Había decidido que sería el último evento al que asistiría, con el correr de los años ese tipo de lugares había roído de alguna manera mi interior y necesitaba darle fin de una vez por todas. Para la ocasión elegí un vestido negro, sobrio pero muy sensual y delicado. Cuando puse un pie en el salón de exposiciones me di cuenta de que aún era capaz de quitarle unas cuantas miradas a los hombres allí presentes y sonreí.
La prensa especializada hacía entrevistas acá y allá, los mozos paseaban con copas de champagne, y el resto del publico caminaba lentamente criticando, halagando o simplemente en silencio.
Saludé un par de personas y me quedé charlando con muchos de ellos como si de verdad fuera mi última vez allí. Jajaja las burbujas del alcohol hicieron lo suyo y esta vez lo disfrute.
Apenas pude me escapé de Frederich y su mujer que no paraban de hablar de Venecia y me topé con esa imagen que apenas la vi me atrapó como el canto de las sirenas a los marineros de un barco pesquero.
Reconozco que simplemente me paralicé, me abandoné en mi propia mente mientras la gente se movía a mí alrededor sin darme cuenta. Mi respiración empezó a cambiar súbitamente y mis ojos se nublaron dejándome ciega de repente.
Cuando por fin pude recomponerme… delante de mi apareció una rosa tan roja y hermosa como una cereza recién lavada, brillante, majestuosa. Y esa voz volvió a sonar casi en un susurro en mi oído…
-Sigues siendo tan hermosa como cuando nos conocimos…
La sorpresa esta vez me hizo girar rápidamente y ahí estaban esos ojos con los que había soñado mil veces encontrar. Mi sonrisa se instaló en mi cara y en la tuya como nunca antes… todo fue perfecto.
Él tampoco había perdido nada con los años, si bien su pelo comenzaba a verse algo gris le daba un aire de experiencia y sensualidad increíble.
Sin querer todo el tiempo en medio ya no existía… solo él y yo.
Cuando vacilando preguntó si me había casado no tuve el valor para decirle que todo este tiempo lo había esperado, y empecé a tener miedo, pánico de que la noche terminara dejándome sola otra vez. 
Lo cierto es que parecíamos dos niños ansiosos por contarse toda una vida, los sentidos no alcanzaban para disfrutarnos por todo el tiempo que habíamos perdido lejos el uno del otro.
Si existe un destino… ese era el mío. Al finalizar la noche nos fuimos juntos como cuando éramos adolescentes y se podría decir que volvimos a tener nuestra primera vez. Ya no éramos los mismos y había que volver a descubrirse… aunque cuando por fin nos despojamos de la ropa todo volvió a ser como siempre y aún mejor.
Cuando la tormenta pasó solo basto con dormir abrazados para darnos cuanta que nunca debíamos habernos separado, que nuestro amor en su momento tendría que haber sido más fuerte. Pero eso ya no importaba… sé que tendría que haberle dicho que mi salud no esta bien, que estoy muriendo pero tampoco tuve el valor. Lo miré dormido varias horas con el corazón agradecido de aquel golpe de suerte. 
Dejando aquella rosa sobre su almohada me marché… descalza y feliz de haberlo visto antes de partir.