La Negra Timb- cuento de Alberto Carranza Fontanini
Publicado en Jul 19, 2009
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Mientras Ruben Nuñez estuvo en prisión, rumió empecinadamente esos chismes escuchados desde siempre en los precarios fondines de la villa miseria Itaí. En las tristes noches carcelarias llegó a obsesionarlo la idea de que él también merecía hacer suya a la legendaria Negra Timbó aunque ni siquiera la hubiese visto una vez; tampoco los murmuradores que aseveraban sin el menor empacho que la codiciada y sedosa mujer morena tan sólo entregaba sus encantos a quienes se hacían de fama y de poder, sin abandonar jamás la villa miseria Itaí.
En el verano, cuando el laberinto de asentamientos y casillas heterogéneas se desbarataban de mugre, los malvivientes eran fácilmente reconocibles porque no saludaban a nadie. Quienes los habían visto nacer, crecer y medrar como atorrantes, vituperaban aquella desconsideración pero se tragaban cualquier reproche porque era preferíble admirarlos y elogiar sus ostentaciones ( ya fuesen los poderosos motores de sus automóviles malhabidos ya las dudosas adquisiciones de la tecnología moderna, mayormente inservibles en esas viviendas precarias, en su mayor parte carentes de luz y de agua corriente.) Lo singular de estos malandras consistía en pasar casi todas sus vidas entregados a gloriosos desenfrenos: apostar ilegalmente era religioso. En sus discretos tugurios no hacían otra cosa que timbear e improvisar reuniones dedicadas a organizar kermeses o pialadas destinadas a entretener a los habitantes en un descampado criollo, a las cuales le seguían bailantas en el estropeado y bullangero club. Y por último, al anochecer, se dedicaban beber como esponjas para finalizar sus parrandas de dioses del pequeño olimpo, en los prostíbulos que proliferaban en varios puntos de la villa.
Al evadirse de la cárcel, Ruben Nuñez tenía diseñado su plan para conquistar a la Negra Timbó. Pero durante el periodo furtivo le fue imposible concretarlo. Al asediarlo la policía usó documentación trucha y, en la etapa más virulenta de la persecusión, lo encubrieron gente de la villa a fin de eludir eficazmente las razzias.
Las semanas en un aguantadero fueron similares a las del encierro carcelario. Debió privarse de todo por lo que retornó a la masturbación y a las súplicas a la virgencita de Itaí. Ni bien cedió el acoso policial le donó a la capillita un pedestal de laja y una cobertura de vidrio que mejoró la apariencia de la madre protectora. A los encubridores los abasteció de mercaderías que apenas lograron atenuar los males sempiternos de la pobreza. Nuñez no era realmente solidarios con ellos sino que cumplía pagando por sus servicios. Con las joyas y el dinero robado a buen resguardo y disponible antojo, solamente le urgía llevar a cabo su plan de conquista de la mujer morena.
Siendo la villa Itaí desproporcionada y laberíntica, las averiguaciones sobre el paradero de la Negra Timbó resultaron contradictorias; incluso las que realizó en los prostíbulos - donde requirió magro placer-, fueron insuficientes. Descartó por lo tanto que la mujer legendaria en el amor precisase de aquella profesión para vivir y se sintió confundido por la incertidumbre.
Antes de recabar datos precisos en los de Lucas Ramirez (ex-compinche de correrías y ex- marido de la Negra Timbó), cuando lograba dormir, lo hacía con un ojo abierto y sin dejar de musitar el nombre de la anhelada mujer morena.
Para llegar a la vivienda, Nuñez atravesó pasadizos legamosos y el pantano de los sapos. Detrás, había un terreno resbaladizo donde los mocosos de Ramirez jugaban a la pelota y en forma oblicua se incrustaba la pocilga de sendos ambientes. Se dispuso a entrar  dándose cuenta que Lucas Ramirez sobrevivía a su peor época.
_ Parici mentira tanto año, ché..._ dijo Lucas, y aunque apenas se reconocían se dieron un abrazo entrañable.
A diferencia de Nuñez, Lucas Ramirez era corto, patizambo y rechoncho: tenía la cara pulposa-   "mi geta" - decía él - y arrebatada por el exceso de vino. La mirada entrecerrada, oscura, se había vuelto apagada y la boca, repleta de saliva y con dientes podridos, había perdido la costumbre de la sonrisa. Parecía un rostro esculpído a puñetazos.
