El hombre que construia su casa
Publicado en Jul 26, 2009
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El hombre que construía su casa
Cuento de Diego Luján Sartori
El Juez bajó el martillo, para ratificar su sentencia: parco, lapidario, irrefutable exclamó economizando palabras: "sentencio a Juan Bonifacio Alvarez, a la pena capital. Morirá mañana".
Juan Bonifacio Alvarez, escuchó en silencio su condena, en su intimidad la aceptaba, era culpable. Había matado a su esposa y su amigo que era su amante. Los había encontrado en pecado mortal, aquella tarde al abrir la séptima puerta de aquel lúgubre pasillo. Cegado por el velo rojo del odio gatilló el revolver hasta oír varias veces el clic, clic del percutor golpeando las cápsulas vacías. Que había partido impulsadas por la pólvora, para guarecerse en la carne blanca de las víctimas, y enfriar el calor agobiante en la sangre que aún caliente era más fría que el plomo asesino.
El juez se levantó de su sitial, e inició el retiro. Fue cuando el abogado defensor de Juan Bonifacio Alvarez, a sabiendas que su moción se estrellaría en el duro granito del carácter del juez expresó, como último hálito de quien se aferra la vida:
-Su Señoría, no es posible matar a un hombre que construye su casa.
Los pasos del juez alejándose sonaban como estampidos en los oídos de
todos los que poblaban la sala con su presencia. Pero no pudieron ahogar el estallido del granito de su carácter incolumne al romperse. Aquel hombre de leyes, acostumbrado a juzgar, sentenciar y hacer cumplir las condenas más duras. Volvió sobre sus pasos y por primera vez modificó su sentencia:
-a condena a muerte queda en suspenso, hasta tanto Juan Bonifacio
Alvarez, construya su casa.
Juan Bonifacio era joven aún, apenas contaba con 25 años. Laborioso,
devoto, día a día realizaba sus oraciones matinales y vespertinas. Siendo agradable a Dios y sobre todo a su ángel de la guarda, que solía decirle cosas al oído. Incluso una picardía:
-Juan Bonifacio agranda la casa y demora en terminarla. Así vivirás más
días.
El condenado así lo hizo y llevaba echa la base para 70 piezas, galerías,
salas, comedor, depósitos. Pero un día cuando trabajaba en los altos, se cayó y golpeándose la cabeza quedó como muerto tirado en el suelo.
San Pedro, dueño y Señor de lo celeste, por designio de Dios. Fue informado que debía modificar el libro de la vida y de la muerte. Con la paciencia de quien es amo absoluto del tiempo, pasado, presente y futuro, se acomodó en su etéreo escritorio, con una pluma de ángel y tinta del infinito se aprestaba a tachar el nombre de Juan Bonifacio del libro de los vivos para pasarlo al de los muertos. Fue cuando el Angel con un irrespetuoso aleteo lo interrumpió diciéndole:
-San Pedro, dueño de lo Celeste, escúchame por favor. Estás por cometer
un grave error al tachar a Juan Bonifacio del libro de los vivos.
San Pedro le reprochó diciéndole:
-¡Que te crees para dudar de mi infalibilidad en este tema, llevo haciendo
esto hace más de 2.000 años y tu insolente deseas darme consejo.
-San Pedro, mira hacia abajo, Juan Bonifacio, Construye una casa y un
hombre que tal tarea hace no debe morir.
Recio el rector de la Gloria Eterna, mira hacia abajo y ve la casa en
construcción decide, dar una oportunidad al Angel.
-Baja a la tierra, y sóplale de nuevo el aliento que viva, mientras
construye su casa.
-Juan Bonifacio se despertó y siguió trabajando aunque algo adolorido. Un día mientras salía de la iglesia, sus ojos se volvieron alegres y su alma dio un brinco, una muchacha lo miraba y sonría. Tres meses más tardes ambos salían del templo marido y mujer. Como padrino su abogado defensor y aunque imperceptible para los otros humanos su Angel de la Guarda, era parte del alegre cortejo.
