El extrao caso de las solteronas
Publicado en Apr 21, 2012
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En mis largos años de servicio como inspector de policía, les aseguro que nunca estuve tan confundido como fue en el caso “de la muerte de las solteronas de la calle seis”, como llegó a conocerse popularmente éste horrendo crimen en la ciudad.
 
Nunca en mis incontables investigaciones, me hallé frente a tantas cosas inverosímiles en un mismo caso, incluso algunas de las cuales lindaban en lo imposible y que han sido motivo de mis eternos desvelos, llegando a cuestionarme inclusive si tal crimen sucedió en realidad o sólo en mi mente desvariada. Todo, y cuando digo todo, es literal y absolutamente todo, resultaba increíble, partiendo del supuesto nombre de las víctimas, así como no obtener en verdad registro alguno que lograra dar con su real identificación, fecha o lugar de nacimiento, nombre de sus padres, familiares, lugares de educación, etc., esas cosas que nos parecen normales de todo ser humano, en éste asunto resultaban tan asombrosas como si hubiesen sido obtenidas de una novela de E. Allan Poe. Ni siquiera con las muestras de sus huellas dactilares fue posible obtener dato alguno, tanto en mi condado, como en las ciudades más cercanas, literalmente estas mujeres nunca “nacieron” o si lo prefieren  “vivieron” en el más absoluto anonimato, aún a pesar que se sabía de su existencia mucho antes de mi nacimiento, y sin contar que yo mismo fuera uno de los testigos oculares de sus cuerpos inertes en la escena del crimen.
 
Desde el inicio de mis primeros días había escuchado más de alguna de las llamativas historias que se tejían sobre ellas. Sin embargo, lo cierto es que al llegar a mis setenta años, no podía dar crédito a la eventual edad de las difuntas, sobretodo de la menor, que todos conocían como “Alocada”, y no precisamente como si se tratase de un apodo sino que decía llamarse así, tan inesperado como el nombre de la mayor que era popular como “Prudencia” por el vulgo. Al principio, pensé que estos nombres obedecían a una especie de alias basado quizás en  sus comportamientos de los que cada una pudiera hacer halago, no imaginándome nunca que ellos precisamente correspondían a sus verdaderos nombres, o al menos por los cuales eran populares, ya que como les dije anteriormente, no fue posible obtener registro alguno de sus verdaderas identidades (si es que realmente las tuvieron en algún momento) Tampoco fue posible establecer si existía o no algún parentesco entre ellas, aún cuando el grupo sanguíneo fuese el mismo, ni la razón por que vivían juntas, o como se conocieron, todo, definitivamente todo lo relacionado a ellas estuvo y se mantiene a la fecha en la más absoluta nebulosa, por lo que fue archivado el caso. Si no fuese, porque estoy en mis días finales, producto de éste cáncer al pulmón que me aqueja, incluso ustedes mismos, no serían conocedores de éste suceso. He aquí la razón, por la cual me encuentro contándoles de este caso, y es que no soporto irme a la tumba, sin lograr descifrar éste fatídico crimen, que ocupó mis postrimeros años como inspector de policía, con la esperanza que alguno de ustedes logre descifrarlo y me ayude a resolverlo antes de que yo cierre los ojos en forma definitiva, liberándome de esto que me abruma y que no me permite partir en paz.
Fueron innumerables las historias en torno a estas dos mujeres que logré recoger durante años en inagotables entrevistas a vecinos, conocidos y lugareños que decían estar al tanto de sus vidas… “Desde que la casa le pertenecía a la familia de Prudencia y ésta vino a conocer a Alocada una noche de invierno en que llovía en la ciudad con furia desmedida. Fue entonces que logró verla desde una de las ventanas del segundo piso, caminando sola y descalza en medio de la calle toda mojada, sin más protección que un vestido ligero que se moldeaba en su frágil cuerpo, no pudiendo soportar dejarla a su merced a la intemperie, bajó corriendo las escaleras, se acercó con un paraguas y cubriéndola con una manta le ofreció cobijo por esa noche, sin pensar que Alocada se quedaría para siempre a hacerle compañía…” “Que ambas mujeres eran originarias del sur del país, supuestamente bien casadas e hijas de familias acomodadas, pero que habían tenido un tórrido romance entre ellas y que al ser descubiertas decidieron huir de sus ciudades natales hasta encontrar refugio en dicha casa…” “Que la casa había pertenecido a una de las familias más influyentes del pasado, pero que tras la muerte del último de los herederos permaneció abandonada por años, hasta que ese par de brujas (como se les designaba en varios sectores de la ciudad) se la apoderaron usufructuando de la misma…” “Hasta se llegó a decir que eran un par de convictas prófugas de un penal al norte del país y que buscando donde guarnecerse ingresaron a la casa matando al viejo propietario que la habitaba…” “Había incluso quienes señalaban que aquella casa funcionaba como lugar de citas, donde acudían acomodados hombres de la ciudad, que eran contactados por Prudencia, gracias a que ella solía frecuentar los círculos más distinguidos y que Alocada, pese a ser la única que ofrecía los servicios sexuales, era de una fogosidad abismante pudiendo atender hasta cinco o seis clientes por noche”.
 
