El Caso Adrían
Publicado en Jun 24, 2009
Prev
Next
Image
 
Aquella mañana el comisario Gallegos, quería continuar los deleites amorosos que había recibido de Rebeca pasada la medianoche. Venía de atender uno de aquellos casos que no tiene explicación alguna. Sin embargo, su mujer, no estaba dispuesta a abrir sus adormilados ojos para satisfacer sus juegos, y se aferró fuertemente a su almohada, apaciguando de ese modo los apetitos del comisario, quien se tendió de espaldas sobre la cama, mirando fijamente el techo. No podía olvidar, la expresión placentera del joven, se podía decir que estaba dichosamente entregado a la muerte. En todos sus años, nunca había visto esa expresión en un cadáver, seguramente estaba drogado -pensó-, el laboratorio le entregaría más tarde el resultado, aunque en el fondo, algo le decía, que no era así.
Se incorporó, miró solapadamente a su mujer, pero estaba totalmente entregada a los brazos de Morfeo. En todo caso, por la pasión volcada anoche no podía reprocharle nada, sin duda fue la remembranza de sus mejores años que lo despertó más inquieto aquella mañana. Miró en el espejo de la habitación su figura estropeada, nada sexy, y agradeció que Rebeca aún lo deseara. Tengo que volver al gimnasio, se decía, mientras se colocaba los pantalones. Estaba afeitándose con la mirada pérdida en el espejo, cuando inusitadamente se le apareció el reflejo del joven suicida. Se dio vueltas para mirarle, de pié en el centro de la habitación, éste le contemplaba desnudo con sus brazos ensangrentados y esa sonrisa en su rostro. Sin mediar otro comentario, dirigiéndose al comisario, exclamó - "Usted no lo entenderá, no podrá entenderlo, es incapaz de algo así" - solo eso alcanzó a decir el joven antes de desaparecer. Gallegos quedó perplejo, no por miedo a la aparición del joven, había sido encontrado muerto desnudo con las heridas en sus brazos, no podía presentarse de otro modo. Sin embargo, en sus casi treinta años de servicio, nunca le había ocurrido algo semejante, y eso lo había descolocado.
Se dirigió en taxi a su oficina, no estaba en condiciones de manejar. Pidió a su secretaría, que apurara los informes de criminalistas, y se encerró en su despacho. Se sentó, prendió un cigarro, mientras preparaba un café, siguiendo los movimientos rutinarios de cada mañana. Sobre su escritorio, el expediente del joven suicida, Adrián Veloso Infante, 37 años de edad, soltero, vivía con su padre. Este último había sido entrevistado por el personal de la unidad, a quienes había manifestado que "...a su hijo nunca le gustó su trabajo, pero por la cesantía de cinco meses, lo había aceptado. Desde el primer día lo vio descontento, le contaba que al principio le daba miedo permanecer toda la noche en aquel subterráneo, esperando que sonara la bocina del timbre del ascensor y éste se abriera, llegando la camilla, con un paciente fallecido. Decía, que lo que más le impactaba eran los rostros de las personas al morir, todos tenían muestras de dolor, de sufrimiento, incluso hasta en los niños, mujeres y sobretodo los ancianos. Le comentaba, que estos últimos, aparentemente la pasaban muy mal los minutos finales antes de partir, la mayoría lo hacía con sus bocas abiertas, como quisieran dejar escapar su último quejido a la humanidad". Gallegos, decidió, acudir personalmente a hablar con el anciano.
El vecindario denotaba su extrema condición, perros vagabundos por doquier, mujeres en las puertas de sus viviendas, con pañuelos en la cabeza y delantales, barrían sus veredas, o al menos eso aparentaban, pues lo más que hacían era sostenerlas entre sus manos, mientras sus radares lo veían y escuchaban todo. Tal es así, que antes de tocar el timbre de la vivienda, una de las mujeres, gritó - ¿Busca a don Samuel?
Si señora.
