LA CONSTANCIA DE CONSTANZA (Parte 2)
Publicado en Nov 24, 2011
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LA  CONSTANCIA  DE  CONSTANZA
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(SEGUNDA  PARTE)
9 - CIUDAD  MONASTERIO
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Cuando el alba despuntó y el escenario abierto de la Sierra Grande comenzaba a lucir sus formas ondulantes -donde el firmamento se recorta alejándose en profundidad- Don Lucas golpeó sus botas contra el adoquín del patio. Atrás de una reja, Cuca, con intuición maternal lo observaba temerosa. Hacía mucho que ambos estaban disgustados y poco trato mantenían.
Hallábase trajeado Don Lucas Vázquez de Acosta con sus mejores galas de Indiano. El carruaje lustroso estaba presto a su lado. Cuca pudo ver a Serafín erguido sobre el pescante con una librea impecable, lo que era orgullo para el coqueto mulatillo. De pie sobre el suelo adoquinado Nicandro, el mayordomo, sostenía con sus negras manos un abultado llavero y eligiendo una gruesa llave abrió la enorme verja rechinante del portal, que sus músculos movieron con la facilidad de una rama tierna. Colocado el candado nuevamente, el mulatón regresó al interior de la casona, luego de desearles un feliz viaje.
 La polvareda que produjo el carruaje al partir en aquellos días resecos, alejó a los viajeros de la vista de todos. El gallo cantó. Los venteveos cruzaron el cielo con sus trinos. La naturaleza de Punilla iniciaba una nueva jornada, reclamando la lluvia que tardaba en llegar. Cuca apartóse de la reja y retornó junto a Constanza, despertándola con un mate espumoso aromado con hierbabuena.
-"El sol será espantoso, mi niña. No quiero verte al aire y que pierdas tu color de perla"- díjole su niñera.
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El carruaje descendía por las quebradas y avanzaba sobre los valles llevando a Don Lucas ensimismado. Serafín bajaba. Abría tranqueras. Cruzaba arroyuelos. Perdíanse a la distancia los montes más altos. Las estribaciones ondulantes y leves los acercaban cada vez más, a medida que corrieran las horas e iba extinguiéndose el día, a la apacible ciudad de los Jesuitas.
Poco esperaba divertirse allí el mulatillo y no iba con gusto. La ciudad universitaria de Córdoba no era para él, para su indisciplina. Como tampoco había sido para Rosendo, poco dúctil para los estudios formales. Pero sería recompensado con creces por Don Lucas, siempre generoso con él, con buenas chirolas de plata que él  jugaría a la taba con la peonada. Después de todo, pensaba el encomendero, nunca encontró para aquel vaguillo otra tarea mejor que arriba del pescante.
Pasaron la noche en una Posta cercana a la ciudad, donde se les sirvió amablemente con una suculenta comida criolla. Empanadas picantes. Locro. Sancocho. Y finalmente un buen vino patero que Don Lucas rebajó con mucho agua para Serafín, dada su edad, mientras él lo bebía puro. Los guitarreros de una caravana organizaban en el patio de tierra una alegre payada. La luna llena brillaba iluminando a todos, mostrando ya la medianoche. Entonces dispuso el encomendero retirarse junto con su cocherito a una habitación-rancho dispuesta para él y bien aseada. Una cama de paja con un cobertor de poncho estaba dispuesto en ella, y en el suelo una estera con cuero de vizcacha para Serafín.
Ambos estaban desvelados por razones distintas. Serafín quería continuar en la guitarreada y trató de arrastrarse desde la estera hasta la puerta, cubierta sólo por una lona, para huir hacia el patio donde los caravaneros cantaban en ruidosa algarabía. Pero era descubierto inevitablemente por Don Lucas, cuyo entresueño impedía su fuga. Pues no podría servirle a la mañana siguiente su cocherito, si pasaba esa noche sin descanso.
El amanecer los halló finalmente dormidos. Por la ventana sin vidrios penetró el sol matinal iluminando sus rostros con chispazos imprudentes de luz. La Posta ya estaba vacía. La caravana de la noche anterior había partido al alba con todas sus carretas rumbo al Alto Perú. En poco tiempo, también ellos reemprendieron el camino.
