El Extraño
Publicado en Sep 12, 2011
Era una de esas mañanas perfectas. El cielo límpido, el aire tibio y la leve brisa, con suave aroma a lavanda.
A medida que me acercaba a la residencia geriátrica, luchaba contra un irresistible deseo de no entrar. Allí estaba un extraño, mi padre. Los recuerdos taladraron mi memoria, con razones suficientes para justificar mi deserción. No fue un padre. No estuvo presente en ninguno de los eventos familiares ni escolares. Ni en mis enfermedades, ni para alentarme cuando lo necesitaba. El típico ausente. Siempre había un motivo mucho más importante que le impedía estar conmigo, acompañarme y perder su precioso tiempo. Estacioné el auto y me obligué a entrar al establecimiento. En la administración me informaron que estaba en el parque y sin esperar a quien me designaron de guía, caminé por el sendero de grava. En una silla de ruedas, bajo la sombra de un corpulento jacarandá, lo encontré adormecido. Me senté a su lado, en un banco, a esperar que despertara. Cinco años que no lo veía. Estaba mucho más delgado, el rostro, surcado por arrugas y profundas entradas, a los costados de la frente. Sobre sus rodillas, un libro de tapas duras, hacía equilibrio por no caer al suelo, La República, de Platón. Intenté tomarlo y en ese momento, abrió los ojos. Al principio no me reconoció. Si lo cruzaba en la calle, me hubiera ocurrido lo mismo. –Los años no pasan en vano, dije, por decir algo. No quería permanecer ahí, ante ese extraño de mirada escrutadora. Por decir algo, agregué, - Sigues tan elitista como siempre, en referencia a su lectura. - Sólo por costumbre, respondió Seguí con temas generales, con escaso entusiasmo. Notó mi falta de interés. –Las horas, en este lugar, se hacen interminables. Tal vez, puedas llevarme contigo. Prometo no molestarte y tendré a alguien para que se ocupe de mi… -Imposible! Me separé hace un año. Mi departamento es pequeño, el edificio no está habilitado para personas discapacitadas, lo siento…. No dijo más. Bajó la cabeza y dio por terminada la visita. Avisé que me retiraba. Me sentí horrible. El tiempo había cambiado, el viento se volvió frío y el cielo se puso gris y tormentoso. Detuve el auto para dejar paso al enfermero que, empujaba la silla de ese extraño y se alejaba tras las puertas vaivén.
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