Yo le abro, yo lo cuido al pobre, está deshecho con la noticia de su hijo, imagínese ahora quien se va a ser cargo del viejo. Si Adrián era el único que se preocupaba, tan leso ese muchacho, mire que quitarse la vida...comentaba la mujer, mientras abría la puerta. El living-comedor era lo primero que uno se encontraba, una mesa antigua con seis sillas, dos sillones verde musgo junto a una vitrina adornaban la sala, luego un pasillo de madera, a la derecha el baño y la cocina, frente a ésta, la habitación del padre. La del fondo, era la de Adrián. Al ingreso del comisario, el anciano se hallaba sentado en su antigua mecedora, gozando de la tibieza del sol que se filtraba por la ventana. Imágenes de vírgenes por la habitación, iluminada por una vela, y un rosario entre sus manos, daban a entender al visitante, su sentido religioso. Gallegos, le extendió su mano para presentarse, pero el anciano no soltó su rosario, y exclamó con voz cortante - ya les dije todo lo que sabía a los otros policías - ¿qué quieren ahora? ¿por qué no me dejan en paz?, no se dan cuenta del sufrimiento de una debe soportar. ¿Usted, tiene hijos? El comisario negó con la cabeza. Ahí está, ¿cómo me va entender entonces?. Aunque no lo crea, lo entiendo por que yo también perdí a uno...murmuró Gallegos, al tiempo que se sentaba en el regazo de la cama. El viento fresco que entraba por la ventana levantó el bisillo, iluminándose la figura del hombre que yacía como ausente, permitiendo al comisario, ver la desazón en los ojos grises del hombre, que no dejaba de preguntarse, y ¿ahora que voy a hacer?¿quién va a cuidar de mi?... Gallegos se sacó al funcionario que representaba y conversó con su lado humano, y la conversación se extendió por horas, entonces el viejo, le reveló algo que para él podía ser trascendental..."hace como un mes atrás, mi hijo me comentó que lo visitaba una mujer, que no era del hospital, y que desde entonces no se sentía solo, añoraba cada noche que le visitara, porque en sus brazos decía que no necesitaba más, decía que la amaba, pero que era un amor imposible, que ella no era de acá, era un ave de paso, una maravillosa ave de paso, que venía a consolarle. Yo quería conocerla, pero él me decía, que no se podía, pues en las mañanas ella se ausentaba, sólo acudía en las noches, siempre que se encontrara solo de turno. Las otras veces, estando con sus otros colegas, ella no se aparecía. Eso, me llamaba la atención -continuó el padre- por que si no trabajaba en el hospital, ¿cómo sabía cuando él estaba solo?. Y además,¿cómo de pronto alguien no la iba a sorprender?. A mi se me ocurre, que era una mujer casada del hospital, una doctora, tal vez, que seguramente tenía a mi hijo como amante, y éste se enamoró, y se quitó la vida por que ella lo dejaría, otra cosa no me cabe en la cabeza...
¿Quién más sabía de la existencia de aquella mujer?
Supongo que nadie más, si el niño cuando llegaba dormía casi todo el día, y se iba como a las ocho de aquí, después que me daba la once. No se juntaba con nadie más, incluso el fin de semana, se lo pasaba en casa, cuidándome.
¿No le mostró alguna foto de ella, o le dijo tal vez su nombre?
Nada, sólo la llamaba su amada.
Gallegos, estaba casi donde mismo, ¿Quién sería esa famosa mujer? - se preguntaba. De pronto, un aire frío le rozó tras su espalda, se giró, y halló acostado en la cama del padre, al joven, con ese semblante siempre sonriente, que le miraba, esta vez, con los brazos cruzados en posición placentera, quien nuevamente le dijo "Usted no lo entenderá, no podrá entenderlo, es incapaz de algo así". Gallegos quiso preguntarle el ¿Por qué?, pero no alcanzó, la imagen del joven nuevamente se diluía. Entendía que Adrián estaba tratando de decirle algo, pero no lograba descifrarlo.
El padre accedió a que revisara su habitación, cosa que sus colegas no hicieron. Empujó la puerta, una cama debidamente estirada, un velador, con libros encima, un viejo armario y una silla con ropa que había usado días anteriores. La imagen de su cuerpo desnudo volvió a su mente. Llamó de inmediato, a su secretaria y pidió le ubicara donde se encontraban las ropas que vestía antes de morir y que le avisara tan pronto supiera.
Revisó los libros de poesía española y entonces encontró un poema escrito en una servilleta, ciertamente copiado por Adrián, al final del mismo decía, a "mi amada Julieta", entendió que ese no era el nombre real de la mujer. Por más que buscó pistas, no encontró nada más. Se despidió del padre y se dirigió al Hospital.