Avanzaban ahora por tierras casi planas. Pasado el mediodía el sol llegaría a su zenit y comenzaba otra vez a declinar. Cuando hubo llegado el momento, Don Lucas apeóse de carruaje. Contempló en aquel lugar el inmenso panorama de la sierra que había dejado a sus espaldas, ordenando a Serafín entrar en la ciudad monasterio de Córdoba del Tucumán, con todo respeto y a paso lento.
  Los muros de piedra los saludaron. El Calicanto asombróse ante la presencia de los forasteros. El aura mistérica de todo el ambiente conventual cautivó sus imágenes y las calles empedradas hicieron erizar el maderámen del carruaje. La pétrea arquitectura los sobrecogió con su esplendor severo, donde todas las voces humanas parecieran apenas susurros distantes.
El vehículo de Don Lucas avanzaba con lentitud como intentando no ser percibido, para no alterar el compás de aquel escenario. Habíanse ambos viajeros acostumbrado a él, cuando una agrupación de estudiantes en toga les salió al encuentro, en forma casual. Y en ese momento sus rostros juveniles y sonrientes detuviéronse frente al carruaje intrigados con su presencia. Pero un preceptor Jesuita, de rostro pálido y rubio que denotaba su origen flamenco llegado de Lovaina, ordenó a sus discípulos continuar el camino que llevaban.
Finalmente, con el sol agonizante y suave del atardecer citadino, iban a detenerse. Los viajeros se encontraban por fin a las puertas de un convento, motivo de aquel viaje. Don Lucas descendió en el sitio, acomodando sus botas sacudióles el polvo del camino, y llenando su amplio pecho de aire alzó el rostro para contemplar el cielo todavía claro. Irguióse entonces altivo admirando esas cúpulas elegantes de las iglesias cordobesas que lo entornaban. Luego de corregir su vestimenta, sintiéndose seguro de hallarse luciendo un traje formal, puso su mano enguantada sobre la aldaba del portal golpeándola con fuerza.
10 - AMOR  SAGRADO
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-"¿Sor Ifigenia?"- preguntó Don Lucas a la portera mestiza
Hiciéronlo pasar a la sala de recibo, de gran elegancia y sobriedad, que él conocía muy bien. Poco tiempo después apareció la religiosa en cuya búsqueda venía, luego de ese largo y solitario trayecto desde la Merced. La mirada aguda de Sor Ifigenia encontró los ojos de Don Lucas, y lo tranquilizó con su suave sonrisa. Se hallaban uno frente al otro como antes, como siempre desde la infancia, dentro de esa misma emoción grata e íntegra, con la cual habíanse acompañado tantos años a pesar de los hábitos y votos perpetuos de ella.
-"Te esperaba, querido primo, supe de tus diligencias pues Constancita me ha escrito"- díjole ella para calmarlo
-"Ella siempre recurrirá a ti, tanto como yo".
El sintió frente a Ifigenia la nostalgia del pasado. El tiempo detenido en todos los rincones de aquella sala de pálido carmesí, conservado como una estampa en su memoria, y que contemplara por primera vez el día en que vino a despedirse de su prima, cuando ella lo abandonaba para siempre al convertirse en una esposa de Cristo... Y se conmovía ahora como entonces, como antaño, como si aquel día lejano fuese éste del presente. Y el espléndido varón maduro de cuarentinueve años que era Don Lucas, volvió a extasiarse ante la belleza intraspasable de Ifigenia.
Una hermosura donde el hábito y su tipo de vida, manteníanla perenne e intacta. Su rostro cautivante, enmarcado por esa cofia que lo resaltaba, delineando aún mas sus finas facciones -advirtió él en ese momento- era similar al de Constanza. Comprendiendo de repente las angustias vividas por Don Fernán, su favorito ¡El hijo que le llegara de improviso traído por los hados del destino y a quien no deseaba perder!
-"Vengo por Constanza... No quiero que sea solamente su obediencia a mí la que se imponga en ella, con su boda, y que yo pierda su cariño. Me conoces mejor de lo que yo creo conocerme".
-"Te esperaba".
