VENGANZA
Publicado en Jun 29, 2011
Apagó el último cigarrillo. Sus pensamientos, fueron deshaciéndose como las volutas de humo. Cada día transcurrido, lo acercaba más al objetivo propuesto. Sin poder evitarlo, enfocó la mirada sobre el arma reglamentaria. Esta vez no vacilaría en descargarla en el maldito que destruyó su vida. No quería recordar, pero era inútil.
Las imágenes, los gritos, toda la confusión de sentirse arrastrado y despojado con violencia del uniforme, de sus prendas íntimas, tirado boca abajo sobre el piso de una celda y abusado, se mantenían nítidas a pesar de los años. Ya pasaron siete y ni una noche en soledad, que el recuerdo de la humillación sufrida, dejara de arrancarle amargas lágrimas de impotencia. Entonces, con veintidós años, egresado del Servicio Penitenciario Federal con grado de oficial, recibió su nombramiento para iniciarse en el escalafón administrativo de la Unidad Penitenciaría de su ciudad. Ingresó con el entusiasmo de la juventud y el ingenuo propósito de llevar a la práctica todo lo que aprendió, en teoría, sobre la necesidad de cambiar arcaicos procedimientos penitenciales y trabajar duro para reinsertar a quienes, en algún momento de su vida, erraron el camino. Era un convencido de que con esfuerzo, la resocialización de los internos, era no sólo posible sino necesaria. Sus compañeros, en general, no compartían su pensamiento, ni se interesaba en el tema. Se limitaban a cumplir un horario sin involucrarse en ilusorios rescates. Los que estaban dentro, eran irredimibles. Los intentos para cambiarlos, estaban condenados al fracaso. El fatídico día en que se desató su tragedia personal, fue un sábado en que cumplía doble turno. Hasta su oficina llegó un rumor de que algo no andaba bien en el sector de máxima seguridad. Era habitual, los fines de semana, surgían problemas asociados a las inminentes visitas que esperaban los presos, sus ansiedades y conflictos se potenciaban. Sin pensarlo dos veces, dejó su lugar de trabajo y se dirigió al sector norte por el amplio pasillo. Al llegar a Enfermería, la puerta entreabierta, le hizo recordar que necesitaba un antiácido para aliviar una incipiente gastritis. En busca del médico de guardia, traspasó el umbral y sintió un fuerte golpe que lo hizo trastabillar. Nuevos golpes, la fugaz visión de un rostro moreno y unos ojos azules, fríos y crueles. Sintió que lo arrastraban por el suelo y sobre él se desplomó la noche. Tuvo asistencia médica y sicológica, toda la que necesitó. No fue suficiente. Fue asignado a otra repartición en otro establecimiento. Apenas incorporado, elaboró un plan de venganza. Tuvo acceso a la minuciosa información de su caso y de su verdugo, uno de los internos peligrosos, que con eso, agregó años a su sentencia. No había la mínima duda. El ADN del violador, coincidía en un ciento por ciento con las evidencias encontradas en el examen médico legal. Faltaban cuatro días, solamente cuatro días……. No pegó los ojos en toda la noche. Recién al amanecer se durmió. La luz del sol que entraba por las hendijas de la persiana, lo despertó. Sacudió la cabeza. Se vistió de prisa, palpó su arma, lista y preparada. Estacionó cerca de la parada del bus que debía, inevitablemente, tomar el maldito. Desde donde se apostó, dominaba, la puerta de la prisión y cualquier lugar, sin posibilidad de que se vulnerara su vigilancia. Todo estaba planificado. Lo seguiría en su coche paso a paso para finalmente concretar su venganza. No tardó en salir. Lo hizo solo, pero aunque hubieran sido cien, entre todos, lo mismo habría podido reconocerlo. Con paso elástico, se dirigió hasta la parada, enseguida llegó el bus, que se apresuró a tomar. Bajó en Estación Once. Dejó el auto y sin perderlo de vista, lo siguió a pié. Lo vio detenerse en un quiosco a comprar cigarros, más allá, en un puesto de panchos. Llevó la comida y una lata de cerveza hasta un banco de la plaza Miserere. Como un chico, no se cansaba de mirar. Recorrió la zona comercial de punta a punta, compró algunas revistas, golosinas y ya anocheciendo, agotado, buscó un albergue en un hotelucho de mala muerte. Cansado y muy cerca de concretar su objetivo, esperó un par de horas. Preguntó a la bruja que regenteaba el lugar por Enzo Bargal, la mujer le dio el número de la pieza y con un gesto le indicó el lugar. No tuvo dificultad para forzar la puerta. Por la ventana abierta, la luz y los ruidos de la calle, entraban a raudales. Lo encontró dormido, desnudo sobre la cama, con una revista en la mano. Sus sueños debían ser felices, por la placidez de su expresión. Sacó el arma reglamentaria, calculó la distancia… . La depositó sobre una silla. Se quitó la camisa, el pantalón, el boxer y se acostó … de espaldas a su verdugo.
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