Lo único cierto que se pudo comprobar es que tales mujeres venían disponiendo de la vivienda como pensión, llegando a ser conocida en toda la región por la especial atención de sus dueñas. De Prudencia se hablaba de su trato afable, su prestancia, la elegancia en sus modales, su cultura, su adoración por la buena mesa, los jardines y sus gatos (cuentan que llegó a tener más de una docena, siendo los siameses sus predilectos) De Alocada sólo se comentaba de su encanto, frescura, belleza, de su agraciada manera de bailar, y de la hermosura de sus pechos que dejaba entrever con sus escotados vestidos entallados en su favorecida figura. En aquellos años, la casa contaba con varios criados en su mayoría inmigrantes, y era visitada sólo por clientes extranjeros, debido al alto costo de sus habitaciones, basado en que el servicio era el más distinguido de la región. En eso tenían razón, ya que muchos la preferían, pese a que existían en la ciudad, grandes cadenas de hoteles para su competencia. Recuerdo a mi padre, más de alguna vez, comentar esta situación particular algún domingo durante el almuerzo.
 
Con el pasar de los años, la estadía de los extranjeros fue paulatinamente menguando hasta que debieron cerrar definitivamente sus puertas. Esta última era la imagen que mantenía de la casa en mi mente, aquel día en que el comisario me encomendó el extraño crimen de las mujeres. Recuerdo que precisamente era una noche lluviosa de nuestro crudo invierno, cuando me presenté frente a la que antaño fuese una elegante mansión. Sólo el jardín se veía bien mantenido (supongo que por los cuidados de Prudencia) en tanto el resto de la vivienda, se veía ajada, abandonada tras el peso del tiempo. Alcé la vista para echar una mirada y divisé una persiana del segundo piso colgando sostenida apenas de las bisagras inferiores, como fiel testigo del deterioro. La fachada en otra época pintada de blanco, lucía demacrada como una anciana decrepita dejando al desnudo sus tablas ensombrecidas y enmohecidas como consecuencia de los fuertes y crudos inviernos soportados. La luz de la lámpara del porche era tan tenue, que apenas alcanzaba para alumbrar los escalones de la entrada, dándole al resto de la casa un aspecto lóbrego, casi tétrico, que logró sobrecogerme a pesar de haber visitado lugares peores. Ingresé con la llave que me entregó el comisario, y luego de encender la luz del primer piso, me hallé con una pequeña sala de estar, decorada con muebles de otra época, la sensación de que el tiempo se hubiese detenido en aquel inmueble era algo difícil de describir. Un par de distinguidas pinturas vestían las murallas del salón develando el fino gusto de Prudencia. Subí las escaleras que llevaban al segundo piso, sin detenerme en el resto de las habitaciones del ala inferior.
 
