Fue la culpa de Ana Karenina?
Publicado en Oct 24, 2011
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Estaba contento, después de tanto tiempo recibía un pago. Se sacaba al menos la angustia de los últimos meses. Decidió hacer un alto en un café y continuar la lectura. Se lo merecía, era un gusto que se tenía privado, y quería disfrutarlo.
 
Un capuchino doble pidió a la joven que se acercó a su mesa y se sumergió ensimismado en la lectura. Le llegaba por la espalda la tibieza del sol de mediodía como el cálido cuerpo de una amante, el suave letargo terminó por arrullarlo a la silla. Los arrumacazos calidos del sol en sus mejillas le hicieron perder noción del tiempo transcurrido y no se percató hasta que el local se hubo llenado (ya era horario de almuerzo). A pesar de llevar bastante tiempo deseaba terminar el capítulo antes de retirarse. Estaba en ello, cuando la mujer que sostenía la bandeja (ante la ausencia de mesas), le pidió si podía compartir la suya. Apenas levantó la vista, asintió con un gesto y siguió leyendo. En ese preciso instante, sonó el celular de la mujer, quien se acomodó en la silla frente a él, presurosa de contestar. No tenía interés en su conversación, pero su tono le martillaba los tímpanos, distrayéndolo. Molesto le increpó con la mirada, pero pareció no notarlo. Sin embargo, al terminar de hablar, pidió disculpas y sin poder contenerse - le preguntó.
-¿Qué lees?
- Una novela – contestó parcamente.
- ¿De quién?
- De León Tolstoi.
- ¿Tolstoi? Uy suena así como siniestro…
- No lo es.
- Y ¿Cuál es el título?
- Ana Karenina.
- Guauu y de que trata
- De una mujer que no está contenta con su matrimonio y decide irse con su amante.
- Ah! entonces es actual, pero tanto nombre extraño parece más bien antiguo.
- De hecho lo es. Está escrito a mediados del siglo XIX.
- Y ¿ya en esa época, las mujeres estaban tan emancipadas? Me gustó el tema… ¿Y son felices? Me refiero a ella con su amante, o tiene uno de esos finales trágicos…
- No lo sé, aún no lo termino… e hizo un gesto dándole a entender que deseaba seguir leyendo (y que nuevamente no reparó, continuando con sus interrogaciones mientras se llevaba las hojas de lechuga de su ensalada a la boca). Luego sin mediar, comentó - ¡Me gustaría encontrarme un amante! y ¿A que te dedicas?
- Trabajo para los hombres que tienen amantes, contestó él, mofándose de la intrusa.
- Ah sí, y ¿Cómo es eso? nunca lo había escuchado.
- Estoy bromeando…La verdad es que soy pintor.
- ¡Artista e intelectual, suena perfecto!, pero ¿eso que tiene que ver con los hombres o sus amantes?
- Pinto desnudos. Los más sofisticados me piden imitaciones de cuadros antiguos de pintores de renombre pero con la condición que le agregue a las musas rasgos de su amantes, cosa que les permite incluso colgar los marcos en sus casas teniendo a la vista y paciencia de todos o en sus despachos la mirada o la boca, o el perfil de su amada. Agregó que la mayoría de sus clientes eran abogados.
- Siempre he dicho que los abogados son todos unos sinvergüenzas –inquirió ella.
- Y ¿pintas desnudos con modelos de verdad?
- A veces.
- Y ¿Cuanto me saldría si me pintaras a mí?
- Depende de quien seas amante, primero debes buscarte quien financie tu obra, no soy barato- dijo- dibujando una sonrisa socarrona.
- ¿Cierto? Debo empezar por ahí.
 
Nuevamente sonó su celular, era una amiga y comenzó a darle todo tipo de detalles de la conversación reciente. Él sonrió y antes de levantarse le dejó una tarjeta de presentación sobre la mesa y pidió la cuenta.
- Oye, mi amiga pregunta si nos pintas a las dos, ¿nos harías un precio?
- ¿Es lesbiana?
- ¡No! ¿Qué te piensas? en absoluto. Oye, me preguntó si eras lesbiana…sí, imagínate, dice que eres un maleducado.
- Dale mis disculpas, pero dile que hoy es de lo más normal, además no serían las primeras que he pintado. Pagó y se alejó del lugar despidiéndose de la mujer, sin siquiera saber su nombre.
 
