La matraca (1)
Publicado en Feb 13, 2011
Es una mujer adulta. El tiempo dejó profundos surcos en su rostro, donde es posible descifrar gozos, tristezas, alegrías y dolores, comunes a los humanos. Vuelve del cementerio y yo de mi diaria caminata. Como lo hace dos veces al año, para su aniversario de bodas y para el día de San Valentín, fue a llevar flores y las palabras conque acostumbra saludar a Efraín, su compañero en la vida. Hace trabajos domésticos para una familia de mi vecindad y la veo diariamente. Decidimos hacer juntas el camino de regreso. De naturaleza reservada, descubro, en ella, una faceta oculta, en exceso locuaz y comunicativa. Su necesidad de expresarse es evidente y dejo que fluya sin interferencias. -Nos conocíamos de críos. Nacimos en el mismo pueblito de Santiago. A los trece años, un matrimonio de Córdoba, me pidió a mi madre para cuidar a un bebé. Ese mismo día me trajeron sin poder despedirme de Efraín. Trabajaba de peón. Sólo nos veíamos los domingos, ese último nos besamos por primera vez. El viaje duró varias horas que pasé llorando en silencio. Nadie se dió por enterado. Las obligaciones eran tantas, no me quedaba tiempo para pensar. Desde las 06 de la mañana, hasta las 22hs no paraba, Tenía una h para las comidas y otra hora, la sra. la decicaba para enseñarme a leer y escribir. Eran muy severos, no me permitían tener amigos ni hablar con desconocidos. La mañana que cumplí quince años, barría la vereda y casi me desmayo. Frente a mi, estaba el Efraín. Nos fundimos en un beso que pudo haber sido eterno a no ser por la bocina de un automovilista molesto. Cuando nos recuperamos, prometió cumplir su contrato en Santiago y volver a Córdoba a buscarme.
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