NEPTUNO
Publicado en Jul 07, 2009
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NEPTUNO
 
Soy dios del mar en el planeta Tierra,
y como mi hermano Urano,
tengo hijos y anillos numerosos,
sin contar mi turbulenta atmósfera.
 
Los 4.500 millones de kilómetros
que me separan de mi padre el Sol
no me quitan el albedo que poseo:
El 84% de la luz que de él recibo
la devuelvo al espacio interestelar,
amable y generoso como siempre.
 
Mi revolución sideral de 165 años
y un giro sobre mi eje en 16 horas,
con una magnitud que me permite
ocultarme a los ojos de la Tierra
para no dialogar con los humanos,
me acreditan como ente singular
en mi larga carrera por el cielo.
 
Mi cuerpo, más azul que verde,
sin marcas claramente definidas,
es frío como pocos (-218 grados),
con una atmósfera hidrogenada
que tiene también bastante helio,
un poco de metano y otros gases
compuestos de materia indefinida.
 
Mi hijo Tritón es un retrógrado,
no porque razone tontamente
sino porque se mueve para atrás
ignorando mi propia rotación,
y pese a que es tan frío como yo,
presenta nitrógeno en su aliento
y una copiosa población de géiseres.
 
Nereida, por su parte,
como toda mujer que se respeta,
vive lejos de casa y es excéntrica
en su órbita estelar, más que ninguna
de las damas que pueblan el espacio,
donde todos conformamos el refugio
que el azar nos asignó arbitrariamente
desde el alba de tiempos milenarios.
 
De los demás engendros de mi vida
no me interesa hablar por el momento;
aunque no los desconozco como padre
dejo dicha reseña a los científicos,
más pacientes que yo para estudiar
la esencia de sus almas y sus cuerpos.
 
Detectarme en el espacio fue complejo,
pero dos excelentes matemáticos
conocidos como Adams y Le Verrier
lograron ubicar mi posición exacta,
lo que fue también, no cabe duda,
un triunfo de las leyes newtonianas.
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