La mujer de esos días, apodada " La crenchuda" ( por su pelo de puercoespín) era peor que el marido, mejor dicho, se veía más desolada, aunque la visita de Nuñez la puso contenta. Este, al verse saludado y festejado por el enjambre de mocosos, se sintió una mosca blanca entre moscas negras, pero no por el matiz de su piel sino porque  imaginaba el cercano porvenir de dicha que se auguraba para sí mismo junto a la mujer morena.Pero antes de indagar por ella, desparramó en las manitas percudidas caramelos y chocolates.
_ Te veo bien Lucas_ dijo sin sentirlo.
_ No como en aquillos año...¿eh?
En la piecesita, donde Lucas encendió una vela y extrajo de un sucucho roñoso su botín, le explicó que de la venta de ese equipo de C.D de un vehículo trabajosamente desmantelado dependía la susbistencia de su familia. Movió compugido su cabezota al decir:- " Ya no me dan la pierna pa, fanar...ya no tengo reducidor ni posibilidá de pelecheo" y lagrimeó flojamente. Nuñez eludió el mal momento preguntando si acaso " El Lulo" estaba preso.
 
_ Pior. Lo sacramentaron en una batida de antiyer. Sin él los di esti setor estamo jodido..._
A Nuñez le fastidiaba las llorosas explicaciones del compañero seguramente destinadas al mangazo; además no quería dilatar el motivo de su venida y ya no soportaba los vapores hediondos que fluían del apisonamiento de tierra. Se tapó la nariz con un pañuelo impecable, como si sonase una mucosidad e intrigado preguntó si acaso habían enterrado a alguien. Lucas, certero y perspicaz por un instante, indicó el pantano adyacente como emanador de los efluvios insoportables. En el mismo sentido, Nuñez preguntó si todos cabían en el miserable reducto en el que estaban y el otro repuso:" Cabimos todos, ché y si hacer frío nos calentamos culo contra culo".
Entretanto, en la cocina " La crenchuda" revolvía afanosamente un guisado. Nuñez aceptó a disgusto la silla insegura ante la mesa casi servida y puso el resto de su esperanza en que se iría pronto.
_ ¿ Y vo, tiné reducidore, Ruben?
_ Hay dos disponibles en el norte, te doy las direcciones_ le entregó el papel con un croquis desparejo  y supuso que se daban las condiciones para ir a lo suyo.
Lucas guardó el papel con los preciados datos de sus salvadores y sorbió feliz su vino chasqueando la lengua. A pesar de sus reiteradas negativas a la amable invitación, Nuñez no pudo eludir el temible guisado. La familia ante la mesa vacilante conformaba un bloque parloteador que deglutía  sin posibilidad de indigestiones. Al rato decorcharon la tercera botella de vino y la crenchuda sirvió la segunda vuelta del masacote que ni bien aterrizó en los platos fue consumido. Las entrañas de Nuñez se rebelaron; tuvo que beber en abundancia para lograr digerirlo.
_ ¿ Así que vo también andá desbochao con la Negra?- comentó Lucas cuando entendió la causa de la imprevista visita y exclamó: " Tá, gueno, ché - aflojó el cordón que sujetaba sus pantalones galvanizados de mugre y dijo socarrón-,¿ Quién iba a decir que vo te preocuparía por esa hembra?
_ ¿Por?
_ Por que saben que juí el marido y vario pelotudo vienen todo lo año averiguar por ella...
Considerándose otro " pelotudo", Nuñez se sintió humillado. Los ojitos de ratones satisfechos auscultaban sus reacciones y silenció una imprecación: " ¿ Por qué me miran así hijos de puta?"
Para colmo la crenchuda, celosa de la mención que se hacía en sus narices a la Negra Timbó, lo miraba bizca y con enquina. Nuñez abandonó la cuchara sobre la porción del duro y frío masacote, que esta vez le sirvió con bronca y de prepo, y se esforzó por mostrarse de nuevo amistoso.
_ ¿ Y vos por qué la dejaste?