Enfrentando la escalera una puerta imponente se presentó ante mí, intuí que era el dormitorio de Prudencia pero no quise entrar de inmediato, algo me decía que la dejara para más tarde. Abrí la puerta contigua accediendo a la habitación, donde presencié a la primera de las difuntas sobre la cama. Su cuerpo semidesnudo sin duda me pareció el de una de las mujeres más bellas que logre recordar. Se hallaba tendida de espaldas con ambos brazos abiertos, en una actitud de total distensión, que se oponía al hecho de constatar un abrecartas niquelado enterrado a la altura de su corazón, yo diría que se entregó sin oposición a su victimario. Su larga cabellera ondulada le daba un aire grácil e incluso juvenil, y pese a la espesa y oscura mancha de sangre que bajaba desde su seno por su grácil torso, no sufrí el desagrado de tantas escenas parecidas, pues toda ella gozaba la prestancia de una musa, y su actitud parecía la de estar posando relajadamente aún para la muerte. Me detuve a observar sus labios carnosos, pulcramente pintados y entendí que no podía ser otra que Alocada la que yacía inerte sobre la cama. Sus largas pestañas así como sus delineadas cejas parecían bosquejadas por Da Vinci, en su intento de representar a la Mona Lisa moderna. No recuerdo cuanto tiempo permanecí sentado en el borde de la cama, ensimismado contemplando aquel rostro maquiavélicamente bello, cautivado quizás por esa expresión de dulzura y paz que proyectaba, mientras trataba infructuosamente de encontrarle explicación al hecho de que aún cuando aquella mujer existiera ya en mi infancia, podía lucir, incluso más joven que yo ahora que era todo un veterano. La idea de bruja asaltó mi mente.
 
Busqué por su cuerpo muestras de forcejeo, pero no hallé marca alguna, sus muñecas tan pálidas como su piel lozana, ni siquiera mostraban la mínima presión por haber sido aprisionadas, contrariamente a lo usual, no opuso resistencia alguna para ser asesinada, como podía desprenderse de su postura ¿Quien en sus cabales puede imaginarse dispuesto incluso a acomodarse para morir? Sus piernas ligeramente recogidas de forma seductora se hallaban una apoyada sobre la otra, me recordaron la foto con que Marilyn Monroe saltó al estrellato, sólo la cabellera oscura de la víctima era lo único que distaba de la hermosura de la Monroe. El abrecartas enterrado con una certeza absoluta en el seno de la mujer, permitió que fuese sólo una estocada para cumplir el objetivo. Pese a que  tal acto está inserto de dolor al rasgar tan delicada piel, al examinar detenidamente su rostro no pude apreciar muestra alguna de sufrimiento, más bien era de entrega, de sumisión, incluso de goce al encuentro con la muerte. Mis sienes saltaban fuera de sí, miraba una y otra vez la escena desorientado y no encontraba nada que me hiciera entender al menos vagamente lo que ahí pasó.
 
Desconcertado y totalmente apesadumbrado abandoné la habitación, y al darme vuelta, vi como la luz de luna que entraba por la ventana besaba delicadamente la figura de Alocada. Pese a que hasta ese instante era para mí una absoluta y completa extraña, no lograba desbaratarme del sufrimiento desgarrador que sentía en mi pecho tras su partida, menos abstraer sus labios de mi mente y el suponer que bien pude besarlos cuando ella vivía me desangraba una angustia como no recuerdo haber sufrido por otra mujer.
 