-"Vine a verte antes de mi matrimonio con la madre de Constanza. Vine a verte luego en mi viudez. Vine a verte a mi regreso de Lima, desposado con Leoncia. Y vengo a verte ahora en esta incertidumbre".
-"Todo ello me alegra, nunca he deseado perder a mi familia".
-"Siempre quedé confundido lejos tuyo, Ifigenia, eras más fuerte y más clara que yo. Sigues siéndolo".
Don Lucas se detuvo contemplándola. Su mirada recorrió aquella sala que era un hito confuso en sus sentimientos. La separación abrupta de la infancia. La pérdida del amor inicial.
-"Me acobarda el recuerdo de Rosendo y por ello vengo en busca de tu consulta. No quiero que sea el de ellos, estos dos niños que crecieron juntos como nosotros, mi propio destino en repetición -expresó él luego de una pausa prolongada- Sin embargo, memorizo bien, yo me manifestaba en forma distinta y recibía de tu lado una emoción diferente. Había idilio."
-"No lo hemos dudado ninguno de los dos".
 -"En Constanza y Rosendo sólo hubo juegos infantiles, tal cual si fueran hermanos gemelos".
-"Lo mismo creo yo. Comenzaron a hablar y caminar como dos hermanos que hubiesen nacido al mismo tiempo. Nosotros fuimos diferentes a ellos"- confirmóle Ifigenia
-"Y luego ...¡Me sorprendiste!... cautivándome de otra manera".
-"Supe explicártelo".
-"Para mí fue una despedida desconcertante. Era al regreso de mi primer viaje al Alto Perú... cuando ya no te hallé en la Merced de nuestro abuelo"- insistió Don Lucas
-"Supe señalarte mis razones en aquel tiempo. A mí me conmueve y atrae la vida en esta ciudad del río Suquía. Su atmósfera. Sus propósitos. Su alma habíase transformado en la mía propia. Aquí en la biblioteca del Convento enseño a las niñas párvulas, que como yo antes, son traídas pequeñas por sus padres a recibir las letras. Toco el armonio y dirijo el coro, buscando las mejores voces. Con mis pinceles ilumino estampas pintando las páginas de los libros ...No... No era yo la mujer que pudiera vivir acechando el regreso de las caravanas en una Merced. Ponerme al frente de la peonada en tu ausencia. Departir intereses de producción ganadera con el capataz... No era lo mío".
-"Siempre has sido muy firme, por ello vengo en tu busca tras cada decisión de la vida que yo debo asumir"- confirmóle él
-"Pero tuviste esposas admirables, primo mío, que coronaron tu esfuerzo en la Merced. Cada una de ellas compartió tu vida con todas sus vicisitudes, como ésta presente"- le observó Sor Ifigenia
-"Sí, debo reconocerlo, y tus palabras me alientan a ello. Pero ahora es mi hija quien me importa sobremanera. Vine a hablarte de Constanza. Parto hacia el Alto Perú con mi caravana llevando todos los productos de la Merced, y quiero dejarla en tu guarda por algún tiempo".
-"La esperaré gozosa. Constancita siempre ha sido nuestro lazo de unión. La mejor manera de mantenernos cerca de pesar de la distancia".
-"Con esfuerzo ...muchísimo esfuerzo... la separaré momentáneamente de Cuca - explicóle su primo- Constanza vendrá acá sin su niñera. No puedo dejar a Leoncia enfrentada a ellas dos en mi ausencia, porque ya están empezando a desmoralizarla estas emociones. Es la madre de los dos muchachos".
-"¿Has pensado bien en tu elección matrimonial para ella?"
-"Sí, y no hallo dudas, ni aún mismo de parte de Constanza, pues sus coqueterías con Fernán me dan apoyo a ello. Nunca antes mi hija había sido coqueta con un mozo visitante. No lo era con Rosendo, ni aún mismo con los compañeros de estudios de él, cuando pasaron temporadas en la Merced. Su actitud caprichosa con Fernán es un típico deleite por gustar, se halla presente ese imponderable femenino".