_ Le errás, ché, con ella es jorzoso irse. Eso sí, aunque la cosa ande pa, la mierda, le cumplo con la pendeja...
_ Ah, tiene una ratona tuya...- concluyó Nuñez decepcionado. No captaba del todo el significado de la explicación.
_ Ahí son varia...Una es mía.- Aclaró Lucas y chupó agradecido el cigarrillo invitado por Nuñez.
_ Parece complicado- dijo éste y fumó con desperación, queriendo ahuyentar su repentino decaimiento.
_ Para nada, ché. Lo elogio que se hacen de la Negra son menore que la realidá...
Atracado de guiso, martirizado por retortijones y la sangre rebotándole en las sienes, Nuñez volvió a su casilla infernalmente descompuesto. No obstante, ningún malestar podía disminuir la felicidad que sintió al saber donde vivía la mujer morena.
Pasaron unos días hasta que, con el cabello pulcro e impecablemente vestido, trepó los espaciados peldaños  que desembocaban en el mirador de la amplia vivienda de la Negra Timbó. Esta era atípica. Aislada y de gran solidez, estaba demasiado bien construida como para pertenecer a la villa miseria que, desde el mirador que la circundaba, se diferenciaba a la distancia atiborrada de chapas y cartones.
La casa de dos plantas, había sido ensamblada sobre un vigoroso y secular entramado de quebrachos previendo las crecidas del río vecino; como testimonio se podían ver las marcas seglares de las inundaciones que nunca mellaban la dura madera.
Desde la amplia y alta galería enrejada, se le reveló a Nuñez aquel panorama de viviendas precarias de Itaí. A partir de la extensión enlomada y verde se formaba la gigantesca cuenca que las contenía. Lo más sorprendente para él fue descubrir que el deplorable e inextricable amasijo de casillas conformaban una colmena inmensa  estrictamente centralizado en ese sitio donde ahora estaba, entonces murmuró: " La Negra Timbó es la Abeja Reina de este gigantesco panal" y por un rato quedó deslumbrado cavilando en esta formulación inédita.
Pero de repente tuvo ganas de irse de allí; no podía evitar la conternación, la perplejidad y  el miedo. Pero tomando aire y coraje siguió esperando que alguién atendiese sus reiterados llamados pues desde que había llegado no hacía otra cosa que golpear con los nudillos sobre la gruesa puerta infructuosamente. Por suerte, oyó que desde la ribera serpenteante, detrás del recodo arbolado, provenían voces suaves y rientes. Con impaciencia se dirigió hacia el umbroso recreo y al irrumpir en el grupo de jovenes morenas en cuclillas quedó azorado. Rodeaban una mesita plegable y jugaban a los naipes. El saludó a todas y cada una tendiéndoles su mano con exagerada cortesía, balbuceaba su propio nombre al presentarse y  no cesaba de disculparse por ser inoportuno al estar ellas semidesnudas. Y de pronto se sintió como un ganso que quiere evaporarse en una carrera al disloque o, más bien, como un gaucho ebrio al apearse del caballo. Ebrio de ver tantas caritas de mentones proporcionados, de ojos redondos, grandes y brillantes que lo miraban con curiosidad; ebrio cuando algunas de esas ninfas morenas corrieron hacia la  adyacente orilla para llamar a la madre a quien Nuñez entrevio, al asomar el espléndido torso de la superficie leonada del río; ebrio al advertir que la mujer morena era más sensual de lo aventuradamente soñado y ebrio al notar que la faz atezada lo contemplaba con ojos entornados y de esas pupilas de fuego provenía una brisa impiadosa y también una frialdad metálica al decirle sin la menor emoción: " Sé quien sos. Conocí a tu padre muy bien. Es una lástima que haya muerto ya que todavía no saldó su deuda conmigo."
Si bien tal comentario lo aturdió, enseguida su mirada empelotada se enganchó a la ingravidez del cuerpo moreno que emergió de las aguas por completo y se dirigió hacia él. Nuñez fue irremediablemente atrapado por la belleza de los senos que se balanceaban como oscuras palomas salidas sorpresivamente del pajonal e irremediablemente atrapado por esos ojos ambar y por esos labios de miel. Pero antes de emerger del todo, los brazos habían gravitado sobre la cabeza redonda y los dedos finos escurrieron la cabellera que chorreó y se fue deslizando como un pesado plumaje sobre el espléndido arco de su espalda. 