El pasillo me pareció más sombrío que la primera vez que lo abordé, la puerta de la habitación de Prudencia me esperaba, no sabía bien lo que me deparaba tras ella y mis piernas parecían flaquear, no precisamente por el peso de mis años. Caminé con paso inseguro y me disponía a cruzar el flanco, cuando lo que vi terminó de quitarme las últimas fuerzas que me quedaban, creo que me desmayé. Abrí los ojos rato después, preso del frío que reinaba en la habitación, la luna asomaba discreta a través del ventanal, dibujando los muebles con siluetas. Lentamente me incorporé, sin prender la luz, para no volver a ver el desagradable espectáculo. La figura de Prudencia ataviada con un refinado vestido de gala, se hallaba recostada sobre grande almohadones blancos salpicados de charcos de sangre. El aspecto de horror que reflejaba el rostro de la mujer, contrastaba no sólo en belleza con el de Alocada, sino en el modo tortuoso que conoció el final de sus días. Debo reconocer que aún en esa patética situación su largo cuello alzado reflejaba la distinción de sus rasgos, su pelo aun cuando se hallaba todo desgreñado y ensangrentado, revelaba un intenso cuidado, y la caída del mismo sobre sus hombros desnudos era aún en extremo delicada. Todo el ambiente parecía escenario de las peores pesadillas que alguien pudiese imaginar. El ataque impune de que fue objeto su persona estaba fuera de todo lo imaginable, las rasgaduras en su fino traje provocaban escalofríos, más parecía el ataque de una fiera animal, o una bestia sobrehumana. Su torso al descubierto dejaba ver las innumerables heridas que le fueron provocadas a la altura de su cuello, pechos y abdomen, quizás más con el ánimo de causarle dolor que quitarle la vida. Singularmente, el agresor usó esta vez una tijeras a diferencia del abrecartas que puso fin a la vida de Alocada, el brutal ataque poseía un ensañamiento indescriptible, las muñecas y brazos amoratados eran testigos de la oposición de la mujer a su agresor, éste sin duda un hombre, le superaba con creces en envergadura, cometiendo abuso no sólo en el modo de asirla por sus brazos, sino también en las heridas grabadas en su rostro, que hacían lucir sus pómulos amoratados. El modo en que le fueron arrancados sus ojos causaba aversión, uno de ellos aún le colgaba, en tanto el otro fue extirpado de cuajo, bañando de sangre su rostro y cabellera. El fatal instrumento con el cual propinara las estocadas en el torso y brazos, se hallaba finalmente atravesado en su lengua que sobresalía de su boca abierta, por la cual destilaba el oscuro fluido bermellón empapando su barbilla y cuello para terminar a la altura de sus pechos. ¿Por qué tanta furia contra ella? ¿Por qué, pese a todo estaba vestida tan elegante? ¿Por qué ambas víctimas se encontraban en sus habitaciones antes de morir? ¿Por qué una lo hacía semidesnuda, como preparada para un encuentro amoroso? ¿Y la otra se hallaba finamente acicalada como si fuera a salir a un gran baile? Todo hacía suponer que ambas conocían al victimario, se podría decir incluso que ambas le esperaban, pero ¿Por qué con una actuó con extrema delicadeza pese a quitarle la vida, logrando incluso que lo agradeciera a pesar de su partida, y con la otra se mostrase como un monstruo fuera de sus cabales? No cabía duda, que no era el robo el móvil, que atrajo al agresor. Amor y odio se mezclaban en la atmósfera despidiendo un hedor que causaba náuseas. Serían acaso dos exacerbados religiosos, que actuaron movidos por su fanatismo procediendo de un modo distinto según sus propias convicciones, no olviden que les comenté que muchos las creían brujas.
 
