Una sonrisa, un pasado, un ahora
Publicado en May 13, 2011
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No creo que sea el momento de hablar de ella – exclamé algo contrariado.
Pero saber quien fue la dueña de tu vida pasada es más que un derecho, más que mal, fue tu compañera por más de quince años, y madre de Antonia y Javier, es lógico que quiera saber quien era ella –dijo Paula con voz dulce matizada de un extraño sonido metálico que tocó alguna fibra en mi interior.
Miré a través de la ventana, era uno de esos días grises de otoño. Estaba con Paula en la misma cama que algún día compartí don Sara. ¿Cuando comenzó esto? –me pregunté- cuando salió Sara y entró Paula a compartir el mismo lecho. No lo sé, como no tengo claro, si quiero contestarle, si quiero hablar de mi exmujer, no sé si quiera remover a ésta altura el pasado. ¿Por qué me hace esta pregunta ahora? Después de más de un año, que llevamos juntos. Creo que las cosas pasaron demasiado rápido. Tal vez, es esa manía de no soportar estar solo como la Antonia, mi pequeña que siempre me esperaba para que la hiciera dormir. Más de una vez, bastó que sintiera mi voz al llegar, y eso era suficiente para conciliar su sueño. Siempre fue así, parecida a mí, insegura, pese a que la trataba para que fuera autosuficiente. Me imagino que en el fondo ella sabía que no lo era, por eso no hacía caso de mi discurso y me pedía que la abrazara para poder dormir. Se veía tan frágil sobre mi pecho. Al final cambio el refugio que le daba yo por ese veterano profesor de filosofía con quien vive ahora. Ah! los hijos ¿por qué tendremos que traspasarle nuestra herencia contaminada? Debiera existir una especie de autodefensa, algo que fuera como el sistema inmunológico espiritual, que combatiera todos esos genes negativos, y los eliminara. Así ellos podrían enfrentar la vida sin una carga adicional. Javier al menos sacó lo lúdico de la madre, esa forma de mirar la vida con una capacidad de asombro que bordea lo infantil, y que a mi tanto me irritaba. ¡Madura mujer!- solía gritarle en las discusiones, y se me quedaba mirando con esos ojos enormes (como la pepona que tenía la Antonia sobre su cama) y esa sonrisa en sus labios (con la que me desarmaba) luego haciendo un gesto de disgusto, se alejaba y me dejaba irritado, como la vez que se fue de la casa con su maleta. Llevaba esa misma sonrisa infantil, que tanto adoraba. Esa sonrisa embrujadora que me cautivó desde que la vi dibujada en su rostro quinceañero en la casa de mi amigo Andrés. Yo tenía cinco años mayor, estaba en segundo año de ingeniería y cuando él me presentó a su “hermanita chica”, no pude frenar la atracción que me provocó. Nos vimos durante dos años a escondidas, hasta que nos sorprendió en la cama. Me trató de traidor y nunca más volvimos a renovar nuestros votos de amistad, incluso no acudió a nuestra boda un año después. Nunca esa sonrisa se fue de ese rostro juvenil, aparecía con más brillo y fuerza cuando hacíamos el amor y a la llegada de nuestros hijos se volvió más fresca. No puedo decir que pasó conmigo, pero esa sonrisa fue convirtiéndose justo en lo contrario que me provocaba al principio y terminó por fin destruyendo nuestra relación. No alcancé a terminar mi carrera por empezar a trabajar, y los trabajos que lograba eran mal remunerados, por lo que debía realizar horas extras para sostener la familia, ya que Javier llegó cuando la Antonia no cumplía el año. El cansancio y la frustración que me agobiaba el día entero, no encontraba consuelo en esa casita de muñecas, donde estaba mi mujercita con su eterna sonrisa esperándome en compañía de mis dos retoños.
No puedo decir, que no hubo un tiempo que adoraba llegar a casa, y que todo mi esfuerzo buscaba recompensa en esa familia que había construido. Éramos una pareja joven que los vecinos adoraban. Siempre recibíamos ayuda de ellos, incluso más que de nuestras propias familias. El más distante siempre fue mi padre, de algún modo me reprochaba la decisión tomada en mi vida. Veía a Sara sólo como una cara bonita, un lindo maniquí de esposa decía con un tono sarcástico que me dolía. Por eso me fui distanciando de ellos a pesar que mi madre, insistía que fuéramos a verlos o les lleváramos a los niños. Una navidad a pesar de que nos esperaban no fuimos y eso terminó por alejarnos. Por eso no se enteraron hasta mucho después que estábamos separados. No podría precisar que me distanció finalmente de mi mujer, lo cierto que un domingo en que mis hijos habían salido, ella tomó su maleta a la hora de la siesta, y con esa sonrisa en su rostro me hizo adiós con su manita, y yo me quedé recostado sin ganas de preguntarle a donde iba, y si eso era definitivo. Esa noche dormí con la Antonia, aunque era yo quien más necesitaba refugio. No recuerdo haber llorado. Con el paso de los días nos fuimos acostumbrando a su ausencia. En su lugar de la mesa, Antonia puso a la pepona, que se quedó por largo tiempo en ese puesto. Nadie preguntó nada, cómo si hablar del tema era abrir una herida. Para el resto, ella estaba estudiando en el extranjero (aunque nunca entró en la Universidad) Yo terminé mis estudios y pude darle mejor vivir a mis hijos, pero ya era demasiado tarde. La Antonia una tarde de domingo como su madre (¿por qué las mujeres de mi vida me abandonan los domingos?) con mochila en mano, me comunicó que se iba a vivir con su pareja. Sabía que no me estaba pidiendo permiso, sólo me estaba informando, mi pequeña necesitaba otro tipo de refugio (que yo no podía darle) y no intenté retenerla. La abracé y lloré sobre su hombro como un niño (no estaba seguro de soportar su partida) entre besos y sollozos prometió venirme a ver seguido (promesas de hijos) y con sus jeans gastados, su polerón gris y zapatillas la vi por la ventana mientras se subía al auto del veterano que me hacía una seña y me regalaba una maldita sonrisa (creo que por entonces odiaba las sonrisas). Un año después Javier, me comunicó que partía a Alemania a hacer un postgrado, por suerte fue un día de la semana que me lo comunicó. Hace ya más de tres años, que fui a dejarlo al aeropuerto. Esta vez su rostro sonriente no me molestó. Le abracé y me dí cuenta que su cuerpo había engrosado, hacía cuanto tiempo que no abrazaba a mi hijo, me pregunté – antes de perderlo de vista con su chaqueta de cuero que le había traído de regalo el año pasado, tras la puerta de embarque. Esperé hasta que el avión se perdió en el cielo. Un cielo gris como esta mañana, en que Paula, me ha preguntado por Sara. La miro y me sonríe (he aprendido a disfrutar de su sonrisa de mujer) le sonrió también y le beso los labios tiernamente, mientras sostengo entre mis manos su rostro, la contemplo, la disfruto, la siento, le amo, le susurro al oído - después hablamos de ello - mientras sigo besándola y mis manos recorren su cuerpo, ella sonríe y disfruto que lo haga, cierro los ojos, mientras me abandono en sus labios ardientes. Le miro, la sonrisa sigue ahí, te amo - le digo, y decido perderme  en su sonrisa.
 
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

La vida a veces slo pasa...

Palabras Clave: sonrisa

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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Emme

Muy linda historia, me gusto. =). Saludos, Emme.
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May 16, 2011
 

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busy