El trgico final de Samuel
Publicado en Mar 09, 2011
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Era principios de verano, y el curso había llegado a su fin.Los niños corrían de un lado a otro, felices, ante el inminente principio de vacaciones.Tenían solo unos días para jugar y divertirse, hasta que cada uno partiera al lugar queiba a pasar los siguientes meses.Samuel era un niño muy sociable e hiperactivo. Camino a casa, ese último día decolegio, iba con un amigo jugando a un juego que ellos llamaban, “saltar los coches”.Trataba de ponerse en el lado de la calzada en el que los coches quedaran entre ellos y elsol.Entonces, a medida que los coches se acercaran a ellos, deberían intentar saltar lasombra del coche por completo. Eso era difícil para ellos, dada su corta estatura. Era undesafío, y apostaban alegremente algo que nunca existió.Sumergidos en el viento, saltaban y disfrutaban todo lo que podían de su corta juventud.Entre juegos y risas, llegaron primero a casa de Oscar, que era el mejor amigo deSamuel, pero en el colegio. Después de charlar un poco de cómo lo iban a pasar, decuanto quedaba para que se volvieran a ver y un poco de chicas, se despidieron dándoseun gran abrazo amistoso. Raro en los chicos de su edad.Mientras Samuel se alejaba por la avenida que separaba la casa de Oscar de la suya,miró algunas veces vagamente para atrás, con una lágrima en la cara, para ver el sitio enel que se había despedido de su amigo, ya que Oscar ya no estaba allí.A la edad de doce años, unos meses pueden parecer décadas. Era difícil decir adiós auna persona con la que compartía gran parte de su tiempo.Pero luego miró hacia el frente y la lágrima fue arrastrada por el viento por su cara, parano volver jamás. El sabía que sus amigos del pueblo le esperaban y, en casa, su madre ysu abuela haciendo las maletas para partir al día siguiente en la madrugada.A Samuel le encantaba ayudar a hacer las maletas, aunque, en realidad no hiciera nadade provecho, ya que todo lo que hacía, lo tenía que deshacer y volver a hacer su madre.Pero él era feliz. Le gustaba creer que contribuía en la preparación de las vacaciones dela familia.Al día siguiente, su madre, su padre, su abuela y él, partirían hacía su pueblo, que estabaa unas tres horas de la ciudad, donde vivían el resto del año.El viaje le encantaba, ya que se distraía viendo el paisaje y leyendo algún libro o cuentoque le hubieran mandado en la escuela como deberes para el verano, pero también leagotaba bastante, con lo que decidió irse pronto a la cama.Con el pijama ya puesto, esperó a que su padre regresara de trabajar para poder darle unbeso, junto con su madre y su abuela, y acostarse para soñar con algo bueno, olvidandola nostalgia y pensando en el largo verano que en el pueblo iba a pasar.La abuela y el padre de Samuel fueron los primeros en despertarse, y este, a su vez,despertó a su esposa con un dulce beso, para que se diese prisa y partir lo antes posible.Estando ya todo preparado, despertaron a Samuel, quién no se lo tomó muy bien.Terminó de vestirse y meter las últimas cosas en la maleta, como podían ser el cepillode dientes y demás, y marchó para la entrada, a esperar a que su padre dirigiera lamarcha hacia el coche en el que, pensó, quizá podría echar una buena cabezadita, ya queaún no se había despertado del todo.2Una vez en el coche, cuando estuvo todo ya cargado y preparado, su padre arrancó elmotor. Samuel intentó acoplarse, apoyando la cabeza a uno de los lados, pero no pudohacerlo. Al menos, para estar totalmente a gusto. Consiguió dar una pequeña cabezada,pero enseguida despertó, y vio en el horizonte como salía el sol lentamente.Ya no quería dormir, ahora estaba espabilado.Junto a él, en el asiento de atrás iba su abuela, la que no dejaba de dar cabezadas.Samuel la observaba con cara de enojo, debido a lo poco que le costaba a su abueladormirse en las situaciones más peliagudas.Pero ahora el problema era otro. Se aburría mucho, ya que su madre, en el asiento delcopiloto, también iba durmiendo y, a su padre, mientras conducía no le gustaba que lemolestaran.No le quedó otra opción que dar rienda suelta a su imaginación. Pensó en Oscar. En queestaría haciendo en ese momento. También pensó en los demás que