Seis meses más tarde, su celular sonaba por enésima vez. Era ella. En que  estaba cuando decidió involucrase con esa mujer –pensó- mientras escuchaba el ring sonando insistentemente. Desde entonces su vida definitivamente viajaba por los caminos del trastorno y el delirio. Lo que empezó casi como una humorada (cuando le llamó, le comentó que quería regalarle un cuadro suyo a su esposo, donde su rostro se ocultara en penumbras para que así pudiera jactarse que tenía una amante) fue poco a poco envolviéndolo en una telaraña infernal.
 
 
Genoveva, llevaba una vida demasiado cotidiana, hasta el día en que compartió la mesa con Axel. Carente de fantasías, la conversación gatilló algo en ella que no pudo controlar. Aquel encuentro comentado con sus amigas en sus habituales conversaciones fue adquiriendo ribetes de fantasías eróticas que la fueron empujando a los brazos de Axel, sin que él hiciera nada por atraerla. La trataba siempre con la naturalidad y la distancia de una cliente más. Ni siquiera la primera sesión donde no se atrevió a quitar toda la ropa, cambió su trato. Una semana después se presentó en su estudio, dispuesta esta vez a llevar a cabo la sesión. En esa ocasión, no tuvo reserva en desnudarse, y tenderse en el sillón. Al comienzo cerraba los ojos y dejaba que su mente fantaseara, contando luego a sus amigas los detalles. Solía de pronto, volver abruptamente de estos estadios y se retiraba confundida y avergonzada, excusándose con cualquier pretexto dejando los bosquejos de Axel truncos (para así tener un subterfugio y venir de nuevo) Incluso llegó a pedirles a sus amigas le llamaran en horarios que sabía estaría posando para él.
 
El estudio de Axel poco a poco fue convirtiéndose en un refugio, un oasis en su vida monótona donde podía ser ella, esa que de algún modo estaba agonizando en sus entrañas y que le pedía a gritos ser rescatada. Por eso disfrutaba desnudarse y pasearse así frente a él. A pesar de ser Axel un artista con mucho talento, cuando le mostraba los bosquejos, siempre le encontraba un detalle, “que ese no era su mejor perfil…que sobresalía mucho su busto…que las arrugas en su espalda no le favorecían…” en fin, en el fondo no tenía prisa. Había convertido sus citas con Axel, en una especie de aventura que la tenía extasiada. Con el correr de los días, él también se fue acostumbrando a su presencia. Una vez llegó con almuerzo y se quitó la ropa, es la fuerza de la costumbre le dijo - mientras comían.
 
Cuando comenzó a pagarle por adelantado las sesiones llegó a pensar que lo del cuadro era un pretexto. A pesar de estar acostumbrado a los altibajos lo cierto es que a Axel, ciertamente comenzaban a agradarle los pagos constantes de Genoveva, y hasta él mismo en el fondo deseaba que encontrara detalles a sus bocetos.
 
Fue una tarde de julio, que llovía a cantaros, cuando llegó consternada a su estudio. Se quitó el abrigo y comenzó a llorar. Axel trató de contenerla, mientras le secaba el pelo con una toalla de manos. Entre sollozos, confesó que su esposo había descubierto los giros en su tarjeta. No tenía como justificar su desembolso, le había bloqueado la tarjeta y amenazado con lo peor. Luego de escucharla, buscó los bosquejos menos provocativos y se los extendió – toma llévaselos, dile que el dinero eran abonos, que iba a ser una sorpresa e invítalo a que venga aquí.
-Pero, tú sabes que eso no es así, además nunca hablamos sobre el valor del cuadro.
- Créeme está bien así, con lo que me has pagado, bien podría costearlo.
 
Se incorporó, se refregó los ojos y se despidió con un beso. Eso haré, mañana vendré como a las siete, ¿te parece?
-Me parece. Ve, ve.
 
