Se me vino aplastando palabras como aguacero sobre la pirami, resbalando por la guasca hasta que se alborotó el cotarro. En beberege y fandango mis amigos hacían sus querencias entre chanzas, paraditos nomás, salvajones, oyendo una musiquería para consuelo de sus penas. ¡Que jarana! Eran como mil loros barranqueros cantando venteveos.
El payador trasijao cantaba entre la estiba de la gente y una rubia muy currucata, con uñas de gato, medía la distancia. Yo, a medio darle coraje, le retruqué: "Poco a poco no vaya a encontrar la horma de su zapato". El payador, gorro de pluma, capote y una barba de chivato, de crisantemo azul en la solapa, en diciéndose nominarse Randomizze, a juerza de tanto hablar se le vaporaron las baladronadas y, simplemente villano, secao el gargüero, solo se quedó con el frasco hincando codo con codo hasta volverse mariposa. ¡Quién demonios lo creería en quien se creía un donoso mocetón!
Yo he visto muchos cantores, nada letraos por cierto, sentaos junto al jogón, a esperar que venga el día en que las musas le prendan la candela mas cuando llegan sus yerros se me vuelven bien chancletas. Mas naide se crea ofendido si canto de este modo en contra de los que están, como el chimango, sobre el cuero y dando gritos entre enriedos malditos metidos, como zorro en cueva ajena y con destino inconstante.
Ya ha visto usted, Randomizze, que yo soy buen cantante; y le digo en sus narices siga usted para alante no sea que en rodeo ajeno se quede sin su talante y desnudo del lindo poncho pierda usted lo que es el arte.