normalmente sejuntaban con ellos. También pensó en Cristina, y mucho. Realmente, no había unsegundo en todo el día que una parte de su mente no dejara de pensar en ella. Era unaniña morena que le había tocado como compañera de pupitre todo el año.Al principio no le caía muy bien, pero, de tanto tratarla y hablar con ella, primero laconsideró su amiga, pero ahora había algo más, y le hubiera gustado no irse al pueblopara poder verla por la zona en la que vivían. Eso si ella no se había ido a ningún sitio,cosa que no sabía, a pesar de que estuviera sentada a su lado en clase.Pasaron las horas y todos los pasajeros del coche ya estaban despiertos. Samuel seaburría y quería jugar con su abuela o su madre a algún juego. Al principio no le hacíancaso, pero se puso tan pesado que tuvieron que acceder.Pasaron el rato jugando a que, uno de ellos decía la primera letra del nombre de algúnobjeto que vieran por la ventanilla, y el resto de participantes lo tenían que adivinar.Al cabo de un rato, casi sin darse cuenta, Samuel y su familia estaban entrando en elpueblo en el que iban a pasar prácticamente todo el verano.El padre de Samuel solo disponía de dos semanas libres para pasar con ellos y luegotendría que regresar a la ciudad, para continuar con su trabajo. Luego iríanperiódicamente los fines de semana que pudiera. Después de todo, el pueblo no estabatan lejos.Recorrieron con el coche esas calles de tierra que formaban parte del pueblo, dejando unrío de polvo y piedras tras de sí. La gente de los alrededores levantaban la vista unmomento para ver el coche que recorría las calles de su pueblo, y en seguida reconocíana los ocupantes de su interior. En ese tipo de pueblos se conoce prácticamente todo elmundo, y casi no hace falta que cierren las puertas, ya que los niños atraviesan las casaspara ir de un lado a otro con toda confianza, como si toda la gente perteneciera a lamisma familia.Finalmente llegaron a la casa, que compró su tatarabuela haría casi cien años. Era uncaserón antiguo, como casi todos los de allí. Estaba en una colina que era una de las queponían fin al pueblo y desembocaba en el cementerio. Esto siempre le había causado aSamuel un poco de temor, y no sabía por qué. El nunca subía hasta allí. Solo cuando lohacía con su abuela o su madre, que iban a dejar flores a familiares que estuvieran allíenterrados y dar un paseo.3En cuanto llegaron a la casa, aparcaron en la puerta y Samuel estaba loco por salircorriendo a buscar a sus amigos. Su madre le dijo que tuviera paciencia, que cuandometieran todo el equipaje a la casa, le prepararía el almuerzo y podría ir a dar unavuelta.En la casa de la ciudad, cuando hacían el equipaje, le había prometido a su madre que,ya en el pueblo, les ayudaría a deshacerlo. Pero, tenía tanta prisa por salir, que se leolvidó la promesa que había hecho, y en cuanto su madre le preparó un bocadillo, locogió, y pegándole un gran mordisco, salió corriendo por la puerta, diciendo adiós conun grito a su abuela y su padre, que estaban en el coche cogiendo lo que quedaba deequipaje para meterlo dentro.Se dirigió a la plaza del pueblo, que estaba a unos minutos de su casa, para ver si habíaalgún amigo allí. No sabía si habían llegado ya o no.Cuando llegó a la plaza no parecía haber nadie. Estaba desierta y comenzó a mover lacabeza de un lado a otro, rastreando la zona para ver si veía a alguien de su interés.En uno de los bancos, en la puerta de la taberna, había gente mayor, con sus cigarros enla boca y sus carraspeos continuos. Señoras iban y venían con bolsas de la compra, quesalían de la tienda de ultramarinos, que también estaba en la plaza. Después de unascuantas señoras, salió su amigo Jaime, cogido de la mano de su madre. Cuando vio aSamuel soltó rápidamente a su madre y corrió hacia él. Tal vez le daba vergüenza quesus amigos le vieran cogido de la mano de su madre, como si fuese un niño pequeño,aunque, seguramente, todos hacían lo mismo.Cuando llegó a Samuel le dio un gran abrazo, ya que no se veían desde el veranopasado.Jaime, gritando, le dijo a su madre que se quedaba con Samuel. Ella le respondió quevale, pero que regresara a la casa a la hora de comer, para la que faltarían unas treshoras.Los dos se fueron hacía la casa de Carlos, contándose