Nuñez, atónito,cohibido, inútilmente luchó por salir de una especie de cortocicuito. Sin cesar se preguntó que habría tenido que ver su padre con "semejante preciosidad de mujer." La mujer morena, ya junto a él, le tendió la mano que entró en la suya como una  tibia joya palpitante, plena de juventud. Pero "La  Abeja Reina"- (así la llamaría siempre en su interior)-, continuó con la pormenorizada evaluación - vivaz y despiadada-, como si el desasosiego del visitante no requiriese conmiseración. Nuñez percibió de inmediato la peculiar fragancia que emanaba de la mujer morena. Sus olores eran sutiles: a sol que entibia, a agua de manantial que escurriéndose en gotitas adornaban con huidizo brillo su piel de caoba, y además olía a los ábolados que los rodeaban como si siempre hubiese aflorado de sus frondosidades. Y al quitar de su mano torpe, la pequeña mano palpitante y decirle que era un gusto que se hubiese acordado de visitarla, Nuñez se fijo a la sensación del huérfano abandonado a un trance durante más tiempo del que cabría soportar.
_ Bueno- dijo la Negra Timbó- ahora se vuelve posible de que el hijo se haga cargo alguna vez de la deuda impaga del padre...- Y dándole la espalda, se alejó para secarse con un toallón que pendía, con otras prendas, de la rama baja de un sauce. Mientras eso hacía empezó a mirarlo con otra expresión, una expresión conciliadora suave y dulce. Al caer en cascada el cabello abundante ya seco, ocultó de su rostro oval las pequeñas orejas. Se puso la bata blanca y le sonrió. Por encima de sus labios espesos, la pequeña nariz  anhelante le prestaba mayor expresividad y encanto. De pronto su fisonomía se volvía sociable y al volver hacia él, el cuerpo flexible onduló con la rítmica animación de sus caderas maravillosas. Ajenas a estos pormenores, las hijas ya habían dejado el juego de naipes y se alejaban hacia la cercana vivienda. La madre las siguió. Se marchaba sonriendo una vez que le dijo a Nuñez que la esperase. Sensibilizado por las siluetas eróticas que se iban en fila india, Nuñez esperó pero inquisitivamente.  En primer término le pareció raro una mujer joven pródiga en hijas mayormente núbiles. Le pareció singular que tuviese un cuerpo tan firme y elástico y que sus formas fuesen estrechas y sin señales de los murmurados combates lúbricos con un sin fin de hombres, a través de varias décadas. Por otra parte, lo aguijoneaba la relación que había tenido con su padre y apremiado por deducciones inconclusas aumentó su abatimiento aquella deuda heredada que, de ser mínima, no le hubiese ella reclamado y de tratarse de una cifra cuantiosa afectaría su propia seguridad, indudablemente. Memoró el recibimiento, su propio estado de pánico y su percepción del misterio en la mirada de una mujer bellísima y que a la vez y por instantes relampagueaba con rayos de malignidad. Entonces retornó su apremió por escapar y no volver ya nunca. Pero al ella reaparecer sonriendo como se había ido volvió a motivarse su pasión que suponía oculta. La Negra Timbó trajo un termo y los implementos para matear. De modo que sentados a la margen del río, debajo de los sauces llorones, el tiempo empezó a detenerse y Nuñez rogó a la virgencita de Itaí que la mujer a su lado tuviese el alma simple de cualquier mujer.
Empezaba a resfrescar y debajo de los árboles, se respiraba el clima apropiado a la confidencia desapasionada. Así lo supuso él.Y también supuso su propio control a pesar del ansia loca de revolcarse en la cama que fantaseaba por el sólo echo de verla a su lado. El elixir afrodisíaco que emanaba la Negra Timbo ( La Abeja Reina), lo entristecía, era demasiado poderoso para no caer en el deseo frenético e incontrolable. Embargado por la emoción atropelladamente la interrogó sobre su pasado. Y cometió una burrada.
_ Deberías desprender las larvas de la debilidad- dijo ella reprensivamente.