-"La recibiré gustosa"- díjole por último Sor Ifigenia
12 - EL  SAGRARIO
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Volvió a alejarse de aquella sala con el dolor de antaño. El rostro fascinante de su prima Ifigenia quedó una vez más detrás del suyo, como había quedado el de Constanza atrás del de Rosendo. Siguió pensando, cuando cerraron a sus espaldas la gran puerta de madera labrada del convento, si acaso las circunstancias de ellos no eran repetitivas con la suya, y acaso estaba por cometer un error. Pero él las consideraba distintas.
Supo ver a esos dos niños que crecieran en la Merced y que mimó Cuca, como a gemelos jugando aún en plena adolescencia igual a infantes. Montando a caballo en pelo. Corriendo por las aguas del arroyo. Saltado piedras. Ellos no se contemplaron nunca de otra manera y permanecieron en esa existencia sin edad, sin sentir el transcurso del tiempo, hasta el momento de recibir la carta lacrada de Don Fernán reclamando por su hermano menor Rosendo. Aquello fue el despertar, no sólo el de estos adolescentes inmaduros, sino también el de toda la familia.
Por eso encontraba una honda diferencia entre ellos y su fascinación por su prima Ifigenia. Habíanse conocido ya adolescentes. Era la suya una fuerza emotiva a la cual sus dos matrimonios con conflictos domésticos ineludibles siempre, o sus aventuras amorosas de viajero por el Alto Perú, fugaces y transitorias, volvían más poderosa, más resistente al tiempo. Ella era aún su amor inalcanzable, y por ello mismo habíase transformado para él, en una pasión pura.
Don Lucas fue dejando la ciudad monasterio casi sin advertirlo. Los forasteros pernoctaban en ella sólo con una invitación especial. El carruaje lo llevaba de vuelta a la Merced, más ensimismado aún que en la partida, y conmovido en su savia íntima, con la misma sensación del hombre que se retira de una alcoba femenina. Pero cohibido siempre, todas las veces, porque es mágica e intocable. Su sagrario personal. Su consuelo en los días de dudas ...como éste.
Serafín nuevamente arriba del pescante giraba la cabeza para observarlo, pero su contagiosa sonrisa no encontró eco alguno. Enemigo del silencio, el mulatillo buscó toda forma de comunicación, sin hallarla. Consternado ante aquel mutismo que dominaba a Don Lucas, callado en exceso, hizo rechinar con angustia sus dientes perlados. Pero el encomendero llevóse la mano a los labios indicándole silencio en aquel lugar, y el cocherito comprobó entonces, mientras azuzaba los caballos cuyas huellas volvían ahora la espalda a la pétrea ciudad de los Jesuitas, que su mágica atmósfera comenzaba a abandonarlos. Alejábanse hora a hora de su misterio insondable, como de un tenue manto del cual se despojaran.
La noche caía. Intensa. Obscura. Como un páramo...
13 - DUDAS
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Don Fernán recibió a los viajeros con gran entusiasmo. Su ausencia en aquel par de días había sido para el joven, algo pesadamente angustiante, produciéndole una sensación desconocida, al faltarle allí el apoyo del encomendero de la Merced. Inclusive el capataz criollo, los peones gauchos y los mulatos angola, hiciéronle ver su lugar de extranjero. Era como si el Tucumán completo se revelase contra él.
Constanza y Cuca lograron aprisionarlo en sus desdenes. Su madre, Doña Leoncia, melancólica, comenzaba a hablar continuamente de Rosendo y a reclamarle por él. Fernán hallábase acorralado y sin Don Lucas habíase sentido como un cuis de los campos, perseguido sin tregua. Ante todas estas actitudes que afloraron de golpe una vez que el padre de Constanza se ausentara, toda su apostura de doncel victorioso estaba en decadencia. Tenía finalmente temor... un extraño temor a Constanza.
Dudaba ahora de sus recuerdos galantes y su arrogancia anterior parecíale en este momento un invento de su imaginación. Sin duda no era él como antes había creído, de ninguna manera, el hermoso galancete que la familia Díaz de Urquizu presentara al Virrey de Lima, recomendándolo mediante una esquela con sellos de ultramar. Don Fernán empezaba a dudar se sus fastos de Manila, y sus propios negocios en el puerto de Arica, adonde arribaban sus sedas orientales ...podían ser falsos.