anécdotas del colegio y de susamigos de la ciudad. Si les gustaba alguna chica y si habían besado a alguna.Llegaron a casa de Carlos y llamaron a la puerta. Salió el abuelo de este, que vivía allítodo el año, y les dijo que Carlos aún no había llegado. Que, seguramente, llegaría porla tarde. Entonces se marcharon en dirección a la casa de Erika, que era la amiga quefaltaba para cerrar el grupo. Había muchos más niños en el pueblo, pero ellos cuatrohabían congeniado muy bien, y siempre iban juntos de un lado a otro, aunque, a veces,se juntaban con los demás en la plaza o en el campo de fútbol, que estaba a las afuerasdel pueblo.Erika si había llegado y antes de que les diese tiempo para tocar su puerta, ésta saliócorriendo para reunirse con ellos, con las dos trenzas rubias que la caracterizaban.Se dieron un abrazo conjunto y Erika le dio un beso a cada uno en la mejilla y se fueronagarrados, dando saltos de alegría.Lo primero que hicieron fue ir a la tienda de golosinas que había en una de las callescolindantes a la plaza, ya que Erika tenía unas monedas y quería invitar a sus dosamigos. Todos sabían que no deberían, ya que faltaba poco para la hora de comer, ySamuel se había terminado hacía poco el almuerzo, en la plaza, poco antes de ver aJaime.4Finalmente, no se pudieron resistir, y todos metieron mano a la bolsa de plástico quecontenía todas aquellas golosinas, que sujetaba con una mano la chica.Se sentaron en un banco de la plaza y estuvieron allí hasta la hora de irse a comer cadauno a su casa, contándose unos a otros todos los juegos nuevos que habían aprendidodurante la época escolar, y si habían aprobado o suspendido los exámenes.Después, cada uno se despidió, ya que sus casas estaban todas en dirección diferente, yquedaron en volver a reunirse a las cinco de la tarde en ese mismo banco.Después de comer, la familia de Samuel se quedaron dormidos echando la siesta, peroSamuel no podía dormir. Estaba nervioso y deseoso de ver a todos sus amigos y planearjuegos y vivir aventuras. Se aburría en su casa y decidió pasar por alto la hora dequedada y salió media hora antes de la casa, para ir a buscar a los demás a sus casas.Pensó que podría ir primero a ver si Carlos había llegado ya, e ir con él al banco yesperar a los otros.Llegó a la casa y toco en la puerta despacio, sin hacer mucho ruido, ya que era lasobremesa y a esa hora el pueblo estaba en completo silencio. Tuvo que llamar un parde veces más porque no salía nadie. Pensó que si estaban dormidos, no oirían el ruidode la puerta, pero que si estaba Carlos, quizás no estaría durmiendo y saldría a recibirle.Oyó que se levantó la persiana de la ventana de al lado de la puerta, y por ella salió lacabeza de Carlos, que le susurró que saldría enseguida. Samuel le miró con una sonrisaen la boca y sin decir nada, esperando a que saliera para saludarle y darle un abrazo.Cuando Carlos salió por la puerta no salió solo. Iba acompañado de una motocicleta quesus padres le habían regalado por sacar buenas notas y aprobar el curso con muy buenacalificación.Se acercó a Samuel y le dio un abrazo para saludarle, pero Samuel no podía quitar lavista de aquel alucinante vehículo. Normalmente, ellos montaban, como mucho, enbicicleta. Todos tenían alguna vieja y polvorienta en algún lado de esos antiguoscaserones. Pero nunca habían tenido una moto. Para ellos era algo nuevo, sobre todopara Samuel, que creía que nunca podría tener una como aquella. Se enamoró de ella deinmediato.Se dirigieron los dos a la plaza del pueblo, con la moto apagada, para no meter ruido aesas horas, y que los vecinos empezaran a quejarse.Llegaron al banco en el que habían quedado con Jaime y Erika, pero aún no habíanllegado. No eran las cinco todavía, así que se quedaron hablando mientras losesperaban. Carlos le contó muchas anécdotas de su colegio y sus amigos, al igual queSamuel a él.Pero Samuel solo pensaba en cuando le dejaría conducir aquella maravilla. Finalmente,rodeando un poco el tema, decidió preguntárselo.Carlos le dijo que cuando llegarán los demás, podrían ir al campo de fútbol paramostrarles como conducía su nuevo regalo y, tal vez les podría dejar una vuelta a cadauno de ellos.El campo de fútbol estaba lo suficientemente alejado para que