Ahora Juan Bonifacio tenía motivos para vivir. Y lejos de terminar la casa ninguna habitación estaba completa: a una le faltaba el piso, a la otra la ventana, a esta la puerta y aquella el cielorraso. A otras la luces y a algunas las celosías. Sin embargo vivía contento, produciendo en su chacra los productos para el sustento y vendiendo el excedente, con lo que se compraba materiales para seguir construyendo la casa.
Un día ve como llega un vehículo oficial, un patrullero de la policía y el automóvil de su abogado defensor. Todos serios y responsables, por orden del juez venían a verificar si la casa estaba terminada. Un arquitecto todo lo anotaba, dando su opinión de perito:
-La obra no se concluye aún.
El secretario del Juez le conminó a Juan Bonifacio
-Apúrate a terminar la casa, queremos que se cumplas la condena.
Hay un alborozo inesperado en la casa de Juan Bonifacio, es que cumple hoy noventa años. Hijos, nietos, bisnietos, tataranietos pueblan la inmensa morada de 70 habitaciones y el jocosamente identifica a sus parientes por la habitación que ocupan:
-"Falta ventana", ven aquí. Haber tu "sin cielorraso" pásame un vaso de
agua. "Sin piso", quédate quieto.
A pesar de la rumorosa fiesta Juan Bonifacio, su esposa y sus hijos estaban inquietos. ¿Qué pasaría el Lunes? Pues la casa ¡por fin estaba terminada!
A las diez de la mañana del lunes las campanas de la iglesia parroquial doblaron a muerte. Enseguida se supo la noticia Juan Bonifacio Alvarez, el condenado a muerte había cumplido su sentencia por gracia del Máximo Juez
En la casa del magistrado, todos estaban reunidos en torno al lecho del anciano, esperando que la muerte le llegara con la calma de los años vividos. Fue cuando preguntó a un amigo suyo que lo había reemplazado en su sillón de Juez:
-¿Tu no sabes si aquel hombre que condené a muerte, ha terminado su
casa?
-Su señoría, contestó el hombre respetuosa y pomposamente: así es, he
cumplido su voluntad y he seguido de cerca la cuestión. El hombre ha terminado su casa.
El viejo jurista exclamó:
-Gracias a Dios, puedo morir en paz.
A las 16.00 Hs. doblaron de nuevo las campanas anunciando a muerte.
Al otro día ambos cortejos partieron al cementerio, el del Juez tan negro y
parco como había vivido, era seguido por hombres y mujeres vestidos de azabache. En ricos automóviles.
En tanto que la caravana postrera de Juan Bonifacio la componía una variponta cantidad de gente que extrañamente no estaba triste sino, algo alegre.
"Sin Baquelita" le comentó a "Sin Zócalo". El abuelo era sabio.
El Angel, que iba posado en el carruaje que llevaba los despojos de Juan Bonifacio extendió sus alas, se arrancó una pluma, la afiló con el viento, le puso tinta de infinito, extendió la mano y le alcanzó a San Pedro para que modificara el registro de la vida y la muerte. Y con un llanto contenido ¿quién dijo que los ángeles no lloran? exclamó: "Juan Bonifacio terminó su casa"
Fue en ese momento cuando la gente de ambos cortejos vieron como del carruaje del Juan Bonifacio subían al cielo estrellas de plata, flores y mariposas.
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Foto del autor Diego Luján Sartori
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Descripción

Los pasos del juez alejándose sonaban como estampidos en los oídos de todos los que poblaban la sala con su presencia. Pero no pudieron ahogar el estallido del granito de su carácter incólume al romperse. Aquel hombre de leyes, acostumbrado a juzgar, sentenciar y hacer cumplir las condenas más duras. Volvió sobre sus pasos y por primera vez modificó su sentencia: - La condena a muerte queda en suspenso, hasta tanto Juan Bonifacio Alvarez, construya su casa.

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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


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