Nuñez tragó saliva. ¿ De qué hablaba? Ella pausadamente le explicó que los cuerpos humanos tienen un imán para absorver las ondas negativas creadas por la mente. ( ¿ Ah, sí?- dijo él.) Y la envidia, las mentiras y todas las debilidades y defectos originan esas larvas que se adhieren a la irradiación natural de nuestras pieles.(!.............!- él quedó mudo.) Y ella luego se puso hablar de los problemas y dificultades por los que atravesaban los habitantes de mi " villa" y codificó las enfermedades endémicas y la indigencia que la asolaba e insistió en aquella vieja idea de encabezar un fondo asistencial para empezar a revertir esos males.
Visiblemente conturbado, Nuñez tuvo la sensación de la felicidad y la desdicha al mismo tiempo. Por primera vez, experimentaba el amor y se sentía inepto, sobrepasado. El era un tipo forjado a los ponchazos, con un carácter hecho de colgajos morales, disponible a la pobreza espiritual ¿cómo entonces, operar alguna audacia, algún refinamiento para que ella lo admirara? Nuevamente lleno de pánico la escuchó agotar aquel tema de la pobreza de los villeros y sólo al hacerse la charla más íntima le volvió el alma al cuerpo.  Sin embargo, la pícara idea e intención de lograr una caricia, un roce prometedor, se diluyó a medida que ella repasaba las vicisitudes de su pasado. Oscilando entre la inquietud y el desaliento, él pujó para que el tiempo que allí parecía inconsistente, pasase con rapidez. Al centelleo de los ojos infinitos de la noche la mujer morena calló y se dispuso a partir.
_ Ya es hora- dijo- pero vení cuando quieras, me gustó charlar con vos.
Se alejó cadenciosamente, como si sus formas onduladas modificasen la penumbra.
Y Nuñez desanduvo la turbiedad de las callejas de la villa miseria todavía asustado. Asustado por el frío repentino y la noche cerrada y por el vaho que se enroscaba en sus piernas ya invisibles: su interior era puro susto. Llevaba consigo, impreso en sus asustadas retinas, el cuerpo desnudo de la mujer morena. En el corazón se le habían grabado los ojos nocturnos y la susurrante voz del final de la charla y como el poeta que jamás soño ser, iba musitando: " Abeja Reina de mi alma." Y encadenado aquel susto que duraba y aquel amor que sólo se siente una vez en la vida, arribó a su vivienda. Por la noche, sin sueño, recordó la narración que la Negra Timbó hizo de su pasado. Durante la pubertad tuvo maridos y amantes que terminaron por serlo. Ellos originaron la leyenda de sus atributos amorosos sobrehumanos, si bien ninguno fue capaz de mantener con ella una relación fructífera.Según su versión " una vez saciados desaparecían inexplicablemente."
Podía conjeturarse crueldad y desaprensión en los innumerables rostros anónimos que la mujer morena denominó " mis hombres...lo hombres de mi vida", e imaginando toda clase de injusticias y abyecciones Nuñez los deploró, aunque probablemente él hubiese cometido los mismos agravios.
En realidad había entendido casi nada de la real hondura de los padecimientos de la Negra Timbó. Y al desandar repleto de aquel susto por los intersticios malolientes y brumosos de la villa miseria donde había nacido, tenía el presentimiento que ese estado amoroso que sentía no desaparecería jamás. A medida que avanzaba esa noche insomne, le escoció reconocer su ineptitud ante la sobrada experiencia de ella. Con destreza sorprendente escapaba a cualquier control y esa cualidad elusiva aumentaba su necesidad de certeza menoscabándolo. No era de macho aceptar un papel inferior, hubiese sido no tener las bolas bien puestas y todavía padecer por eso.. Y quiso creer que ella había ignorado que lo descolocaba con facilidad, prefirió creerlo porque en su mundo hostil no cabían las sutilezas. Pero, recordó, mientras retornaba a su vivienda medio muerto de susto,  que se confesaba que esa Abeja Reina era peligrosa y que ya no debía  volver a verla. Pero en su cuarto, esa larga noche sin cerrar los párpados más que para rememorar la espléndida desnudez de la mujer morena, se sumergió en la almohada, artificio inventado para calmar un tanto su pasión y la  fantástica excitación que lo abrumaba haciéndole pronunciar palabras de amor.