Al día siguiente, llegó con Domingo su esposo, un hombre cincuentón de aspecto rancio, que bajo su abrigo dejaba entrever una obesa figura. Se quitó el sombrero haciendo relucir su calvicie. Con sus ojos pequeños envueltos tras sus lentes lo observaba todo, como un marido engañado que enfrenta la escena donde su mujer se encontraba con su amante. Vio otros desnudos colgados en la muralla que Axel había dispuesto para la ocasión.
-Veo que se ha especializado en desnudos – dijo el marido con tono gélido. 
- Algo así, reparó él. Más bien ha sido la necesidad, usted conoce el dicho “la necesidad tiene cara de hereje”, tratando de sonreír y quebrar el hielo.
- Hummm... murmuró él, mientras se paseaba con las manos tras la espalda mirando los bocetos y cuadros.
- ¿Y para cuando estará listo? – reparó, me refiero al cuadro de mi esposa.
- Las miradas cómplices de Axel y Genoveva se buscaron y entonces arguyó. Su señora aún no se ha decidido cual de los bocetos es el que más le gusta… ¿usted los vio? – preguntó algo nervioso.
- Sí, mi mujer me los ha mostrado antes de venir – respondió marcando el tono en “mi mujer”, a mi juicio me parece que no debieron ser más de dos, pero usted es el artista y debiera saber cual elegir.
- Disculpe señor, pero es el cliente quien elige.
- Entonces trabaje con el que más le guste, confío en su gusto ¿Lo tendrá para la próxima semana? No hallo las horas de verlo colgado en mi consulta.
 
Antes de retirarse, el hombre sacó su chequera y entendió un cheque que le pasó a Axel, quien lo recibió sin entender. Eso es, lo que me comentó mi mujer era el saldo pendiente, y espero que no me salga después con algo más. Su trabajo es bastante oneroso, pero estoy seguro que lo vale, sobretodo si lo eligió mi esposa, ella tiene muy buen gusto. Vamos querida, dijo y le ofreció la mano que ella tomó presurosa, mientras le hacía una mueca a sus espaldas.
 
El fin de semana siguiente a la visita de Genoveva con su esposo, sonó el timbre de su estudio. Venía algo bebida, y se le abalanzó a sus brazos. ¡No lo aguantó más, no más! exclamó antes de desvanecerse en sus brazos. La llevó a la cama, dejándola dormir un rato, mientras continuaba con la pintura, no quería que la mezcla del óleo que tenía en la paleta se le secara. Tras un rato preparó café para llevarle. Se había quitado la ropa y metido debajo de las sábanas. Cuando logró reanimarla, sorbió un poco de café y comenzó a balbucear palabras y frases cortadas…él cree que tú eres mi amante, y que el dinero que yo te pasaba era para mantenerte, ¿te imaginas yo manteniéndote?… ¡que se cree, el infeliz! claro que debía haberme buscado hace tiempo un amante, mis amigas me lo aconsejaban, pero yo siempre defendiéndolo, sí en el fondo es un hombre bueno, cariñoso, me da todo lo que necesito, viajes, regalos, autos del año…por eso siempre le he sido fiel, estúpidamente fiel, por eso se acabó, si cree que somos amantes, entonces lo seremos, ¡Ven amor, hazme el amor, hazme tuya! anda métete a la cama, ya estoy desnuda, te avancé el camino…ven cariño, sácate la ropa y descarga en mi esa pasión que de seguro tienes acumulada, anda ven – decía- mientras abría sus piernas bajo las sábanas y dejaba entrever su cuerpo desnudo.
 
