TIEMPO DE SOL SIN NUBES
Publicado en Dec 02, 2011
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Es como un encierro. No hay salida. Siento como que el aire me entume la piel. Bajo el sol que no tiene compasión de mi madre, caminamos sobre esta tierra ardiente. Con el rostro quemado como el carbón, mi madre carga su última cruz. Chorros de sudor caen de mi frente; arden, están calientes. En la lejanía, como brasas de incendio, se alcanza ver la quemazón del infierno. Mamá me observa de reojo y, con una sonrisa que logro mostrar con todo y dientes, seguimos caminando. Ella no sonríe.
Dormido sobre el lomo de mamá, miró al pequeño pedazo de niño. Creo que es ternura lo que siento por  él. Quizá nuestra pobreza aumenta nuestra unión. Le he enseñado a jugar canicas, las que nos regaló la gente buena que nos visita. Él no juega muy bien, no toma los balines entre sus dedos chiquitos, se le escapan como el agua.
Ya me cansé. Apenas pasamos la milpa de don Cosme. Falta mucho camino. Como quisiera que se asomaran algunas nubes. Pero todita la mañana es azul. Y este sol que no me deja respirar aire fresco. Es como respirar la lumbre.
Miro al suelo y mamá tiene su chancla desgastada. Cansados de rajar la tierra, tiene los talones negros. Yo le daría las mías pero están chicas. De todas maneras no las aceptaría, como tampoco aceptó la comida que ya no quise comer. Estuve inquieto porque no comió nada, ni la pura tortilla con manteca. Y es que había chile también. Me dejó el caldo con dos pedazos de carne de iguana y algunas tortillas que no quiso comer. Mi hermanito lloraba mucho porque chupaba pero mamá ya no tenía leche. Papá enfureció y le dijo a mamá que si no tenía leche era porque no comía nada. “Y ahora que le vas a dar de tragar a ese escuincle”, le dijo. Mamá tenía la mirada de un muerto, como la de mi padrino Clemente cuando murió.
Camino pisando las huellas. El polvo de la orilla de la carretera forma el talón de mamá como pisadas de burro. Mientras avanzo, las figuras de la tierra se pierden a lo lejos; ahí, donde los zopilotes revolotean desde lo más alto del cielo. Papá decía que por estos tiempos la hierba crecía hacia el cielo, con su canto ruidoso movido por el viento. Los autobuses que llevan gente al otro pueblo pasan zumbando, alborotando la hierba y el cabello de mamá. Vuelvo a mirar ese pedazo de niño carbonizándose en el sol y se me nubla el corazón. No tiene piedad sobre su rostro la luz caliente del mediodía. ¿Por qué sucio y descalzo sobre la tierra? Cuando mamá llora cansada de noche, abrazo a mi hermanito y lo duermo. Si logra hacerlo en mis brazos lo acuesto en su caja con algunas cobijas para que no sienta duro el barro pisado y vuelto a pisar. Todavía a esa hora, papá sigue con sus amigos fuera de la casa. Entre los huecos del barro que se ha caído y los palos de nuestra chozita, logro ver hacia afuera la noche azul, apenitas roja por las brasas de la leña. Y las risas de papá escandalizan la quietud de la noche. Creo que él sí es feliz.
Ya se ve el cerrito de las tres estrellas. Decía papá que detrás de aquél montículo enorme estaban las tierras de don Fortunato Herrera, un amigo de mi padrino que le quitó esos terrenos nomás por casarse con una de sus hermanas. Y eso que mi padrino tenía muchas tierras; pero ese tal Fortunato se las quitó a la mala. Hasta andaban diciendo que a mi padrino lo mataron con tal de quedarse con esos montes y montes. Si hay asesinos también hay pobres caminando sobre la tierra caliente a la hora del sol sin nubes.
Se acerca la cuesta más pesada de caminar. Cuando uno va subiendo sólo se ve la panza de hasta arriba. Dice mi mamá que por aquí la pescó mi papá, cuando tenía casi mi edad. Iba al pueblo a vender maíz pelado, cuando salió mi papá de las hierbas y se arrejuntó tapándole la boca. Dice mamá que no lo vio venir. Recuerdo que al contarlo sonreía. Hoy ni lo quiere recordar. Y es que mis papás ya no se quieren. Bueno, eso creo. Desde hace tiempo que mi papá no se baña con ella; ahí, detrás del solar. Tampoco duermen en la misma hamaca. Yo creo que es por el calor de la noche. Hasta le pide su comida como mi padrino se la pedía a sus cocineras. Yo le pregunté a papá alguna vez, mientras regresaba bien borrachote a nuestra choza. “¿Oiga pa’, que ya no juega con mi ma’ en el baño?”