Eran muchos y eran grandes los amigos que tuvo, en su vida, mi querido padre: Merino, Estalote, Camello, Guerra, Tripucha, Padilla, Goyo, Velasco (padre de la actriz Conchita Velasco) y un largo etcétera más. Eran militares y caballeros todos ellos; pero, como siempre, mi hermano mayor Emiliano dijo una más de las muchas patanerías que dijo cuando le amenazó a mi madre con lo de "bah, todos están ya muertos". A mi madre le dolió mucho aquel desprecio y me lo contó porque yo era el hijo en que sólo podía confiar desde que murió mi padre. Yo le dije a mi madre que que más quisiera mi hermano mayor Emiliano tener la cantidad y calidad de amigos que tuvo mi padre porque, en realidad, ¿cuántos amigos verdaderos tiene él y de qué calidad son si eran los que le metieron en la vida del alcohol y las pandillas? y además que no se preocupara por eso porque algún día me lo encontraré, si Dios quiere, y le haré tragar sus palabras una tras otra. Porque mi padre, en los últimos momentos de su vida, me hizo prometer que yo haría justicia para poner nuestro apellido en todo lo alto y con todo honor. Así que por eso se esconde cuando voy a buscarle o se refugia en Bonifacio y Máximo para calmar mis iras. Pero no. No son iras lo que tengo contra él (qué más quisiera él que fuesen iras) ni odio lo que tengo contra él (qué más quisiera él que fuese odio) ni tan siquiera venganza (qué más quisiera él que fuese venganza) ni mucho menos envidia (porque resulta que él es el envidioso por cosas que Dios, él, mi esposa y yo sabemos muy bien), sino simplemente ponerle en su lugar para que deje de ser tan "gallito", tan "chulito" y tan "creído" de si mismo. ¡Que más quisera él tener la cantidad y calidad de amigos que tuvo mi querido padre!. Quizás todavía se esté acordando del día en que, tras esconderse detrás de Bonifacio y Máximo (siempre los manipula por este orden) apareció en mi casa con un chulesco ¡¡¡qué pasa aquí!!!. Bien que se sentó todo asustado cuando le ordené que se sentara y, cara a cara, le contesté tranquilamente que para él no había nada de nada y que conste que, si no llega a ser por la intervención de mi madre, aquella noche le hubiese hecho tragar no solo sus palabras sino hasta el vaso entero (con  el vaso incluído) de esos repugnantes alcoholes a los que está tan acostumbrado tomar. Por eso toma las de Villadiego (acompañado, eso sí, de sus guardaespaldas -me río yo de esa clase de guardaespaldas- Bonifacio y Máximo) cuando me ve pasear tranquilamente por la calle madrileña de Ferrocarril o sentarme tranquilamente a tomar un café en la terraza del portal número 3 de dicha calle. Y todo solamente para comprobar a ver si es tan "machito" que me dice algo...