Lanzó blasfemias contra esto y aquello. Sentía displicencia contra la autoridad. Nada importaba, él tenía la razón y todos debían escucharle, pasaría a la posterioridad quizás como un profeta, un mago, un clarividente incomprendido. Su padre, hombre moderado adherido a la justicia, al deber, al honor, a lo que debe ser. Él en cambio, había sacado el carácter disidente de su madre, mujer que el viejo nunca podía callar, porque contaba con la gracia de hacer parecer que siempre tenía la razón.
Ahora, en un tono desafiante, con delirante discurso, había logrado la atención de las masas, su voz resonaba en aquel escenario público. Semidesnudo, portando una corbata, bóxer y calcetines, se hallaba abrazado a la estatua, en plena capital. Entre pifias y aplausos, el hombre fue bajado y arrestado junto a sus ropas y un viejo maletín, con papeles viejos, que según la víctima eran documentos reservados.