CAN (Relato)
Publicado en Jan 08, 2012
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Caín había salido de la cárcel, su vida transcurrió en reformatorios, en aquellos años 60 de una Argentina por momentos crueles, duros e inestables. 
A los seis años asesinó a su mascota, la enterró cabeza abajo en el jardín de los girasoles donde su abuela solía mecer su silla en las horas crepusculares.
De regreso, su memoria se sustentaba en un continuo espacio temporal presente.
La mujer de sus sueños enfermó y terminó sus días inválida, obnubilada en un geriátrico miserable.
Repasó sus posibles contactos, ahora que su libertad era un hecho consumado. La libreta de anotaciones que semejaba un dialecto indescifrable, asumió que era producto de la pérdida de su memoria a largo plazo.
Aquella habitación ruinosa era un reducto oscuro. Los ruidos del tránsito y las voces apagadas se filtraban por el tragaluz insípido. Tomó lo que tenía de su dinero y el viento en su rostro lo empujo por los anchos veredones de la inmensa ciudad.
Nada había sucedido hasta que observó su brazo derecho marcado, una serie de números binarios, una secuencia tras otras de ceros y unos, sin ninguna explicación.
Se dirigía sin sentido, en un callejón sucio se detuvo y miró el cartel, la puerta gimió, entro; el anticuario deposito en sus mano una objeto cilíndrico con mucho cuidado y rápidamente Caín lo guardo entre sus ropas.
Se apeó del taxi, la oscuridad era ya profunda y la sombra de los árboles definía siluetas fantasmales que le eran  recurrentes desde su niñez atormentada a su presente atroz.
El cementerio era pétreo, estático agobiante… Caín sintió las pequeñas fluctuaciones de recuerdos y flashes dinámicos en alta velocidad, eran instantes difusos en una memoria corrompida por la psicosis y los delirios.
El callejón principal terminaba en unas bifurcaciones de callejas, eligió por azar una que se alejaba sobre su derecha. “La primera tumba” –murmuró para sí-  había una rara inscripción arábiga y puso el objeto cilíndrico en la ranura y lo giró, un chirrido, luego el aire  descomprimió el acceso. La luz tenue de su encendedor lo guió hasta el cofre de piedra.
Sobresalía una inscripción con letras medievales “El que duerme tendrá tu vida”. Sus manos fueron empujando la lápida, temblaron todas sus musculaturas, el peso era inmenso. Unas gotas de sudor cayeron en las tinieblas.
-Algunos segundos más –se dijo-. Su mano tropezó con algo metálico. Un sonido estaño, y la muñeca de su brazo se dislocó al instante, un poderoso impulso lo introdujo en el cofre. La tapa se cerró bruscamente y cuando pudo respirar, de su bolcillo sacó el encendedor, advirtió la expresión del rostro momificado de su hermano Abel, la mueca espectral lo paralizó.
Recordó al fin y al cabo (eso quería), recobrar su pasado. Abel fue llevado a la muerte por sus manos y enterrado vivo. Por algún motivo volvieron a estar juntos.
HERNÁN ALEJANDRO LUNA FRINGES 21 de octubre de 2011.
 
  
  
  
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Descripción

CAN(Relato)

Palabras Clave: CAN

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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