Bajó las escaleras al subterráneo, muros, y cañerías pegadas al cielo, estaban pintados de un amarillo ceniciento, vestían el piso baldosas color burdeo, perdiéndose el término de los pasillos en la penumbra del lugar, ya que los pocos focos, apenas iluminaban aquel lóbrego laberinto. Caminó, hasta donde trabajaba Adrián. Correspondía a una sala pequeña provista de una cama, un mesón, una lámpara, una vieja televisión, unos papeles en una carpeta, un lapicero con dos o tres lápices y nada más. Sólo un calendario con la imagen de la virgen María, vestía las murallas. Se suponía que debió haber estado ahí, al momento de su muerte -meditaba- sin embargo, su cuerpo fue hallado en la sala de autopsia, desnudo sobre la camilla, con ambos muñecas cortadas, totalmente desangrado. Si intentó suicidarse, ¿por qué se quitó la ropa? ¿por qué eligió hacerlo sobre la camilla? ¿alguien lo había ayudado a hacerlo?, quizás hasta fue inducido a hacerlo. ¡La mujer, si ella debió convencerlo! -pensó el comisario. En eso, llamó su secretaria, todas las diligencias indicaban que no habían encontrado ropas del difunto, tampoco  se halló el objeto con que se hizo los cortes en las muñecas, y además los exámenes arrojaron que no había consumido drogas. El informe de criminalista, había concluido preliminarmente que no fue suicidio como se suponía, sino que estaríamos frente a un asesinato. Sin embargo, no lo podían establecer puesto que no se detectó ningún tipo de huellas y tampoco se encontró el objeto que utilizó para hacerse los cortes en ambas muñecas. Según las investigaciones nadie del personal del hospital bajó aquella noche al subterráneo e incluso el occiso, había cenado en el comedor a eso de las 00:30 hrs., vestía su delantal blanco, jeans y zapatillas como de costumbre (Gallegos se acordó que esa era la ropa que estaba en la habitación del joven), y por el poco tiempo que llevaba trabajando, prácticamente nadie le conocía, o sabían muy poco de él. Por lo habitual, retiraba la bandeja y almorzaba solo en el subterráneo.
Subió a hablar con el personal de guardia, también con el de los otros pisos, pero nadie sabía o había visto nada. Sólo la mujer del aseo que lo encontró, había sido la única que había bajado aquel día, y ella ingresó al hospital sólo media hora antes, no hubiera tenido tiempo. Pidió el nombre de la mujer y la citó de inmediato al casino. Observaba el ambiente que se vivía al interior del hospital, nadie parecía afectado, casi se diría que el  homicidio del joven hubiese ocurrido en un tiempo pasado. La mujer, se presentó ante él, con el rostro asustado. Él encendió un cigarrillo y comenzó de inmediato el interrogatorio; una y otra vez, le preguntó por la ropa, y, en todas ella contestó que no estaba. Tampoco había visto con lo que se había quitado la vida. Le comentaba que nunca esperó encontrarlo así, de hecho, le llamó la atención que no estuviera recostado en la cama de la habitación contigua, donde habitualmente estaba en las mañanas cuando bajaba a asear, llegó a pensar en ese momento, que había faltado, y que de seguro se había aburrido de la pega. La mayoría dura súper poco en ese puesto y más ahora, nadie quiere tomarlo - agregó la mujer. El comisario le agradeció y se despidió.