no se ollera el ruido demotor dentro del pueblo, mientras se hacía algo más tarde y comenzara a habermovimiento en las calles. Entonces podrían conducirla por el pueblo.5Jaime y Erika llegaron al banco, uno seguido del otro, y estuvieron un rato hablando conCarlos después de saludarlo, pero el tema principal ya sabían todos cual era.Finalmente decidieron ir al campo de fútbol y, con la moto aún apagada, marcharonpara allá.Una vez allí, Carlos comentó que aún no la había estrenado, ya que sus padres le habíandado la sorpresa del regalo un día antes de ir para el pueblo, con lo que la tendría queestrenar allí. Pero él sabía muy bien cómo manejarla, ya que, por lo visto, un primosuyo tenía una igual, y se la había dejado muchas veces, así que estaba bastanteacostumbrado.Con un movimiento rápido presionó con el pie la palanca que activa el motor. Tuvo quehacerlo un par de veces, ya que parecía que el vehículo se resistía a cobrar vida, pero alfinal arrancó. En cuanto Carlos supo con certeza que la moto estaba arrancada, de unbrinco se montó encima y salió escopetado a toda la velocidad de la que la moto eracapaz, dejando tras de sí un surco de polvo que envolvió a sus tres amigos que mirabanestupefactos, y se vieron obligados a toser.Cuando Carlos estuvo cansado de dar vueltas por el campo, decidió dejarle la moto asus amigos un rato a cada uno, para cumplir con ellos, y luego ya sería suya parasiempre jamás.Jaime siempre había tenido más empuje que Samuel y también había cogido una vezuna moto que le prestaron, así que sabía más o menos como conducirla. Cuando Carlosse acercó a ellos, antes de preguntarles a quién le gustaría cogerla, Jaime se adjudicó elturno por propia iniciativa, y se montó en la moto quitando a Carlos prácticamente deun empujón.A Carlos eso no le pareció bien, pero accedió a quitarse de en medio, dado que Jaime nole había dejado mucha opción.Jaime no tenía tanta experiencia como Carlos, así que empezó despacito, pero en cuantocogió confianza, conducía incluso más rápido que el propio Carlos.Erika no lo veía nada claro, ya que ella no sabía conducir. Le costaba incluso laconducción de la bici que tenía en el garaje de su casa. Así que decidió no montar,comentándoselo a Samuel, que era el que tenía al lado. Los dos estaban sentados en latierra, cerca de la verja circundante que rodeaba el campo. Carlos estaba de pie, un pocomás alejado de ellos, mirando como conducía Jaime.Samuel sabía que era el siguiente. Él tampoco había conducido nunca una moto, perotenía ganas de hacerlo. Tenía miedo, pero no quería que sus amigos supieran que era unmiedica. Además, no quería dejar pasar la oportunidad de conducir aquella moto quetanto le gustaba.Jaime estuvo bastante tiempo montando. Tal vez no quería dejarlo, pero comprendióque sus amigos también tenían derecho a hacerlo, así que se dirigió al extremo delcampo en el que se encontraban.Samuel se había fijado en como la conducían, y no quiso decir a Carlos que él nuncahabía montado en moto, porque quizás, si se enteraba de eso cambiaría de opinión y nose la dejaría, por miedo a que se callera y la moto se rompiera en mil pedazos y nopudiera usarla más en todo el verano. Al menos eso era lo que él pensaba. Así que,cuando Jaime volvió, le dijo que le pasara el manillar, y cogió con fuerza aquel6imponente vehículo. Se montó encima, primero sin despegar los pies del suelo. Empezóa acelerar un poco girando uno de los extremos del manillar como había visto hacer alos otros, y vio que aquello iba como la seda. Cuando la moto cogió más impulso, quitólos pies del suelo y los puso en dos barras que la moto tenía a los costados, que él pensó,servirían para eso.Aceleró y aceleró, dando vueltas al campo, hasta que ya no pudo acelerar más.El viento acariciaba firmemente su cara. Un fuego que creció en su estómago, subió porsu pecho hasta que estalló en su cabeza formando mil destellos de colores.Era la adrenalina, que fluía por su cuerpo como la sangre que corría por sus venas.Se sentía libre, por primera vez en mucho tiempo. Pensó que quería aprovechar más esaoportunidad, haciendo algo más que estar dando vueltas alrededor del campo de fútbol.Se sentía tan bien que pensaba que ese iba a ser el mejor verano de su vida. Pensaba