Por varios días anduvo irresuelto, incapaz de decidir qué hacer. La desventura de la oclusión se arraigó en tal forma que comenzó a desquiciarse. Clausuró sus salidas. Imaginó que estaba preso de amor y eludió a lo guapo los gritos de sus pares que lo invitaban a la parranda porque consideró inútil pretender descargarse en los prostíbulos, a los que antes era concurrente asiduo.
Finalmente los aplazamientos de sus salidas y cavilaciones cedieron. Un ramalazo de aliento vigoroso le llenó repentinamente el ánimo y se preparó para visitarla de nuevo. Había comprado muchos regalos, muchas finezas que atiborró el baúl de su poderoso Mercedez Benz y el día de la primavera golpeó con ímpetu la puerta del mirador. La Negra Timbó lo recibió fríamente. Observaba a su pretendiente que ardía como una brasa, rodeado paladinamente de tributos y le cerró la puerta en la cara.
El incidente debió olvidarse; por lo menos Nuñez perdió concciencia de esa metida de pata y ella, no creyó meritorio mencionarlo la vez siguiente. Pero las faltas de ubicuidad de Nuñez no cesaron. Exageraba su modocidad, rebuscaba las palabras para agradecer las invitaciones a cenar y, en las charlas de sobremesa, derramaba el anís e invariablemente hacía añicos alguna rara porcelana oriental. Contrito por sus torpezas, solía huir bajo algún pretexto, llevando consigo el sentimiento de lo malogrado. Muchas veces, es cierto, intentó revertirlo proyectando su propia desvalorización en aquella extraña familia de la que era, después de todo, el hazmerreir. Pero el propio menosprecio había ya tocado fondo y en las noches se manifestaba a través del ensueño patológico:un amasijo de alucinaciones eróticas que llegaron aterrorizarlo. La mujer morena actuaba en esos sueños partiendo de una feroz y frenética lucha sexual para al final metamorfosearse en araña tejedora de la pegajosa red donde él quedaba definitivamente atrapado. Despertaba de esos sueños temiendo enfermedades como un hipocondríaco. Las incursiones on´piricas, durante el día lo ponían  de mal genio y furiosamente se desquitaba rompiendo objetos valiosos contra las umbrosas paredes de su cuarto. A puertas cerradas  ensayó fabular algún modo de persuación que conquistara  a la mujer morena y la hiciera suya para siempre. De ello resulktó la disposición a entregarle la vida, su dinero malhabido y a ser su esclavo. La única condición era que se le entregara  sin restricciones de horario sexualmente una vez. Sölo una. Y al soñar la noche siguiente que eso ocurriría se sintió completo, sublime, elevado. Sin embargo todas aquellas ensoñaciones a duras apenas atenuaban los delirios de su pasión y resignadamente volvía al mirador , y se conformaba con ver y escuchar a la Negra Timbó quien por enésima vez y con idéntico tono, susurrante y conmovedor, le narraba la ingrata versión que el nunca conseguía entender porque estaba pendiente de los roces de su mano en la mano de ella y de sus olores enervantes.
Las desalantadoras alternativas terminaron abruptamente la noche que la mujer morena le dijo: " Ruben quiero que seas mi marido. De acá a dos meses nos casará Ivanof que entiende de esta cosas.
Nuñez sintió un alivio inconmensurable ...y curiosidad. Pero dejó de lado la pregunta( de por qué debía casarlos el jefe gitano en una carpa y no el cura en la Iglesia como Dios manda), porque estaba enloquecido con aquella revelación de su amada: " La Abeja Reina por fin me demuestra su amor" murmuró para sí, y atrevidamente le pidió un beso para sellar el compromiso. Recibió un abrazo y un beso apasionado que lo electrocutó animicamente, y luego medio flojo y estúpido, tal cual él lo esperaba pero mucho más. Sin embargo su futura consorte enseguida pasó a otra cosa. Consideró primaramente los preparativos para la boda que debía ser fastuosa. Por su lado, el novio, generosamente dispuesto, le cedió toda iniciativa al decir: " Mi amor, hacé lo que se te antoje". Por supuesto no se percató de su imprudencia; las apatencias de innovar de su futura esposa contenía ribetes maníacos y, como nunca antes, la vivienda se sacudió hasta los quebrachos.  A la parte superior no se la podía convertir en una residencia pero si prestarle esa apariencia  y, de tal de modo, se construyeron buhardillas y ventanales y se cambiaron los techos de chapa por tejas azules que llegaban hasta los aleros de la galería y el mirador donde se adecuaron manuelines ( pequeños observatorios elegantes), y en las inmediaciones verdosas se cambió el cesped por un parquizado tipo oriental con un lago central donde se vieron maravillosos peces de colores, de todo tamaño. 
