Chibanga (Cuento Africano)
Publicado en Dec 03, 2010
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Todas las tardes, desde hace dos años, el abuelo Mumbarra se sienta en su silla de anea, a la sombra del portón de su vivienda, guarecido del seco calor que viene de la tórrida sabana; y todas las tardes, desde hace dos años, la bella Sangara se sienta a sus pies... pero éste día la clara luz del paisaje ecuatorial se muestra tan pálida como el suave pelaje del gato siamés que ronronea sobre el regazo del abuelo mientras Sangara acaricia la tersura de su lomo.
- Pero su nieto sabe que le quiero de verdad, abuelo...
- También Chibanga te ama de verdad, Sangara...
- Entonces... ¿por qué se ha ido sin tan siquiera decirme adiós?.
- ¡Ay, Sangara!... ¿sabemos acaso por qué los tigres de la cercana selva se alejan de su hembra cuando están enamorados?.
Sangara abre profundamente sus enormes ojos color esmeralda mientras el siamés baja del regazo de Mumbarra y se introduce en el chozón.
- ¿Es verdad eso, abuelo?.
- Tan cierto como que tú y yo ansiamos demasiado la vida... aunque yo la desee para no morir y tú la ames para saborearla.
- Abuelo... ¿y Chibanga?... ¿para qué ansía la vida Chibanga?.
El abuelo Mumbarra toma las manos de ella y las acaricia suavemente, como si estuviese secando las últimas lágrimas que Sangara derramó.
- Ten paciencia, Sangara. Todavía es demasiado joven para saber que el ansia de vivir reside en nuestras conciencias.
- Pero yo soy más joven que él...
- Es que las mujeres aprendéis antes el oficio de vivir.
- ¿Y sabe usted a dónde se ha ido?
- A un país que se llama España.
- ¿Para qué, abuelo Mumbarra?.
- Para ser torero, Sangara... para ser torero y vencer el miedo a lo desconocido. Sólo así podrá saber si la vida merece la pena ser ansiada.
- Pero... ¿y yo?... ¿qué pasará conmigo?.
- Si no le olvidas antes él volverá por ti?.
- Abuelo... yo no podré jamás olvidar Chibanga...
El abuelo Mumbarra acaricia el lacio y oscuro cabello de Sangara mientras en su boca se asoma una leve sonrisa.
- ¿Sabes algo, Sangara?.
Ella levanta, airada, su linda cabeza.
- ¡Abuelo!. ¿Usted cree que el tiempo no pasa para las mujeres?.
- Calma, Sangara... no es el tiempo lo que te debe todavía preocupar. Lo que yo te quiero hacer saber ahora es que Chibanga busca la gloria para poderte ofrecer algo más que este puñado de tierra donde hasta los alacranes se mueren de sed.
- Pero yo no le pido tanto.
- Porque a veces las mujeres, cuando son tan jóvenes como tú, no os dais cuenta de que los hombres tenemos que demostrarnos, a nosotros mismos, que valemos algo más que los pantalones que llevamos puestos.
Sangara se levanta para traer un puñado de tierra y vuelve con los ojos chispeando de ferocidad. Vuelve a sentarse a los pies del abuelo y enseña a éste la arena que tan violentamente apuñó. Sangara está profundamente airada.
- ¿Es ésta la arena a la que usted se refirió?. ¡¡Dígame, abuelo Mumbarra!!. ¿Es ésta la miserable arena a la que usted tanto odia?.
El abuelo Mumbarra tiembla de inquietud. Bien sabe él que cuando Sangara se enoja lo hace de verdad.
- Sangara...
La bella negrita arroja con violencia la arena que había apuñado.
- ¡Déjese de tanta misericordia, abuelo!. ¡¡Yo también estoy desesperada de tener hambre de vida y sed de muerte!!. ¡¡Chibanga huyó porque sólo es un cobarde!!.
- ¡No, Sangara!. Chibanga es un niño que está asustado.
- ¡Asustado, de qué!. ¡De qué, abuelo!. ¿De mí acaso?. ¿O está asustado de sí mismo?.
El abuelo Mumbarra acaricia suavemente el lindo rostro de Sangara.
- Escucha princesa. Yo un día también descubrí que el valor de los hombres no radica en uno mismo. Pero fue demasiado tarde. Deja que Chibanga lo descubra a tiempo...
Sangara vuelve a llorar desconsoladamente sobre las rugosas manos del anciano.
- Abuelo...
- No tengas miedo, Sangara...
- ¿Y si lo mata un toro?.
El abuelo Mumbarra limpia con sus dedos las lágrimas de Sangara.
- No tengas miedo...
- Pero abuelo... ¿no ve que lloro porque le amo?.
- Es porque lo amas por lo que él busca con tanta vehemencia brindarte un poco de gloria. Es porque lo amas por lo que él quiere demostrar al mundo que vale mucho más que para ser un esclavo de la tierra.
- Pero aquella es una tierra de blancos...
- Y también de poetas, Sangara... de poetas que bajo el sol se esfuerzan por savar de la muleta sonetos para enloquecer a los toros
Sangara se acurruca dulcemente entre las rodillas de Mumbarra.
- ¿Conoció usted alguna vez España, abuelo?.
- !Ay, Sangara!. Claro que la conocí...
- ¿Y cómo es, abuelo?. ¿Es tan linda como dicen?.
- ¡Mucho más, Sangara, mucho más!.
Sangara inclina su cabeza sobre la pierna izquierda del abuelo que ahora vuelve a acariciar el sedoso pelo de la muchacha.
- Y tú irás también allí... para ser princesa de ébano y dios con ojos de color esmeralda.
Y Sangara comienza a dormitar mientras en una plaza de toros de la lejana España suenan los clarines y un pasodoble andaluz acompaña a la flamígera muleta con que el negrito Chibanga borda corazones de oro y grana sobre la arena del redondel.
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Foto del autor Jos Orero De Julin
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Descripción

Cuento africano.

Palabras Clave: Literatira Cuento Conocimiento.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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