Descendí lentamente las escaleras, consciente de que lo hacía por última vez. Observé con detenimiento todos los rincones de mi añorada estación, y escuché atentamente los sonidos de la misma que me devolvían de nuevo a mi más tierna infancia.

La línea 5, Sagrada Familia, crecí en tu andén, me observaste en multitud de ocasiones con mi impecable uniforme y mis relucientes mocasines. Fuiste testigo de cómo los cambié por aquellos infumables pantalones llenos de jirones, de mis idas y venidas con amigos, e incluso de cómo se me declaró algún noviete entre susurros, acurrucados en alguno de tus bancos.

Recuerdo especialmente aquel día que bajé tus escaleras de dos en dos, con mi maleta cargada de proyectos e ilusiones y mi destino marcado ya para siempre en un billete de avión.

Hoy por fin después de tanto tiempo, tanto, que no sé decir cuanto, he conseguido volver aquí a tu regazo, y he descubierto que todo es tan diferente... la ciudad, sus gentes, la vida...

Observo en la oscuridad del túnel como se acercan las luces de un espectacular tren que entra en la estación abarrotada de gente. Me situaré muy cerca de alguna de sus puertas y así esperaré a que alguien pulse el botón.

Podría traspasarlas sin problemas e igualmente nadie se percataría de mi presencia, pero prefiero esperar y entrar junto al resto del pasaje, para tener la sensación de que vuelvo a tener vida, ya que en este pedacito de mundo mis recuerdos seguirán viajando eternamente por la línea 5 que llega a la Sagrada Familia.