Los  análisis dactilares no arrojaron huellas en el abrecartas (todo hacía suponer que el agresor usó guantes) Sin embargo, fue posible deducir que fue utilizado por una mujer debido a la profundidad del corte en la piel de la víctima y la fuerza de la misma, en tanto en las tijeras pese a registrar huellas, no fueron posible determinar a quien correspondían realmente. Sin embargo todo así preveer que el autor del crimen de Prudencia, sin lugar a dudas fue un hombre (al parecer pudo tratarse de un indigente) Esto llevó a la hipótesis que se barajó por mucho tiempo en la policía, quienes pensaban que dos mendigos (un hombre y una mujer) habían ingresado a la vivienda con el propósito de robar y se encontraron con las mujeres y que por alguna extraña razón acabaron con la vida de ambas. Sin embargo, esta nunca me convenció, por existir a mi modo de ver demasiados cabos sueltos en este asunto que no guardaban relación alguna con dicha teoría. ¿Cómo se explica entonces que si ese hubiese sido ese el motivo, los agresores no se llevaran nada? ¿Pudieron haberse arrepentido luego de ver lo cometido? ¿Creen ustedes que un ser que realiza tal acto de demencia contra una de las mujeres, pudiera tener al menos un ápice de cordura, para demostrar arrepentimiento? ¿Y si fueron un hombre y una mujer los que ingresaron a robar, acaso no les hubiera bastado amordazar y amarrar a sus víctimas y luego escapar con el botín? ¿Por qué matarlas, y además por que sólo una opuso resistencia? ¿Estás son algunas de las innumerables dudas que me atormentan día y noche sobre éste extraño caso? Me entienden ahora porque necesito saber ¿Qué diablos pasó aquella noche en la casa de las solteronas?
 
Al cabo de tres días desde su muerte y dado que nadie se presentó a reclamar los cuerpos de las difuntas, el comisario ordenó que ambas fuesen enterradas, lo que finalmente se llevó a cabo en el más profundo y oscuro anonimato. Pese a que juré en el lecho de muerte de Alocada descubrir al asesino que le quitara la vida, lo cierto es que fracasé en ello, tras arduos tres años de constante investigación. En todo ese tiempo, no me fue posible culpar a nadie del extraño asesinato, por más horas dedicadas a entrevistar supuestos sospechosos(as), nunca pude dar con la mínima hebra que me llevara a resolver tan funesto caso.
 
Bien querido lector, como soy yo (el escritor) en definitiva el creador de esta historia de ficción, he decidido que una semana más tarde de haber sido develado éste escrito, falleciera el inspector en el hospital publico de su ciudad, llevándose la amargura de la incertidumbre de lo que realmente pasó en éste caso.
 
Pero no se preocupen, no soy tan maligno para dejarlos también a ustedes con la duda por lo que les contaré lo que no pudo descifrar el inspector pese a su enorme experiencia.
 
Tal como les contara anteriormente el inspector, la casa de las víctimas sirvió en algún tiempo como pensión, encontrándose cerrada por varios años. Fue en tales circunstancias, cuando aparece en la historia un gitano que huía luego de hacer trampas en las cartas en un bar de mala muerte. Asustado y sin conocer a nadie en la ciudad saltó la tapia posterior de la vivienda y se encontró con Alocada a quien solicitó refugio, haciéndose pasar por un humilde obrero que andaba en busca de trabajo para alimentar a sus pequeños hijos. Alocada sin medir a que se exponía al abrirle las puertas a un extraño, sobretodo a medianoche lo recibió y lo escondió en su dormitorio pues sabía que Prudencia no aprobaría a ese desconocido. Con el pasar de los días o mejor dicho de las noches, el ladino gitano encontró el modo de agradecer su estadía bajo las sábanas. Alocada, que vio en aquel semental el desahogo de sus pasiones dormidas por tanto tiempo, obligábalo día y noche a cumplir con su deleite carnal. Casualmente, acontecía que en ese periodo, ambas se hallaban algo distanciada. Sin embargo, Prudencia comenzó a preocuparse al notar que Alocada llevaba días encerrada en su habitación (por lo general se veían a las horas de comidas) saliendo sólo a prepararse algo de comer en la madrugada para volver a encerrarse. Cierta noche los gritos de pasión descontrolada, llegaron a los oídos de Prudencia quien en un acto inusual en ella, ingresó sin golpear en el dormitorio, encontrando a ambos amantes abrazados en un regocijo sexual. Por primera vez en su vida, perdió la compostura y exigió a gritos que aquel hombre abandonara la casa en el acto. Pero las súplicas de Alocada y del afligido gitano, pudieron más y finalmente el hombre fue aceptado por unos días más en la casa. Sin embargo, las cosas tomaron un matiz distinto desde que los descubrieran, la pasión de Alocada se fue enfriando y comenzó a exigir al gitano un plazo para que abandonara la casa. Fue entonces, cuando el hombre al verse acorralado decidió convencer a su amada de un maquiavélico plan, cuyo propósito era volver a estar juntos nuevamente y renovar la pasión entre ambos. A sabiendas que Prudencia era una mujer que se conservaba virgen, el gitano convenció a Alocada que lo mejor era que él enamorara a Prudencia, lo que le permitiría seguir viviendo en su casa y así ambos volver a ser amantes. La idea le pareció fantástica a Alocada, que disfrutaba de todas esas situaciones donde la pasión y el peligro se confabulaban. Fue entonces, que decidió dejarlos solos por un tiempo, para que su amado enamorase a Prudencia, conviniendo un viaje de turismo al sur para luego volver y convertirse en la amante del gitano, cosa que disfrutaba más que siendo su compañera formal. Además así Prudencia podría conocer por fin a un hombre y ella volvería a disfrutar de los placeres sexuales que sólo conseguía entre los mantos de la infidelidad. 
 
