso de agua.

Mientras aferraba en una mano las dos monedas y en la otra un apretujado vaso descartable.

- Bien, bien, -veamos dijo el médico. Que con paciencia auscultó al difunto. Y exclamó-:

- ¿Cuando le pidió el vaso del agua, hizo algún movimiento?

- Si doctor -respondió ansioso y alegre Pedro, creyendo que el facultativo confirmaría su sospecha- se sentó y lo bebió.

- Claro, dijo el médico, mirando a Alberto y le dio las gracias.

- Si Doctor, si doctor.

El médico hizo una seña a los enfermeros y se llevaron a Pedro. El velorio terminó con el entierro como todo velorio y la gente comentaba que a Pedro le impresionó la muerte del amigo, demasiado.

La bella viuda esperó en la sala de la clínica, casi una hora, luego la hicieron pasar, acompañada de un médico quien le comentó:

- Podrá verlo solo a través del cristal de la puerta.

La dama aseveró con un gesto y en silencio. Se asomó a la mirilla, estaba Pedro sentado al revés en la silla con la barbilla sobre el respaldo, en la mano izquierda tenía dos monedas y en la derecha un vaso de agua, la mirada perdida en el más allá. Balbuceaba:

- Si doctor, si doctor...

Cuando expresaba esta frase, la cara se le iluminaba llena de esperanza. Luego...
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Foto del autor Diego Luján Sartori
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Miembro desde: Jun 30, 2009
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Descripción

En ese momento advierte que las monedas no están sobre los ojos del difunto y que los tiene abiertos, fijos, vidriosos, perdidos en el más allá, miró en torno a él y al no ver a nadie, un escalofrío le recorrió el cuerpo, sin embargo se acercó, al notar que la mortaja blanca estaba movida quiso acomodarla y es cuando aprecia que las monedas están en la mano derecha del muerto, a pesar de saber de cuerpo, alma y razón que esto era imposible nuevamente un escalofrío le recorre el cuerpo.

Palabras Clave: Velorio muerte muerto que habla amigo pretende mujer le habla se asusta mucho miedo

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


Comentarios (2)add comment
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Diego Lujn Sartori

Gracias Inocencio.

No somos profeta en nuestra tierra. Si recorres mis textos verán que algunos tienen excelentes comentarios.

Pero...

Diego
Responder
August 23, 2009
 

inocencio rex

¿no lo han invitado a festivales de folklore? ¿ya consiguió venia gubernamental?
je. pregunto porque sus cuentos son tan misioneros y tan sin vueltas como un sapucai: fáciles de leer e impactantes.
Responder
August 22, 2009
 

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busy