Axel, se retiró de su lado, y levantando los brazos, exclamó - ¡Te volviste loca mujer! ¿Qué dices? ya me bastó la escena de tu marido celopata para tener ganas de meterme contigo. Anda vístete, tómate un taxi y vuelve a casa, mira que no quiero que aparezca tu marido ahora por esa puerta con un revolver dispuesto a quitarme la vida, soy todavía joven.
- ¡Que va a parecer ese cabrón, con un revolver! no tiene cojones para eso.
- Tal vez sea así, pero no quiero saber que puedan provocar los celos en él.
- ¿Celos dijiste?
- Sí, celos.
- A ese lo que de verdad le molesta, es que su mujercita, se haya empelotado delante de un picante como trata él a todo el mundo. Por eso, mi amor, ven aquí, hazme el amor para que el desgraciado se pudra de dolor antes de que el marcapaso le juegue una mala pasada. O tú crees que yo estoy con él por amor, nooooo, sólo por el puto dinero, el maldito y puto dinero, por eso aguanto a ese maldito, porque dentro del trato estaba que él no me tocaba y yo no lo engañaba, porque a la primera me dejaba de patitas en la calle, pero ya no me importa estoy harta, quiero un hombre de verdad y tú me excitas mucho, anda déjate de pendejadas, ven hazme el amor de una vez…o acaso no te gusto, mira decía mientras se sujeta sus pechos, son naturales, ¿no te gustan? Mira tengo buen trasero no tiene estrías, por eso me cuido yendo al gimnasio y comiendo liviano, todo para que el cerdo de mi marido, se luzca con sus amigos, que me desvisten con sus miradas lascivas, así todos contentos… ¡Además ya les conté a mis amigas!
- ¿Qué les contaste a tus amigas?
- ¡Que nos acostábamos!
- Pero si nunca te he tocado un pelo, ¿Por que lo hiciste?
- Porque quería que mis amigas me envidiaran. Además no te quejes, les dije que la tenías inmensa y que eras un semental en la cama. Hay varias que hasta han soñado contigo. Deberías agradecérmelo.
- ¿Agradecértelo? Por favor, no digo que soy un mentecato, pero me gusta lo que hago, me alcanza para mis gastos. Si hubiese querido otra vida, me hubiese dedicado a conquistar mujeres con plata, pero ya ves, como vivo, no tengo nada de gigoló o semental, por eso mi última pareja me dejó. Se aburrió de vivir en la inestabilidad a la que yo ya estoy malacostumbrado. Lo que menos necesito en mi vida, es una amante casada… créeme eres estupenda, he contemplado palmo a palmo tu cuerpo como artista, y sin duda eres deseable, pero yo quiero mi vida, mi lujuriosa libertad, y tú u otra mujer casada no están en ellas, así que vístete y vuelve a la casa de tu maridito celoso, para yo terminar el cuadro y poder entregarlo mañana.
 
Entre lágrimas y escenas, Genoveva se retiró del lugar, dando gritos en las escaleras maldiciéndolo y unos minutos después implorando  perdón y su amor, enterándose de los escabrosos detalles sus vecinos que se deleitaban con los pormenores, ya que estaban acostumbrados al silencio y al tránsito aburrido de los días.
 
Al día siguiente entregó el cuadro a la secretaria del doctor y al salir del edificio fue abordado por Genoveva. Llevaba lentes oscuros, para esconder el moretón de uno de sus ojos. Le dijo que su vida corría peligro, que la había amenazado, que la ayudara, que escaparan juntos, que ella le había robado una cantidad de dinero que no pasarían pellejerías. Lloró, gritó, pero él sólo quería deshacerse de ella, por lo que quiso arañarle, le insultó, hasta llamó un policía fingiendo ser asaltada. Axel debió correr hasta perderse en la multitud.
 
Varios días habían pasado desde aquel entonces, y ahora que pensaba que había encontrado la serenidad en su vida, volvía a llamar insistentemente. Finalmente contestó su pareja del momento, y ambas mujeres entraron en un dialogo infernal, que terminó con su celular lanzado contra la pared. La joven indignada le gritaba, ¡Dile a esa perra, que no se preocupe por mi, le dejo libre el camino! Axel, no tenía cabeza para encararla, escondió la cabeza bajo la almohada cubriéndose de las cosas que le llegaban.
 