El amplio recibidor de la casa  recibió los honores del cine y, en igual forma la cocina que se copió integramente de una película norteamericana pero mucho mejor. La sala de estar, espejada en el fondo, lució con nuevos tapices, Chifonier, juegos de muebles laqueados, vitrinas y repisas con minaturas orientales, porcelanas Meissen y Satsuma Imperial. En las paredes se colgaron cuadros europeso de J. Navarro, Zuluoga y Boudin entre otros.
Al volver de la ceremonia, efectuada en la carpa del jefe gitano, que recibió por la consumación espiritual de la pareja una suma grandiosa, tuvieron una recepción magnífica y atípica. Los trescientos invitados en su mayoría vestidos con extravagancia, suspusieron que el festejo duraría dos días o más; pero se llevaron un chasco. Al cantar los gallos de medianoche, se paralizó la orquesta de cuerdas gitanas y se retiraron de las mesas de mármol los manjares y las bebidas.
 La Negra Timbó en reserva, escoltada por todas sus bellas hijas, mostró una ves más su  carácter decidido y violento. En primer lugar exigió a su marido que dejase de disparatar y beber; enfrentó fulgurante a sus ex-maridos safados y borrachos y los echó a puntapiés. Cuando volvió a su aspecto calmo, pidió al resto que se fueran.
Al cabo de una hora, en el silencio de la habitación de la mujer morena, la línea flexible y ondulante de su cuerpo de caoba fue reconocido por las ansiosas manos de Ruben Nuñez. Como aseguraban los murmuradores la Negra Timbó era una luchadora incansable en las lides amorosas. Nuñez probó la plenitud de sus aromas y alimentado por su aliento fue envuelto en  el deleite supremo del crispado y sistemático ir y venir de las caderas lunares. En amortiguado resplandor de la lámpara la contempló antojo y absorvió muchas veces el sofisticado filtro erótico sin notar el paso de las horas y de los días y creyéndose el rpimer hombre que recibía los dones de esa mujer superdotada en lo sensual.
Pero inesperadamente, la inconmensurable plenitud fializó. Fue al promediar el verano. Amanec´pia y su mujer, luego de los espasmos y tensiones del amor, se dirigió al ventanal a sistir al nacimiento de la sangrienta aurora. Desde allí, poco después, despertó a Ruben Nuñez para decirle, con voz imperativa aquella letanía escuchada y jamás olvidada por cada uno de los ex-maridos.
" Querido, amor de mi vida, todo se cumplió en mi corazón. No nos veremos en este lecho nunca más - y agregó señalando su vientre levemente hinchado_ Cuando ella nazca llevará tu apellido. La verás cuando quieras siempre que aportes para su sustento y el mío...                                 
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Descripción

La Negra Timb (primera parte). Historia de una mujer que mantiene permanentemente su juventud.

Palabras Clave: Abeja Reina

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin


Creditos: Alberto Carranza Fontanini

Derechos de Autor: I.S.B.N.:987-1213-26-3


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alberto carranza

Esteban: Gracias por tu observaciones que me parecen una crítica sólida y oportuna; analizaré esos aspectos puntualizados y tal vez consiga "agiornarl" el relato. Un saludo. Alberto
Responder
July 23, 2009
 

Esteban Valenzuela Harrington

Buen cuento. Sin embargo, de pronto me da la sensación que te preocupase más el correcto manejo del lenguaje que la historia, hay pasajes que el ritmo vacila, se dilata y pierde intensidad la historia. La trama es interesante, es bien llevada en general, pero de pronto tiene ribetes de adornos que ensucian el relato. Dale una vuelta.
Responder
July 23, 2009
 

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