14 - DECISIONES
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Don Lucas lo escuchó. Lo observó. No le contestó. El estaba previendo esa reacción, más tarde o más temprano. Pues tratábase de un joven a quien la vida le ofreciera: orfandad, responsabilidad, esfuerzo, dedicación, éxitos comerciales, gran vida social... pero ninguna traba en su camino. Ninguna dificultad a sus proyectos. Y ahora vino a encontrar en el alejado Tucumán, luego de atravesar el océano Pacífico y la Salina Grande, en esa Merced Vázquez de Acosta la más persistente, cerrada y fuerte dificultad que pudo haber hallado entre todas. Cual era la... "Constancia de Constanza".
Constanza hacía gala de una constancia auténtica. Imprimía su sello peculiar generando énfasis y oponiendo distancias. Ella tenía su fuerza arraigada en la energía del monte natal que la rodeaba. En la vigorosa Pachamama de la sierra que torna autónomos a sus habitantes. Sentíase poderosa ante Don Fernán, porque allí estaban sus genios, aquéllos que la acunaran en un sello de calma y aislamiento, como también de autoridad sobre las propias ideas. Con la independencia que crea la quietud. El vacío humano de las quebradas. El dominio del bosque inexpugnable. El respeto de los pumas por el habitante conocido. Ella sentíase independiente de sentimientos, porque era parte de ese entorno.
Mientras que él, Don Fernán, tan brillante y mundano, era un recién llegado. Había abierto con su arribo un porvenir inmenso a la Merced de Don Lucas, y sin embargo ahora en este momento, era tan sólo un timorato doncel enamorado que dudaba de sí mismo.
-"En el Mercado de Charcas compraremos el ajuar de novia"- díjole en forma cortante Don Lucas asumiendo su decisión
Don Fernán se estremeció. Quería en ese momento, desesperadamente, que Constanza no escuchara las palabras de su padre. Que no las conociese. Se lo rogó.
-"No es necesario. Ya lo he decidido. Está prevista la boda y ella, puedes bien ver, comparte todos sus preparativos con la coquetería de una niña mimada y consentida. Exige y elige ornatos para su gran boda, pues está segura de ella y se la imagina como una fiesta hermosa. Por eso actúa así, porque quiere para ese día aquí a Rosendo, jugando con ella. Pero aún no es conveniente su retorno"- le contestó el encomendero para calmarlo
-"No puedo complacerla de inmediato, pues el viaje a Filipinas dura largo tiempo, y cuando Rosendo regrese yo deberé partir para allá a mi vez. Nuestra empresa no puede quedar sin dirección"- respondióle Fernán
-"Mejor así. En estas tierras se dice: El ojo del amo engorda el ganado. Ella nos reprocha su ausencia, pero  las cartas felices que llegan de Rosendo encantado de su nueva vida allá en Filipinas, hablan de un cambio favorable para él. Pero la vuelven más caprichosa a ella, porque considera que Manila se lo ha robado y nosotros somos los culpables de haberlo enviado hacia allá. Rosendo es su juguete. Un juguete propio. Constanza está evitando asumir su cambio de edad. Para eso aguarda a Rosendo y no por otro motivo".
-"¿Podremos lograr este cambio en ella?- preguntó dudoso Don Fernán
-"La boda lo logrará, por su propio hechizo en el imponderable femenino. Será una bella boda y ella cambiará. Yo también lo necesito, pues Constanza debe ocupar el lugar que le corresponde al lado mío, como mi heredera".
-"Me esforzaré en lograrlo".
-"Estoy seguro de ello. En una Merced es imposible eludir la responsabilidad que corresponde a cada uno. Todos la tenemos. Ella no puede permanecer más jugando indefinidamente, inconsciente se ser la dama sucesora de esta heredad. Los encomenderos del Tucumán hemos luchado por preservar los derechos para nuestros descendientes, haciendo valer la importancia de nuestro servicio al Virreinato del Perú ... ¡Y lo hemos logrado!"
-"Constanza parece no desear ese privilegio".