Definitivamente, Genoveva había sido como una maldición en su vida, desde que había aparecido no tuvo más trabajos, como si alguien se hubiese encargado de desacreditarlo de repente y nadie quisiera mandarle a hacer nada. Incluso hasta los pocos amigos que le quedaban se habían distanciado. La escasez de dinero, los pagos atrasados del arriendo y la mala y escasa alimentación por esos días terminaron por pasarle la cuenta y se vio obligado a  ceder a las continuas proposiciones deshonestas de las amigas de Genoveva (que anhelaban cumplir las fantasías que les relataba su amiga) convirtiéndose su antiguo estudio en el nido de las citas clandestinas. Dejó la tela, para pintar sus cuerpos y hacerles el amor en sábanas de colores donde se plasmaban en manchas de colores, los orgasmos vividos y que ellas se llevaban como tesoros lujuriosos. Por más que trataba de apartarse de esta vida, cada vez tenía más asiduas dispuestas a pagar lo que fuera (entre ellas se encargaron de subir la tarifa) e incluso hubo una que prefirió las telas en vez de las sábanas y montaría más tarde una exposición surrealista producto de los revuelcos con su amante pintor. Una de las pinturas figuraban en el extremo superior las manos de Axel en matices de azul y en el centro los pechos aplastados de su clienta en tonos anaranjados y rojos, y a ambos lados sus muslos abiertos en amarillos y tonos tierras. El fondo se mantenía en crudo, para él simple y odiosa vulgaridad. Nunca imaginó que lo reconocería en la exposición, Axel no podía dar crédito a que ella se hubiese atrevido a exponerlo, y menos el precio que logró venderlo (más de dos veces lo que él acostumbraba a pedir)
 
Luego que su expareja antes de marcharse, se cansara de arrojarle cosas producto de la llamada de Genoveva, logró encontrar las partes de su celular y armarlo. Recién entonces pudo darse cuenta que tenía 42 llamadas pérdidas. Colmado de la situación y entendiendo que debía acabar con esa locura, lo metió en el estanque del baño y se dedicó a empacar para huir de ahí lo más pronto posible. Con el dinero de sus postrimeras citas, podía arreglárselas un par de meses. Iría a la costa unos días, arrendaría una cabaña, compraría telas, pinceles, pomos y vería lo que sucedería.
 
Ese misma noche, el cuerpo de Genoveva sería hallado por su esposo desangrado en su habitación. Una nota de despedida para Axel, se sostenía en una de sus manos donde le pedía la perdonara por su decisión, pero ya no podía vivir sin él. Domingo hizo un llamado a un colega de confianza, quien se hizo presente de inmediato, y a quien pidió se encargara de todo. “Suicido por depresión” fue la causa que indicaría el acta de fallecimiento. Los funerales se llevaron a cabo, con la mayor discreción posible, y sólo acudieron sus amistades más cercanas y los familiares de Genoveva. Nada de prensa, había sido la orden expresa del doctor.
 
En virtud de éstos hechos, contrató los servicios de un detective particular, y encargó la búsqueda de Axel, luego que él mismo visitara el departamento y no lo encontrara.
 
Durante el tiempo que duró la búsqueda, siguió atendiendo la consulta, la única variación de su rutina era la corbata negra que conservó los primeros dos meses. Una tarde ajetreada llegó a su despacho una carta anónima (que sólo pudo abrir antes de retirarse a última hora de la noche) Sus sospechas lograban por fin, la confirmación de que Axel y su esposa habían sido amantes, con lujo de detalles relataba las sesiones de pasión que confesara a sus amigas más cercanas. ¡Perra, maldita perra! exclamó mientras lanzó la hoja arrugada al basurero, la muy perra se burló de mi, y no contenta con eso, se jactaba de sus andanzas sexuales con el miserable aquel. ¡Justo con las esposas de mis amistades! he sido el hazmerreír, gritaba alterado con los brazos en altos en la soledad de su consulta - ¡Me las pagarán! juro que me las pagaran todas.
 
Su mente estaba abombada, le latían las sienes, el corazón acusaba una arritmia importante, tomó rápidamente sus pastillas y llamó un taxi. Desde lo alto de su departamento, contempló la ciudad, esa donde había crecido, donde había triunfado, y que sin embrago de pronto, le desconocía. Podía sentir como un vómito la burla que emanaba contra él desde los edificios aledaños, las imágenes de su mujer retorciéndose en la cama con se amante le llenaron de odio por ser el hazmerreír, no importa el engaño de su esposa, sino a quienes había trascendido. Lanzó a la pared el vaso con agua que sostenía, y se llevó de inmediato la mano al corazón por una punzada fulminante. Se asustó. Se dejó caer apoyándose en el borde de la cama y decidió calmarse. Arrastrándose sobre el lecho se quedó finalmente quieto, hasta que el sueño le venció.
 