Volvió a su oficina, más informes habían llegado, se encontraban sobre el escritorio. Más café, cigarros, las horas fueron pasando. Llamó a su mujer para avisarle que no llegaría y se presentó en el Hospital, convenció al guardia que lo dejara entrar y bajó al subterráneo. El frío de la noche, se sentía más aún en esa soledad. Ocupó la cama que usaba Adrián y trató de pensar como él, incluso en la mujer que lo visitaba. Adrián sabía que  su padre dependía únicamente de él, entonces por muy enamorado que estuviese de su amada, no resultaba lógico que se quitara la vida y lo hubiese dejado sólo. Además, había recorrido las instalaciones del hospital, y la supuesta mujer no tenía modo de ingresar, sin que alguien pasase por los dos accesos, que estaban controlados por guardias, salvo que alguno de ellos estuviese ocultando algo -meditó. Por otra parte, podría darse que existiera un pasadizo secreto, por donde la mujer accediera, que nadie más conociera, pero entonces, ¿por qué ella habría acabado con la vida de su amante? Las interrogantes iban y venían por su cabeza. El cansancio comenzó a vencerle. Se sintió aletargado. De pronto la habitación comenzó a girar al tiempo que se ponía en penumbras. Sintió que alguien se acercaba, a pesar que no podía abrir del todo sus ojos. Entre sombras distinguió la figura de Adrián con sus manos ensangrentadas conteniendo en su mano derecha un bisturí, escurrían pequeñas gotas de sangre que caían en las baldosas. Sentado frente a él en su mecedora, se hallaba su padre. Adrián se agachaba y comenzaba a hacerle pequeños  cortes en las venas de su muñeca, al tiempo que le decía que dejaría de sufrir. El padre le miraba complaciente. Bien papá sonríe, no más sufrimientos, ahora vendrás conmigo. Parada junto a ambos, distinguió una mujer. Entendió que estaba frente a la amada Julieta. El padre de Adrián lentamente iba dejando esta vida, y en su rostro comenzaba a aparecer la dichosa sonrisa de su hijo. Gallegos contemplaba todo esto, sin poder salir de ese estado de letargo, no podía mover sus miembros. Entonces, se dio cuenta que la mujer venia hacia él. Era joven, de cabellera frondosa, labios y curvas sensuales, su cuerpo desnudo, dejaba entrever que las artes amatorias eran su oficio. Se acercó a Gallegos, y comenzó a desvestirle, dibujando en su rostro una sonrisa sensual, que dejaba entrever sus intenciones. Adrián y su padre le observaban desde el pasillo. La mujer, con movimientos felinos se fue incorporando sobre él. Toda ella era fuego, con ardientes caricias buscaba despertarle. El comisario tenía claro que si cedía, aquello terminaría mal, deseaba sacársela de encima, pero su cuerpo no respondía. Sus besos, comenzaron a provocar efecto en él, debía terminar con esto, o sucumbiría. Sabía, que esa mujer le iba a quitar la vida después que saciara sus instintos. Luchaba, se resistía, pero no podía con aquella diosa del placer. Miró a Adrián y entonces éste le hizo un gesto fraternal, para que no opusiera más resistencia.  Se acordó de la frase que el joven había usado "Usted no lo entenderá, no podrá entenderlo, es incapaz de algo así", creyó empezar a comprender a lo que se refería, revisó su vida en segundos, siempre el trabajo primero que los placeres, resolver casos le había llevado casi toda su vida, salvo escasas veladas como la anterior con su mujer, era todo el placer que recordaba, no quiso contenerse más y decidió dejarse llevar. Sentía sus besos, sus caricias, su aliento, su perfume, la vida se le iba, pero al menos la dejaría en plenitud. Poco a poco la habitación se iba iluminando, creyó estar llegando al cielo, su cuerpo comenzaba a reaccionar, podía sentir más fuerte el calor del cuerpo de esa mujer, sus delicadas manos recorriéndole, sus pechos frotándose contra su cuerpo desnudo que respondía poco a poco, finalmente entendía a Adrián, quería que esa sonrisa placentera que había visto dibujada en su cadáver fuese la misma cuando lo encontrasen sin vida, el placer le invadía y lentamente sus parpados fueron dejando esa pesadez. De pronto, el resplandor de la luz  abrió sus párpados somnolientos,  encontrándose con los ojos de la mujer, que le decía tiernamente - has llegado al final del camino, invitándole a incorporarse.
Gallegos se levantó con la sonrisa en los labios, en compañía de Adrián, su padre y su amada Julieta, se alejó para perderse en las penumbras del subterráneo.
                                                                   *****
Página 1 / 1
Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
Textos Publicados: 171
Miembro desde: Apr 15, 2009
0 Comentarios 427 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Un comisario persigue una pista en un caso, que lo llevará a abrir una puerta sin retorno

Palabras Clave: Adrián

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficción



Comentarios (0)add comment
menos espacio | mas espacio

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy