El notario
Publicado en Jul 26, 2009
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El Notario
Calixto Altamirano, era como su padre, abuelo y bisabuelo notario. Salió a buscar al Norte de su provincia un lugar donde ejercer su profesión primero y volverse, como su padre, abuelo y bisabuelo rico y respetable después.
Cada tanto se sentaba a reflexionar acerca de su vida, cumpliría próximamente cincuenta años y si bien era muy respetable, no era aún rico. O al menos tanto como sus notables antepasados.
El pueblo donde se había instalado no era de muchos habitantes y en los 25 años que se halla allí, poco progresó. Pero el le ponía el pecho a las dificultades y salía con una mochila al hombrio donde llevaba una pequeña máquina de escribir, hojas de protocolo, sellos y sus registros de firmas y contratos. Entraba al principal bar del pueblo y en una mesa desplegaba sus útiles de escribano. Sabido es que en los bares suelen hacerse importantes negocios, además el lugar era frecuentado por vecinos urbanos y rurales.
Calixto se acercaba a la barra y pedía un güisqui, que el dueño le servía de una única botella con esta bebida, la que era reemplazada por otra, puesto que el único que bebía güisqui en el lugar era "el escribano". Además lo beneficiaba la comisaría y el Registro Civil cercanos, por lo que su improvisado despacho tenía más parroquianos que su coqueto estudio, donde una amable y aburrida secretaria orientaba a los potenciales clientes diciendo: "en estos momentos Don Calixto atiende en lo de Don Germán". Germán era a la sazón el dueño del bar.
- Buenos días... Buenos Días... Como anda Don Calixto, -saludaba además a los parroquianos- buenos días compañero, como anda vecino. ¡Germán sirva un vino con coca!, era Don Ferreira, caudillo político del pueblo que había perdido las últimas elecciones. Según decía él, por no haber hecho ningún chanchullo.
- A usted lo busco, Calixto. Dijo en vos alta y rumbeó hacia la mesa donde el notario tenía sus cosas.
- Allá voy, Ferreira -Calixto era el único en el pueblo que no anteponía el Don al apellido del caudillo, sin embargo eran medio amigos-
Acodado en la mesa le comentó:
- Ando necesitando de sus servicios. Ud. Sabe que se vienen las elecciones y necesito de firmas. Quiero que me certifique algunas. Hágame precio por la cantidad, son no menos de veinte.
El mes que corría no había sido bueno. Y Calixto andaba corto de dinero.
-A diez pesos cada firma Ferreira y que vengan pasando los interesados.
-No, Calixto, la cosa no es tan fácil. Este trabajo tenemos que hacerlo de
noche -comentó el político susurrando la última parte de la frase- y acentuando - de noche, mi amigo de noche.
Calixto malició la cosa, pero necesitaba los doscientos pesos y se resignó.
-¿A qué hora Ferreira?
-A las once.
-¿Dónde nos encontramos?
-Cerca del cementerio.
-Si trabajaremos en la campaña llévenme una mesa y una silla.
-Así se hará. - Ferreira bebió de un sorbo otro vaso de vino con coca y
salió de la estancia.
Calixto quedó pensativo, hasta que lo interrumpieron unos hombres que
querían hacer "una contrata". Se puso a redactarla uno de ellos vendía al otro una mejora con casa, chiquero, y como se iba lejos dos chanchas con cría, un vaca y 30 gallinas. Recibiendo a cambio una camioneta tipo "estanciera", una escopeta y una motosierra, como así trescientos pesos en efectivo. Obviamente el pago de "la Contrata corría por cuenta del vendedor".
A las nueve de la noche, Calixto estaba listo para el encuentro con Ferreira. Subió a su viejo, brillante, elegante Dodge Polara y rumbeó hacia el cementerio.
Frente a la entrada del camposanto, bajo la farola de alumbrado público vio a Ferreira acompañado de tres hombres. También divisó la mesa y la silla frente al portón. Nada le asustó, muchas veces debió realizar actas de exhumaciones de cadáveres en noches frías y tormentosas, esta noche era brillante, estrellada y con una luna muy luminosa.
Se acercó a la mesa, desplegó sus útiles. Ferreira dejaba ver bajo la chaqueta y sujeto al cinto del pantalón un voluminoso revólver. Sus compañeros también estaban armados: el "Chueco" Peralta con un machete corto, la leyenda que había impuesto en los incidentes políticos es que desviaba las balas con la hoja del arma blanca. Ramiro Do Reis, hijo de brasileños lucía un Revólver Calibre 32 largo niquelado, "una joya" solía decir, además hacía gala de letal puntería. Y uno de los "jóvenes", tenía como arma una cadena con sendos candados en la punta. Una fierecilla en la las luchas callejeras.
Debajo de la clara luz de la farola pública y aún más de la luna espléndida que iluminaba todos los senderos del cementerio, comenzó la extraña ceremonia.
Ferreira a viva voz dijo:
-Chueco llamá a Benjamín Bentos que se acerque a firmar.
Cuando el Chueco rumbeó cementerio adentro, recién Calixto sintió un escalofrío desde la nuca hasta la cintura, toda su columna vertebral quedó paralizada y un cosquilleo de miedo le recorrió el cuerpo.