Días después, visitaba la mansión de su amigo cirujano, llena de conocidos, celebrando el cumpleaños de la dueña de casa. Aprovechando que la atención estaba puesta en ella, tomó del brazo a Muriel (la mujer que había montado la exposición) y le pidió le acompañara a la terraza. Sin mediar rodeos, la encaró con tono enérgico - ¡Se el origen de tus cuadros! – dijo mientras permanecía a su lado sin mirarle. Quiero me des los nombres de quienes sabían lo de mi mujer y su amante. De lo contrario, me veré en la obligación de contarle a tu marido, de donde vino la repentina inclinación de su mujer por el arte y la pintura.
- No te atreverías – dijo asustada.
- Ah ¿no?... Mañana espero que pidas una hora con mi secretaria, para hacerte una revisión, hace tiempo que no te controlo ¿No crees?- le hizo un gesto levantando la copa de champagne y se alejó.
 
Tal como se acordó, fue a verle y antes de retirarse, le dejó un sobre.
-Muriel- exclamó él, cuando se disponía a salir. Estás muy bien de salud, es bueno que te sigas cuidando, luego se despidió con una sonrisa en sus labios.
 
Seis nombres de mujeres figuraban en la nota, todas esposas de sus íntimos - menos mal - meditó. Ninguna se atreverá a hablar con sus maridos, se llevarán el secreto de mi mujer a la tumba. Esto es mejor de lo que pensaba.
 
Horas más tarde, recibía noticias aún mejores. Tenían por fin el paradero de Axel.
 
Decidió cancelar todas sus consultas de la semana entrante. Necesitaba pensar antes de actuar. El correr de las horas y las veladas de trasnoche sin poder dormir por el odio acumulado contra Axel lo habían llevado a concebir un plan maquiavélico y era mejor llevarlo a cabo en un día de semana. Eligió el miércoles. Salió en dirección a la costa no muy temprano. Llegó al lugar a eso del mediodía, luego de verificar los datos que le habían informado se fue a almorzar, quería esperar la hora de la siesta. Pidió marisco y pescado, disfrutando de vino blanco acompañado de una vista privilegiada. A la distancia el mar estaba calmo, era un día totalmente despejado. Extrañaba ver pájaros volar, cómo cuando era niño y visitaba estos paisajes. Además, le volvieron las ganas de ir a pescar como solía hacerlo antaño, pero prefirió dejar las evasiones, pedir la cuenta y dirigirse a pié a la cabaña.
 
