Del modesto camposanto
de una aldea de Almería,
tristes, regresan los deudos,
por la polvorienta vía.
Allá se quedó la abuela,
bajo seca tierra fría
y los hijos y los nietos
y amigos que la querían,
en recogido silencio,
van a la casa vacía.
-Nada volverá a ser como antes.
Acaricia Inés, la silla,
 preferida de su abuela,
“su trono”, ella lo decía.
No es un trono de caoba,
es de pino y  muy sencilla.
La abuela no era una reina,
pero se lo merecía.
Crió sola a sus cinco hijos,
cuando en la guerra civil
mataron a su marido,
Conoció de soledades,
de penurias a granel,
de trabajos extenuantes
y de máxima escasez.
Por ser una mujer justa,
 de fama reconocida,
consultaban su opinión
 por todos, muy requerida.
Creció su fama de sabia.
Toda su sabiduría,
no provenía de libros
sino de la misma vida.
Quien pasó por tantas cosas
con la cabeza bien puesta,
 es posible, que tuviera
para todo, la respuesta.