enCristina, la chica de clase que le gustaba, y le gustaría que estuviera allí para verleconducir aquella moto, que la llevaba, pensaba él, como si la hubiera estado llevandotoda la vida.Miró en dirección a sus amigos, y vio que estaban charlando entre ellos. Llevabantiempo sin verse y tendrían muchas cosas que contarse, aunque Carlos miraba de vez encuando, para comprobar que la moto estaba bien.Miró en la otra dirección, y vio la valla abierta, por la que se sale del campo, que estabaen dirección a las colinas que separaban su pueblo de uno cercano.Decidió darle toda la velocidad que pudiera a la moto, y salir sin que nadie se diesecuenta. Corrió todo lo que pudo y, cuando se quiso dar cuenta, estaba fuera del campo, eiba derecho a la primera ladera.Carlos miró y vio que Samuel ya no estaba allí, así que se levanto rápidamente y sepuso a correr, siguiendo con la vista el reguero de polvo que iba dejando la motocicleta.Erika y Jaime le siguieron también.Samuel creía volar con la moto. Por un momento pensó que era suya, y que todos losdías podía sentir lo que sentía en aquel momento.Subió hasta lo más alto de la pequeña montaña. Giró la moto y cambió de sentido,poniéndose de frente a sus amigos, que vio que venían corriendo hacia él.También se fijó en una roca que estaba a la mitad de la montaña, y pensó que podríabajar a toda velocidad, saltar sobre la roca y caer junto a sus amigos, para que ellos loadmirasen por la proeza que acababa de hacer.Puso los pies encima de las barras y aceleró todo lo que pudo. Bajó muy deprisa, sinfrenar ni una sola vez hasta que alcanzó la piedra.La recorrió y quedó suspendido en el aire, pero la moto no respondió como él pensabaque lo haría, que era como lo había visto en las películas de la tele.La parte de delante le costó controlarla, y sus finos brazos no pudieron hacer la fuerzanecesaria para sostener la moto, y terminó soltándola.La moto, al pesar más que el, cayó antes, aterrizando con la parte delantera, y seincrustó en la arena. Samuel calló un par de metros más hacia delante, y tuvo tan malasuerte que su cabeza chocó contra una roca sobresaliente en la montaña, y su pequeñocuello se partió, como una rama seca.Se quedó inmóvil, muriendo en el acto.7Ya nunca disfrutaría de ese verano. Ya nunca besaría a Cristina, ni a ninguna otra chica.Ya no jugaría con su abuela y su madre más en el coche. Ya no aprobaría más exámenesni tendría más amigos.Su vida se esfumó, y su alma se difuminó en el aire, balanceándose entre las nubes.Cuando llegaron hasta él, sus amigos se quedaron petrificados. Erika se echó las manosa la cara, tapando su boca, para que sus sollozos fueran lo más silenciosos posibles.No lo podían creer. Uno de sus mejores amigos, al que no veían desde hacía medio año,yacía muerto en el suelo.Acababa de morir, y ellos no podían hacer nada. Todos sus mundos se desmoronaron.Carlos se acercó para intentar despertarle y vio a su amigo, con los ojos abiertos,mirando al infinito y una sutil sonrisa en los labios.Jaime salió corriendo en busca de algún mayor.Erika se quedó allí, plantada, mirando a su amigo muerto, sin decir una palabra.--------------------------La abuela de Samuel murió a los pocos meses, debido al tremendo golpe que supuso lamuerte de su nieto.Su madre y su padre se separaron.Su madre vive sus últimos días en un hospital psiquiátrico, hundida en una enormedepresión.Su padre busca el consuelo y el amor que perdió dentro de una botella.Jaime, Carlos y Erika se siguen reuniendo, cada año en el pueblo, para hacer unhomenaje al amigo que cerraba su círculo. Uno de los mejores amigos que nunca hantenido, y que murió en el pueblo, una calurosa tarde de verano.
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Foto del autor Juan Alcaraz
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Miembro desde: Mar 09, 2011
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Descripción

Samuel ha empezado las vacaciones de verano y tiene deseos de reunirse con sus amigos del pueblo, pero el destino le tiene reservada una sorpresa muy desagradable.

Palabras Clave: tristeza verano juegos nios nostalgia pena

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Infantiles



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