La puerta de acceso se hallaba abierta producto del calor reinante, y Axel se encontraba en ese instante disfrutando en la terraza de una cerveza mientras contemplaba la pintura aún inconclusa, cuando sintió a su espalda la voz del doctor.
- Veo que cambio de estilo, ya no pinta desnudos.
Axel se dio vuelta y exclamó asombrado por la intromisión, no esperaba a nadie, menos al esposo de Genoveva - ¡Doctor! - ¿cómo me encontró?
-Ya ves, amigo, hay cosas que si se pueden obtener con dinero. A propósito no te vi en el entierro de mi mujer –indicó con un tono insidioso que buscaba provocarle.
- ¡Que dice! exclamó Axel expulsando un chorro de cerveza como consecuencia de la impresión. No sabía. Pero ¿Qué ocurrió? ¿Un accidente?
- No, simplemente un suicidio por amor, dijo y le estiró el papel que le escribió  antes de morir (la hoja estaba manchada con su sangre)
- Axel la leyó horrorizado, su nombre aparecía en él, lo inculpaba de no corresponder su amor, y ahora no estaba ahí para desmentirlo. Con el papel aún entre sus manos, temblaba entero y no lograba balbucear palabra. El doctor le daba la espalda  contemplando el mar, del mismo modo que lo hiciera en su visita a su estudio tiempo atrás.
- Luego Domingo, le extendió una hoja en blanco, que consistía en un listado de llamados desde un celular.
- ¿Qué significa esto?
- Es el listado que me entregó la compañía del celular de mi esposa, el día de su muerte figuran cuarenta y dos llamados a tu número.
- Axel, corroboró lo indicado por él doctor, y recordó el celular que seguramente aún se hallaría en el estanque del baño. Sentía que se le helaba la sangre, tragó saliva, necesitaba defenderse, decir algo, pero las palabras quedaban todas atrapadas en su garganta.
- ¿Desde cuando? – preguntó el doctor.
- ¿Desde cuando qué?
- ¿Desde cuando eran amantes?
- ¡Nunca fuimos amantes! gritó Axel desesperado, entrando en pánico.
- Así, y cómo explicas entonces que mi mujer se quitara la vida por ti, cómo explicas que escribiera esa nota antes de suicidarse ¿acaso inventó lo que tenían?
- Siiiii, todo estaba en su imaginación, ella empezó a delirar con la idea de un amante y fabricó toda una historia conmigo.
- ¡Mientes, mientes! ¿Que hay del dinero que ella te pasaba los miércoles de cada semana?
- Ya se lo dije, eran abonos para su pintura.
- Y ¿Tenía que ir a dejártelos  personalmente todos los miércoles, y además permanecer por más de dos horas en tu estudio? Acaso ¿Crees que soy un imbécil?
- Axel, se tomó la cabeza con ambas manos, quería hilvanar las ideas pero no lograba hacerlo… su mente estaba totalmente abombada con las acusaciones del doctor.
- Y ¿Qué hay del escándalo que hizo mi mujer una noche de Julio? ¡También los vecinos mienten! ¿Lo vas a negar, ahora?
- ¡No, eso es verdad! pero no es lo que usted imagina…trató de continuar, pero fue interrumpido.
- ¿Así? y me vas a decir, ¿que también era imaginación de mi mujer, que sus amigas más intimas se revolcaran contigo en su estudio y que Muriel, incluso hiciera una exposición con tus revolcones? Ah! ¿Te atreverás a negarlo? ¿Me vas a decir conque has subsistido todo éste tiempo, si en los últimos seis meses nadie te encargó ningún trabajo? Te advierto que tengo un estado de tus últimas declaraciones de impuesto… ¡Claro! que tonto soy…de veras que por los servicios clandestinos no se da boletas, porque la prostitución está prohibida, ¡Cómo tampoco diste boleta por lo que te pagó mi esposa! Anda habla, habla maldito embustero…no te bastó meterte con mi mujer, tuviste que además hacerlo con las esposas de mis colegas, ¿Por qué maldito bastardo? ¿Por dinero? Te lo hubiera dado a raudales, me sobra, es lo que más tengo, es por eso que Genoveva se casó conmigo. Por mi dinero, era mi dinero lo que todas perseguían, pero a mí no me importaba, sólo me importaba mi nombre, mi reputación, esa que tú maldito bastardo te encargaste de enlodar en un par de meses, pero no te vas a salir con la tuya.
 
Parecía fuera de sí, se movía de un lado para otro vociferando, levantando los brazos. Axel se acordó del marcapaso, y se incorporó para tratar de calmarlo.
 
¡Quédate ahí maldito!, ¡No te me acerques! ¡Vuelve a sentarte!, le gritó.
-Está bien, decía Axel, con los brazos en altos en pos de conseguir se calmara.
 