El gitano compartió primero la mesa de Prudencia, luego la acompañó con el deleite de la música y en las tardes mientras ella se preocupada del jardín le recitaba poemas de amor que conocía desde niño y que se los recitaba como si fueran improvisaciones del corazón. Prudencia fue cayendo embobada en sus redes, nunca acosada por un hombre fue sintiendo sensaciones que la llevaron a perder la compostura acostumbrada y fue entrando en terrenos que no dominaba y fue así como tras veinte días de ser asediada por el gitano aquel, decidió recibirlo en su lecho. Su inexperiencia encendió al gitano, provocándole toda suerte de emociones nuevas a Prudencia que se sintió por primera vez mujer. El plan resultó a cabalidad por lo que el gitano, que sólo deseaba volver a estar con su apasionada amada, solicitó a Alocada que adelantara su regreso. El recuentro de los amantes devolvió el éxtasis nuevamente a Alocada, quien con su pasión enloquecía día a día al gitano, que sin darse cuenta se hallaba por esos días profundamente enamorado. Todo hubiese continuado así, a no mediar que Prudencia comenzara a sospechar de la ruptura entre ambos y la total frialdad en que ambos se comportaban frente a ella, sobretodo porque conocía de a más no poder lo que Alocada provocaba en los hombres que habían estado con ella. Decidió entonces una tarde tenderles una trampa, diciendo que saldría de compras. Sus dudas se disiparon al volver antes de lo que ellos presupuestaban y encontrarlos en el nidito de amor de sus encuentros, una pequeña habitación del primer piso que antaño ocupara la servidumbre.
 
Fue entonces que los celos que hasta ese instante de su vida desconocía por completo se apoderaron de ella a tal punto de llevarla a enceguecerse, cayendo presa de los sentimientos de venganza. Si bien, era un hecho que la mayoría de los hombres que ingresaron en su mansión tarde o temprano terminaban enredados en los brazos de Alocada, nunca antes había sentido envidia por ello, desde el fondo de su ser, se sentía superior y su actuar comedido, le brindaba una satisfacción tal que realzaba toda su gracia, haciéndola cada vez más interesante y digna de elogios, cosa que estaba segura que Alocada era incapaz de entender. Segura de lo que a Alocada le gustaba, dejó una nota en el velador de su lecho haciéndose pasar por su amante, donde le pedía lo esperara semidesnuda sobre la cama para llegar a medianoche a hacerle el amor. Eso explica querido lector, la postura de Alocada al encontrarla muerta el inspector y de que no presentara señal alguna de resistencia así como la razón de satisfacción de su rostro, no imaginando que fuera Prudencia en vez de su amante gitano la que esa noche entró para quitarle la vida.
 