. Y me contestó, “Mirescuincle, las viejas sólo sirven pa´ dos cosas, pa’ cocinar y lo otro ya lo sabrá pa’ cuando tenga necesidad”. Desde entonces me pregunto para qué fregaos nos vamos todos los días mi mamá y yo a vender chile y maíz pelado al pueblo si no está en la cocina. Además qué va a cocinar si ni comida tenemos. Antes no teníamos qué hacer esto. Pero dicen que mi papá tiene más hijos por ahí. Hace tiempo que ni comemos esas gallinas que traía del monte. La verdad las robaba. Mamá decía que está bien robar si es para comer. Yo no lo hago, me da miedo. Pero bien que antes llegaba y se metía en la hamaca a dar patadas, tapándole la boca a mi mamá para que yo no escuche. Pensé que le hacía algo malo porque mamá como que lloraba. Pero cuando fingía roncar como si estuviera bien dormido, nomás se tensaban los hilos de la hamaca y el sí, sí, sí, no, no, no; y mi papá gritaba como cochino destazado. Eso era todos los días. Hoy ya no lo hacen. Cada quien tiene su hamaca.
Ya vamos bajando la loma. Estoy jadeando. El aire que rompe mi frente está hirviendo. Trato de mirar el sol pero al cerrar mis ojos sólo veo dos aros detrás de mis párpados. Ni los pájaros quieren volar. El cielo está vacío. Corro hacia mamá para cubrirle la cara a mi hermanito y me dice, “¿qué haces chamaco? Camina, a ver si ocupamos buena esquina hoy, ya ves que doña Teté nos va a comprar todo porque su patrón tiene su puesto de comida. Apúrate”. Le vuelvo a mostrar todos mis dientes. Esta vez, con los pelos pegados a los chorros de sudor de su frente y mejillas, logra mirarme como madre. Siento que sus ojos me abrazan. Su voz me acaricia. Ya no es el calor del sol.
Ahora que bajamos el brillo del pueblo parece charco de agua en movimiento. Apenitas llega el sonido de lo que podemos ver. Quisiera terminar de caminar pero tampoco me alegra mucho llegar al pueblo. Y es que la gente de ahí trata mal a mamá. Le dicen india, pordiosera, estorbo. Pero ellos no saben la rajadura de lomo que se da para desgranar la mazorca y llenar y llenar bolsas y bolsas de grano. Tampoco saben lo que tiene que soportar en las noches cuando papá llega con sus amigos y le grita y la jalonea de los pelos mientras trata de sujetarse de sus propios pelos revueltos, como si el viento la hubiera acariciado. No saben. Si le dijera lo que hace mamá… Tal vez.
Ni una nube. Los pies me pesan como piedras. Tengo hambre. Mi panza hace ruidos, como los que escucho cuando sumerjo mi cabeza en la palangana de agua. Si le digo a mamá se puede molestar. Mejor no. Hace ratito me sonrió bien bonito. Sí. Cuando sonríe es bien bonita; no parece que su boca sonriera sino sus ojos. Y mi papá que la maltrata. Hasta sus amigos he oído que tratan así a sus mujeres. “Ya verá, compadre, dele un reatazo. Así aprenden todas. Hasta les gusta. Como chingaos que no”. Y luego, pues, ¿qué es lo que hace mi papá para darnos de comer?
Ya llegamos. Mamá me da a mi hermanito y lo monto en mi cadera. Esperamos mucho rato. En la esquina de la calle hay un gran flamboyán que nos ayuda con el sol. Veo a mamá como que se le alumbra la cara. De la bolsa más grande comienza a sacar el maíz pelado. Es doña Teté, la que nos va a comprar todo. Si, se lo lleva. Pero el rostro de mamá se apaga otra vez. “Me dio menos”, dijo mirando a ningún lado. “Ay, ándale, mañana te compro más, confórmate con eso; sí, ándale, mira, con eso tienes y hasta te sobra, ¿que no? Bueno, sí, eso le dije ayer pero mi patrón sólo me dio esto, ¿sí?, ay qué buena es usted, Dios le dará más, ya verá”.
Mamá no se ha dado cuenta que ya lleva mucho tiempo ahí parada, sin hacer nada. Me entretengo y de repente arrebata a mi hermanito de mi cadera y comienza a caminar de regreso. Le pregunto si nos vamos a quedar. No me contesta. Creo que no. Respiro aire caliente y pienso que son dos horas de camino. Mi boca está seca. Ni una nube. Viejas y secas, las piedras parecen rajarse con los rayos del sol. Mamá no dice nada. Seguimos caminando. Ella no sonríe.
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Foto del autor Mario Lope Herrera
Textos Publicados: 11
Miembro desde: Dec 01, 2011
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Descripción

Cuento corto con fuertes influencias rulfianas. Describe la miseria, soledad y marginacin que viven las comunidades rurales. Muestra de manera sucinta la forma de vida y las penurias de un nio y su madre por ganarse el sustento diario. Narrado en primera persona, provoca introducirse a la miseria diaria y a la necesidad del hombre silvestre.

Palabras Clave: Sol miseria pobreza soledad discriminacin marginacin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Mario Lope Herrera


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