Salió un instante y volvió con un maletín en la mano. Lo puso sobre la mesa dispuesta en la terraza, giró la combinación y con un pañuelo extrajo una pistola que sujetó por el cañón y que extendió a Axel. ¡Anda tómala! está cargada, sólo tienes que accionar el gatillo y acabarán todos tus problemas.  ¡Anda tómala mierda! ¡No eres tan hombrecito! ¿No te encanta encamarte con las esposas de médicos y sobornarles luego con dinero?
-¡Nunca he hecho eso! exclamó Axel, rechazando tomar el arma, que el doctor le tendía.
- ¿Ah no? y ¿Qué es esto? Dijo girando el maletín, lleno de fajos de billetes. Doce millones y medio es lo que me pediste para que no se supieran las verdaderas causas de la muerte de mi mujer.
- ¡Yo nunca he hecho eso! Exclamó desconcertado Axel.
- Y cómo explicas esto, dijo el doctor pasándole una copia de un e-mail  dirigido a él, donde Axel lo citaba a que concurriera a la cabaña justo ese día y con el dinero que había en el maletín.
- ¡Yo jamás mandé ese correo! He estado pintando encerrado en ésta cabaña. No he salido de aquí.
- Y cómo se entiende que este correo justo fue enviado desde el Cyber que se encuentra en la esquina de tu casa, citándome acá con el dinero.
- ¡No lo sé! ¡Le juro que no lo sé! Era lo único que podía decir Axel. No quiero su dinero, no fui amante de su esposa, lo juro, y no pienso hacer nada con esa arma.
- ¿Cómo se lo vas a explicar a la policía? Mi abogado en una hora estará entregando toda esta evidencia a la policía y vendrán por ti. Además como justificarás mi muerte. ¿Dirás que yo también me imaginé que eras el amante de mi mujer y que por eso me quitaste la vida?
- ¡Ya le dije que yo no voy a hacer nada en contra suya, no pienso matarlo. ¡Guarde esa pistola en el maletín!
- Sabría que no te atreverías, por eso he ingerido uno dosis de cianuro en el restaurante donde he almorzado y que terminará con mi vida en cualquier momento. Así creerán que me obligaste a ingerirlo amenazándome con la pistola.
- ¡Pero que pretende! ¿Por qué me hace esto? Le juro que yo no era amante de su mujer, se lo juro, por lo que más quiera.
- Demasiado tarde para arrepentimientos Axel. El correo que leíste fue reenviado a seis colegas pidiéndoles lo mismo justo los esposos de tus clientas, sólo que ellos lo recibieron hoy mismo, apenas una hora antes quizás.
- Pero ¿cómo? He estado todo el día aquí, antes de que usted llegara, y además no conozco el correo de sus colegas como dice.
- Quizás no conoces el correo, pero conociste a sus mujeres. Y un detector de mentiras las hará hablar, son sólo mujeres de adorno, sin el menor grado de inteligencia, contarán todo a la primera, te lo aseguro – comentó el doctor con una sonrisa socarrona.
- Pero eso no prueba nada. Contrataré un abogado, no he matado a nadie. Además no he recibido dinero de ninguno de ellos y usted puede llevarse su maletín, no tocaré ni un solo billete y usted deberá confesar que fue quien tramó todo esto, porque es un celopata.
- Ya te dije que ingerí cianuro, pronto hará efecto y no podré testificar. Las pruebas te incriminan y sólo hay un perdedor acá y ese no soy precisamente yo…
- Y ¿Usted? Acaso no es otro perdedor ¿Qué sacará quitándose la vida? no disfrutará cuando me lleven detenido, ni menos cuando me juzguen.
- Ya te expliqué antes Axel, después de mi mujer que amaba sobre todas las cosas a mi lo único que me importa es mi reputación y con mi muerte mi imagen volverá a quedar inmaculada, nadie podrá reírse de mi trágico destino a causa de la infidelidad de mi mujer. Ella será la juzgada, no yo, yo seré la víctima y ya me siento pagado al verte sufrir tanto y saber que te pudrirás en la cárcel. Sólo podrá reconfortarte el hecho de haber tenido como amante a mi esposa, créeme que considerando mi prestigio será todo un privilegio para ti, te convertirás en un reo de prestigio. Dijo esto último se llevó la mano al pecho y cayó desvanecido.
 
Axel se abalanzó sobre el hombre y trató de reanimarlo, pero fue inútil.
 
Miró el horizonte, el sol se encaminaba raudamente a cubrirse bajo el mar. Tomó la cerveza que no había acabado y bebió un sorbo, mientras releía la nota dejada por Genoveva y recordaba el momento que se acercó a su mesa aquel día mientras leía la novela de Tolstoi. ¿Quién tenía la culpa de todo? se preguntaba una y otra vez. ¿Acaso fue Tolstoi o la maldición de Ana Karenina? ¿No habría sido el espíritu de ella quien se apoderó de Genoveva y se trastornó esta vez de un amante imaginario que en éste caso era él, o fue tal vez que la locura perdió control apoderándose de las vidas de aquellas mujeres vacías que vieron en él la posibilidad de beber el elixir de la pasión y el desenfreno, o quizás fue el virus del amor enfermizo que llegó apoderarse hasta del apocado médico, que no soportó la idea del engaño? Tomó el arma, sacó el seguro, lo dispuso en su sien derecha al tiempo que pensaba - eso tendrá que descifrarlo la policía - y apretó el gatillo.
 
                               
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

Una circunstancia totalmente normal como compartir una mesa en un restaurante, puede traer consecuencias inpensadas

Palabras Clave: Cuadro

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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