Aburrido de las bestias que me circundan
enfundadas en sus trajes memorables,
dejo el quehacer diario de amortajarme
en los ropajes de libros y tinteros.
Salgo a la calle ante un sol de fijeza
que me planta cara con sus gestos rojizos.
Pero yo me deslizo al rocío de la taberna
donde hay un murmullo de caderas y cantos.
Allí se pasean las meseras mestizas
sumidas en la arcilla de su cuerpo compacto.
Sisean los hombres alzando una cerveza
mientras van caminando los destellos del rímel.
Descanso mis ojos en los pechos sulfúricos
de la linda mulata que con gestos me atienden
y quisiera pedirle un abrazo y sus mimos
y amarla hasta la noche entre brasas constelares.
Ella sonríe y me ve como una idea
que se exalta y es plena en las sienes masculinas.