Lo que Prudencia esperaba conseguir con su pérfido plan, era que al dejar de existir Alocada, el gitano volcaría toda su pasión en ella y entonces su dicha sería total. Lo que ella no contempló, fue que durante el almuerzo Alocada le comentó en secreto a su amante que estaba ansiosa de que llegara la noche y que le esperaría en su dormitorio como lo había solicitado. Aún cuando el gitano, no podía saber lo de la nota, la sola idea de aquel encuentro esta vez en el dormitorio de su amante, lo iluminó de tal modo que el resto del día, se mostró algo distraído y esta vez si le recitó poemas improvisados a Prudencia (aunque en el fondo estaban dedicados a su Alocada amada)
 
Fue a causa de tales halagos que Prudencia, decidió esperarlo en la alcoba después de la cena, con uno de sus mejores vestidos. Pensaba que el gitano se estaba enamorando, tanto como ella de él. Encendió velas y se acomodó en los cojines que usaba de respaldo en su cama a la espera de su amado, quien en esos precisos instantes entraba sigilosamente en la habitación contigua. El horror al ver asesinada a su amante, lo sacó de sus cabales, se tiraba sus cabellos en un acto de locura contenida, fue entonces cuando encontró unas tijeras que se hallaba sobre la cómoda y sin pensarlo se dirigió a la habitación de Prudencia, con el único fin de acometer su vendetta.
 
Bien, así se sucedieron las cosas.
 
Ahora que ya sabes el desenlace, supongo que te queda claro, que debes tener más cuidado con tu “Prudencia”, pudiera perder el control, y resultarte finalmente desastroso.       
       
 
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Descripción

Un horrible crimen que no fue posible resolver por la policia

Palabras Clave: Prudencia

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



Comentarios (3)add comment
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Raquel Esther Gmez Aguiar

Cada historia que un escritor desarrolla tiene en mente el planteamiento del mismo, nudo y desenlace.
En la primera parte el inspector cuenta sus investigaciones y las sensaciones que le causaron al verificar los cuerpos asesinados, aquí se crea el nudo al no encontrar las respuestas.
En la segunda parte el escritor interviene para desentrañar la historia, que supongo ya tenía claro como era el final.
Así que esta historia está perfectamete realizada.
Felicitaciones Esteban.
Un abrazo.
Responder
July 29, 2012
 

Laura Torless

Hay una brillante vuelta de tuerca en tu morboso relato cuando el narrador pasa del inspector al propio autor de la hsitoria; entre otras cosas porque pasamos de un espacio contado como verídico a uno en que se razona la ficción del relato. Muy bien logrado esto. Pero a partir de que toma el protagonismo el autor, en mi opinión la madeja de la narración se complica en exceso y se dan requiebros pocos creíbles (o demasiado manidos en novelas románticas). El final de esta historia que empieza siendo turbia y sugerente es demasiado cuadriculado buscando una salida con efecto ejemplarizante, que rematas con tu consideración final.
Es un relato muy denso, con luces y sombras, muy interesante por atrevido, pero pienso que en su segunda parte una relectura y simplificación de la trama le daría mayor nivel. Incluso parece que este apéndice haya sido escrito tiempo después de la parte principal del relato.
Pero principalmente, valoro tu valentía y talento para abordar un relato de tal extensión y desarrollar una historia tan compleja. Felicitaciones, pues.
Responder
April 21, 2012
 

Esteban Valenzuela Harrington

Laura:

La verdad es que todo es mucho mas simple, solo fue un juego literario que nace de dos palabras como Prudencia y su Antónimo Alocada. La idea fue jugar con estas dos palabras y contar un cuento, tratando de buscar una lógica y un mensaje final, para que a través de ese aspecto poder interactuar con el lector y hacerlo participe de mi locura, nada mas.

Mil gracias por tu comentario, siempre es bienvenido que ademas de leerte alguien se de la molestia de hacer un análisis y dar su comentario por lo escrito.
Responder
April 25, 2012

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