-"¡Mi hija no puede continuar reclamando sus juegos como si el sol se hubiese detenido sobre la sierra! Pues la vida continúa, cambia, gira y seguirá girando siempre aunque ella se oponga. Constanza aún no ha comenzado a vivir y palpitar como mujer, por eso pretende seguir jugando... ¡Pero no ha visto todavía a Don Fernán!"-  expresó exaltado Don Lucas
-"Ya lo voy comprendiendo, pues me hallaba frente a ella algo confuso. Mi madre, Doña Leoncia, también será feliz con nuestra unión"- pensó en voz alta Fernán
-"Constanza pasará algunos meses junto a mi prima Sor Ifigenia, alejada de este ámbito que la mantiene sumergida en la añoranza de ella misma. Nosotros iremos al Alto Perú donde están mis negocios. Chuquisaca te conmoverá con su elegancia. Charcas te otorgará avales comerciales de gran valía. Potosí te embriagará con sus grandes saraos. Allí verás y podrás comprobar si eres o no, el galán cautivante de Manila"- concluyó Don Lucas tranquilizándolo
15 - VIAJEROS
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De inmediato se prepararon dos carruajes y tres arcones con ropas. Un coche grande y otro más pequeño, bien acomodados por el mulatón Nicandro, como mayordomo orgulloso de su eficiencia. Mientras que la caravana de carretas cargada con productos fue alistada por el criollo Eufrasio, capataz de la Merced. Todo el grupo de viajeros estaba presto desde el alba.
En el carruaje grande viajarían Don Lucas y Don Fernán rumbo al norte. Mientras que en el pequeño iba Constanza acompañada por Doña Leoncia, quien habría de dejarla en las puertas del convento junto a Sor Ifigenia, y luego retornaría a la Merced. No hubo réplica por parte de Cuca, pues comprendía la mulata que era preferible callar cuando el rostro de Don Lucas tenía una expresión demasiado dura. Don Fernán se acercó al coche de la niña preguntándole:
-"¿Qué exiges de mí?".
-"El regreso de Rosendo"- contestóle la jovencita mirándolo a los ojos
Constanza no pediría nada más. Mantenía su vista altiva en esa despedida, enfrentándolo y abriendo sus verdes pupilas. La cascada castaña de sus cabellos en forma de bucles, le daba un señorío melancólico. Su piel palidísima  y brillante por el contraluz del amanecer, adquiría un matiz nacarado. Luego, sonriendo en forma juguetona le mostró la variedad de colores en el dibujo de su bordado, que llevaba en la falda para concluirlo de hacer junto a su tía Ifigenia.
-"Cuando lo termine llamaré a todas las catitas verdes para que hagan su nido entre estas flores"- díjole ella riendo con fuerza
Pero él no supo en ese momento, como no supiera antes, hallar un lugar dentro de aquel juego inacabable de la niña deseosa siempre de permanecer allí. Para Fernán que había abandonado tan pronto, tan prematuramente la infancia, al abocarse a su mayorazgo dirigido por su ayo filipino en una firme disciplina oriental, y vigilado por su familia apenas huérfano. Lejos de su madre y de su hermano, a una edad muy fresca, todo era demasiado nuevo. Y encontrábase ahora frente a Constanza como ante un mundo de ilusiones interiores, desconocidas totalmente para él. 
Y él como joven de Manila, de Lima, de Arica, que recorríalas con la facilidad de un tuco en la noche, no hallaba el elemento vital que pudiese cautivarla. Porque era ya un joven maduro y poco, muy poco, recordaba de sus juegos.
Doña Leoncia no evidenciaba la tristeza de otras despedidas. Aquella tregua podría servir también, para aclarar sus emociones de madre que injustamente habían sido conmovidas desde afuera de ella. El amanecer se llevó todas las dudas, y el sol halló a los viajeros ya lejos de la Merced, limpiando toda la serranía de los conflictos domésticos que habíanla perturbado, para devolver al escenario de Punilla su hermosa atmósfera.
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Foto del autor Alejandra Correas Vázquez
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Descripción

Vida familiar colonial de Sudamérica en el siglo XVII

Palabras Clave: constancia constanza

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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