El chueco parecía un fantasma entra las luces y sombras del camposanto, gritó:
-Che Benjamín, movete un poco si sabías que veníamos hoy.
Al rato Calixto quiso creer lo que veía y si creía no quería ver. Por la senda
principal de la necrópolis con un silencio que es patrimonio de los muertos venía marchando Benjamín Bentos. No era una imagen etérea como suelen representar a los muertos, era un figura tangible el esqueleto se sacudía al ritmo del caminar cansino de Bentos, cuando era vivo. Al verlo Calixto se sintió desfallecer, suerte que le acercaron la silla, quedó un rato helado, ausente, perdido en el tiempo. La osamenta se paró frente a la mesa, con tono familiar Ferreira le ordenó:
-¡Firmá Benjamín!
El muerto con sus dedos huesudos tomó la lapicera y realizó en el papel un
garabato.
-¡Gracias Benjamín! Dijo Ferreira palmeándolo el omóplato. - Tu señora
te lo va a agradecer, ahora le llevaremos la mercadería que habíamos pactado con vos. El movimiento te sigue necesitando Benjamín, no estés distraído si tal vez hasta tengas que ir a votar.
Calixto escribió tembloroso "Certifico que la firma que antecede pertenece a
Benjamín Bentos, por haberla puesto ante mí. DOY FE."
- Chueco ahora llamala a la Sunilda Pérez. Se repitió el proceso. Sunilda se parecía bastante a Benjamín, solo que contaba con un sola pierna. Un automóvil lo había atropellado y nunca se halló su extremidad inferior izquierda y así nomás la sepultaron.
- Chueco ahora que venga Julio Dos Santos. Esta imagen era más impresionante a las demás, Julio caminaba, más bien a saltitos sobre un solo pié es que tenía sola la mitad del cuerpo. Estaba trabajando en el monte cuando la topadora de 30 toneladas le cruzó encima, justo por la mitad, así medio cuerpo estaba intacto el resto era picadillo de carne y hueso. Firmó con la zurda. Y la promesa de Ferreira:
•-          Te voy a hacer un panteón decente, si gano la intendencia.
En tanto que los acólitos de Ferreira comentaban
•-          Qué fácil se gana este el dinero.- mirando al notario que seguía lívido y
asustado.
Fue entonces cuando algo realmente lo impresionó, cuando llamaron a
María Biñaski. El Chueco la traía debajo de su brazo. De María cuando la asesinaron habían encontrado solo el brazo derecho y la mano. Ferreira comentó jocoso
•-          ¡Suerte María que se salvó tu brazo! Firmá, María Firmá. Que voy a
darle a tu esposo un trabajo en la comuna.
Y así hasta que estuvieron los veinte.
•-          Bien Don Calixto Altamirano, aquí tiene sus doscientos pesos. ¡Gracias!
•-          No hacía falta Ferreira, pasar por este trance. Yo le hubiese certificado en
el bar las firmas y sanseacabó.- Expresó ya más relajado el notario, secándose la traspiración con un pañuelo y juntando sus cosas.
•-          Es que Ud. Calixto, es tan correcto que no me animé a pedírselo. Además
con tanta corrupción, como vamos a falsificar la firma de los muertos, que firmen ellos pues... Ja...Ja...Ja.
Calixto Altamirano subió al Polara, lo encendió y comenzó a desandar el
camino hacia su casa, cuando oyó un bullicio en el asiento de atrás. Y una voz que le expresaba:
•-          Nosotros también queremos firmar Señor
Tres esqueletos esperaban ansiosos sentados en el asiento trasero tal actitud.
Rápidamente Calixto abrió su portafolios sacó papel y lapicera. Los espectros firmaron y salieron corriendo a la luz de la luna y aunque si expresión parecían alegres. Unos perros aullaron desesperadamente al verlos y se oyó como todo bicho nocturno se llamó a silencio. Justo cuando la luna era más brillante los muertos entraron al cementerio y Calixto llegó a su casa.
Cuatro meses más tarde Calixto Altamirano estaba sentado en otro escritorio, ahora en un despacho de la comuna. Ferreira era intendente. Calixto certificaba firma de los vivos, pero como adorno tenía en su escritorio un réplica de esqueleto humano.
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Foto del autor Diego Luján Sartori
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Descripción

Calixto Altamirano, era como su padre, abuelo y bisabuelo notario. Salió a buscar al Norte de su provincia un lugar donde ejercer su profesión primero y volverse, como su padre, abuelo y bisabuelo rico y respetable después. Cada tanto se sentaba a reflexionar acerca de su vida, cumpliría próximamente cincuenta años y si bien era muy respetable, no era aún rico. O al menos tanto como sus notables antepasados. El pueblo donde se había instalado no era de muchos habitantes y en los 25 años que se halla allí, poco progresó. Pero el le ponía el pecho a las dificultades y salía con una mochila al hombro donde llevaba una pequeña máquina de escribir, hojas de protocolo, sellos y sus registros de firmas y contratos.

Palabras Clave: Esacribano pobre político contrata para certificar firmas de muertos cementerios personajes pintorescos esqueletos

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


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